El lobo y las siete cabritas
Jacob y Wilhelm Grimm
Ilustración de Carl Offterdinger
Erase una vez una vieja cabra que tenía siete cabritas, a las que quería tan tiernamente como una madre puede querer a sus hijos. Un día quiso salir al bosque a buscar comida y llamó a sus pequeñuelas.
— Hijas mías — les dijo— me voy al bosque; mucho ojo con el lobo, pues si entra en la casa os devorará a todas sin dejar ni un pelo. El muy bribón suele disfrazarse, pero lo conoceréis enseguida por su bronca voz y sus negras patas.
Las cabritas respondieron:
— Tendremos mucho cuidado, madrecita. Podéis marcharos tranquila.
Despidióse la vieja con un balido y confiada emprendió su camino.
No había transcurrido mucho tiempo cuando llamaron a la puerta y una voz dijo:
— Abrid, hijitas. Soy vuestra madre, que estoy de vuelta y os traigo algo para cada una.
Pero las cabritas comprendieron, por lo rudo de la voz, que era el lobo.
— No te abriremos –exclamaron— no eres nuestra madre. Ella tiene una voz suave y cariñosa, y la tuya es bronca: eres el lobo.
Fue éste a la tienda y se compró un buen trozo de yeso. Se lo comió para suavizarse la voz y volvió a la casita. Llamando nuevamente a la puerta:
— Abrid hijitas — dijo— vuestra madre os trae algo a cada una.
Pero el lobo había puesto una negra pata en la ventana y al verla las cabritas, exclamaron:
— No, no te abriremos; nuestra madre no tiene las patas negras como tú. ¡Eres el lobo!
Corrió entonces el muy bribón a un tahonero y le dijo:
— Mira, me he lastimado un pie; úntamelo con un poco de pasta.
Untada que tuvo ya la pata, fue al encuentro del molinero:
— Échame harina blanca en el pie — díjole.
El molinero, comprendiendo que el lobo tramaba alguna tropelía, negóse al principio, pero la fiera lo amenazó:
— Si no lo haces, te devoro.
El hombre, asustado, le blanqueó la pata. Sí, así es la gente.
Volvió el rufián por tercera vez a la puerta y, llamando, dijo:
— Abrid, pequeñas; es vuestra madrecita querida, que está de regreso y os trae buenas cosas del bosque.
Las cabritas replicaron:
— Enséñanos la pata; queremos asegurarnos de que eres nuestra madre.
La fiera puso la pata en la ventana y al ver ellas que era blanca, creyeron que eran verdad sus palabras y se apresuraron a abrir. Pero fue el lobo quien entró. ¡Qué sobresalto, Dios mío! ¡Y qué prisas por esconderse todas! Metióse una debajo de la mesa; la otra, en la cama; la tercera, en el horno; la cuarta, en la cocina; la quinta, en el armario; la sexta, debajo de la fregadera y la más pequeña, en la caja del reloj. Pero el lobo fue descubriéndolas una tras otra y sin gastar cumplidos, se las engulló a todas menos a la más pequeñita que oculta en la caja del reloj, pudo escapar a sus pesquisas. Ya satisfecho, el lobo se alejó a un trote ligero y llegado a un verde prado, tumbóse a dormir a la sombra de un árbol.
Al cabo de poco regresó a casa la vieja cabra. ¡Santo Dios, lo que vio! La puerta, abierta de par en par; la mesa, las sillas y bancos, todo volcado y revuelto; la jofaina, rota en mil pedazos; las mantas y almohadas, por el suelo. Buscó a sus hijitas, pero no aparecieron por ninguna parte; llamólas a todas por sus nombres, pero ninguna contestó. Hasta que llególe la vez a la última, la cual, con vocecita queda, dijo:
— Madre querida, estoy en la caja del reloj.
Sacóla la cabra y entonces la pequeña le explicó que había venido el lobo y se había comido a las demás. ¡Imaginad con qué desconsuelo lloraba la madre la pérdida de sus hijitas!
