Sin patria

Johanna Spyri

Capítulos 10, 11 y 12

Capítulo 10. Un poco de luz

Mientras tanto, Stineli enflaquecía y cada día que pasaba estaba más silenciosa. En cuanto a los pequeños, exclamaban:

— Stineli ya no nos cuenta nunca nada y ya no se ríe.

La madre dijo un día a su marido:

— ¿No has observado que esta niña ya no es la misma?

— Es el crecimiento — contestó el padre —. Conviene darle un poco de leche de cabra, por las mañanas, en el establo.

Pero cuando hubieron transcurrido así tres semanas, una tarde la abuela hizo subir a Stineli a su habitación y le dijo:

— Escucha, Stineli, comprendo muy bien que no puedas olvidar a Rico; pero es preciso que te digas que Dios se lo habrá llevado con él, y si lo ha hecho es que así convenía al mismo Rico. Algún día lo comprenderemos.

Al oír estas palabras, Stineli rompió en sollozos. Su abuela no la había visto nunca tan desesperada. Sollozando, la niña exclamó:

— No es Dios, sino yo quien tiene la culpa de todo, abuela, y me moriré de pena. Yo fui quien le metí en la cabeza la idea de descender hacia el lago, y ahora se habrá caído a algún precipicio y estará ya muerto. Y de todos sus sufrimientos y de todo eso tengo yo la culpa, y nadie más.

A pesar de la desesperación de Stineli. la abuela sintió como si le quitaran un peso terrible que hasta entonces sintiera en el corazón. Hasta aquel momento había creído a Rico perdido por completo y la atormentaba la idea de que el pobre niño, cansado ya de los malos tratos, tal vez había encontrado la muerte en el fondo del lago o en las espesuras del bosque. Pero las palabras de la niña hicieron nacer en ella una nueva esperanza.

Consiguió calmar a Stineli lo bastante para que ésta le relatase toda la historia del lago, de la que la abuela jamás supo nada. Stineli le refirió detalladamente que Rico hablaba «del otro lago», que siempre deseó ir allá, y que ella, Stineli, había encontrado el medio. Estaba completamente segura de que Rico se había puesto en camino, pero en cuanto el padre habló de los barrancos, perdió toda esperanza.

La abuela tomó a la niña de la mano y, atrayéndola, le dijo:

— Escucha, Stineli, voy a explicarte una cosa. ¿Te acuerdas de lo que dice el antiguo cántico que entonamos con Rico la última tarde antes de su desaparición?

Él hace y deja hacer... mas al fin siempre

es conforme a la ley de la equidad.

Mira, a pesar de que tú hayas sido la causa de todo eso, el asunto no deja de estar en manos de Dios, que ha permitido que ocurriese así, porque él es el Dueño de todo y porque una niña como tú no puede hacer nada contrario a su voluntad. Espero que, durante toda tu vida, sabrás que los niños no deben abandonar nunca su casa, ni emprender solos cosas de las que no tienen idea, sin comunicarlo a sus padres ni a su abuela, que no quieren otra cosa que su bien. Pero ya que es así y que Dios lo ha permitido, podremos esperar que llevará este asunto a buen fin. Piensa en ello, Stineli, y no olvides nunca la lección que los hechos acaban de darte. Ya que estás muy disgustada y que, con todo tu corazón, lamentas lo ocurrido, puedes pedir a Dios que le haga salir con bien de esa tontería que tú y Rico imaginasteis. Después recobrarás la alegría y yo también, porque tengo la firme esperanza de que Rico vive aún y de que Dios no lo abandonará.

A partir de aquel día, Stineli recobró, efectivamente, su alegría y aunque a cada momento del día echaba de menos a Rico, la ansiedad y los remordimientos ya no le pesaban en el corazón. Día tras día miraba a lo lejos, en la carretera, con la esperanza de verlo aparecer por el lado de la Maloja. Pero pasaba el tiempo y no traía ninguna noticia de Rico.

VOCABULARIO

Ansiedad: Estado mental que se caracteriza por una gran inquietud, una intensa excitación y una extrema inseguridad.

