El tránsito de San José

De acuerdo con la apócrifa “Historia de José el Carpintero”, el santo hombre había alcanzado los ciento once años cuando murió, el 20 de julio (del año del Señor 18 ó 19). San Epifanio le asignaba noventa años de edad en el tiempo de su deceso, y si vamos a creerle al Venerable Beda, él fue enterrado en el Valle de Josafat. A decir verdad no sabemos cuándo murió San José, es bastante improbable que él haya alcanzado semejante madurez de edad de la cual nos hablan la “Historia de San José” y San Epifanio. Lo más probable es que haya muerto y sido enterrado en Nazaret.

EL TRÁNSITO DE SAN JOSÉ. por Alejandro Leiva Rosa

“Habiendo aprobado esta Sede Apostólica diversos modos de honrar al Santo Patriarca San José (...) celébrese principalmente a San José como Patrón de los moribundos, pues a su muerte estuvieron presentes el mismo Jesús y María...”

25 de julio de 1920. Benedicto XV.

Estas palabras de Su Santidad nos sitúan en un momento íntimo y doloroso de la Sagrada Familia, como es el fallecimiento del Santo Patriarca. De pequeño, recuerdo haber visitado la Parroquia de la Santísima Trinidad de Chiclana (conocida como San Telmo) y lo que más impacto me causó fue encontrar en ella una talla de la Virgen María en el momento de su Tránsito. La verdad es que nunca me había parado a pensar hasta entonces (seguramente muchos tampoco) que María pudiese haber fallecido. Estaba acostumbrado a asistir a la pasión y posterior muerte de su hijo, con ella siempre tras de Él en un suntuoso paso de palio. Pero jamás se me pasó por la cabeza de pequeño que María también había fallecido... cosas de la edad. Es curioso que, pasados los años, haya tenido una reacción similar al contemplar obras de arte referentes al Tránsito del Bendito Patriarca. Porque San José también murió, y antes que Jesús y María.

Evidentemente, ya no era cuestión de desconocimiento, sino que simplemente, de forma inconsciente, obviaba esta realidad, sin más porqué.

El tránsito de San José es un momento concreto reflejado en multitud de obras de arte, siendo este el motivo principal de este artículo. No pretendo, ni mucho menos, enumerar obras de arte así como así, sino más bien desentrañar algunos de los elementos más característicos de estas, sin entrar tampoco en tecnicismos ni términos artísticos. Solo se pretende un acercamiento a esta variante de la representación de San José, sin más.

Ciertamente, existen gran cantidad de obras pictóricas y escultóricas que reflejan este momento. Algunas de grandes autores (“El tránsito de San José”, Francisco de Goya y Lucientes, 1787, en el Monasterio de San Joaquín y Santa Ana de Valladolid); otros de autores menos conocidos (“La muerte de San José” de Reiddmayer, en la Iglesia de la Conversión de San Pablo de Cádiz, autor, dicho sea de paso, del célebre cuadro del Voto a San José que desde 1801 cuelga del salón de plenos de nuestro Ayuntamiento); y otros anónimos, como por ejemplo el cuadro sobre el mismo tema que está en nuestra Iglesia Mayor en la denominada Sala del duelo.

La gran mayoría de estas obras pictóricas, y sus homónimas en escultura (el conjunto iconográfico sobre el fallecimiento del Patriarca en la Capilla Capuchina de San José de la calle Jovellanos de Sevilla, atribuida a Pedro Roldán) toman el mismo modelo al representar el momento: San José, en el lecho de muerte, junto a Jesús y María, a veces asistido por un ángel, a veces por varios; en algunas ocasiones con varios personajes rodeando al núcleo familiar, pero siempre, sobre todo desde la Edad Moderna, con una fuerte luz celestial alumbrando al Santo Varón (estas dos últimas modalidades más propias de obras pictóricas).

Si tenemos en cuenta las escasas referencias que los evangelios hacen a San José, resulta cuanto menos curioso ver la unanimidad que existe en los distintos artistas y en diferentes épocas a la hora de representar este momento. Ciertamente, si acudimos a los evangelios, nada nos indica como fue el postrero momento de la muerte de San José, ni siquiera mencionan cuando se dio el triste suceso. Las referencias al santo son escasas: San Mateo (13,55) nos desvela su oficio, carpintero y lo sitúa como descendiente de Jacob (1:16). El Nuevo Testamento prácticamente reduce sus referencias sobre el esposo de María al nacimiento de Jesús, el anuncio del ángel sobre el embarazo de la Virgen, la huida a Egipto y el hallazgo se Jesús en el Templo.

