Blancanieves
Jacob y Wilhelm Grimm
Ilustración de Paul Meyerheim, 1893
Era un crudo día de invierno, y los copos de nieve caían del cielo como blancas plumas. La Reina cosía junto a una ventana, cuyo marco era de ébano. Y como mientras cosía miraba caer los copos, con la aguja se pinchó un dedo, y tres gotas de sangre fueron a caer sobre la nieve. El rojo de la sangre se destacaba bellamente sobre el fondo blanco, y ella pensó: “¡Ah, sí pudiere tener una hija que fuere blanca como nieve, roja como la sangre y negra como el ébano de esta ventana!”. No mucho tiempo después le nació una niña que era blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y de cabello negro como la madera de ébano; y por eso le pusieron por nombre Blancanieves. Pero al nacer ella, murió la Reina.
Un año más tarde, el Rey volvió a casarse. La nueva Reina era muy bella, pero orgullosa y altanera, y no podía sufrir que nadie la aventajase en hermosura. Tenía un espejo prodigioso, y cada vez que se miraba en él, le preguntaba:
— Espejito en la pared, dime una cosa: ¿Quién es de este país la más hermosa? — y el espejo le contestaba, invariablemente:
— Señora Reina, eres la más hermosa en todo el país.
La Reina quedaba satisfecha, pues sabía que el espejo decía siempre la verdad. Blancanieves fue creciendo y se hacía más bella cada día. Cuando cumplió los siete años, era tan hermosa como la luz del día y mucho más que la misma Reina. Al preguntar ésta un día al espejo:
— Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa? — respondió el espejo:
— Señora Reina, tú eres como una estrella, pero Blancanieves es mil veces más bella.
Se espantó la Reina, palideciendo de envidia y, desde entonces, cada vez que veía a Blancanieves sentía que se le revolvía el corazón; tal era el odio que abrigaba contra ella. Y la envidia y la soberbia, como las malas hierbas, crecían cada vez más altas en su alma, no dejándole un instante de reposo, de día ni de noche.
Finalmente, llamó un día a un servidor y le dijo:
— Llévate a la niña al bosque; no quiero tenerla más tiempo ante mis ojos. La matarás, y en prueba de haber cumplido mi orden, me traerás sus pulmones y su hígado.
Obedeció el cazador y se marchó al bosque con la muchacha. Pero cuando se disponía a clavar su cuchillo de monte en el inocente corazón de la niña, se echó ésta a llorar:
— ¡Piedad, buen cazador, déjame vivir! — suplicaba—. Me quedaré en el bosque y jamás volveré al palacio.
Y era tan hermosa, que el cazador, apiadándose de ella, le dijo:
— ¡Márchate entonces, pobrecilla!
Y pensó: “No tardarán las fieras en devorarte”.
Sin embargo, le pareció como si se le quitase una piedra del corazón por no tener que matarla. Y como acertara a pasar por allí un cachorro de jabalí, lo degolló, le sacó los pulmones y el hígado, y se los llevó a la Reina como prueba de haber cumplido su mandato. La perversa mujer los entregó al cocinero para que se los guisara, y se los comió convencida de que comía la carne de Blancanieves.
La pobre niña se encontró sola y abandonada en el inmenso bosque. Se moría de miedo, y el menor movimiento de las hojas de los árboles le daba un sobresalto. No sabiendo qué hacer, echó a correr por entre espinos y piedras puntiagudas, y los animales de la selva pasaban saltando por su lado sin causarle el menor daño. Siguió corriendo mientras la llevaron los pies y hasta que se ocultó el sol. Entonces vio una casita y entró en ella para descansar.
Todo era diminuto en la casita, pero tan primoroso y limpio, que no hay palabras para describirlo. Había una mesita cubierta con un mantel blanquísimo, con siete minúsculos platitos y siete vasitos; y al lado de cada platito había su cucharilla, su cuchillito y su tenedorcito. Alineadas junto a la pared se veían siete camitas, con sábanas de inmaculada blancura.
Blancanieves, como estaba muy hambrienta, comió un poquito de legumbres y un bocadito de pan de cada plato, y bebió una gota de vino de cada copita, pues no quería tomarlo todo de uno solo. Luego, sintiéndose muy cansada, quiso echarse en una de las camitas; pero ninguna era de su medida: resultaba demasiado larga o demasiado corta; hasta que, por fin, la séptima le vino bien; se acostó en ella, se encomendó a Dios y se quedó dormida.
Cerrada ya la noche, llegaron los dueños de la casita, que eran siete enanos que se dedicaban a excavar minerales en el monte. Encendieron sus siete lamparillas y, al iluminarse la habitación, vieron que alguien había entrado, pues las cosas no estaban en el orden en que ellos las habían dejado al marcharse.
Dijo el primero:
— ¿Quién se sentó en mi sillita?
El segundo:
— ¿Quién ha comido de mi platito?
El tercero:
— ¿Quién ha cortado un poco de mi pan?
El cuarto:
— ¿Quién ha comido de mi verdurita?
El quinto:
— ¿Quién ha pinchado con mi tenedorcito?
El sexto:
— ¿Quién ha cortado con mi cuchillito?
Y el séptimo:
— ¿Quién ha bebido de mi vasito?
Luego, el primero, recorrió la habitación y viendo un pequeño hueco en su cama, exclamó alarmado:
— ¿Quién se ha subido en mi camita?