Remordimiento: Sentimiento de culpabilidad que tiene una persona por algo que ha hecho y que la intranquiliza.

Sollozo: Movimiento convulsivo que se realiza en ocasiones al llorar desconsoladamente

Capítulo 11. Un largo viaje

El domingo por la noche, antes de su desaparición, Rico subió a su cuartito y después de sentarse en una silla resolvió esperar allí a que la prima se hubiese acostado. Desde que Stineli hubo descubierto el medio de hacer el viaje hasta el lago, la cosa le pareció muy sencilla. Tratábase tan sólo de encontrar el momento favorable para ejecutar su proyecto. Y aunque estaba seguro de que la prima no lo echaría de menos, no lo estaba tanto de que le dejase marchar. .,

Además, cuando al volver a casa se vio acogido con reprensiones e invectivas, Rico, se dijo:

— Está bien. Me marchare en seguida, en cuanto ella se haya acostado. . .

Mientras esperaba en la oscuridad, sentado en su sillita, empezó a pensar cuán agradable sería no oír refunfuñar a la prima durante todo el día y también se prometió traer a Stineli, a su regreso, grandes ramos de flores rojas. Luego tuvo una nueva visión de las radiantes riberas y de las montañas de color violeta, y así se durmió dulcemente. Pero cómo ni por un momento quiso desprenderse de su violín y, por lo tanto, dormía en una posición muy incómoda, no tardó en despertarse; no se oía nada y aún era de noche. Por un instante recordó claramente todos sus proyectos. Llevaba puesta su chaqueta de los domingos y en la cabeza su gorra más nueva; esto era muy satisfactorio para él. Tomó el violín bajo el brazo, bajó la escalera sin hacer ruido, descorrió el cerrojo y se encontró fuera, recibiendo el aire fresco de la mañana. Por encima de las montañas blanqueaba el cielo la proximidad del alba y en la aldea de Sils cantaban ya los gallos. Rico se puso en marcha con paso vivo, a fin de llegar más allá de las casas y a la carretera lo antes posible. Una vez allí continuó el camino más valerosamente todavía. Todo le era conocido y familiar a lo largo de aquella carretera que tantas veces recorriera con su padre, pero no recordaba exactamente el tiempo que se tardaba en llegar a la cima de la colina, y cuando hubo andado dos horas le pareció que había marchado mucho más tiempo. Poco a poco aumentaba la luz del día; y cuando, al cabo de otra hora, llegó delante de la posada construida en la cima de la colina y desde donde su padre le había mostrado con frecuencia el camino que descendía por la otra pendiente, ya la radiante mañana alumbraba las montañas y doraba las cimas de los abetos. Rico se sentó en la orilla del camino; estaba ya muy cansado y empezaba a sentir que no había comido nada desde el día anterior al mediodía. Pero no perdió el ánimo; le parecía haber logrado ya lo más difícil. Ahora no había más que bajar y no tardaría en aparecer el lago. Mientras reflexionaba así se dejó oír un gran ruido de latigazos, de caballos y de cascabeles, y apareció la diligencia en una revuelta del camino. Rico la conocía muy bien, pues con frecuencia la vio atravesar la aldea de Sils y siempre se decía que la suerte más envidiable del mundo era la de un postillón encaramado en su asiento, látigo en mano y guiando cinco vigorosos caballos. Esta vez pudo contemplar más de cerca al feliz mortal, porque la diligencia se detuvo precisamente delante de él. No quitó los ojos del postillón, que bajó de su asiento y entró en la posada para salir muy pronto, cargado de numerosas y enormes rebanadas de pan negro coronadas con un pedazo de queso no mucho más pequeño. Después de sacar del bolsillo un sólido cuchillo empezó a partir el pan, del que daba un buen pedazo a cada uno de los caballos. No se olvidó de sí mismo y por esto seguía cortando el apetitoso pan y el no menos agradable queso. Mientras comía así, muy satisfecho, observaba con la mirada cuanto le rodeaba. De pronto exclamó:

— Oye, pequeño músico. ¿Te gustaría ser de la partida? Ven aquí.

