Pollyanna
Eleanor Hodgman Porter
Capítulos 29 al 32
Capítulo 29
A través de una ventana
Uno a uno, los cortos días de invierno fueron pasando, aunque para Pollyanna no eran nada cortos. Cada día se le hacía más largo y doloroso. A pesar de todo, afrontaba todo con ánimo y alegría. ¿Cómo no iba a hacerlo ahora que su propia tía Polly jugaba con ella al juego? Y tía Polly encontró tantas cosas, también, de las que alegrarse...
Ahora Pollyanna, al igual que la señora Snow, se dedicaba a hacer punto y tejía maravillosas prendas de vivos colores y, también como la señora Snow, se alegraba de poder utilizar sus brazos y sus manos.
Ocasionalmente, ya recibía a algunas personas y continuaban llegando mensajes de cariño de todas partes. Ya la habían visitado John Pendleton una vez y Jimmy Sean dos veces. John Pendleton le contó lo bien que se portaba Jimmy Sean y Jimmy le contó lo estupendo que era John Pendleton y lo contento que estaba de que él fuera su «familia». Y los dos le agradecían que ella los hubiera unido.
— Lo que hace que me sienta todavía más feliz por haber tenido mis piernas —comentaba Pollyanna.
El invierno pasó y la primavera empezaba a brotar. El estado de la pequeña no había mejorado, a pesar de los distintos tratamientos, y todo el mundo temía que los pronósticos del doctor Mead fueran ciertos.
Todo el mundo seguía de cerca el curso de la enfermedad. Y en particular, un hombre sufría con ansiedad cuando se enteraba, diariamente, de cómo iban las cosas. Con el transcurrir de los días, y dado que las noticias no mejoraban sino que incluso tendían a empeorar, a aquel sentimiento de ansiedad fue sumándosele una tenaz determinación. Al final, la tenaz determinación ganó la partida, y fue entonces cuando John Pendleton, un sábado por la mañana, y bastante inesperadamente, recibió la visita del doctor Thomas Chilton
— Pendleton —empezó el doctor abruptamente—, me dirijo a usted porque nadie tan bien como usted sabe cuáles son mis relaciones con la señorita rally Harrington.
John Pendleton no podía esconder su sorpresa. Sí, sabía algo de lo sucedido años atrás entre el doctor Chilton y la señorita Harrington, pero no había hablado de ello desde hacía por lo menos quince años o más.
— Sí —trató de decir con simpatía y comprensión.
— Pendleton, quiero ver a la niña.
Quiero examinarla. Tengo que examinarla.
— Bien, ¿y no puede hacerlo?
— ¿Qué si no puedo? Pendleton, usted sabe muy bien que hace más de quince años que no cruzo aquella puerta. Usted no sabe, pero ahora se lo diré, que la «señora» de la casa me dijo que la próxima vez que ella me pidiera que fuese, debía interpretar que pedía mi perdón y que todo continuaría como antes, lo que significa que ella se casaría conmigo. Quizá crea usted que ella ha pedido mi presencia, pero ¡no! ¡No es así!
— ¿Pero no podría ir aunque no se lo haya pedido?
El doctor frunció el ceño.
— Yo... Es muy difícil. .. También tengo mi orgullo. ¿Lo comprende usted, verdad?
— Pero si tanto interés tiene... ¿No podría tragarse el orgullo y olvidar la pelea?
— ¡Olvidar la pelea! — interrumpió el doctor con furia—. No estoy hablando de esa clase de orgullo. Si sólo fuera por eso, ya estaría allí, si fuera para bien. Es del orgullo profesional de lo que estoy hablando. Es una enferma y yo soy un doctor. No puedo presentarme allí y decir: «Aquí estoy, tómeme a su servicio»,
— Chilton... ¿Por qué se pelearon" —preguntó Pendleton.
El doctor hizo un gesto impaciente.