Acudieron corriendo los demás y exclamaron todos:
— ¡Alguien estuvo echado en la mía!
Pero el séptimo, al examinar la suya, descubrió a Blancanieves, dormida en ella. Llamó entonces a los demás, los cuales acudieron presurosos y no pudieron reprimir sus exclamaciones de admiración cuando, acercando las siete lamparillas, vieron a la niña.
— ¡Oh, Dios mío; oh, Dios mío! — decían—, ¡qué criatura más hermosa!
Y fue tal su alegría, que decidieron no despertarla, sino dejar que siguiera durmiendo en la camita. El séptimo enano se acostó junto a sus compañeros, una hora con cada uno, y así transcurrió la noche. Al clarear el día se despertó Blancanieves y, al ver a los siete enanos, tuvo un sobresalto. Pero ellos la saludaron afablemente y le preguntaron:
— ¿Cómo te llamas?
— Me llamo Blancanieves — respondió ella.
— ¿Y cómo llegaste a nuestra casa? — siguieron preguntando los hombrecillos. Entonces ella les contó que su madrastra había dado orden de matarla, pero que el cazador le había perdonado la vida, y ella había estado corriendo todo el día, hasta que, al atardecer, encontró la casita.
Dijeron los enanos:
— ¿Quieres cuidar de nuestra casa? ¿Cocinar, hacer las camas, lavar, remendar la ropa y mantenerlo todo ordenado y limpio? Si es así, puedes quedarte con nosotros y nada te faltará.
— ¡Sí! — exclamó Blancanieves—. Con mucho gusto — y se quedó con ellos.
A partir de entonces, cuidaba la casa con todo esmero. Por la mañana, ellos salían a la montaña en busca de mineral y oro, y al regresar, por la tarde, encontraban la comida preparada. Durante el día, la niña se quedaba sola, y los buenos enanitos le advirtieron:
— Guárdate de tu madrastra, que no tardará en saber que estás aquí. ¡No dejes entrar a nadie!
La Reina, entretanto, desde que creía haberse comido los pulmones y el hígado de Blancanieves, vivía segura de volver a ser la primera en belleza. Se acercó un día al espejo y le preguntó:
— Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa? — y respondió el espejo:
— Señora Reina, eres aquí como una estrella; pero mora en la montaña, con los enanitos, Blancanieves, que es mil veces más bella.
La Reina se sobresaltó, pues sabía que el espejo jamás mentía, y se dio cuenta de que el cazador la había engañado, y que Blancanieves no estaba muerta. Pensó entonces en otra manera de deshacerse de ella, pues mientras hubiese en el país alguien que la superase en belleza, la envidia no la dejaría reposar. Finalmente, ideó un medio. Se tiznó la cara y se vistió como una vieja buhonera, quedando completamente desconocida.
Así disfrazada se dirigió a las siete montañas y, llamando a la puerta de los siete enanitos, gritó:
— ¡Vendo cosas buenas y bonitas!
Se asomó Blancanieves a la ventana y le dijo:
— ¡Buenos días, buena mujer! ¿Qué traes para vender?
— Cosas finas, cosas finas — respondió la Reina—. Lazos de todos los colores — y sacó uno trenzado de seda multicolor.
“Bien puedo dejar entrar a esta pobre mujer”, pensó Blancanieves y, abriendo la puerta, compró el primoroso lacito.
— ¡Qué linda eres, niña! — exclamó la vieja—. Ven, que yo misma te pondré el lazo.
Blancanieves, sin sospechar nada, se puso delante de la vendedora para que le atase la cinta alrededor del cuello, pero la bruja lo hizo tan bruscamente y apretando tanto, que a la niña se le cortó la respiración y cayó como muerta.
— ¡Ahora ya no eres la más hermosa! — dijo la madrastra y se alejó precipitadamente.
Al cabo de poco rato, ya anochecido, regresaron los siete enanos. Imagínense su susto cuando vieron tendida en el suelo a su querida Blancanieves, sin moverse, como muerta. Corrieron a incorporarla y viendo que el lazo le apretaba el cuello, se apresuraron a cortarlo. La niña comenzó a respirar levemente, y poco a poco fue volviendo en sí. Al oír los enanos lo que había sucedido, le dijeron:
— La vieja vendedora no era otra que la malvada Reina. Guárdate muy bien de dejar entrar a nadie, mientras nosotros estemos ausentes.
La mala mujer, al llegar a palacio, corrió ante el espejo y le preguntó:
— Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa? — y respondió el espejo, como la vez anterior:
— Señora Reina, eres aquí como una estrella; pero mora en la montaña, con los enanitos, Blancanieves, que es mil veces más bella.
Al oírlo, del despecho, toda la sangre le afluyó al corazón, pues supo que Blancanieves continuaba viviendo. “Esta vez — se dijo— idearé una trampa de la que no te escaparás”, y valiéndose de las artes diabólicas en que era maestra, fabricó un peine envenenado. Luego volvió a disfrazarse, adoptando también la figura de una vieja, y se fue a las montañas y llamó a la puerta de los siete enanos.
— ¡Buena mercancía para vender! — gritó.
Blancanieves, asomándose a la ventana, le dijo:
— Sigue tu camino, que no puedo abrirle a nadie.