Desde que Rico hubo visto el pan y el queso sintió aumentar su hambre, de modo que no se hizo de rogar para acercarse al postillón. Éste cortó un gran trozo de queso y lo puso en una rebanada de pan proporcionada en tamaño. Rico abrió mucho los ojos, preguntándose casi como podría acabarse aquella enormidad, a la que no estaba acostumbrado. Por un momento puso el violín en el suelo y empezó a tirar bocados al pan y al queso, mientras el postillón lo miraba muy satisfecho.

— ¡Vaya un violinista! — dijo — ¿Sabes tocar alguna cosa?

— Sí, sé dos canciones y además la de mi padre — contestó Rico.

— ¿De veras? ¿Y adónde vas con tus piernecitas. — continuó el conductor.

— A Peschiera, a orillas del lago de Garda — contesto Rico con imperturbable seriedad.

Al oír estas palabras, el conductor se echo a reír de tan buena gana que Rico le miró muy asombrado:

— ¡Valiente postillón harías tú! — continuó el otro riéndose cada vez más —. ¿No sabes que Peschiera está aún muy lejos y que un muchacho como tú destrozaría las suelas de sus zapatos antes de haber visto tan solo de lejos una sola gota del lago de Garda? ¿Quién te manda allá?

— Nadie. Se me ha ocurrido a mi ir.

— ¡Vaya un hombrecito divertido! Jamás he visto cosa semejante — añadió el postillón sonriéndose complacido—. ¿De dónde eres, violinista?

— No lo sé muy bien. Tal vez del lago de Garda contestó Rico siempre con la misma seriedad.

— ¡Vaya una respuesta! — exclamo el postillón examinando con mayor atención a1 muchacho que estaba ante él.

Rico no tenía el aspecto de un vagabundo ni de un mendigo. Tenía buen aspecto, gracias a su chaqueta dominguera, sobre la cual caían los bucles negros de su bonita cabeza; el rostro era pequeño, de facciones finas y su mirada profunda y seria le daba noble aspecto, de manera que cuando se le había mirado una vez sentíase el deseo de contemplarlo otra.

Esto fue sin duda lo que pensó el postillón, porque, después de haber examinado al muchacho, le dijo con benevolencia:

— En la cara llevas escrito el pasaporte, hombrecito. Y éste no me dice nada malo, aunque no sepas de dónde eres. ¿Qué me darás si te dejo sentar a mi lado para recorrer una buena parte del camino?

Rico le miró como si dudase de la realidad de tal proposición. ¡Ir sentado en la diligencia y descender así hasta lo más profundo del valle! Jamás había soñado siquiera semejante felicidad. Pero ¿qué le daría en cambio al postillón?

— No tengo nada más que mi violín y no puedo dártelo — contestó Rico después de reflexionar unos instantes.

— ¿Y qué quieres que haga yo de esa caja vacía? —replicó riéndose el postillón —. Vamos, súbete por aquí y podrás hacer un poco de música para mí.

Rico no creía casi lo que acababa de oír, pero, sin embargo, no era ningún sueño. El postillón le ayudó a encaramarse por la rueda, luego lo izó al asiento y subió tras él. Los viajeros habían vuelto a ocupar sus asientos en el interior; cerraron la portezuela y la diligencia volvió a partir al trote por la carretera que descendía hacia el valle, aquella carretera tan conocida que Rico hábil mirado frecuentemente, desde arriba, diciéndose que le gustaría mucho bajar por ella. Ahora se realizaba su deseo y ¡de qué manera! Encaramado en su elevado asiento, entre el cielo y la tierra, Rico creía volar y no se resolvía a creer que, en realidad, fuese él mismo quien estaba allí.

Mientras tanto, el postillón, a quien su pequeño compañero intrigaba mucho, habría deseado saber a quién pertenecía.

— Vamos a ver, pequeña mercancía ambulante. Dime dónde está tu padre —le preguntó haciendo chasquear el látigo.

— Ha muerto — contestó Rico.

— ¡Ah! ¿Y dónde está tu madre?

— Ha muerto.

— ¡Ah! Tal vez tienes abuelo o abuela. ¿Dónde están?

— Han muerto.