— ¿Que por qué? ¿Qué importa la razón de la pelea cuando todo se acaba? Cualquier discusión sobre el tamaño de una habitación o la profundidad de un río no importa. Lo grave está en los años de soledad y tristeza que siguieron a aquello. Quisiera pensar que no hubo tal pelea. Pendleton, tengo que ver a la niña. Es casi cuestión de vida o muerte. Significaría, y lo creo sinceramente, nueve posibilidades contra una ¡de que Pollyanna Whittier volviera a caminar!
Las palabras habían sido pronunciadas con claridad, y fueron dichas junto a la ventana abierta cercana a la silla de John Pendleton. Y estas palabras llegaron a los oídos de un chiquillo que arrancaba malas hierbas en el jardín.
Jimmy Sean, al oír esto, abrió los ojos
y prestó atención.
— ¡Caminar! ¡Pollyanna! — estaba diciendo John Pendleton—. ¿Qué quiere decir?
— Pendleton, por lo que he podido oír y averiguar, su caso es muy parecido al de un paciente a quien un doctor amigo mío ha ayudado. Durante años, ha estado investigando este tipo de lesiones. He estado en contacto con él y, en cierta manera, me he interesado siempre por esta especialidad. Y por lo que he oído... ¡Pero necesito ver a la niña!
John Pendleton se enderezó.
— ¡Sí! ¡Tiene que verla! ¿No podría intentar hablar con el doctor Warren?
— Me temo que no. El doctor Warren fue muy decente conmigo. Quiso consultarme sobre el caso, pero la señorita Harrington se negó tan rotundamente que no se atrevió a insistir. Pero, Pendleton, ¡tengo que verla! ¡Imagine lo que podría significar para la pequeña!... Pero ¿cómo vaya poder hacerlo si su tía no solicita mi ayuda? ¿Cómo? Alguien tendría de convencerla para que lo hiciera.
— Pero ¿cómo?
— No lo sé. Éste es el problema. Está demasiado enfadada y es demasiado orgullosa para pedirme que vaya, sobre todo después de lo que me dijo tiempo atrás. Pero cuando pienso en esta criatura. Condenada a esta miseria, y cuando pienso que quizá en mis manos está la posibilidad de salvarla.... pero que por culpa de estas tonterías llamadas orgullo profesional...
Yo... yo... —no terminó la frase. Con las manos en los bolsillos empezó a caminar arriba y abajo por la habitación.
— Si alguien pudiera hacerle ver... ¡Convencerla! —urgía John Pendleton—. Sí, pero ¿quién?
— No lo sé... No lo sé...
Afuera. Jimmy Sean se levantó con prisas.
— ¡Bien! ¡Pues yo sí que lo sé! — susurró... — ¡Yo voy a convencerla! Hablaré con la señorita Polly.
Y allá se fue corriendo, colina abajo.
Capítulo 30
Jimmy toma iniciativas
— Es Jimmy Bean. Desea hablar con usted, señora —anunció Nancy.
— ¿Conmigo? — preguntó sorprendida la señorita Polly—. ¿Estás segura de que no ha querido decir la señorita Pollyanna? Puede verla unos minutos, si quiere.
— Sí, señora. Ya se lo he dicho. Pero insiste en que es con usted con quien quiere hablar.
En el salón encontró al chico con los ojos muy abiertos y la cara sonrojada, que empezó a hablar inmediatamente.
— Señora, supongo que no debiera hacer lo que voy a hacer y decir, pero no puedo evitarlo. Es por Pollyanna, y por ella haría cualquier cosa, incluso encararme con usted si es necesario. Y creo que usted haría lo mismo si supiera que hay una posibilidad de que vuelva a caminar. Y por esto he venido, porque sé que no dejará pasar esta posibilidad por una tontería como orgullo y estas cosas. Sé que llamaría al doctor Chilton si supiera...
— ¿Cómo? — interrumpió la señorita Polly estupefacta e indignada.
Jimmy suspiró desesperado.
— Oiga, no pretendo molestarla. Por eso he empezado diciéndole que Pollyanna podría volver a caminar. Creí que me había entendido.
— Jimmy, ¿de qué estás hablando?
