Adoración de los Reyes

Adoración de los Reyes. Abraham Bloemaert, 1624

La visita de los Magos al Niño Jesús sólo es recogida por el evangelista Mateo (2, 1-12). Este relato evangélico, que no precisa el número de magos ni sus nombres ni el momento en que llegaron a ver al Niño y ofrecerle sus presentes, es el punto de partida para otros textos apócrifos –Protoevangelio de Santiago (XXI, 1-4), PseudoMateo (XVI, 1-2), Evangelio Árabe de la Infancia (VII, 1-3) y Evangelio Armenio de la Infancia (XI, 1-25)– que narran el citado episodio y ofrecen datos que aclaran las dudas planteadas, estableciendo también una secuencia temporal, una serie de escenas susceptibles de ser representadas por los artistas: Viaje de los Magos hacia Jerusalén-Belén, Entrevista con Herodes, Adoración al Niño, Sueño de los Magos y Viaje de regreso. De todos esos episodios, sin duda, la Adoración de los Magos es la más representada.

La Adoración de los Reyes Magos

La visita de los Magos al Niño Jesús sólo es recogida por el evangelista Mateo (2, 1-12). Este relato evangélico, que no precisa el número de magos ni sus nombres ni el momento en que llegaron a ver al Niño y ofrecerle sus presentes, es el punto de partida para otros textos apócrifos –Protoevangelio de Santiago (XXI, 1-4), PseudoMateo (XVI, 1-2), Evangelio Árabe de la Infancia (VII, 1-3) y Evangelio Armenio de la Infancia (XI, 1-25)– que narran el citado episodio y ofrecen datos que aclaran las dudas planteadas, estableciendo también una secuencia temporal, una serie de escenas susceptibles de ser representadas por los artistas: Viaje de los Magos hacia Jerusalén-Belén, Entrevista con Herodes, Adoración al Niño, Sueño de los Magos y Viaje de regreso. De todos esos episodios, sin duda, la Adoración de los Magos es la más representada.

El número de reyes

El primer “problema” que surge en torno a los Magos es saber cuántos eran.

Partiendo de los tres presentes –oro, incienso y mirra– que cita San Mateo, se ha supuesto que eran tres los magos que acudieron a adorar al Niño. Es el número que dan, por ejemplo, el Evangelio Árabe de la Infancia (VII, 1) y el Evangelio Armenio de la Infancia (XI, 1), relato que añade que eran reyes y además hermanos, y ofrece también sus nombres: “El primero era Melkon, rey de los persas; el segundo Gaspar, rey de los indios; y el tercero Baltasar, rey de los árabes”. También precisa las ofrendas que entregaron al Niño, señalando que, entre otros presentes, Melkon ofreció mirra, Gaspar entregó incienso, y Baltasar oro.

Esta relación entre los tres Reyes y las tres ofrendas no concuerda con la que ofrecen otros textos antiguos, aunque sí se trata de los mismos presentes –ya citados por San Mateo– y se mantienen los nombres de los Magos, cambiando únicamente Melkon por Melchor. Así, las Excerptiones, texto falsamente atribuido a Beda el Venerable, señala que “El primero de los magos fue Melchor, un anciano de larga cabellera cana y longa barba… fue él quien ofreció el oro, símbolo de la realeza divina. El segundo, llamado Gaspar, joven, imberbe, de tez blanca y rosada, honró a Jesús ofreciéndole incienso, símbolo de la divinidad. El tercero, llamado Baltasar, de tez morena, testimonió ofreciéndole mirra, que significa que el Hijo del Hombre debía morir”. Tenemos ya aquí una referencia a un mago de piel oscura, dato que, sin embargo, no va a tener reflejo o correspondencia en las manifestaciones artísticas hasta mediados del siglo XV, ya que se va a preferir representar a los Magos con edades decrecientes –60, 40 y 20 años, llega a precisar algún texto– como representantes de toda la humanidad.

Momento y lugar de la adoración al Niño

Otro aspecto controvertido, sobre el que discrepan los textos, es cuándo se produjo la visita de los Magos al Niño. San Mateo no lo precisa y sólo señala que la Sagrada Familia seguía en Belén, aunque en una casa y no en el establo. El Evangelio Árabe de la Infancia afirma que su llegada se produce a las pocas horas del Nacimiento del Niño, mientras que La leyenda dorada señala que el viaje dura solo trece días, gracias a que los Magos usaron dromedarios. El Evangelio Armenio de la Infancia, por su parte, comenta que los Magos llegaron tres días después del Nacimiento y que su viaje había durado nueve meses, en tanto que el Pseudo-Mateo afirma que habían transcurrido dos años desde el alumbramiento. Se justificaría así la orden dada por Herodes de matar a todos los niños menores de dos años al no saber con certeza dónde se encontraba el Niño.

En cualquier caso, la tradición artística casi siempre ha representado la Adoración de los Magos en el mismo escenario que el Nacimiento, como podemos apreciar en las tablas que reproducen dichas escenas en el Tríptico de la Vida de la Virgen de Dirk Bouts, fechado hacia 1445. Hans Memling, por su parte, también representa el mismo ambiente o espacio, aunque desde diferentes puntos de vista, en el Tríptico que realiza hacia 1479-80; así, en la escena de la Adoración de los Reyes, detrás de la Virgen se encuentra el recinto semicircular donde ha dado a luz a su Hijo, como se aprecia en la tabla lateral dedicada a la Natividad.

Una excepción a esta norma encontramos en el llamado Retablo de las Cuatro Pascuas pintado hacia 1612-14 por Juan Bautista Maíno para la iglesia de San Pedro Mártir de Toledo, integrado, entre otras obras, por dos lienzos representando la Adoración de los pastores y la Adoración de los Reyes. Ambas escenas trascurren en espacios diferentes y, lo más importante, el Niño presenta distinta apariencia; así, en la Adoración de los Magos ya está algo crecido y tiene el cabello más largo, como si hubiese transcurrido cierto tiempo desde su nacimiento, desde la escena anterior.

También se da la circunstancia de que, con relativa frecuencia, los artistas han representado el episodio de la Adoración de los Magos como una escena nocturna, aunque las fuentes no digan nada al respecto, a diferencia de lo que ocurría con la Adoración de los pastores, que si sucede de noche, inmediatamente después del parto. En las colecciones del Prado encontramos esas Adoraciones nocturnas en las obras pintadas por Rubens, Maíno y Velázquez, lo que se justificaría por el interés de los pintores barrocos por los efectos lumínicos y los contrastes de luces y sombras.