— Pero, sin duda, tendrás en alguna parte un hermano o una hermana, ¿no es verdad?

— Han muerto — continuó diciendo Rico y repitiendo a cada pregunta su triste respuesta.

El postillón, en vista de que todo el mundo había muerto, dejó prudentemente la parentela a un lado y siguió preguntando:

— ¿Cómo se llamaba tu padre?

— Enrico Trevillo, de Peschiera, a orillas del lago de Garda — contestó Rico.

El buen hombre se calló, reflexionando y explicándose las cosas a su modo. «Será algún niño a quien han llevado allá arriba, a las montañas; conviene, pues, que vuelva a su país». Y satisfecho de haber aclarado así el caso, ya no se preocupó más.

Cuando hubieron pasado más allá de los primeros contornos demasiado pendientes y la carretera empezó a descender con menos rapidez, el postillón añadió:

— Vamos a ver, violinista, tócame ahora una canción muy alegre.

Rico empuñó su violín y animado por el placer de viajar así bajo el hermoso cielo azul, entonó con su clara voz:

Corderillos que estáis en la colina, etc.

En la imperial de la diligencia iban sentados tres estudiantes que hacían un viaje de vacaciones y como Rico cantaba con toda su alma una copla tras otra, incluso las de Stineli, los estudiantes se echaron a reír ruidosamente, aplaudiendo a la vez y uno de ellos exclamó:

— ¡Alto, músico! Vuelve a empezar y cantaremos contigo.

Rico reanudó, pues, su canción y los estudiantes la entonaron a su vez cantando a pleno pulmón:

Corderillos, azul está el espacio…

Se interrumpían a cada momento y se reían con tal fuerza que ya no se oía siquiera el violín de Rico. Luego volvían a empezar y uno de ellos, actuando de solista, cantaba:

Quizás no hallara a su pesar motivo

De no absorberle un pensamiento aciago.

Después de eso, los demás continuaban:

Corderillos, azul está el espacio, etc.

Y así, sucesivamente, durante un largo rato. En cuanto Rico se disponía a interrumpirse, los estudiantes le gritaban:

— ¡Más! ¡Continúa! ¡Continúa!

Y cada vez echaban a su gorra monedas de poco valor, hasta que, por fin, se formó un pequeño montoncito.

Los viajeros del interior habían abierto las ventanillas y asomaban la cabeza para oír la alegre canción. Rico la empezó por tercera vez, siempre acompañado por los estudiantes, que la habían dividido en solos y en coros. La voz del solista cantaba solemnemente:

El lago al otro lago se asemeja,

Ambos de las cascadas han nacido.

Y más adelante:

Quizás no hallara a su pesar motivo...

Y en los intervalos, el coro cantaba a pleno pulmón:

Corderillos, azul está el espacio...

Luego resonaban nuevas carcajadas interminables y después de ellas reanudaban el canto con mayor entusiasmo.

De pronto el postillón interrumpió el concierto; se iban a detener por segunda vez y los viajeros lo aprovecharían para comer. El postillón levantó a Rico del asiento y lo dejó en el suelo, cuidando de estrechar bien la gorra que contenía el dinero, porque Rico tenía bastante que hacer llevando su violín. El buen hombre estaba muy contento al entregarle aquella pequeña fortuna improvisada.

— Esto va muy bien — dijo —. Así podrás comer.

Los estudiantes echaron pie a tierra, uno tras otro, y quisieron examinar más de cerca al músico, a quien apenas habían visto desde su sitio. Cuando divisaron al muchachito, que era muy delgado y que llevaba el violín debajo del brazo, aumentaron su sorpresa y su alegría. A juzgar por la voz enérgica del cantor, habíanse figurado encontrar a un hombre ya hecho, de modo que su extrañeza no hizo más que redoblar lo cómico de la aventura. Rodearon al muchacho y todos entraron cantando en la posada. Allí, Rico tuvo que sentarse a una mesa bien dispuesta, entre dos estudiantes; éstos lo declararon su invitado y como cada uno quería servirle mejor que sus compañeros, Rico tuvo bien pronto ante él una comida como jamás la había visto en su vida entera.