— Es lo que estoy tratando de decirle.
— Entonces, dímelo de una vez. Pero empieza por el principio y explícate con claridad. No mezcles las cosas, y recuerda que yo no sé de lo que me hablas.
— Está bien. El doctor Chilton ha venido hoy a ver al señor Pendleton y se han puesto a hablar en la biblioteca. ¿Entiende?
— Sí, Jimmy.
— Bien, la ventana estaba abierta y yo estaba abajo arrancando malas hierbas y les he oído hablar.
— ¡Oh, Jimmy! ¿Estabas escuchando?
— No hablaban de mí ni me estaba escondiendo —protestó Jimmy—. Y además, me alegro de haber escuchado. Y usted también cuando lo sepa... ¡Podría hacer que Pollyanna volviese a caminar!
— Jimmy... ¿Qué quieres decir? —la señorita Polly le escuchaba con ansiedad.
— Bueno, ahora se lo explico. El doctor Chilton conoce a un doctor de no sé dónde que puede curar a Pollyannna. Cree que puede volver a caminar, pero no puede asegurarlo mientras no la vea. Y tiene un gran deseo de examinarla, pero le explicó al señor Pendleton que usted no lo permitiría.
La señorita Polly enrojeció sobremanera.
— Pero, Jimmy, no puedo, ¡no podía! Pero tampoco sabía nada — la señorita Polly jugaba nerviosamente con las manos, sintiéndose totalmente indefensa.
— Por eso he venido. ¡Para que lo supiera! —contestó Jimmy con ansiedad—. Decían que por no sé qué razón (no lo entendí muy bien) usted no permitiría que viniera el doctor Chilton y que se lo había dicho así al doctor Warren. Por eso el doctor Chilton no se atrevía a venir, sin su permiso, por lo del orgullo profesional y todas estas cosas. Y deseaban que alguien pudiera convencerla, hacerle ver, y no sabían quién podría hacerlo. Y por eso yo me dije a mí mismo «¡Pues yo lo haré!» Y aquí estoy... y... ¿Me ha comprendido esta vez?
— Sí, pero Jimmy, ¿Quién era ese doctor? —imploró la señorita Polly—. ¿Quién es? ¿Qué descubrimiento ha hecho? ¿Estás seguro de que podría hacer que Pollyanna volviese a caminar?
— No tengo ni idea de quién es ese doctor. No dijeron nada. El doctor Chilton lo conoce y acaba de curar un caso parecido. Pero lo que les preocupaba era usted y no el otro doctor, porque usted no permite que el doctor Chilton examine a Pollyanna. Pero ahora... Ahora sí que se lo permitirá, ¿verdad? ¿Verdad, señorita Harrington?
Por un momento, Jimmy creyó que la señorita Polly se iba a poner a llorar, pero tras un minuto, dijo temblorosa:
— Sí... Permitiré al doctor Chilton... que la vea. Ahora corre a tu casa, Jimmy. Tengo que hablar con el doctor Warren que está arriba con Pollyanna.
Algo más tarde, el doctor Warren se sorprendía de ver a una señorita Harrington totalmente descompuesta por la emoción, y aún se sorprendió más cuando con voz entrecortada le dijo:
— Doctor Warren, usted me pidió una vez que llamáramos al doctor Chilton para consultarle el caso y yo... me negué. Bien, he reconsiderado su petición y me gustaría mucho que le pidiera que viniera. ¿Podría hacerlo, por favor? Muchas gracias.
Capítulo 31
Un tío nuevo
Cuando el doctor Warren volvió a entrar en la habitación de Pollyanna, que yacía mirando los arcos iris en el techo, un hombre alto y corpulento le seguía de cerca.
— ¡Doctor Chilton! ¡Oh, doctor Chilton! ¡Qué feliz que me hace verle! — lloró Pollyanna— . Pero... Pero si tía Polly no desea...
— Todo va bien, pequeña; no te preocupes —susurró la señorita Polly agitada—. Le he pedido al doctor Chilton que esta mañana también te examine él, junto con el doctor Warren.