Análisis de los cuadros del museo del Prado

Pasando ya al análisis de las Adoraciones conservadas en el Prado, en tres de ellas, fechadas en el siglo XV, encontramos que los Magos –reyes coronados– presentan edades decrecientes, pero son todos ellos de raza blanca. En una de las tablas del Retablo de don Sancho de Rojas, realizado hacia 1415 por Juan Rodríguez de Toledo, el rey arrodillado tiene barba y cabellos blancos, otro lleva barba y cabellos castaños, y el tercero es imberbe. La misma iconografía y aspecto físico presentan los tres Reyes Magos que aparecen en la Adoración incluida en la predela de La Anunciación de Fra Angelico, fechada hacia 1426, con la particularidad de que aquí el rey arrodillado es el más joven de los tres. También Pedro Berruguete muestra a los Reyes con esa iconografía e idéntica actitud en dos sargas que representan una escena única y que pinta hacia 1493-99.

A partir de mediados del siglo XV, dentro del gusto por lo exótico que caracteriza la etapa final del Gótico, en la pintura flamenca y germana comienza a aparecer la figura de un rey negro, y uno de los primeros ejemplos se localiza en la Adoración de los Magos incluida por Dirk Bouts en su Tríptico de la Vida de la Virgen.

En realidad no se trata de un rey negro, sino de una figura con rasgos negroides que luce, además, un pendiente en su oreja izquierda. Pero en los Trípticos de la Adoración pintados por Hans Memling y por El Bosco ya se trata de un rey “totalmente” negro que lleva una exótica vestimenta, igual que en la Adoración de los Reyes realizada hacia 1500 por los Osona.

Coincidiendo con la aparición del rey negro, desaparecen las coronas que lucían los Reyes Magos, que a partir de ese momento llevarán ricos sombreros y tocados, sin que falten tampoco los exóticos turbantes alusivos al origen persa u oriental de los Magos. Únicamente Velázquez, en la Adoración de los Reyes que pinta en 1619, ha eliminado toda alusión a los tocados que suelen llevar los Magos, y su condición real o su alta dignidad tan solo viene marcada por los ricos presentes que ofrecen al Niño.

Posición y actitud de los Reyes y el Niño

Todas las Adoraciones muestran al primer rey, independientemente de su edad, arrodillado ante el Niño después de haberse despojado de su tocado, que suele aparecer en el suelo, en primer plano. En algunas representaciones el segundo de los reyes también se encuentra arrodillado o inicia una reverencia, como podemos ver en las obras de Bouts, Memling, El Bosco, Maíno y Velázquez, mientras que en el resto de representaciones permanece de pie junto a Baltasar, el rey negro, que siempre aparece en tercer lugar.

Rara vez el Niño permanece inmóvil e indiferente ante las ofrendas y el homenaje de los Magos –únicamente en la Adoración de los Magos pintada por Dirk Bouts, en el Tríptico de la Adoración de El Bosco y en la Adoración de los Reyes de Velázquez, aunque en este último caso se justifica porque el Niño está fajado y apenas puede moverse–. Lo habitual es que el Niño juegue con las monedas de oro que le entrega el primer Rey, como podemos ver en La Adoración de los Reyes de Pedro Berruguete, en la Adoración de los Reyes pintada por Pieter Coecke van Aelst o en la Adoración de los Magos ejecutada en 1609 por Rubens para el Ayuntamiento de Amberes.

Más frecuente resulta la representación del rey anciano besando el pie del Niño mientras este le bendice, iconografía que probablemente sigue el texto de las Meditaciones del Pseudo-Buenaventura, que dice: “Entonces besaron los pies del niño Jesús, con reverencia y devoción. Mas el Niño, muy sabio, para consolarlos más y para más esforzarlos en su amor, extendió su mano para que la besasen, los santiguó asimismo, y les bendixo”. Encontramos este tipo de imagen en el Retablo de don Sancho de Rojas, en la predela de La Anunciación de Fra Angelico, y también en las Adoraciones pintadas por Memling, los Osona, Morales y Maíno.

El espacio del portal

Otro elemento a destacar es la aparición de una mesa en la que el primer Rey ha depositado su ofrenda para poder besar los pies del Niño. Posiblemente sea un recurso para ambientar la “casa” donde se encuentra la Sagrada Familia cuando recibe la visita de los Magos de Oriente, y lo encontramos, por ejemplo, en las representaciones del tema pintadas por Hans Memling, Dirk Bouts y los Osona.

El cortejo

Un elemento que no falta en la representación de la Adoración de los Magos es la presencia de un rico cortejo, o de al menos algún acompañante, con la excepción del ya citado Retablo de don Sancho de Rojas, donde sólo aparecen los tres Magos junto a la Sagrada Familia, lo mismo que sucede en la escena que forma parte del Tríptico de la Vida de la Virgen de Dirk Bouts, y en las Adoraciones de los Osona y Luis de Morales. Por su parte, El Bosco, Maíno y Velázquez optan por incluir únicamente un paje acompañando a los Magos, de raza negra en los dos primeros casos, aunque Maíno incluye también otro personaje con un rico tocado, tradicionalmente identificado como su autorretrato. El resto de representaciones de esta escena ofrecen un amplio cortejo de acompañantes, destacando en el caso de la Adoración de los Reyes pintada por Memling los tres estandartes que aluden al sequito de cada Monarca. Fra Angelico y Rubens, por su parte, presentan también, además de numerosos sirvientes, los dromedarios que utilizaron los Magos para acudir a Belén a adorar al Niño. La Adoración de los Magos de Rubens es, sin duda, la más rica y compleja de todas las pinturas del Museo que narran este episodio, complejidad que aumentó considerablemente cuando el pintor flamenco amplió el lienzo durante su estancia en España en 1628-29, llegando a incluir su autorretrato –como caballero de morado con espada y cadena al cuello– en el extremo derecho como afirmación de su condición de ferviente católico adherido a los ideales y principios del Concilio de Trento.

Los ángeles

Para terminar con el análisis formal e iconográfico de las Adoraciones de los Magos actualmente expuestas en el Prado, cabe destacar la presencia en la tabla de Fra Angelico y en el lienzo de Rubens de ángeles en la parte superior de dichas composiciones, manifestación de la presencia divina, de la condición de Hijo de Dios del recién nacido. Como hemos comentado, la presencia de ángeles cantando o alabando al Niño se asocia fundamentalmente al episodio de la Adoración de los pastores, tal y como señalan las diferentes fuentes textuales.

La estrella de Belén

El último elemento o aspecto a comentar es la presencia de la estrella que acompañó a los magos en su viaje y les indicó el lugar exacto donde se encontraba el Niño. En la Adoración de los Magos pintada por El Bosco aparece en lo alto del luminoso cielo, muy lejos del portal donde se desarrolla la historia, por lo que pasa prácticamente desapercibida. Memling, por su parte, la sitúa justo encima del tejado del portal, en el extremo superior de la tabla, lo que, unido a su pequeño tamaño, hace que su presencia resulte a menudo inadvertida. Mejor se aprecia en la Adoración de Fra Angelico –justo encima de los ángeles–, en La Adoración de los Reyes de Pedro Berruguete –en la parte superior, sobre el buey y la mula–, y en La Adoración de los Magos de Morales, situada encima de la Virgen. Pero destaca especialmente la composición ejecutada por Maíno, en la que es esa estrella la que ilumina la escena principal y la que da testimonio de que aquí ha nacido el Hijo de Dios.