— Y ¿Quién te ha enseñado tu canción, pequeño músico? —le preguntó uno de aquellos jóvenes.

— Stineli. Ella es quien la inventó —contestó Rico con la mayor gravedad.

Los tres estudiantes se miraron y se echaron a reír.

— Pues eso dice mucho en favor de Stineli — exclamó uno de ellos —. Vamos a brindar por ella.

Rico no tuvo más remedio que corresponder al brindis y bebió de muy buena gana a la salud de Stineli.

Cuando se levantaban de la mesa, para ponerse en camino, un hombre muy corpulento se acercó a Rico; llevaba en la mano un bastón tan enorme, que parecía un arbolito desarraigado, y de pies a cabeza iba vestido con un traje de color gris amarillento.

— Acércate, muchacho — le dijo —. Has cantado muy bien. Yo iba dentro del coche y te he oído. También yo me ocupo en corderillos; soy comerciante en carneros y ya que has cantado tan bien acerca de éstos y de los rebaños, recibirás algo de mi parte.

Diciendo estas palabras tomó una moneda de plata y la puso en la mano de Rico, quien había vaciado ya en su bolsillo el contenido de la gorra.

Hecho esto, aquel hombre volvió a ocupar su sitio en la diligencia, el postillón levantó a Rico como si fuese una pluma, para sentarlo en su asiento, y reanudaron el camino.

Así que la diligencia aminoraba un poco su marcha, los estudiantes pedían música. de modo que Rico tocó una tras otra todas las piezas de que podía acordarse por haberlas oído cantar a su padre. Y para terminar entonó:

Con alegría entono mis estrofas...

Al parecer, esta melodía más lenta había logrado adormecer dulcemente a los señores estudiantes, porque en la imperial reinó un gran silencio. A su vez se calló el violín; la brisa de la tarde era dulce y ligera. Las estrellas aparecían una tras otra y pronto el cielo estuvo centelleante sobre Rico. Éste empezó a pensar en Stineli, en su abuela y en lo que ambas harían en aquel momento. Se le ocurrió, de pronto, la idea de que a aquella hora era cuando resonaba en la aldea la campana de la tarde y que entonces la abuela les hacía recitar sus oraciones. Rico quiso rezar para forjarse la ilusión de que estaba cerca de Stineli. Unió las manos y bajo el estrellado cielo repitió con recogimiento las palabras del Padrenuestro.

VOCABULARIO

Aminorar: Disminuir la cantidad, el tamaño, el valor o la intensidad de una cosa.

Benévolo: Que tiene buena voluntad o afecto hacia alguien sobre el que tiene poder o autoridad; en especial, que se muestra indulgente o tolerante.

Brindis: Expresar un bien deseado a alguien o algo a la vez que se levanta la copa con vino o licor antes de beber.

Bucle: Rizo de cabello en forma helicoidal.

Corpulento: Que tiene mucho cuerpo.

Facción: Cada uno de los rasgos del rostro humano.

Invectiva: Discurso oral o escrito que contiene una censura violenta, agria y dura contra alguien o algo.

Parentela: Conjunto de parientes de una persona.

Postillón: Postillón era el mozo que iba a caballo delante de las postas, ganado o viajeros para guiarlos.

Refunfuñar: Emitir sonidos no articulados o palabras murmuradas entre dientes en señal de enojo o desagrado.

Resonar: Prolongarse o amplificarse un sonido por repercusiones repetidas.

Capítulo 12. Siempre más lejos

También Rico terminó por dormirse. No se despertó más que cuando se sintió levantado del asiento y depositado en el suelo. Todos los viajeros bajaban de la diligencia; los estudiantes se acercaron a él para estrecharle la mano y desearle buen viaje. Y uno de ellos le dijo al despedirse:

— Darás nuestros recuerdos a Stineli.

Luego desaparecieron en una calle vecina y, desde lejos, Rico les oyó repetir:

Corderillos, azul está el espacio...