Cuando ya no le quedaban más lágrimas, salió al campo en compañía de su pequeña y al llegar al prado vio al lobo dormido debajo del árbol, roncando tan fuertemente que hacía temblar las ramas. Al observarlo de cerca, parecióle que algo se movía y agitaba en su abultada barriga.
¡Válgame Dios! — pensó—, ¿si serán mis pobres hijitas, que se las ha merendado y que están vivas aún? Y envió a la pequeña a casa, a toda prisa, en busca de tijeras, aguja e hilo. Abrió la panza al monstruo y apenas había empezado a cortar cuando una de las cabritas asomó la cabeza. Al seguir cortando saltaron las seis afuera, una tras otra, todas vivitas y sin daño alguno, pues la bestia, en su glotonería, las había engullido enteras. ¡Allí era de ver su regocijo! ¡Con cuánto cariño abrazaron a su mamita, brincando como sastre en bodas! Pero la cabra dijo:
— Traedme ahora piedras; llenaremos con ellas la panza de esta condenada bestia, aprovechando que duerme.
Las siete cabritas corrieron en busca de piedras y las fueron metiendo en la barriga, hasta que ya no cupieron más. La madre cosió la piel con tanta presteza y suavidad, que la fiera no se dio cuenta de nada ni hizo el menor movimiento.
Terminada ya su siesta, el lobo se levantó y como los guijarros que le llenaban el estómago le diesen mucha sed, encaminóse a un pozo para beber. Mientras andaba, moviéndose de un lado a otro, los guijarros de su panza chocaban entre sí con gran ruido, por lo que exclamó:
¿Qué será este ruido
que suena en mi barriga?
Creí que eran seis cabritas,
mas ahora me parecen chinitas.
Al llegar al pozo e inclinarse sobre el brocal, el peso de las piedras lo arrastró y lo hizo caer al fondo, donde se ahogó miserablemente. Viéndolo las cabritas, acudieron corriendo y gritando jubilosas:
— ¡Muerto está el lobo! ¡Muerto está el lobo!
Y, con su madre, pusiéronse a bailar en corro en torno al pozo.
FIN
Cuentos para la infancia y el hogar 1812-1857
FICHA DE TRABAJO
VOCABULARIO
Balido: Voz de la oveja, la cabra, el ciervo, el gamo y otros mamíferos rumiantes.
Bribón: Persona que es astuta y taimada, especialmente si utiliza artimañas para engañar o cometer delitos menores.
Bronco: Dicho de la voz o de un instrumento de música: De sonido desagradable y áspero.
Desconsuelo: Gran aflicción o decaimiento de ánimo ante una pena o un disgusto.
Devorar: Comer con ansia y rapidez.
Engullir: Tragar algo precipitadamente, de golpe o sin moderación.
Jofaina: Recipiente circular, ancho y poco profundo, usado especialmente para lavarse.
Pesquisa: Investigación que se hace de una cosa para descubrir o averiguar algo.
Presteza: Habilidad y rapidez para hacer o decir una cosa.
Regocijo: Gozo o alegría muy intensa que se hace ostensible.
Rudo: Persona que es poco delicada o cortés en el trato y en el comportamiento.
Rufián: Hombre vil y despreciable que vive del engaño y de la estafa.
Tahonero: Persona que tiene por oficio hacer o vender pan.
Ternura: Sentimiento ante las personas, cosas o situaciones que se consideran merecedoras de un amor o un cariño puro y gratuito, por su dulzura, debilidad o delicadeza.
Tropelía: Acción ilegal cometida por alguien que abusa de su poder o de su autoridad.
CLAVES PARA LA REFLEXIÓN
La
ILUSTRACIONES
Carl Offterdinger (1829-1889)
Carl Offterdinger (1829-1889)
Carl Offterdinger (1829-1889)
Carl Offterdinger (1829-1889)
Carl Offterdinger (1829-1889)
Carl Offterdinger (1829-1889)
Carl Offterdinger (1829-1889)
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