Evangelio de San Mateo, 2 1-12

"Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo».

Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén.

Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías.

«En Belén de Judea, –le respondieron–, porque así está escrito por el Profeta:

"Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel"».

Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje».

Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño.

Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra.

Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino".

Protoevangelio de Santiago (XXI, 1-4)

1. Y he aquí que José se dispuso a ir a Judea. Y se produjo un gran tumulto en Bethlehem, por haber llegado allí unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el Oriente, y venimos a adorarlo.

2. Y Herodes, sabedor de esto, quedó turbado, y envió mensajeros cerca de los magos, y convocó a los príncipes de los sacerdotes, y los interrogó, diciendo: ¿Qué está escrito del Cristo? ¿Dónde debe nacer? Y ellos contestaron: En Bethlehem de Judea, porque así está escrito. Y él los despidió. E interrogó a los magos, diciendo: ¿Qué signo habéis visto con relación al rey recién nacido? Y los magos respondieron: Hemos visto que su estrella, extremadamente grande, brillaba con gran fulgor entre las demás estrellas, y que las eclipsaba hasta el punto de hacerlas invisibles con su luz. Y hemos reconocido por tal señal que un rey había nacido para Israel, y hemos venido a adorarlo. Y Herodes dijo: Id a buscarlo, y, si lo encontráis, dadme aviso de ello, a fin de que vaya yo también, y lo adore.

3. Y los magos salieron. Y he aquí que la estrella que habían visto en Oriente los precedió hasta que llegaron a la gruta, y se detuvo por encima de la entrada de ésta. Y los magos vieron al niño con su madre María, y sacaron de sus bagajes presentes de oro, de incienso y de mirra.

4. Y, advertidos por el ángel de que no volviesen a Judea, regresaron a su país por otra ruta. 

PseudoMateo (XVI, 1-2)

XVI 1. Y, transcurridos dos años, vinieron de Oriente a Jerusalén unos magos, que traían consigo grandes ofrendas, y que interrogaron a los judíos, diciéndoles: ¿Dónde está el rey que os ha nacido? Porque hemos visto su estrella en Oriente, y venimos a adorarlo. Y la nueva llegó al rey Herodes, y lo asustó tanto, que consultó a los escribas, a los fariseos y a los doctores del pueblo para saber por ellos dónde habían anunciado los profetas que debía nacer el Cristo. Y ellos respondieron: En Bethlehem de Judea. Porque está escrito: Y tu, Bethlehem, tierra de Judá, no eres la menor entre las ciudades de Judá, porque de ti debe salir el jefe que regirá a Israel, mi pueblo. Entonces el rey Herodes llamó a los magos, e inquirió de ellos el tiempo en que la estrella había aparecido. Y los envió a Bethlehem, diciéndoles: Id, e informaos exactamente del niño, y, cuando lo hayáis encontrado, anunciádmelo, a fin de que yo también lo adore.

2. Y, al dirigirse los magos a Bethlehem, la estrella les apareció en el camino, como para servirles de guía, hasta que llegaron adonde estaba el niño. Y los magos, al divisar la estrella, se llenaron de alegría, y, entrando en su casa, vieron al niño Jesús, que reposaba en el seno de su madre. Entonces descubrieron sus tesoros, e hicieron a María y a José muy ricos presentes. Al niño mismo cada uno le ofreció una pieza de oro. Después, uno ofreció oro, otro incienso y otro mirra. Y, como quisieran volver a Herodes, un ángel les advirtió en sueños que no hiciesen tal. Adoraron, pues, al niño con alegría extrema, y volvieron a su país por otro camino.

Evangelio Árabe de la Infancia (VII, VIII) 

Llegada de los magos

VII 1. Y la noche misma en que el Señor Jesús nació en Bethlehem de Judea, en la época del rey Herodes, un ángel guardián fue enviado a Persia. Y apareció a las gentes del país bajo la forma de una estrella muy brillante, que iluminaba toda la tierra de los persas. Y, como el 25 dcl primer kanun (fiesta de la Natividad del Cristo) había gran fiesta entre todos los persas, adoradores del fuego y de las estrellas, todos los magos, en pomposo aparato, celebraban magníficamente su solemnidad, cuando de súbito una luz vivísima brilló sobre sus cabezas. Y, dejando sus reyes, sus festines, todas sus diversiones y abandonando sus moradas, salieron a gozar del espectáculo insólito. Y vieron que una estrella ardiente se había levantado sobre Persia, y que, por su claridad, se parecía a un gran sol. Y los reyes dijeron a los sacerdotes en su lengua: 

¿Qué es este signo que observamos? Y, como por adivinación, contestaron, sin quererlo: Ha nacido el rey de los reyes, el dios de los dioses, la luz emanada de la luz.

Y he aquí que uno de los dioses ha venido a anunciarnos su nacimiento, para que vayamos a ofrecerle presentes, y a adorarlo. Ante cuya revelación, todos, jefes, magistrados, capitanes, se levantaron, y preguntaron a sus sacerdotes: ¿Qué presentes conviene que le llevemos? Y los sacerdotes contestaron: Oro, incienso y mirra.

Entonces tres reyes, hijos de los reyes de Persia, tomaron, como por una disposición misteriosa, uno tres libras de oro, otro tres libras de incienso y el tercero tres libras de mirra. Y se revistieron de sus ornamentos preciosos, poniéndose la tiara en la cabeza, y portando su tesoro en las manos. Y, al primer canto del gallo, abandonaron su país, con nueve hombres que los acompañaban, y se pusieron en marcha, guiados por la estrella que les había aparecido. Y el ángel que había arrebatado de Jerusalén al profeta Habacuc, y que había suministrado alimento a Daniel, recluido en la cueva de los leones, en Babilonia, aquel mismo ángel, por la virtud del Espíritu Santo, condujo a los reyes de Persia a Jerusalén, según que Zoroastro lo había predicho. Partidos de Persia al primer canto del gallo, llegaron a Jerusalén al rayar el día, e interrogaron a las gentes de la ciudad, diciendo: ¿Dónde ha nacido el rey que venimos a visitar? Y, a esta pregunta, los habitantes de Jerusalén se agitaron, temerosos, y respondieron que el rey de Judea era Herodes.