La noche era muy oscura; Rico, en pie y en el centro de la calle, no tenía la menor idea del lugar en que se hallaba ni de lo que debía hacer. Recordó de pronto que aún no había dado las gracias al postillón por haberle llevado tan lejos, pero éste desapareció con sus caballos y todo quedó envuelto en las tinieblas. Un poco más lejos una linterna alumbraba la calle y Rico se dirigió hacia allá. La linterna estaba colgada sobre la puerta de la cuadra donde acababan de meter los caballos. Cerca de allí, el hombre del bastón enorme parecía esperar al postillón. Rico se acercó para esperar con él. El tratante en carneros, que no lo había reconocido en seguida, a causa de la oscuridad, exclamó de pronto:

— ¡Cómo! ¿Eres tú todavía, pequeño? ¿Dónde piensas pasar la noche?

— No lo sé — contestó Rico.

— ¡Mil diablos! ¡A las once de la noche, un pequeño como tú y en un lugar desconocido... !

El ganadero pronunció estas palabras con voz jadeante, porque la agitación le cortó el aliento; pero no pudo terminar su frase, porque como el postillón acababa de salir de la cuadra, Rico se dirigió a su encuentro y le dijo:

— Quisiera darle las gracias por haberme traído hasta aquí.

— Has hecho bien en presentarte, porque los caballos me habían hecho olvidar casi que tenía la intención de recomendarte a uno de mis amigos.

Y volviéndose hacia el ganadero, le dijo:

— Oiga usted, amigo. Ya que se dirige por el lado de Bérgamo, ¿no querría llevar consigo a este muchacho? Creo que ha de ir a alguna parte en la orilla del lago de Garda. Es uno de estos muchachos que van y vienen, como hay tantos, ¿comprende usted lo que quiero decirle?

El ganadero recordó, de pronto, todas las historias imaginables de niños robados y perdidos. Después de examinar a Rico a la luz de la linterna, con ojos compasivos, dijo al postillón en voz baja:

— Parece una espada fuera de su vaina. Sin duda alguna este chico ha nacido para llevar otro traje que ése. Yo lo llevaré.

Luego, después de hablar por unos momentos del ganado, el postillón y el tratante se despidieron. Este último hizo seña a Rico para que lo siguiera. Pocos momentos después entraba en una casa poco distante y se encaminaba a la sala de la posada, y él y Rico se sentaron en un rincón.

— Ahora vamos a examinar tu fortuna —dijo aquel hombre—, y veremos hasta dónde puede llevarte. ¿Adónde quieres ir?

— A Peschiera, a orillas del lago de Garda.

Al dar esta respuesta invariable, Rico sacó el dinero del bolsillo; formaba ya un agradable montoncito y encima de él puso la moneda de plata.

— ¿Es la única que tienes? — preguntó el ganadero.

— Sí. Usted me la ha dado.

El ganadero se sintió satisfecho por haber sido el único que le diera una moneda de plata y por el hecho de que el muchacho lo recordase. Sintió deseo de darle algo más.

Cuando les pusieron delante la cena que había encargado, el compañero de Rico se volvió hacia éste y le dijo:

— Esta noche pago yo. Así podrás conservar intacta tu fortuna para mañana.

Pero Rico estaba tan fatigado por el largo viaje y por haber cantado y tocado tanto, que apenas pudo tragar bocado.

Después de cenar subió con su protector a la habitación donde ambos habían de pasar la noche, y apenas se echó en la cama cuando se quedó profundamente dormido.

A la mañana siguiente, muy temprano, se sintió sacudido por una mano muy vigorosa. En un abrir y cerrar de ojos se puso en pie; su compañero de viaje estaba ya vestido del todo y empuñaba el bastón. Rico no le hizo esperar mucho, pues, en pocos instantes, estuvo dispuesto a marchar y con el violín bajo el brazo. Siguió al hombre a la sala de la posada, en donde les sirvieron café. El corpulento ganadero recomendó a Rico que se desayunara bien, porque les esperaba un largo viaje que le abriría el apetito. En cuanto hubieron desempeñado esta tarea a conciencia, los viajeros se pusieron en camino. Después de un gran rato de andar, llegaron a una revuelta del camino, y Rico, con los ojos muy abiertos, vio que se presentaba de pronto a sus miradas un grande y brillante lago; muy excitado, exclamó:

— ¡El lago de Garda!