— ¡Al menos podrás mirar lo que traigo! — respondió la vieja y, sacando el peine, lo levantó en el aire.
Pero le gustó tanto el peine a la niña que, olvidándose de todas las advertencias, abrió la puerta. Cuando se pusieron de acuerdo sobre el precio dijo la vieja:
— Ven que te peinaré como Dios manda.
La pobrecilla, no pensando nada malo, dejó hacer a la vieja; mas apenas hubo ésta clavado el peine en el cabello, el veneno produjo su efecto y la niña se desplomó insensible.
— ¡Dechado de belleza — exclamó la malvada bruja—, ahora sí que estás lista! — y se marchó.
Pero, afortunadamente, faltaba poco para la noche, y los enanitos no tardaron en regresar.
Al encontrar a Blancanieves inanimada en el suelo, enseguida sospecharon de la madrastra y, buscando, descubrieron el peine envenenado. Se lo quitaron rápidamente y, al momento, volvió la niña en sí y les explicó lo ocurrido. Ellos le advirtieron de nuevo que debía estar alerta y no abrir la puerta a nadie.
La Reina, de regreso en palacio, fue directamente a su espejo:
— Espejito en la pared, dime una cosa: ¿Quién es de este país la más hermosa? — y como las veces anteriores, respondió el espejo, al fin:
— Señora Reina, eres aquí como una estrella; pero mora en la montaña, con los enanitos, Blancanieves, que es mil veces más bella.
Al oír estas palabras del espejo, la malvada bruja se puso a temblar de rabia.
— ¡Blancanieves morirá — gritó—, aunque me haya de costar a mí la vida!
Y, bajando a una cámara secreta donde nadie tenía acceso sino ella, preparó una manzana con un veneno de lo más virulento. Por fuera era preciosa, blanca y sonrosada, capaz de hacer la boca agua a cualquiera que la viese. Pero un solo bocado significaba la muerte segura. Cuando tuvo preparada la manzana, se pintó nuevamente la cara, se vistió de campesina y se encaminó a las siete montañas, a la casa de los siete enanos. Llamó a la puerta. Blancanieves asomó la cabeza a la ventana y dijo:
— No debo abrir a nadie; los siete enanitos me lo han prohibido.
— Como quieras — respondió la campesina—. Pero yo quiero deshacerme de mis manzanas. Mira, te regalo una.
— No — contestó la niña—, no puedo aceptar nada.
— ¿Temes acaso que te envenene? — dijo la vieja—. Fíjate, corto la manzana en dos mitades: tú te comes la parte roja, y yo la blanca.
La fruta estaba preparada de modo que sólo el lado encarnado tenía veneno. Blancanieves miraba la fruta con ojos codiciosos, y cuando vio que la campesina la comía, ya no pudo resistir. Alargó la mano y tomó la mitad envenenada. Pero no bien se hubo metido en la boca el primer trocito, cayó en el suelo, muerta. La Reina la contempló con una mirada de rencor, y, echándose a reír, dijo:
— ¡Blanca como la nieve; roja como la sangre; negra como el ébano! Esta vez, no te resucitarán los enanos.
Y cuando, al llegar a palacio, preguntó al espejo:
— Espejito en la pared, dime una cosa: ¿Quién es de este país la más hermosa? — le respondió el espejo, al fin:
— Señora Reina, eres la más hermosa en todo el país.
Sólo entonces se aquietó su envidioso corazón, suponiendo que un corazón envidioso pudiera aquietarse.
Los enanitos, al volver a su casa aquella noche, encontraron a Blancanieves tendida en el suelo, sin que de sus labios saliera el hálito más leve. Estaba muerta. La levantaron, miraron si tenía encima algún objeto emponzoñado, la desabrocharon, le peinaron el pelo, la lavaron con agua y vino, pero todo fue inútil. La pobre niña estaba muerta y bien muerta. La colocaron en un ataúd, y los siete, sentándose alrededor, la estuvieron llorando por espacio de tres días. Luego pensaron en darle sepultura; pero viendo que el cuerpo se conservaba lozano, como el de una persona viva, y que sus mejillas seguían sonrosadas, dijeron:
— No podemos enterrarla en el seno de la negra tierra — y mandaron fabricar una caja de cristal transparente que permitiese verla desde todos los lados. La colocaron en ella y grabaron su nombre con letras de oro: “Princesa Blancanieves”. Después transportaron el ataúd a la cumbre de la montaña, y uno de ellos, por turno, estaba siempre allí velándola. Y hasta los animales acudieron a llorar a Blancanieves: primero, una lechuza; luego, un cuervo y, finalmente, una palomita.
Y así estuvo Blancanieves mucho tiempo, reposando en su ataúd, sin descomponerse, como dormida, pues seguía siendo blanca como la nieve, roja como la sangre y con el cabello negro como ébano. Sucedió, entonces, que un príncipe que se había metido en el bosque se dirigió a la casa de los enanitos, para pasar la noche. Vio en la montaña el ataúd que contenía a la hermosa Blancanieves y leyó la inscripción grabada con letras de oro. Dijo entonces a los enanos:
— Denme el ataúd, pagaré por él lo que me pidan.
Pero los enanos contestaron:
— Ni por todo el oro del mundo lo venderíamos.
— En tal caso, regálenmelo — propuso el príncipe—, pues ya no podré vivir sin ver a Blancanieves. La honraré y reverenciaré como a lo que más quiero.