2. Sabedor del caso, Herodes mandé a buscar a los reyes de Persia, y, habiéndolos hecho comparecer ante él, les preguntó: ¿Quiénes sois? ¿De dónde venís? ¿Qué buscáis? Y ellos respondieron: Somos hijos de los reyes de Persia, venimos de nuestra nación, y buscamos al rey que ha nacido en Judea, en el país de Jerusalén. Uno de los dioses nos ha informado del nacimiento de ese rey, para que acudiésemos a presentarle nuestras ofrendas y nuestra adoración. Y se apoderó el miedo de Herodes y de su corte, al ver a aquellos hijos de los reyes de Persia, con la tiara en la cabeza y con su tesoro en las manos, en busca del rey nacido en Judea. Muy particularmente se alarmó Herodes, porque los persas no reconocían su autoridad. Y se dijo: El que, al nacer, ha sometido a los persas a la ley del tributo, con mayor razón nos someterá a nosotros. Y, dirigiéndose a los reyes, expuso: Grande es, sin duda, el poder del rey que os ha obligado a llegar hasta aquí a rendirle homenaje. En verdad, es un rey, el rey de los reyes. Id, enteraos de dónde se halla, y, cuando lo hayáis encontrado, venid a hacérmelo saber, para que yo también vaya a adorarlo. Pero Herodes, habiendo formado en su corazón el perverso designio de matar al niño, todavía de poca edad, y a los reyes con él, se dijo: Después de eso, me quedará sometida toda la creación.

3. Y los magos abandonaron la audiencia de Herodes, y vieron la estrella, que iba delante de ellos, y que se detuvo por encima de la caverna en que naciera el niño Jesús. En seguida cambiando de forma, la estrella se torné semejante a una columna de fuego y de luz, que iba de la tierra al cielo. Y penetraron en la caverna, donde encontraron a María, a José y al niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre.

Y, ofreciéndole sus presentes, lo adoraron. Luego saludaron a sus padres, los cuales estaban estupefactos, contemplando a aquellos tres hijos de reyes, con la tiara en la cabeza y arrodillados en adoración ante el recién nacido, sin plantear ninguna cuestión a su respecto. Y María y José les preguntaron: ¿De dónde sois? Y ellos les contestaron: Somos de Persia. Y María y José insistieron: ¿Cuándo habéis salido de allí? Y ellos dijeron:

Ayer tarde había fiesta en nuestra nación. Y, después del festín, uno de nuestros dioses nos advirtió: Levantaos, e id a presentar vuestras ofrendas al rey que ha nacido en Judea. Y, partidos de Persia al primer canto del gallo, hemos llegado hoy a vosotros, a la hora tercera del día.

4. Y María, agarrando uno de los pañales de Jesús, se lo dio a manera de eulogio. Y ellos lo recibieron de sus manos de muy buen grado, aceptándolo, con fe, como un presente valiosísimo. Y, cuando llegó la noche del quinto día de la semana posterior a la natividad, el ángel que les había servido antes de guía, se les presenté de nuevo bajo forma de estrella. Y lo siguieron, conducidos por su luz, hasta su llegada a su país.

Vuelta de los magos a su tierra

VIII 1. Los magos llegaron a su país a la hora de comer. Y Persia entera se regocijó, y se maravilló de su vuelta.

2. Y, al crepúsculo matutino del día siguiente, los reyes y los jefes se reunieron alrededor de los magos, y les dijeron: ¿Cómo os ha ido en vuestro viaje y en vuestro retorno? ¿Qué habéis visto, qué habéis hecho, qué nuevas nos traéis? ¿Y a quién habéis rendido homenaje? Y ellos les mostraron el pañal que les había dado María. A cuyo propósito celebraron una fiesta, a uso de los magos, encendiendo un gran fuego, y adorándolo. Y arrojaron a él el pañal, que se tomé en apariencia fuego. Pero, cuando éste se hubo extinguido, sacaron de él el pañal, y vieron que se conservaba intacto, blanco como la nieve y más sólido que antes, como si el fuego no lo hubiera tocado.

Y, tomándolo, lo miraron bien, lo besaron, y dijeron: He aquí un gran prodigio, sin duda alguna. Este pañal es el vestido del dios de los dioses, puesto que el fuego de los dioses no ha podido consumirlo, ni deteriorarlo siquiera. Y lo guardaron preciosamente consigo, con fe ardiente y con veneración profunda. 

Evangelio Armenio de la Infancia (XI, 1-25)

De cómo los magos llegaron con presentes, para adorar al niño Jesús recién nacido

XI 1. Y José y María continuaron con el niño en la caverna, a escondidas y sin mostrarse en público, para que nadie supiese nada. Pero al cabo de tres días, es decir. el 23 de tébeth, que es el 9 de enero, he aquí que los magos de Oriente, que habían salido de su país hacía nueve meses, y que llevaban consigo un ejército numeroso, llegaron a la ciudad de Jerusalén. El primero era Melkon, rey de los persas; el segundo, Gaspar, rey de los indios; y el tercero, Baltasar, rey de los árabes. Y los jefes de su ejército, investidos del mando general, eran en número de doce. Las tropas de caballería que los acompañaban, sumaban doce mil hombres, cuatro mil de cada reino. Y todos habían llegado, por orden de Dios, de la tierra de los magos, su patria, situada en las regiones de Oriente. Porque, como ya hemos referido, tan pronto el ángel hubo anunciado a la Virgen María su futura maternidad, marchó, llevado por el Espíritu Santo, a advertir a los reyes que fuesen a adorar al niño recién nacido. Y ellos, habiendo tomado su decisión, se reunieron en un mismo sitio, y la estrella que los precedía, los condujo, con sus tropas, a la ciudad de Jerusalén, después de nueve meses de viaje.

2. Y acamparon en los alrededores de la ciudad, donde permanecieron tres días, con los príncipes de sus reinos respectivos. Aunque fuesen hermanos e hijos de un mismo padre, ejércitos de lenguas y nacionalidades diversas caminaban en su séquito. El primer rey, Melkon, aportaba, como presentes, mirra, áloe, muselina, púrpura, cintas de lino, y también los libros escritos y sellados por el dedo de Dios. El segundo rey, Gaspar, aportaba, en honor del niño, nardo, cinamomo, canela e incienso. Y el tercer rey, Baltasar, traía consigo oro, plata, piedras preciosas, perlas finas y zafiros de gran precio.

3. Y, cuando llegaron a la ciudad de Jerusalén, el astro que los precedía, ocultó momentáneamente su luz, por lo que se detuvieron e hicieron alto. Y los reyes de los magos y las numerosas tropas de sus caballeros se dijeron los unos a los otros: ¿Qué hacer ahora, y en qué dirección marchar? Lo ignoramos, porque la estrella nos ha guiado hasta hoy, y he aquí que acaba de desaparecer., abandonándónos y dejándonos en angustioso apuro. Vamos, pues, a informarnos respecto al niño, y busquemos el lugar exacto en que esté, y después proseguiremos nuestra ruta. Y todos convinieron unánimemente en que esto era lo más puesto en razón.

4. Y el rey Herodes, al ver la numerosa caballería que acampaba, amenazadora, alrededor de la ciudad, concibió vivo temor. Y, poniéndose a reflexionar, se dijo: ¿Quiénes son esos hombres que acampan ahí con un ejército numeroso, y que disponen de una fuerza enorme, de tesoros, de vastas riquezas y de objetos de lujo? Ninguno de ellos ha venido a presentarse a mí, y sus jefes son en tal medida grandes y victoriosos, que no han dado un solo paso para cumplimentarme. Luego el rey mandó llamar a los príncipes de su corte y a sus más altos dignatarios y, reunidos en concejo, se dijeron los unos a los otros: ¿Cómo obraremos con esas gentes, que traen un ejército numeroso a sus órdenes, y que son jefes aguerridos?

