Arte y Liturgia

La última cena

Luís Tristán

11 junio 2023: Festividad del Corpus Christi

por Javier Agra Rodríguez

Evangelio S. Juan 6, 51,58

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: 

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo.

Disputaban los judíos entre sí: 

¿Cómo puede este darnos a comer su carne?

Entonces Jesús les dijo: 

En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.

Reflexión sobre el Evangelio

Celebramos este domingo la Fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, con la lectura del evangelio de Juan 6, 51 – 58. En el evangelio de este autor, Jesús repite la fórmula “yo soy…” en siete ocasiones como afirmación de la divinidad que comparte con el Padre Dios. En Éxodo 3, 13 – 18 Dios anuncia a Moisés que él es el Dios de Israel, ahora Jesús se presenta como el mismo Dios que comparte, se entrega y salva a toda la humanidad.

Juan no narra la institución de la Eucaristía pero sí presenta a Jesús como el pan de vida en la vida entera y en la eucaristía compartida. “El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne”. La carne y la sangre equivalen a la totalidad de la persona (Mateo 16, 17; 1 Corintios 15, 50). Comer su carne y beber su sangre nos alejan a mucha distancia del Antiguo Testamento, pues allí era signo de destrucción total y macabra (Isaías 9, 19; Ezequiel 39, 17). No nos puede extrañar que la enseñanza de Jesús resulte escandalosa.

Este texto que hoy proclamamos, es de una poética belleza, frases rítmicas añaden nuevos aspectos a la unidad. Jesús se entrega como alimento de la vida participativa y participada del Padre que ahora comunica a los creyentes. Jesús es vida presente en quien cree y come su carne y bebe su sangre, y es vida que alcanzará plenitud en la Resurrección.

El cuadro                                                       

Para acompañar la lectura de este domingo, propongo el cuadro “LA ÚLTIMA CENA” DE LUIS TRISTÁN (Toledo 1580 – 1624). Lo realizó el año 1620, pertenece a los fondos del MUSEO DEL PRADO.

El cuadro ilustra la escena en que Jesús toma el pan en su mano y lo bendice para entregarlo repartido a sus discípulos en el momento de la institución de la Eucaristía. El conjunto del cuadro recuerda el manierismo, en las delgadas y afiladas figuras, recordamos que nuestro pintor Tristán fue discípulo de El Greco.

Sobre la mesa destaca un bodegón perfectamente colocado con los elementos situados en equidistancia y formando un armonioso conjunto, recordamos que estos bodegones son una composición novedosa de la pintura española del siglo diecisiete. El mantel brillante de lino ha sido desplegado para la ocasión, aún vemos los pliegues geométricos dibujados en la tela.

Sobresalen la empuñadura de un cuchillo y una servilleta del borde frontal de la mesa como si estuvieran a punto de caer, en una vibrante ilusión de trampantojo. Sobre el suelo una jarra dorada preparada para ser utilizada, acaso como señal y recuerdo del lavatorio de los pies y un pequeño perro haciendo sus gracias en espera de ser recompensado.

Los doce apóstoles y un muchacho que vemos a nuestra derecha entre el grupo de los apóstoles, permanecen atentos a la palabra y el gesto de Jesús; Tristán está contando la institución de la Eucaristía y también narra, en apunte teológico, la atención con que los apóstoles primeros y los discípulos de todos los siglos prestamos a la vida entera de Jesús que es camino, verdad y vida.

Los apóstoles, rostros admirados y confiados, están pendientes de Jesús en diferentes expresiones y similar postura. Uno de ellos se dirige a su compañero entre el asombro de lo que está oyendo y la admiración de lo que han supuesto los años compartidos. Solamente Judas Iscariote parece estar ausente al instante, mirando hacia la puerta pendiente de la ocasión en que pueda salir. 

En esta escena de interior, la luminosidad está conseguida por la paleta de colores con que Luis Tristán abunda los ropajes de Jesús y sus apóstoles, el brillo de las miradas de entusiasmada fe de los apóstoles que están encendidas en sus rostros como lámparas de luz. Los rojos cortinajes, la blancura del mantel, las expresiones de los apóstoles, la misma mirada del espectador que parece tener que dirigir la vista en oblicuo hacia lo alto… nos llevan a centrar la atención en Jesús, en su rostro, en su gesto de bendición sobre el pan, sobre las personas, sobre la naturaleza entera…

Javier Agra Rodríguez

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