Al oír estas palabras, los hombrecillos sintieron compasión del príncipe y le regalaron el féretro.
El príncipe mandó que sus criados lo transportasen en hombros. Pero ocurrió que en el camino tropezaron con un madero, y de la sacudida saltó de la garganta de Blancanieves el bocado de la manzana envenenada, que todavía tenía atragantado. Y, al poco rato, la princesa abrió los ojos y recobró la vida.
Levantó la tapa del ataúd, se incorporó y dijo:
— ¡Dios Santo!, ¿Dónde estoy?
Y el príncipe le respondió, loco de alegría:
— Estás conmigo — y después de explicarle todo lo ocurrido, le dijo:
— Te quiero más que a nadie en el mundo. Ven al castillo de mi padre y serás mi esposa.
Accedió Blancanieves y se marchó con él al palacio, donde enseguida se dispuso la boda, que debía celebrarse con gran magnificencia y esplendor.
A la fiesta fue invitada también la malvada madrastra de Blancanieves. Una vez que se hubo ataviado con sus vestidos más lujosos, fue al espejo y le preguntó:
— Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa? — y respondió el espejo:
— Señora Reina, eres aquí como una estrella, pero la reina joven es mil veces más bella.
La malvada mujer soltó una palabrota y tuvo tal sobresalto, que quedó como fuera de sí. Su primer propósito fue no ir a la boda. Pero la inquietud la roía, y no pudo resistir al deseo de ver a aquella joven reina. Al entrar en el salón reconoció a Blancanieves y fue tal su espanto y pasmo, que se quedó clavada en el suelo sin poder moverse. Pero habían puesto ya al fuego unas zapatillas de hierro y estaban incandescentes. Tomándolas con tenazas, la obligaron a ponérselas, y hubo de bailar con ellas hasta que cayó muerta.
FIN
Cuentos para la infancia y el hogar 1812-1857
FICHA DE TRABAJO
VOCABULARIO
Afable: Que es agradable, apacible y cordial en el trato.
Afluir: Acudir o llegar en abundancia o concurrir en gran número hacia una dirección.
Altanera: Que se cree superior a los que le rodean por su posición social o económica o por alguna cualidad especial y que lo demuestra con un trato distante o despreciativo hacia los demás.
Aquietar: Hacer que alguien o algo esté quieto o tranquilo.
Ataúd: Recipiente, generalmente de madera, con tapa, en el que se deposita un cadáver para ser enterrado o incinerado.
Ataviado: Arreglar, vestir o adornar a alguien de una manera determinada que se sale de lo común.
Clarear: Empezar a amanecer.
Crudo: Alimento que no está cocinado o no lo está suficientemente.
Dechado: Muestra o modelo que se tiene presente para imitar.
Degollar: Matar a una persona o un animal cortándole el cuello o la garganta.
Desplomar: Hacer que una cosa, especialmente un edificio o una pared, pierda la posición vertical.
Ébano: Madera de un árbol tropical, de color negro, lisa, pesada y muy dura.
Emponzoñado: Dar una sustancia que tiene en sí cualidades nocivas para la salud, o destructivas de la vida.
Encomendar: Pedir a una persona que realice determinada tarea o que se encargue de algo o alguien.
Esmero: Cuidado y atención extremos que pone una persona al hacer una cosa.
Esplendor: Máximo grado de perfección, intensidad o grandeza.
Hálito: Aliento o aire que sale por la boca al respirar, especialmente cuando arrastra humedad visible.
Incandescentes: Cuerpo que adquiere un color rojo o blanco por haber sido sometido a altas temperaturas, especialmente el carbón y los metales.
Magnificencia: Liberalidad o generosidad en dar lo que se posee sin esperar nada a cambio.
Morar: Residir o habitar en un lugar determinado.
Palidecer: Que ha perdido su color de piel natural y es más claro y menos rosado de lo normal, generalmente a causa de alguna enfermedad, del miedo, de un susto o de una sorpresa.
Pasmo: Asombro o sorpresa exagerada que impide a una persona hablar o reaccionar.
Presuroso: Que tiene prisa.
Primoroso: Que es bello y está hecho con habilidad, cuidado o delicadeza.
Propósito: Determinación firme de hacer algo.
Rencor: Sentimiento de hostilidad o gran resentimiento hacia una persona a causa de una ofensa o un daño recibidos.
Sonrosada: Que tiene un color de piel rosado, que generalmente denota buena salud o prosperidad.
Tiznar: Manchar una cosa con tizne, hollín, ceniza u otra cosa semejante.
Virulento: Enfermedad maligna que es producida por un virus.
CLAVES PARA LA REFLEXIÓN por José Alfredo Elía Marcos
Escrito en 1812 y originalmente titulado Schneewittchen (Aarne-Thompson, tipo 709), Blancanieves se trata de uno de los cuentos más famosos de los hermanos Grimm. Rápidamente se difundió por toda Europa, y traducido a muchas lenguas pronto traspasó las fronteras del Viejo continente, para constituir un relato clásico que millones de padres han transmitido a sus hijos por generaciones. En 1937 Walt Disney llevó el cuento al cine realizando el primer largometraje de dibujos animados de la historia. La versión que se realizó para la gran pantalla distorsionó en gran medida el mensaje original expresado por los hermanos Grimm. En los años 70, el feminismo radical realizó una dura crítica contra los cuentos populares, y su ataque más virulento fue hacia Blancanieves. Andrea Dworkin (1974), Robert Moore (1975), Kay Stone (1975) o Karen E. Rowe (1979), entre otras, pretendieron ver en Blancanieves una proyección de estereotipos engendrados por una supuesta cultura patriarcal. En 1977 el psicoanalista italiano Bruno Bettelheim realiza una interpretación del cuento desde el psicoanálisis freudiano. Para Bruno la historia se reduce a un problema de complejo de Edipo por parte de madre e hija.