— ¡Oh, no, aún falta mucho, hombrecito! No estamos más que en el lago de Como — replicó su protector.

Subieron en seguida a un barco de vapor y así navegaron algún tiempo. Rico miraba tan pronto las alegres orillas como las ondas azules del lago y le parecía sentir en su rostro el soplo del país natal.

De pronto sacó del bolsillo su moneda de plata y la puso sobre la mesa.

— ¡Hola! ¿Tienes ya demasiado dinero? —preguntó el ganadero, que, con ambas manos apoyadas en su bastón, lo contemplaba muy asombrado.

— Hoy me toca pagar a mí. Usted mismo lo dijo contestó Rico.

— Por lo menos prestas atención a lo que te dicen y esto es una buena condición. Pero no se pone así como así el dinero sobre la mesa. Dámelo.

Se levantó y se alejó para tomar los billetes. Cuando sacó su gran bolsa de cuero bien provista, porque regresaba de un viaje de negocios, no pudo resolverse a dar en la ventanilla la única moneda de plata del muchacho, de modo que se la devolvió con su billete, diciendo:

— Toma, mañana necesitarás tu moneda de plata mucho más que hoy. Por el momento estás aún conmigo, mas nadie sabe lo que será de ti después. Cuando ya no estemos juntos y hayas llegado allí abajo, ¿sabrás encontrar la casa a donde debes ir?

— No. No Conozco casa alguna — contestó Rico.

El ganadero, en extremo asombrado, empezó a creer que aquella historia era muy misteriosa, pero no lo dio a entender, aunque ya no hizo más preguntas. ¿Para qué? Indudablemente, no podría ponerlo en claro. Proponíase pedir, más pronto o más tarde, algunos informes más amplios al conductor de la diligencia que, sin duda, estaba más enterado, tal vez más aún que el mismo muchacho.

En cuanto a éste, le inspiraba gran compasión, porque con él iba a perder su protector.

Cuando se detuvo el vapor, el ganadero cogió a Rico por la mano, diciendo:

— Así no te perderé y andarás mejor; ahora se trata de andar de prisa, porque esta gente no espera mucho.

Rico seguía con dificultad los grandes pasos de su compañero. No miraba a derecha ni a izquierda y, de pronto, se encontró ante una fila de vehículos que le parecieron muy raros. Siguió al ganadero, que entró por una escalerilla en uno de aquellos vehículos y, por vez primera en su vida, Rico se vio en un ferrocarril. Después de un trayecto de una hora, poco más o menos, el ganadero se levantó y dijo:

— Ya he llegado a mi destino, pues estamos cerca de Bérgamo. Tú quédate sentado hasta que alguien venga a buscarte, según lo he dispuesto. Entonces no tendrás que hacer otra cosa sino bajar, porque habrás llegado.

— ¿De modo que estaré en Peschiera y a orillas del lago de Garda? — preguntó Rico.

Su compañero le contestó afirmativamente. Rico le dio las gracias lo mejor que supo, porque había comprendido muy bien todo lo que el bondadoso ganadero hiciera en su obsequio. Entonces se despidieron y se separaron con gran pesar de ambos.

Rico permaneció inmóvil en su rincón, en donde pudo entregarse a sus ensueños, porque ya nadie se cuidaba de él. Hacía cerca de tres horas que estaba inmóvil en el mismo lugar, cuando el tren se detuvo una vez más después de otras muchas estaciones. Entró un conductor en el compartimiento, cogió a Rico por el brazo y, a toda prisa, le hizo bajar la escalerilla del vagón. Luego, señalando con el dedo la parte inferior de la eminencia por la que pasaba el ferrocarril, dijo lacónicamente:

— Peschiera.

En un abrir y cerrar de ojos subió de nuevo al vagón, silbó el tren y desapareció todo.

VOCABULARIO

Lacónico: Que es breve o conciso.

Obsequio: Cosa que se da a una persona como muestra de afecto o de consideración.

ILUSTRACIONES

Mapa del lago Como (Italia)


Bérgamo

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