— ¡Oh, entonces ha sido usted quien le ha pedido que viniera! — murmuró Pollyanna contenta.
— Sí, querida. Se lo he pedido. Bueno, quiero decir que... —pero era demasiado tarde. La alegría en los ojos del doctor Chilton era inconfundible y la señorita Polly lo había visto. Con las mejillas encendidas salió apresuradamente de la habitación.
Cerca de la ventana, la enfermera charlaba animadamente con el doctor Warren. El doctor Chilton tomó las manos de Pollyanna entre las suyas.
— Pollyanna, creo que el resultado más hermoso que hayas nunca conseguido con tu juego lo has conseguido hoy.
Una tía Polly maravillosamente distinta y temblorosa se acercó al lado de la niña. La enfermera ya se había retirado. Estaban los tres solos en la habitación.
— Pollyanna querida, tú vas a ser la primera en saberlo. Pronto, muy pronto, podrás considerar como tu tío al doctor Chilton. Y todo, gracias a ti. Oh, Pollyanna... ¡Estoy tan contenta! ¡Tan feliz, querida mía!
Pollyanna empezó a aplaudir de contenta, pero paró de repente y preguntó:
— Tía Polly... Tía Polly, ¿fueron de usted las manos y el corazón de mujer que él deseó tiempo atrás? ¡Claro! ¡Seguro que sí! Por eso ha dicho que he conseguido hoy el resultado más hermoso con mi juego. ¡Qué feliz que soy! Incluso... ¡Incluso creo que soy tan feliz que ya no me importan mis piernas!
Tía Polly tragó saliva.
— Quizá algún día .... pequeña ...
Pero tía Polly no acabó la frase. Tía Polly no se atrevía todavía a abrir las esperanzas de la pequeña con lo dicho por el doctor Chilton. Sin embargo. dijo algo lo suficientemente hermoso para tranquilizar la mente de Pollyanna.
— Pollyanna, la semana que viene partirás de viaje. Te transportarán en coches y carruajes en una camilla muy confortable. Irás a casa de un gran doctor, muy lejos de aquí, pero que se dedica sólo a gente que tiene el mismo tipo de ... «heridas» ... que tú. Es un buen amigo del doctor Chilton y veremos qué puede hacer por ti...
Capítulo 32
Una carta de Pollyanna
Queridas tía Polly y tío Tom:
¡Puedo! ¡Ya puedo! ¡Ya puedo caminar! ¡Hoy he andado desde la ventana hasta mi cama! ¡Seis pasos! ¡Qué maravilloso ha sido poder estar otra vez de pie!
Todos los médicos me miraban y sonreían y las enfermeras casi han llorado... Una señora que empezó a caminar la semana pasada, y otra que cree que lo conseguirá de aquí a un mes, han venido expresamente a mi cama para celebrarlo. Incluso el negrito Tilly, que hace la limpieza, me iba llamando «pequeña, pequeña» cuando conseguía dejar de sollozar.
No acabo de entender por qué lloraban. ¡Yo lo que quería era cantar y gritar! ¡Sólo pensar que ya puedo! ¡Que ya puedo caminar! Ahora ya no me importa tener que quedarme aquí ¡ni que fueran diez meses! Y más cuando no me perdí la boda. ¡Oh, tía Polly! ¡Qué estupenda fue usted al venir a casarse aquí, junto a mí! ¡Siempre piensa en lo más fabuloso!
Dicen que pronto podré volver a casa. ¡Ojalá pudiera volver caminando todo el camino! Creo que nunca más desearé montar en calesa o ir en automóvil. ¡Será tan maravilloso poder... caminar! ... ¡Soy tan feliz! Creo que soy feliz por todo. Incluso me alegra haber «perdido» las piernas por un tiempo, ¡pues sólo así puede saberse lo maravilloso que es tenerlas!
¡Mañana caminaré ocho pasos!
Montones de besos y amor para todos.
Pollyanna
FIN
VOCABULARIO
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