En los últimos años hemos visto surgir sucesivas versiones del cuento en libros o películas que pretendiendo adaptar el texto para hacerlo menos cruel, menos machista, más ecológico,… han construido un producto que se opone y distorsiona el mensaje original.
En realidad, Blancanieves es una narración teológica, donde el Evangelio aparece presentado con un lenguaje simbólico que un alma sencilla puede entender. Por eso, Blancanieves es un cuento para niños y, como diría nuestra escritora favorita Johanna Spyri, para los que son como niños. A continuación presentamos un análisis que ayude a entender los símbolos cristianos que aparecen en este maravilloso relato, a partir del texto original realizado por los hermanos Grimm.
El origen de la protagonista: Blancanieves es fruto del sueño de una madre en medio de un “crudo invierno”. El invierno es la época más dura del año: las temperaturas son bajas, el alimento escasea, y las horas de luz del día son pocas. El invierno representa el momento de mayor oscuridad en la vida de alguien. Fruto de esa oscuridad que todo lo llena, es que la madre se pincha en el dedo mientras cose y tres gotas de sangre resbalan hacia una nieve que, como un lienzo blanco, expresa la pureza inmaculada con que es creado el género humano (Blanca-nieve). Entonces, la Madre, exclama en un acto de pro-creación con Dios:
“¡Ah, sí pudiera tener una hija que fuera blanca como nieve, roja como la sangre y negra como el ébano de esta ventana!”.
En esta sencilla frase aparece resumida la historia de la salvación. El sacrificio de Dios que se ofrece por la humanidad. Una humanidad blanca como la nieve pero herida por la envidia de la madrastra. Herida que sangra y que es reconstruida y reparada a través de la cruz (representada por la madera de ébano de la ventana).
Orfandad: Pero Blancanieves se queda huérfana. Su madre fallece y su padre se casa con otra mujer. El tema de la orfandad indica que el relato que viene a continuación es una guía de maduración para el niño, algo con lo que puede aprender y que va a ser una guía práctica en su vida. A pesar de que la protagonista no tiene el apoyo de sus padres, ella va a superar las duras pruebas de la existencia. Pero la muerte de la Reina tiene además otro significado teológico. Al crear al hombre, Dios también muere para darle vida.
Crueldad de la Sombra: La nueva esposa del Rey es una mujer “orgullosa y altanera”. Además, posee un espejo (símbolo de la verdad) que es capaz de mostrar la realidad. Pero su orgullo solo la hace aceptar aquello que la agrada. Si algo la disgusta lo destruye, como vemos cuando pide al siervo-cazador los pulmones (símbolo del aliento-alma) e hígado (símbolo del cuerpo) de la joven. Cuando Prometeo roba el fuego de los dioses, Zeus le castiga a sufrir un tormento eterno atado a una montaña donde un águila le devoraba de día el hígado, que se regeneraba cada noche.
La crueldad de la Sombra se ve manifiesta cuando, no se contenta con ver muerta a la niña sino que, ordena al cocinero que prepare las vísceras para luego devorarlas. Este tema de engullir a la víctima lo vemos en muchos relatos de los hermanos Grimm y en la tradición narrativa de los cuentos en Europa. El lobo engulle y devora a Caperucita y a su abuela, y a los cabritillos del cuento. Ogros y brujas pretenden devorar a los protagonistas en Pulgarcito, Haensel y Gretel, Jack y las habichuelas, etc. La mitología clásica también lo expresa cuando Saturno devora a sus hijos. Y es que cuando el Mal ataca a una persona, destroza y aniquila no solo su alma, sino también su cuerpo.
La figura cambiante: El destino de la niña es la muerte, por mandato de la madrastra. Pero ella no puede ejecutarla y ordena a un secuaz suyo, un servidor de las tinieblas para que cumpla tal misión. Pero la providencia actúa y en un acto de misericordia (dar el corazón al mísero, al débil), el servidor-cazador salva la vida de Blancanieves y la deja libre. Según Joseph Campbell, este servidor constituye el arquetipo de figura cambiante. Un rol importante en los relatos y en la vida real, pues salva de apuros a nuestro héroe. Además, por este acto de misericordia, el cazador, cambia de bando. Ya no es siervo de las tinieblas, cambia su vida y es redimido.
La belleza: “Era tan hermosa como la luz del día y mucho más que la misma Reina”. Muchos ríos de tinta ha derramado el feminismo radical, escandalizado porque en Blancanieves, los autores solo primen su belleza, y descuiden otras cualidades que poseen las mujeres, como su inteligencia, su voluntad, o su capacidad para actuar. Pero nos olvidamos que Blancanieves es un símbolo que expresa el alma de cada persona. Y ¿Cuál es la más excelsa cualidad del alma? Pues su belleza. Ahora bien. Esta belleza no es la de la “apariencia” externa que aparece en la publicidad y que sólo se consigue comprando aquellos productos cosméticos que el mercader promete. La belleza del alma corresponde a un espíritu afable y sereno. Justo lo que le falta a la Madrastra.