Tendríamos que acudir a la apócrifa “Historia de José el Carpintero” para encontrar que murió con 111 años. San Epifanio adelanta la edad del fallecimiento a los 90 años y el Venerable Beda sitúa su entierro en Josafat. Lo que parece estar claro es que no contempló el martirio de su hijo, puesto que no es nombrado jamás en el desarrollo de la pasión, ni aparece junto a la cruz, supliendo su hueco el discípulo amado; sería, cuanto menos extraño, que Jesús encargase a San Juan al pie de la cruz el cuidado de María, si San José estuviese vivo aún.

Ante esto, la representación iconográfica que se hace del Señor San José en su tránsito debemos encontrarla en la tradición y presumiblemente en la intencionalidad didáctica de la Iglesia desde el Concilio de Trento; efectivamente, San José hasta finales de la Edad Media no será el santo de referencia que conocemos hoy. De hecho, hasta ese momento, sus apariciones en las obras de arte van a limitarse a su presencia en escenas de grupo (y no constantes) de la Sagrada Familia, siempre apartado de la fuerte luz que embarga a las figuras de María y Jesús para resaltarlas, algo que no obstante va a continuar en la época moderna, si bien, la encendida devoción que hacia él sentía Santa Teresa de Jesús en el siglo XVI le llevará a convertirse en un santo de verdadera importancia, cuya devoción comenzará a extenderse sobre todo en el siglo XIX (el siglo josefino por excelencia). San José será un agente más de la dedicación de la Iglesia para perpetuar la familia como base de la vida cristiana, aunque no un elemento cualquiera, de ahí las representaciones constantes de la Sagrada Familia (y desde los albores de la época contemporánea ya en obras monográficas sobre su figura), y de ahí también, la presencia de su esposa María y de Jesús en las representaciones del momento de su muerte; algo lógico, por otro lado, puesto que se presupone que moriría acompañado de sus seres más queridos.

Tradición y lógica son la base de los modelos iconográficos que prevalecen en la historia del arte para representar el fallecimiento de San José. Como vemos, nada hay en los textos sagrados que narren ese momento, al menos de forma realmente explícita.

Hay que destacar la devoción que en diversas zonas tiene este momento; si bien es cierto que lo que más abunda es un culto a la imagen de un San José vivo, tierno, que, bien soporta a su hijo en brazos (caso de nuestro titular), o bien le lleva de la mano (por ejemplo el mosaico que existe en la calle Rosario esquina con Juan de Mariana), también existen cofradías que dan culto a su muerte y que tienen por función principal la de orar por las almas de los fallecidos. La principal de ellas se halla en Roma, llamada Archicofradía del Tránsito (o de la muerte) de San José, fundada el 17 de Febrero de 1913, por Pío X, con facultad para asimilar hermandades filiales josefinas, independientemente del momento de su vida que refleje. En España, se fundaría una filial en la Parroquia de San Viator de Escoriaza (Vitoria) en 1945, aún activa.

En la zona norte de nuestro país, como vemos, existe una gran devoción a San José. Por un lado tenemos el culto a su muerte, muy extendido por esta zona, destacando el grupo escultórico de la Iglesia de los franciscanos de Santiago de Compostela, donde el misterio de su tránsito, a falta de altar propio, está situado sobre el que fue su paso procesional durante años, cuando el mismo se hallaba depositado en el Hospital de la Sangre (hoy Parador Nacional). El dulce y bello conjunto (compuesto por Jesús y María, acompañando a José, que es asistido por un ángel) pasó a San Francisco, donde recibe culto, aunque no cuenta con cofradía, según me explicó un fraile franciscano; por otro lado, en el noreste de España encontramos la fuerte devoción a San José de la Montaña, Coronado Canónicamente, y titular de la Pía Unión de su nombre.

Toda la devoción que despierta San José, no ya solo por la labor que tuvo en la Historia de la Salvación, sino por la manera dulce en que se produjo, presumiblemente, su muerte, desembocó en los diversos reconocimientos oficiales que posee la advocación desde la Iglesia, a saber: Patrono de la Iglesia Católica, de los trabajadores, de los padres y de las familias, y en el caso que nos ocupa, desde 1920, también Patrono de los moribundos (así aparece en las Letanías josefinas), o como se le suele nombrar popularmente, Patrono de la Buena Muerte.