5. Y los príncipes dijeron a Herodes: ¡Oh rey, ordena que se guarde bien esta ciudad por los guerreros de tu guardia, no sea que esos extranjeros la sorprendan clandestinamente, se apoderen de ella a viva fuerza, y conduzcan a los habitantes en cautividad! El rey repuso: Habláis bien, pero valgámonos antes de medios amistosos, y después veremos. Y los príncipes dijeron: ¡Oh rey, dispón que todas tus tropas se reúnan, que desplieguen vigilante energía, y que se mantengan atentas y sobre las armas! Y, en el ínterir, enviad a esas gentes como diputados a varones hábiles, que vayan a parlamentar con ellos, y que les pregunten, al justo y en detalle, de dónde vienen y adónde van.

6. Entonces Herodes eligió a tres príncipes, hombres doctos y letrados, para que fuesen a entrevistarse con los extranjeros de parte suya. Y, llegando a éstos, unos y otros se saludaron con mutua consideración, y se sentaron. Y los príncipes dijeron: Hombres venerables y reyes poderosos, explicadnos el motivo de vuestro advenimiento a nuestro país. Los magos dijeron: ¿Por qué nos hacéis esa pregunta, si somos nosotros los que venimos a interrogaros? Procedemos de Persia, comarca lejana, y tenemos prisa en proseguir nuestra ruta. Los príncipes dijeron: Escuchadnos, por amor de Dios. Nuestro rey está en la ciudad, y, al notar que os establecíais aquí en observación, esperaba que os presentaseis a él, pues querría veros, oíros, hablaros, y conversar con vosotros. Mas, como no os apresuraseis a ir a visitarlo, nos ha enviado en vuestra busca, para invitaros a que os personéis en su palacio, a fin de informarse, con todo respeto, de vuestras intenciones, y saber lo que deseáis.

7. Los magos dijeron: ¿Y para qué nos requiere vuestro rey? Si él tiene alguna cuestión que plantearnos, nosotros, por nuestra parte, nada tenemos que ver, nada que oír, nada que manifestar a nadie. Los príncipes dijeron: ¿Venís, pues, como amigos o con designios violentos? Los magos dijeron: Libre y gozosamente hemos venido de nuestra nación aquí. Nadie nos ha sometido a semejante interrogatorio, ¡y vosotros pretendéis ahora sondearnos! Los príncipes dijeron: El rey es quien nos ha mandado venir a veros, a oíros y a hablaros. Desde que habéis acampado en las afueras, un olor de esencias aromáticas ha salido de vuestras tiendas, y llenado toda nuestra ciudad. ¿Sois mercaderes, que os dedicáis al gran comercio, o poderosos señores familiares de reyes, que traéis en abundancia perfumes refinados de todas las flores preciosas, los cuales tratan de cambiar en algún país rico? Los magos dijeron: Nada de eso somos, ni nada tenemos que vender, y sólo preguntamos por nuestro camino.

8. Los príncipes preguntaron: ¿Qué camino? Y los magos contestaron: Aquel por el que el Señor nos conducirá, en la justicia, hasta el país del bien. Por orden de Dios y de común acuerdo, hemos venido aquí. Hace nueve meses que nos pusimos en marcha, y no pudimos aún llegar a tiempo a nuestro destino. La estrella que nos guiaba, nos precedía de continuo, y, al terminar cada etapa de nuestro viaje, se estacionaba sobre nuestras cabezas. Cuando, puestos de nuevo en camino, apresurábamos la marcha, la estrella, dejada atrás, tomaba otra vez la delantera, y así hasta este lugar. Ahora, su luz, ha desaparecido de nuestra vista, y, sumidos en la incertidumbre, no sabemos qué hacer.

9. Y los príncipes fueron a contar al rey todo lo que les participaron los magos. Entonces Herodes se decidió a ir en persona a entrevistarse con ellos, y, así que estuvo en su campamento, les preguntó: ¿Con qué propósito habéis hecho tan largo viaje a esta tierra, con ejército tan numeroso y con presentes tan ricos? Y los magos contestaron: Venimos de Persia, del Oriente. Por razón de nuestra nacionalidad, se nos llama magos. Hemos llegado aquí conducidos por una estrella, y la causa de nuestro viaje es haber visto en nuestro país que un rey ha nacido en el país de Judea. Nuestro objeto es visitarlo y adorarlo.

10. Herodes, que tal oyó, quedó profundamente turbado y empavorecido. Él interrogó a los extranjeros: ¿De quién habéis sabido lo que decís, o quién os lo ha contado? Y los magos respondieron: De ello hemos recibido de nuestros antepasados el testimonio escrito, que se guardó bajo pliego sellado. Y, durante largos años, de generación en generación, nuestros padres y los hijos de sus hijos han permanecido en expectación, hasta el momento en que aquella palabra se ha realizado ante nosotros, puesto que en una visión se nos ha manifestado, por mandato de Dios y por ministerio de un ángel. Y hemos llegado a este lugar, que nos ha indicado el Señor. Herodes dijo: ¿De dónde proviene ese testimonio, sólo de vosotros conocido?

11. Los magos dijeron: Nuestro testimonio no proviene de hombre alguno. Es una orden divina concerniente a un designio que el Señor ha prometido cumplir en favor de los hijos de los hombres, y que se ha conservado entre nosotros hasta el día. Herodes dijo: ¿Dónde está ese libro, que vuestro pueblo posee con exclusión de todo otro? Los magos dijeron: Ningún Otro pueblo lo conoce, ni de oídas, ni por su propia inteligencia, y sólo nuestro pueble posee de él un testimonio escrito. Porque, cuando Adán hubo abandonado al Paraíso, y cuando Caín hubo matado a Abel, el Señor concedió a nuestro primer padre el nacimiento de Seth, el hijo de consolación, y, con él, aquella carta escrita, firmada y sellada por el dedo del mismo Dios. Seth la recibió de su padre, y la dio a sus hijos. Sus hijos la dieron a sus hijos, de generación en generación. Y, hasta Noé, recibieron la orden de guardar cuidadosamente dicha carta. Noé se la dio a su hijo Sem, y los hijos de éste la transmitieron a los suyos. Y éstos, a su vez, la dieron a Abraham. Y Abraham la dio a Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Alto, por cuya vía nuestro pueblo la recibió, en tiempo de Ciro, monarca de Persia, y nuestros padres la depositaron con grande honra en un salón especial. Finalmente, la carta llegó hasta nosotros. Y nosotros, poseedores de ese testimonio escrito, conocimos de antemano al nuevo monarca, hijo del rey de Israel.