“Que el adorno de ustedes no sea el externo: peinados ostentosos, joyas de oro o vestidos lujosos, sino que sea lo que procede de lo íntimo del corazón, con el adorno incorruptible de un espíritu tierno y sereno, lo cual es precioso delante de Dios”, 1 Pedro 3:3-4.
Un detalle a destacar es que cuando muere Blancanieves, su aspecto externo seguía siendo hermoso “viendo que el cuerpo se conservaba lozano, como el de una persona viva, y que sus mejillas seguían sonrosadas”. Por eso estuvo “sin descomponerse, como dormida, pues seguía siendo blanca como la nieve, roja como la sangre y con el cabello negro como ébano”. Pero cuando muere la joven pierde la gran Belleza pues el trozo de manzana ha herido de muerte su alma.
El bosque: En muchos cuentos el bosque actúa como símbolo del mundo y de las duras pruebas que este ofrece al hombre. El cazador lo expresa claramente cuando afirma: “No tardarán las fieras en devorarte”. Y es que muchas veces nos encontramos en el mundo, aislados y desamparados como Blancanieves: “La pobre niña se encontró sola y abandonada en el inmenso bosque”.
Los amigos: No es cierto que Blancanieves esté sola. Tú y yo no estamos solos en el mundo. Dios nos da 7 amigos que nos ayudan en la vida. Esos siete amigos (de nuevo aparece el número simbólico) son los sacramentos que dan alimento (eucaristía) y reparan las heridas del combate (bautismo, confesión, unción).
Pero el cazador no cuenta con la intervención divina que nos cuida y hace que “los animales de la selva pasasen saltando por su lado sin causarle el menor daño”.
La casita en la montaña: “Entonces vio una casita y entró en ella para descansar”. La casa de los enanitos representa a la Iglesia, como lugar de descanso en medio del bosque. Toda ella está ordenada, y las camas están vestidas con “sábanas de inmaculada blancura”. La versión de Disney distorsionó este símbolo empleado por los hermanos Grimm, presentando en el film una “pocilga” de casa, donde la misión de Blancanieves se reduce a mantenerla pulcra y ordenada. Esto ha servido de base para que la crítica del feminismo radical de los años 70 viera en esta actitud una “forma de opresión contra la mujer” fruto de lo que denominan “patriarcado”. Nada más lejos de la intención original de los autores.
Cuando Blancanieves llega a la casa repone fuerzas comiendo un “bocadito de pan de cada plato”, y bebe “una gota de vino de cada copita”. Esta sencilla imagen, que ha sido mutilada en muchas versiones del cuento, hace una clara alusión a la eucaristía. Por último Blancanieves reposa en la séptima camita, un claro símbolo del domingo (séptimo día de la semana) como día de descanso. Entonces la niña “se acostó en ella, se encomendó a Dios y se quedó dormida”.
Las lámparas: Otro de los símbolos que no se escapan a una persona religiosa es cuando llegan los enanos a su casa. Cada uno porta una lámpara, y la encienden al entrar en la vivienda. Esto nos llama la atención pues se entiende que llegarían de noche y deberían haberlas encendido fuera. Es por ello que las lámparas remiten a otro símbolo que encontramos en el Evangelio de las cinco vírgenes prudentes que esperan al novio con las lámparas encendidas.
“Entonces el Reino de Dios será semejante a diez muchachas, que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco sensatas”. Mt. 25. 1-2
El encuentro en la casa representa el encuentro de los invitados a la boda con la novia del esposo (el alma humana). Por ello cuando la ven dormida exclaman: “¡Oh, Dios mío; oh, Dios mío!, ¡qué criatura más hermosa!”.
Algunos critican la labor que encomiendan los enanos a Blancanieves. Quizás hubieran preferido que se encargara de conducir el tractor de la huerta, diseñar los planos del granero, o dedicarse a labores informáticas gestionando la página web www.sieteenanitos.com.
La permanencia en la casa de la joven se produce a cambio de un esfuerzo-misión muy sencillo por su parte: “cuidar de nuestra casa”. ¿Te parece poca misión para una persona que aspira a la santidad? Cuidar de su alma.
Estar vigilante: Aunque Blancanieves está segura en la casita-Iglesia, debe estar vigilante. Ya le previenen los enanos: “Guárdate de tu madrastra, que no tardará en saber que estás aquí. ¡No dejes entrar a nadie!”. El lector debe prestar atención que el aviso advierte de “no dejar entrar”, no que Blancanieves no pueda salir, como algunas lecturas malintencionadas pretenden ver. Quien quiera ver en este cuento un signo de un destino doméstico de la mujer, hace una lectura pobre y se pierde la enorme profundidad del mensaje del relato. La casita está en el bosque y en el bosque realiza su actividad Blancanieves, pero su hogar, su refugio y su descanso está en la casa de los enanos.