La muerte de San José es un tema muy manido en la Historia del Arte, sin embargo, desde estas líneas tan solo se ha pretendido un somero acercamiento a los aspectos más generales de las obras que sobre ello tratan. Lo realmente cierto es que es un Santo, nuestro titular, que despierta la piedad de los fieles, tanto en su faceta como padre de Jesús, encargado de su cuidado, y de esposo de María, como en sus representaciones del momento de su paso al Altísimo. Sea como fuere, actualmente, la devoción a San José es más latente en el norte de nuestro país que en el sur, aunque estemos asistiendo a un renacer del sentir josefino por tierras andaluzas y últimamente también en Canarias, aunque la gran devoción a San José se vive celebrando su vida, y no su muerte, en centro y sur América. Pero esto ya es otro tema que se tratará en otro momento, como es la localización geográfica de la devoción al Santo Patriarca.

Alejandro Leiva Rosa.

LA DULCE MUERTE DE SAN JOSÉ. por Salvador Aragonés

Muchos a lo largo de los siglos se han preguntado cómo murió José de Nazaret, esposo de María Virgen y padre según la Ley de Jesús, el Hijo de Dios. No existen documentos que avalen el cuándo y el cómo de la muerte de san José, aunque el Patriarca ha sido nombrado Patrono de la Buena Muerte. Sobre cuándo murió José, la tradición señala que fue un 19 de marzo, día en que se celebra la fiesta del Santo Patriarca. Pero sobre el año nada se ha podido averiguar hasta el momento. Tan silenciosa fue la vida de José que se fue de este mundo calladamente.

Unos, como san Epifanio, creen que José murió poco después de cumplir Jesús 12 años, es decir poco después de haber hallado a Jesús discutiendo con los doctores de la Ley. Sobre esta hipótesis se han basado muchos para deducir que José era un hombre mayor, es más, incluso anciano, para resaltar de este modo la virginidad de María y encontrar una explicación fácil a su castidad matrimonial.

La mayoría piensa que José murió poco antes de la vida pública de Jesús. El evangelio de san Juan narra las Bodas de Caná (cfr. Jn, 2, 1-11) y señala que Jesús se dio a conocer antes de que “llegara mi hora”, o sea cuando comenzó su vida pública. Estaban invitados a la boda María su madre, y nada dice de san José. La Virgen no hubiera ido a una boda sin su esposo, lo que indica que José ya había fallecido.

Y ¿a qué edad murió san José? Aunque no hay documentos, es posible que el Santo Patriarca tomara a María como esposa a los veinte y pocos años. La Virgen era más joven, era una doncella cuando se unió a José en matrimonio. La esperanza de vida en tiempos de Jesús no era mucha y rondaba entre los 45-50 años de media para los hombres. Por lo tanto, José debió fallecer entre los 45 y 50 años, o sea cuando Jesús tendría entre 20 y 25 años. Son conjeturas.

Y ¿Cómo murió José? José de Nazaret fue elegido muy cuidadosamente por Dios para que custodiara a su Hijo, Jesús, y a la Madre de este, siempre Virgen, María. José era un predilecto de Dios, y a los predilectos no les falta nunca la cruz de cada día, como decía santa Teresa de Ávila.

Por lo tanto el Señor le debió conceder una muerte plácida, aunque no exenta de dolores, recibiendo los cuidados y el cariño personal de su esposa María y de su hijo Jesús, como cuenta san Bernardino. ¡Qué bien morir tienen las personas cuando son atendidas por Jesús y por María en su última agonía! Mueren con el alma en paz, ¡felices!

San José, patrono de la Buena Muerte, nos acompaña con Jesús y María en el tránsito de nuestra vida a la vida eterna. Encomendándose a san José en la hora de la muerte le pedimos que nos conceda la paz en el alma y la participación en la vida beatífica del cielo tras dejar la vida mortal.

Además, podemos rezar esta oración con tanta tradición en la Iglesia:

Jesús, José y María os doy el corazón y el alma mía,

Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía,

Jesús, José y María, descanse en paz con vosotros (ustedes) el alma mía.

Una vez falleció, cuenta santo Tomás, el alma de José fue al seno de Abrahán con los demás justos del Antiguo Testamento, hasta la muerte de Jesucristo, hasta consumada la redención, donde las almas pasarían ya a un descanso “pleno”, pues aunque habían expiado la culpa, tenían la naturaleza manchada por el pecado original.

Pero es más, algunos santos, como san Juan XXIII, creían que san José resucitó en cuerpo y alma a los cielos (homilía el 26 de mayo de 1960, con motivo de la canonización de san Gregorio Barbarigo). El Papa dijo que él lo creía así en su interior, pero no anunciaba doctrina alguna.