12. Al escuchar esto, llenóse de rabia el corazón de Herodes, que dijo: Mostradme esos signos escritos, que poseéis. Los magos dijeron: Lo que hemos prometido remitir a su dirección, y cumplir en su nombre, no podemos abrirlo, ni mostrarlo a nadie. Entonces Herodes ordenó que se detuviese a los magos a viva fuerza. Empero, de súbito, el palacio, en que residían multitud de gentes, fue sacudido por espantosa conmoción. Las columnas se abatieron por cuatro lados, y todo el cimiento del palacio se desfondó con gran ruina. Una muchedumbre numerosa que se encontraba fuera, huyó de allí, aterrada, y los que estaban en el interior del edificio, grandes y pequeños, quedaron muertos en número de setenta y dos. A cuya vista, todos los que habían venido a aquel lugar, cayeron a los pies de Herodes, y le suplicaron, diciendo: Déjalos proseguir tranquilamente su camino. Y su hijo Arquelao se puso también de hinojos ante su padre, y le dirigió el mismo ruego.

13. El impío Herodes consintió en el deseo de su hijo, y despidió a los magos, preguntándoles en tono de amistad: ¿Qué deseáis que haga por vosotros? Y los magos contestaron: No tenemos otra demanda que hacerte sino ésta: ¿Qué hay escrito en vuestra ley? ¿Qué leéis en ella? Y Herodes repuso: ¿Qué queréis decir? Y los magos interrogaron: ¿Dónde va a nacer el Cristo, rey de los judíos? Y, oyendo esto, Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. Y, convocados todos los príncipes de los sacerdotes y los escribas del pueblo, les preguntó: ¿Dónde ha de nacer el Cristo? Y ellos le dijeron: En Bethlehem de Judea, ciudad de David. Y Herodes dijo a los magos: Andad allá, y preguntad con diligencia por el niño, y, después que hallarais, hacédmelo saber, para que yo también vaya, y lo adore. Mas el tirano impío hablaba de esta suerte, para hacer pasar el niño a cuchillo, por medio de aquella información sorprendida pérfidamente.

14. Y los magos, levantándose en seguida, se prosternaron ante Herodes y ante toda la ciudad de Jerusalén, y continuaron su ruta. Y he aquí la estrella, que habían visto antes, iba delante de ellos, hasta que, llegando, se puso sobre donde estaba el niño Jesús. Y, regocijándose con muy grande gozo, bajaron cada cual de su montura, e inmediatamente, hicieron resonar sus bocinas, sus pífanos, sus tamboriles, sus arpas y todos sus demás instrumentos de música, en honor del recién nacido, hijo del rey de Israel. Reyes, príncipes y toda la multitud de la comitiva, entonando un canto, empezaron a bailar y, a plena voz, con alegría, con reconocimiento, con corazón jubiloso, bendecían y alababan a Dios, por haberlos considerado dignos de llegar a tiempo a Bethlehem, para contemplar la gloria del gran día, ilustrado por el misterio que ante ellos se mostraba.

15. Al ver todo aquel aparato, y al oír todo aquel estruendo, José y María, confusos y medrosos, huyeron de allí, y el niño Jesús quedó solo en la caverna, acostado en el pesebre de los animales. Mas los príncipes y los grandes señores de los reyes magos, detuvieron a José, y le dijeron: Viejo, ¿qué temor es el tuyo, y por qué haces esto? Nosotros, en verdad, también somos hombres semejantes a vosotros. José repuso: ¿De dónde llegáis a esta hora, y qué pretendéis, al venir aquí con tan numeroso ejército? Los magos replicaron: Llegamos de una tierra lejana, nuestra patria Persia, y venimos con gran copia de presentes y de ofrendas. Queremos conocer al niño recién nacido, que es el rey de los judíos, y adorarlo. Si por acaso lo sabes a ciencia cierta, indícanos puntualmente el lugar en que se halla, a fin de que vayamos a verlo. Al oír esto, María entró con júbilo en la caverna, y, alzando al niño en sus brazos, sintió el corazón lleno de alegría. Y luego, bendiciendo y alabando y glorificando a Dios, permaneció sentada en silencio.

16. Por segunda vez los magos interrogaron a José en esta guisa: Venerable anciano, infórmanos con exactitud, manifestándonos dónde se encuentra el niño recién nacido. José, con el dedo, les mostró de lejos la caverna. Y María dio de mamar a su hijo, y volvió a ponerlo en el pesebre del establo. Y los magos llegaron gozosos a la entrada de la caverna. Y, divisando al niño en el pesebre de los animales, se prosternaron ante él, con la faz contra la tierra, reyes, príncipes, grandes señores, y todo el resto de la multitud que componía su numeroso ejército. Y cada uno aportaba sus presentes, y los ofrecía.

17. En primer término se adelantó Gaspar, rey de la India, llevando nardo, cinamomo, canela, incienso y otras esencias olorosas y aromáticas, que esparcieron un perfume de inmortalidad en la gruta. Después Baltasar, rey de la Arabia, abriendo el cofre de sus opulentos tesoros, sacó de él, para ofrendárselos al niño, oro, plata, piedras preciosas, perlas finas y zafiros de gran precio. A su vez, Melkon, rey de la Persia, presentó mirra, áloa, muselina, púrpura y cintas de lino.

18. Y, no bien hubieron ofrecido cada uno sus presentes, en honor del hijo real de Israel, los magos salieron de la gruta, y, reuniéndose los tres fuera de ella, iniciaron mutua consulta entre sí. Y exclamaron: ¡Asombroso es lo que acabamos de ver en tan pobre reducto, desprovisto de todo! Ni casa, ni lecho, ni habitación, sino una caverna lóbrega, desierta e inhabitada, en que estas gentes no tienen ni aun lo necesario çara procurarse abrigo. ¿De qué nos ha servido venir de tan lejos para conocerlo? Franqueémonos los unos con los otros en recíproca sinceridad. ¿Qué signo maravilloso hemos contemplado aquí, y qué prodigio nos ha aparecido a cada uno? Los hermanos se dijeron a una: Sí, lleváis razón. Contémonos nuestra visión respectiva. Y preguntaron a Gaspar, rey de la India: Cuando le ofreciste el incienso, ¿qué apariencia reconociste en él?

19. Y el rey Gaspar contestó: Reconocí en él al hijo de Dios encarnado, sentado en un trono de gloria, y a las legiones de los ángeles incorporales, que formaban su cortejo. Ellos dijeron: Está bien. Y preguntaron a Baltasar, rey de la Arabia: Cuando le aportaste tus tesoros, ¿bajo qué aspecto se te presentó el niño? Y Baltasar contestó: Se me presentó a modo de un hijo de rey, rodeado de un ejército numeroso, que lo adoraba de rodillas. Ellos dijeron: La visión es muy propia. Y Melkon, sometido a la misma interrogación que sus hermanos, expuso: Yo lo vi como hijo del hombre, como un ser de carne y hueso, y también le vi muerto corporalmente entre suplicios, y más tarde levantándose vivo del sepulcro. Al escuchar tales confidencias, los reyes, llenos de estupor, se dijeron con pasmo: Nuevo prodigio es el que estas tres visiones sugieren. Porque nuestros testimonios no concuerdan entre sí, y, sin embargo, nos es imposible negar un hecho patentizado por nuestros propios ojos.