El mal acecha: La madrastra acecha a Blancanieves, como el mal nos está acechando continuamente. Reconocemos al Maligno por tres detalles: es mentiroso, es tramposo y pretende nuestra destrucción. Por eso la Madrastra se disfraza de buhonera, vieja y campesina, para engañar a Blancanieves con mentiras, y preparar venenos y pociones que acaben con su vida, usando las “artes diabólicas en que era maestra”.
La cinta: El primer intento del Mal es a través de una cinta que regala a Blancanieves. Esta cinta remite a aquella cinta que empleaban las mujeres en su cintura cuando estaban embarazadas. (1) El Maligno quiere apoderarse de la progenie de la mujer, tal y como delata el Apocalipsis:
"El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz." Apocalipsis, 12: 4
El peine: El segundo intento lo realiza sobre el pelo de Blancanieves usando un peine envenenado. Cortar la respiración o envenenar su comida son acciones lógicas cuando se quiere acabar con la vida de alguien, pero ¿Qué absurdo método es hacerlo con un peine emponzoñado, cuando es más práctico emplear una daga, una flecha o cualquier otra arma? ¿Qué quieren decir los autores con el peine? De nuevo, este sencillo objeto remite a un símbolo más poderoso. En la Sagrada Escritura, el pelo representa la fe. Recordemos a Sansón que no se cortaba la cabellera pues era expresión de su fe por el Dios vivo. Así que el Maligno intenta acabar ahora con Blancanieves, ahogando y envenenado su fe.
La manzana: En su tercer y definitivo intento, el Maligno prepara la muerte total del alma, por ello la madrastra desciende a una cámara secreta, donde nadie tenía acceso salvo ella y allí “preparó una manzana con un veneno de lo más virulento. Por fuera era preciosa, blanca y sonrosada, capaz de hacer la boca agua a cualquiera que la viese. Pero un solo bocado significaba la muerte segura.”
El símbolo de los hermanos Grimm es claro y diáfano para el cristiano. La manzana está representando el fruto del pecado original de nuestros primeros padres.
“Blancanieves miraba la fruta con ojos codiciosos”.
Al morder del fruto, la muerte entra en Blancanieves, como la muerte entró al género humano por Adán y Eva. Pero el relato del Génesis no dice nada de que el fruto fuera una manzana.
"Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió." Génesis, 3-6
¿De dónde pues ha quedado esa imagen en Occidente? Si bien la representación del fruto aparece en la iconografía del arte cristiano, no se especifica de manera clara que este fuera una manzana. Solo a partir de este cuento de los hermanos Grimm, quedó fijada esta fruta como símbolo del pecado original.
La muerte de Blancanieves: Por tres veces la malvada madrastra tratará de conseguir su propósito (el mal no descansa), como tres fueron las gotas derramadas por su madre en el origen. Pero lo interesante de la historia es que por dos veces Blancanieves muere, y otras dos veces resucita, gracias a la acción divina que actúa a través de los siete enanos (Iglesia-sacramentos). La vida de gracia alimenta, repara y reconstruye el alma herida.
“la lavaron con agua y vino, pero todo fue inútil. La pobre niña estaba muerta y bien muerta”.
¿De qué se consuela la madrastra? “¡Ahora ya no eres la más hermosa!” Ese es el objetivo del mal. El Maligno abomina la belleza humana, y no ceja en su empeño por destruirla. Él odia tu belleza y la mía, por eso quiere destruirnos.
Pero la muerte del alma es sólo la mitad de la historia. Después de Eva viene María, y Cristo es el nuevo Adán. Ya lo dice San Pablo en la carta a los Romanos:
“Sabemos que nuestro hombre viejo ha sido crucificado para que fuera destruido el cuerpo del pecado y ya no sirviéramos al pecado” Ro 6,6
Pero la historia no termina aquí…
El Príncipe: “Sucedió, entonces, que un príncipe que se había metido en el bosque se dirigió a la casa de los enanitos, para pasar la noche.” Es difícil condensar en menos palabras y de forma tan poética la acción redentora de Jesucristo, porque a esta hora del análisis, supongo que el lector se habrá dado cuenta de quién es el Príncipe del cuento. Siento desilusionar a algunos, pero no hay príncipe azul terrenal que se compare con el que es capaz de salvar y resucitar el alma de Blancanieves.
Jesucristo es el Príncipe que se ha metido en el bosque del mundo. El bosque de la historia humana y se ha acercado a la “casa” para sufrir y padecer “la Noche” y vencer sobre la Muerte.
“Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él.” Juan 3, 16-17
Él es el único capaz de dar “lo que le pidan” con tal de rescatar nuestra alma.
El rescate: “…ya no podré vivir sin ver a Blancanieves. La honraré y reverenciaré como a lo que más quiero”. Ese es el amor que tiene Dios con nosotros. Amor de Esposo por su amada Esposa. Como el día de la boda, el Príncipe acaba de pronunciar sus votos matrimoniales con nuestra alma.
“¿(El novio) aceptas a (la novia) como tu legítima esposa y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, amarla y respetarla todos los días de tu vida hasta que la muerte os separe?” Votos matrimoniales católicos.
La resurrección: Como en muchos cuentos, relatos y mitos… así como en la vida real, el héroe-heroína, tras la muerte, termina resucitando, y en este hecho tiene mucho que ver la intervención divina. Veamos como sucede en Blancanieves:
“El príncipe mandó que sus criados lo transportasen en hombros. Pero ocurrió que en el camino tropezaron con un madero, y de la sacudida saltó de la garganta de Blancanieves el bocado de la manzana envenenada, que todavía tenía atragantado. Y, al poco rato, la princesa abrió los ojos y recobró la vida.