También lo creían el teólogo español Suárez, san Pedro Damián, san Bernardino de Siena, san Francisco de Sales, san Alfonso María de Ligorio, la venerable Madre María Jesús de Ágreda, Bossuet, san Enrique de Ossó y Cervelló y otros. ¿Cómo no podría estar en cuerpo y alma en los cielos, al lado de Jesús y María su esposa?

Y un dato más para la historia. El día en que el beato Pío IX nombró a san José Patrono de la Iglesia universal, unos energúmenos se fueron al Vaticano y debajo de las ventanas gritaron “¡Muerte al Papa!”. ¡Qué rabia tenía el diablo!

San José, decía san Juan Pablo II, fue comprendido y divulgado por un alma profunda y mística, santa Teresa de Ávila, junto con tantos santos e instituciones religiosas que tienen al Santo Patriarca como Patrono y hasta fundador.

El día 19 de marzo, el próximo el lunes, todos podemos pedir la intercesión de san José para nuestras necesidades, pues decía santa Teresa que el Santo Patriarca nunca le falló. Y eS patrono de los seminarios de sacerdotes.

Además, podemos contemplar a san José en tres misterios del Santo Rosario: los tres últimos Misterios de Gozo: el Nacimiento de Jesús en Belén, la Presentación de Jesús al Templo, y Jesús perdido y hallado en el Templo discutiendo con los doctores de la Ley. Es una manera de vivir esta unión de José con María y con Jesús, la Sagrada Familia.

Pasamos este sexto domingo contemplando la Buena Muerte de san José.

Después de hacer la señal de la Cruz rezamos la oración a san José del papa León XIII:

Oración a San José

A ti, bienaventurado san José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de tu santísima esposa, solicitamos también confiadamente tu patrocinio.

Con aquella caridad que te tuvo unido con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, y por el paterno amor con que abrazaste al Niño Jesús, humildemente te suplicamos que vuelvas benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con tu poder y auxilio socorras nuestras necesidades.

Protege, oh providentísimo Custodio de la divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios. Asístenos propicio desde el cielo, en esta lucha contra el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del Niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad.

Y a cada uno de nosotros protégenos con tu constante patrocinio, para que, a ejemplo tuyo, y sostenidos por tu auxilio, podamos vivir y morir santamente y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.

Después pedimos las gracias para este domingo confiadamente, porque el santo patriarca es muy generoso. Finalmente rezamos un Padrenuestro por las intenciones del Papa. Y terminamos: san José ruega por nosotros; ruega por mí.

Salvador Aragonés.

El tránsito de San José, 1787. Francisco de Goya

Goya recibió de manos de Carlos III el encargo de decorar la iglesia del Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana de Valladolid, inmerso en tareas de renovación al sustituirse el convento medieval por otro de estilo neoclásico diseñado por Francisco Sabatini. Ramón Bayeu también trabajará en este suntuoso encargo. Esto proporcionará una excelente oportunidad a Goya para brillar sobre su cuñado. La tradición cuenta que San José falleció a los 111 años, en compañía de María y Jesús. Goya recurre a esta leyenda, situando a San José en una clara posición horizontal acompañado de un imberbe Cristo y de la Virgen, marcando ambos personajes una verticalidad contrapuesta a la figura protagonista. La escena es iluminada por un potente foco de luz procedente del cielo que otorga un destacado aspecto teatral al asunto. El carácter escultórico se adueña de la composición al estar muy acentuados los pliegues de las telas y al dotar a las figuras una esbeltez inspirada en Miguel Angel. El estilo neoclásico que era solicitado por Mengs a los jóvenes artistas fue perfectamente interpretado por el aragonés. Como buen retratista que va a ser, nos llama la atención el interés de Goya por mostrarnos las expresiones de los rostros, especialmente el último balbuceo de San José, cuya boca se entreabre mientras María mira fijamente a su Hijo, quien abre las manos teatralmente. Aunque el conjunto es algo frío, es una excelente muestra de como Goya va a triunfar, despuntando en el panorama artístico español de fines de la Ilustración.

El tránsito de San José, 1787. Francisco de Goya

Más que un boceto parece tratarse de una primera idea, un estudio preparatorio que después Goya rechazó ya que la composición es muy distinta a la del cuadro definitivo. La pintura está ejecutada sobre una preparación clara y muestra un dibujo subyacente apreciable a simple vista.