20. Y por la mañana, muy temprano, los reyes se levantaron, y se dijeron los unos a los otros: Vamos juntos a la caverna, y veamos si algún otro signo se nos manifiesta claro. Y Gaspar entró en la gruta, y vio al niño en el pesebre del establo. E, inclinándose, se prosternó, y tuvo la segunda visión, la de Baltasar, a quien se le mostró el niño a manera de un monarca terrestre. Y, cuando salió, relató el caso a los otros en estos términos: No he tenido mi primera visión, sino la tuya, Baltasar, la que tú nos has referido. Y Baltasar entró a su vez, y halló al niño en el regazo de su madre. E, inclinándose, se prosternó ante él, y tampoco tuvo su visión del día anterior, en que el niño se le apareciera como hijo de rey, sino como hijo del hombre, con su carne muerta entre tormentos, y después resucitado y vuelto a la vida. Y fue a comunicar esto a los otros hermanos, diciéndoles: No he renovado mi primera visión, sino contemplado la de Melkon, tal como él nos la ha contado. Entonces entró Melkon, y encontró al Cristo sentado sobre un trono sublime. E, inclinándose, se prosternó ante él, y no lo vio ya como lo había visto la primera vez, muerto y vuelto a la vida, sino conforme lo viera Gaspar, como Dios hecho carne y nacido de la Virgen. Lleno de gozo, Melkon fue, presuroso, a prevenir a los otros hermanos, diciéndoles: No he tenido mi primera visión, sino la de Gaspar, pues vi a Dios, sentado sobre un trono de gloria.

21. Luego de haber visto todas estas cosas, los reyes se congregaron nuevamente en consulta. Y cambiaron impresiones sobre la visión que cada uno había percibido y comprendido. Y se dijeron: Retirémonos ahora a nuestro albergue. Mañana, muy temprano, volveremos por tercera vez a la gruta, y nos aseguraremos de modo positivo y definitivo si está realmente allí el que el Señor nos ha mostrado. Y, habiendo regresado a su tienda, permanecieron alegres en ella, hasta que despuntó el día. Y, levantándose, llegaron a la abertura de la caverna, en la cual penetraron uno a uno. Y miraron y reconocieron al niño, y tuvieron de él la misma visión que habían tenido la primera vez. Y, transportados de júbilo, se contaron los unos a los otros lo que habían comprobado, y fueron a anunciarlo a todo su ejército en estos términos: En verdad, ese niño es efectivamente Dios e hijo de Dios, que se ha mostrado a cada uno de nosotros bajo una apariencia exterior en relación con los dones que respectivamente le hemos ofrecido. Y ha recibido con dulzura y con bondad nuestro saludo y el homenaje de nuestros presentes. Y todos, reyes, príncipes, grandes señores y toda la multitud del numeroso ejército que se encontraba allí, tuvieron fe en el niño Jesús.

22. Y de nuevo el rey Melkon tomó el libro del Testamento, que guardaba en su casa como herencia de los primeros antepasados, según ya advertimos, y se lo presentó al niño, diciéndole: He aquí tu carta, que a nuestros ascendientes entregaste en custodia, firmada y sellada por ti. Toma este documento auténtico que has escrito, ábrelo y léelo, porque el quirógrafo está a tu nombre. Y el documento era aquel cuyo texto permanecía oculto bajo pliego, y que los magos no se habían atrevido a abrir, y menos aún a dar a los judíos y a sus sacerdotes, por cuanto éstos no eran dignos de llegar a ser hijos del reino de Dios, destinados como estaban a renegar del Salvador, y a crucificarlo.

23. Dicho documento había sido regalado por Dios a Adán, del cual, después de su expulsión del Paraíso, se había apoderado un gran dolor, a raíz del homicidio perpetrado por Caín en la persona de su hermano Abel. Mas, cuando hubo visto al primero castigado por Dios, y a él mismo arrojado del edén glorioso por su desobediencia, se encontró también atormentado en sus hijos, por la aflicción del espectáculo de Abel muerto y Caín condenado a siete penas. Adán más entristecido todavía y sumido en un duelo más profundo, no mantuvo ya relaciones conyugales con Eva. Y, al cabo de doscientos cuarenta años de haber salido del Paraíso, Dios, en su misericordia, le envió un ángel, y le ordenó que entrase a Eva. E hizo nacer a Seth, nombre que significa hijo de la consolación. Y, por haber querido Adán hacerse Dios, éste resolvió hacerse hombre, en el exceso de su piedad y de su amor a nuestra desdichada especie. Y prometió a nuestro primer padre que, conforme a su plegaria, escribiría y sellaría con su propio dedo un pergamino en letras de oro, que llevaría la siguiente portada: En el año seis mil, el día sexto de la semana, el mismo en que te creé, y a la hora sexta, enviaré a mi hijo único, el Verbo divino, que tomará carne en tu raza, y que se convertirá en hijo del hombre, y que te restablecerá de nuevo en tu dignidad original, por los supremos tormentos de su cruz. Y entonces tú, Adán, unido a mí con un alma pura y un cuerpo inmortal, quedarás deificado, y podrás, como yo, discernir el bien y el mal.

24. Y este documento, que Adán dio a Seth, Seth a Enoch, Enoch a sus hijos, y que de tal suerte pasó de unos descendientes a otros, hasta Noé; que Noé dio a Sem, Sem a sus hijos, y sus hijos a sus hijos hasta Abraham; que Abraham dio Melquisedec el pontífice; que Melquisedec dio a otro, y éstos a otros todavía, hasta que llegó a manos de Ciro, quien lo guardó cuidadosamente en un salón especial, donde se conservó hasta el tiempo de la natividad del Cristo: ese documento era el mismo que los magos ofrecieron al niño Jesús. Y, como los reyes y todo su acompañamiento hubiesen cumplido sus votos y sus plegarias, después de tres días de permanencia en la gruta, deliberaron entre sí, y se dijeron: No hay que olvidar lo prometido. Vamos por última vez a la caverna, para adorar al niño, y después reanudaremos nuestro viaje en paz. Y, de común acuerdo, entraron en el establo, y de nuevo tuvieron exactamente sus visiones respectivas. Y, conmovidos por gran temor, se prosternaron ante el recién nacido, y rindieron testimonio de fe en él, diciéndole: Eres Dios e hijo de Dios. Y, salidos de la gruta, continuaron en sus alrededores el día entero hasta el siguiente. Y, con júbilo y alegría, bendecían y alababan a Dios.

25. Y, por la mañana, al despuntar la aurora, el día primero de la semana, el 25 de tébéth y de enero el 12, se dispusieron a partir para su país. Y, cuando deliberaban sobre si volverían a entrevistarse con Herodes, he aquí que una voz les habló, diciendo: No tornéis a Herodes, el tirano impío, porque quiere matar a ese tierno infante. Y, habiendo oído esto, los magos renunciaron a pasar por la ciudad de Jerusalén, y regresaron a su tierra por otro camino. Y, glorificando al Cristo, Dios del universo, marcharon a su patria, poseídos de gozo y siguiendo la ruta por donde el Señor los conducía.