Levantó la tapa del ataúd, se incorporó y dijo:
— ¡Dios Santo!, ¿Dónde estoy?”
¿Dónde está el beso de la versión Disney? ¿Cuál es ese madero dónde tropiezan? ¿Qué representa ese trozo de manzana envenenada en la boca? Siento desilusionar a muchos, pero el Príncipe de Blancanieves NO BESA. (2)
Él toma en brazos el cuerpo sin vida de Blancanieves, lo rescata de la muerte para darle nueva vida. Esta intervención divina es el hecho sobrenatural que actúa en los cuentos y que se realiza de manera real en nuestras vidas. Cristo vence a la muerte y por el “madero” de la Cruz sale victorioso. El fragmento nos recuerda la resurrección de Lázaro en el Evangelio de san Juan:
“¿Dónde le habéis puesto? Le contestaron: Ven a verlo Señor. Jesús se echó a llorar, por lo que los judíos decían: Mirad cuánto lo quería… (entonces) gritó muy fuerte: ¡Lázaro, sal fuera! Y el muerto salió atado de pies y manos con vendas, y envuelta la cara en un sudario. Jesús les dijo: Desatadlo y dejadlo andar”. Jn. 11. 34-36, 43-44
El Cielo: Dios tiene esperando una recompensa para el alma santa. Esta promesa es la que pronuncia el Príncipe cuando la joven despierta de la muerte: “Te quiero más que a nadie en el mundo. Ven al castillo de mi padre y serás mi esposa.”
El Castillo del cuento es un símbolo del Reino de los Cielos, su padre es Dios celestial y la boda representa la unión esponsal entre Cristo y el alma humana.
“El Rey me ha llevado a sus estancias. Seamos felices y gocemos contigo.”. Cantar de los Cantares, 1. 4
El juicio final: La madrastra es invitada a la boda, y cuando reconoce a Blancanieves es cuando se queda petrificada en el suelo. El símbolo de las zapatillas incandescentes que han de ponerse con tenazas y que la obligan a danzar hasta la extenuación remiten al fuego eterno del infierno. Pues la justicia divina es clara e implacable:
“A ese criado inútil echadlo a las tinieblas exteriores. Allí será el llanto y el crujir de dientes”. Mt. 25.30
Este es quizás uno de los pasajes más polémicos del cuento, donde algunos han pretendido ver una crueldad gratuita por parte de los autores. Amparados en esta supuesta violencia del texto, algunos condenan la historia como no apta para niños. ¡Pobrecitos! Los jóvenes infantes podrán ver toda la violencia que se les presenta por televisión, el cine o las plataformas digitales, pero no podrán oír que la madrastra tuvo un castigo por actuar mal. En realidad lo que se pretende es usurpar esta joya de la literatura y de la teología al corazón de las nuevas generaciones
Espero que estas reflexiones ayuden a hacer justicia a este magnífico cuento que fue escrito hace unos 200 años para ser “contado” de generación en generación mostrando con imágenes vivas el relato de la Historia de la Salvación del género humano por Cristo Nuestro Señor.
José Alfredo Elía Marcos
(1) Algunas versiones del cuento han traducido la cinta como un corpiño que oprime el pecho de Blancanieves. Esta prenda se acerca más a la idea original de los hermanos Grimm, pues donde la vieja corta la respiración de la joven no es en el cuello, sino en el pecho.
(2) Recientemente las reporteras estadounidenses Julie Tremaine y Katie Dowd, bajo la lupa de la “cultura de la cancelación”, han solicitado a Disney eliminar la secuencia del beso en el film de 1937, por ser un “beso no consensuado” del príncipe a la protagonista. Detrás de todo esto está una idea instalada en la crítica del feminismo radical de que no debemos ser salvados por nadie. Cada uno se salva a sí mismo por su propias fuerzas. Por eso no quieren que las princesas sean rescatadas por príncipes. Con esto están negando la acción salvadora de Cristo (Príncipe) sobre el género humano (Princesa).
(3) Para profundizar más en el análisis de los cuentos recomendamos el Libro de Diego Blanco Albarova: Erase una vez. El Evangelio en los cuentos de la editorial Encuentro.
ILUSTRACIONES
Otto Kubel (1868-1951)
Willy Planck (1870-1956)
Otto Kubel (1868-1951)
Alexander Zick (1845-1907)
Otto Kubel (1868-1951)
Paul Hey (1867-1952)
Carl Offterdinger (1829-1889)
Carl Offterdinger (1829-1889)
Otto Kubel (1868-1951)
Franz Hein (1892-1976)
Alexander Zick (1845-1907)
Otto Kubel (1868-1951)
Franz Juttner (1865-1926)
Franz Juttner (1865-1926)
Iban Barrenetxa (1973 -)
Iban Barrenetxa (1973 -)
Paul Hey (1867-1952)
Franz Juttner (1865-1926)
Franz Juttner (1865-1926)
Franz Juttner (1865-1926)
Franz Juttner (1865-1926)
Iban Barrenetxa (1973 -)
Franz Juttner (1865-1926)
Franz Juttner (1865-1926)
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