Tan distinta es esta obra de la definitiva para la que sirvió de estudio que algunos estudiosos han llegado a dudar de su autenticidad. Lo más probable es que a esta primera idea le hayan seguido otros bocetos que no han llegado hasta nosotros. Pero es indudable que esta pintura sea de Goya, pues en ella hallamos esa pincelada suelta y audaz tan característica de Goya, como apunta Camón. Esta composición es más barroca y parece que el artista se decantó al final por una pintura clasicista, en armonía con el templo que la iba a acoger.

La composición se dispone en profundidad, con la cama en escorzo, dirige nuestra mirada al moribundo José. Iconográficamente responde a las representaciones del siglo XVII, basadas en una narración medieval apócrifa sobre la muerte de San José supuestamente contada por Jesús y estudiada por E. Mâle. San José yace en el lecho con expresión de miedo y angustia en su rostro. Le acompañan María y Jesús, quienes aguardan pacientemente y ofrecen su apoyo al moribundo. Destaca sin duda la humanidad con que Cristo es representado. Sobre ellos, unos angelitos recuerdan a los que contemplaban a Francisco Javier mientras expiraba en la obra Muerte de San Francisco Javier, del Museo de Zaragoza.

El llamado "estilo arquitectónico" que Goya adopta finalmente para el cuadro del monasterio de Valladolid, aunque impresionante por su solemnidad, ha hecho que se perdiera la angustia que en la primera idea sufre José y sobre todo, la ternura que demuestra Jesús hacia su padre putativo.

El tránsito de San José. Carlo Maratta (1670)

Más

Benedetto Luti

Giuseppe a Palazzo

Francesco Trevisani

Giovanni Antonio Guardi

El tránsito de San José. Pedro Ruiz González, 1700

Técnica: Óleo sobre lienzo

Dimensiones: 348 x168 cm

Localización: Capilla de la Enfermería de la Venerable Orden Tercera

Población: Madrid

Observaciones: firmado abajo: “P.º Ruiz Gonzalez F.” Inscripción del lienzo original, abajo: “A… ysieRa. Pu. O a ebocion este Cuadro del Glorioso S Joseph…de…de… Agosto/ de 1700” Inscripción del lienzo añadido, abajo: “=D,ªMaría. De Flores. Y Sierra, puso este Cuadro. A su bocíon, a 14, de Agosto de, 1700,=”. La historia proveniente de los Evangelios Apócrifos (1985, p351, XX). , se encuentra en un retablo del lado de la epístola, tiene pintura añadida por otro artista para adaptar el conjunto pictórico al retablo que contiene la obra (1ª Imagen): en la parte superior Dios Padre acompañado de ángeles con nubes, bajo un arco e medio punto fingido; ya que seguramente la obra no fue concebida por su autor para el retablo-hornacina en el que se encuentra. Las medidas originales del lienzo eran de 208x 168 cm, cuya altura limita sobre las cabezas de los ángeles y querubines (2.ª imagen), Ceán la sitúa en el lado erróneo, no así Palomino. Esta obra se relaciona con otras pinturas de su tiempo como la Muerte de San José que realizó Alonso del Arco en 1697 y que actualmente se encuentra en el museo de santa Cruz de Toledo. La fuente iconográfica del lienzo de Ruiz González pudiera ser alguna estampa aún sin identificar, que Angulo y Pérez Sánchez han relacionado con el cuadro de un discípulo toledano de Pedro Orrente, Muerte de San José, que se encuentra en la iglesia del Carmen de Valencia. También podría estar relacionada con la obra de Escalante "Muerte de Santa Clara", que debió conocerla en el taller de maestro, siendo la influencia iconográfica de esta obra notable en varias composiciones de dentro y fuera de la Corte, como la Muerte de San José de Vicente Berdusán. La obra ha sido restaurada para le exposición: Pedro Ruiz González. Pintor barroco Madrileño.

El tránsito de San José. Anónimo

Este óleo sobre tela, al parecer de principios del siglo XVIII, también revela una fuerte influencia de Cristóbal de Villalpando, aunque desconocemos el nombre de su autor. La iconografía se deriva de un evangelio apócrifo que narra el momento previo a la muerte de José, cuando éste pide a Dios que el arcángel Miguel sea el portador de su alma. Como se puede apreciar, también estuvo acompañado por Jesús y María.

Al morir, volaron sobre su cuerpo Miguel, Gabriel y un coro de ángeles venidos del Cielo. Como un anuncio del Paraíso, se presenta el querubín sosteniendo una Cruz de la Resurrección. Un angelillo recoge con resignación las herramientas de carpintero que José ya no podrá utilizar.

Tránsito de San José

Obra realizada para la Iglesia de San José (Almería).

Óleo sobre lienzo, 103 x 203 cm.

Francesco Polazzo

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