1. El viaje de los Reyes magos a Belén

2. Entrevista con Herodes

3. Adoración del Niño

La adoración de los reyes magos. Giotto (1303-1305, capilla Scrovegni, Padua, Italia)

En la pintura La adoración de los Reyes Magos, Giotto retrata la escena relatada en el evangelio de San Mateo (2, 9-11): «Después de esta entrevista con el rey, los Magos se pusieron en camino; y fíjense: la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño.

¡Qué alegría más grande: habían visto otra vez a la estrella!. Al entrar a la casa vieron al niño con María, su madre; se arrodillaron y le adoraron. Abrieron después sus cofres y le ofrecieron sus regalos de oro, incienso y mirra.»

Aunque en la Biblia no se menciona que los Reyes Magos fueran tres, ni fueran reyes, así como tampoco se mencionan sus nombres, es algo que ha formado parte de la tradición cristiana desde hace muchos siglos. Es probable que la atribución de reyes les venga por el libro de los salmos “Ante él se postrarán los reyes; le servirán todas las naciones”  (Salmos, 72:11) y la explicación de que fueran tres provenga del número de regalos que le hicieron. La duración de esta obra fue de dos años (1304/1306) y sus medidas son de 200×185 cm. Giotto pintó directamente sobre el revoque en las paredes cuando todavía estaban húmedas.

En la zona de La adoración de los Reyes Magos, en el cual observamos a los dos camellos sujetados por dos camelleros, lo que primero nos llama la atención es como han sido dibujados los camellos por Giotto. Les pinta unas orejas más propias de un asno, las patas similares a las de un caballo y para rematar les pinta con ojos azules. Todo esto prueba con toda seguridad que Giotto no había visto en toda su vida un camello de verdad. Respecto a los camelleros, uno aparece en segundo plano, interactuando con uno de sus camellos, y el otro se encuentra justo detrás de éste siendo casi inapreciable; probablemente Giotto se sirviera de ellos para dotar de mayor profundidad visual al fresco.

El camellero tiene un rostro bondadoso y muy concentrado en su labor de cuidar el camello. Lleva ropas muy sencillas en contraposición a las vestiduras de los Reyes Magos; En estos rasgos vemos la habilidad de Giotto para sugerir en sus retratos la personalidad de los personajes y su rango social. Los camelleros son los únicos que no llevan halo. Aparecen en la escena los tres Magos de Oriente con los tres regalos simbólicos que aparecen en la Biblia: oro como rey, incienso como Dios y mirra como hombre. Melchor y Baltasar se encuentran de pie y con la mirada puesta en el Niño Dios, portando cada uno en sus manos un regalo. El primero lleva mirra como símbolo de la humanidad del Hijo de Dios, con ella se ungen los cuerpos para la sepultura, un signo profético de la Pasión Redentora de Nuestro Señor Jesucristo. El segundo le obsequia oro, el más precioso de los metales, como símbolo de su dignidad real.

Gaspar, a diferencia de los otros dos Reyes Magos aparece de rodillas, besando los pies del Hijo de Dios. Muestra de esta forma el sentimiento de humildad acrecentado por el hecho de que se ha despojado de su corona, dejándola en el suelo a los pies del Divino Niño. Gaspar aparece por lo tanto renunciando a su realeza, rindiéndose por completo a la voluntad Divina, sin corona y con las manos vacías para aceptar el mayor regalo que hizo Dios al mundo: su propio Hijo. Giotto le confiere a esta escena una gran importancia, ya que es dónde tiende a recaer la mirada y con mucha sutilidad es fácil que el espectador se vea reflejado en la figura de Gaspar ante el Niño Dios. El Ángel situado en primer plano junto a María sujeta un incensario, el regalo entregado por Gaspar, símbolo de que Jesucristo es el Hijo de Dios y por lo tanto las oraciones de los hombres ascienden como el aroma del incienso hasta Él.

La Virgen María sujeta con firmeza al niño Jesús y, al igual que los Reyes Magos, aparece representada con vestiduras reales. De esta forma Giotto quiere retratar a María como Reina de los Cielos. A su lado aparece San José, el casto y humilde esposo, quien no llevando una vestimenta tan humilde como los camelleros, tampoco lleva un ropaje lujoso como los Reyes Magos o los Ángeles.

Giotto dibuja un dosel de madera para crearle un marco a la Sagrada familia y, detrás de éste, en la zona derecha del fresco, una montaña. Es un recurso pictórico utilizado por Giotto el de colocar un fondo para agrupar a los personajes más importantes de sus pinturas.

La Estrella de Belén «Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría.»  (San Mateo 2, 9-10) La Estrella de Belén es retratada con una cola llameante, probablemente debido a la aparición del cometa Halley en 1301, tres años antes de que Giotto pintara esta escena. Se supone que Giotto la utilizó como inspiración para su Estrella de Belén. La Agencia Espacial Europea, en su primera misión al espacio profundo, envió una sonda al cometa Halley, siendo ésta la primera sonda en descubrir el núcleo de un cometa, acercándose lo más posible hasta la fecha. Por ese motivo la sonda fue nombrada Giotto, precisamente en referencia a esta pintura.

El último detalle del fresco de La adoración de los Reyes Magos de Giotto que nos falta por comentar es el enorme espacio dedicado al cielo de color azul, color intenso que domina toda la capilla. Con él, Giotto además de cerrar la composición del fresco, hace alusión a un espacio infinito que se relaciona con lo sagrado. Al entrar en el recinto nos sentimos inundados por un torrente azul con destellos blancos, un techo del mismo color en el que aparecen pintadas estrellas y en cierto modo es como si entráramos en el recinto de Dios, en un lugar donde la belleza y la perfección celestiales pueden llegar a nuestra inteligencia y nuestra alma a través de la contemplación de la encarnación de Dios para la salvación del mundo. Con estas hermosas imágenes aprovecho para desearos una feliz Navidad a todos los que llegáis hasta este blog en estas fechas ¡Qué mejor que meditar sobre estos temas de la mano de uno de los grandes maestros de la pintura de todos los tiempos! Aunque tengamos que conformarnos con su visión a través de internet en lugar de en persona… ¡Que la luz de Dios hecho Hombre os guíe como la estrella a los magos! ¡Feliz Navidad! En este enlace podemos ver las modificaciones en el tiempo de la representación de los Reyes Magos. No debemos olvidar que es una de las escenas cristianas de mayor tradición. Existen antecedentes tan antiguos como la que aparece en el Mosaico de San Apolinar el Nuevo en Rávena (Italia) del siglo V-VI d.C.

4. Sueño de los Magos

5. Viaje de regreso

El viaje de los magos. James Jacques Joseph Tissot (1894)

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