Sin patria

Johanna Spyri

Capítulos 7, 8 y 9

Capítulo 7. Un legado precioso y una preciosa oración

Había llegado el verano trayendo los días hermosos. Siempre que la abuela podía se arreglaba de modo que Stineli tuviese algún momento libre. Sin embargo, cada vez había más cosas que hacer en la casa y Rico permanecía con frecuencia más de una hora en el umbral espiando la puertecilla de los vecinos y preguntándose si aparecería pronto Stineli.

Hacia el mes de septiembre, cuando a la gente le gusta entretenerse delante de las casas para gozar de las últimas tardes tibias, aún se vio algunas veces al maestro de escuela sentado delante de su puerta; pero estaba muy flaco y cada vez sentía mayor opresión. Luego, una mañana, cuando quiso levantarse, ya no tuvo fuerzas para hacerlo y volvió a caer sobre su almohada. Se quedó tendido en el lecho, tranquilo y solo, y empezó a reflexionar en muchas cosas, preguntándose también lo que ocurriría si había de morir. No tenía hijos y su mujer murió mucho tiempo atrás; en su casa no había más que una vieja criada. Sobre todo le preocupaba la idea de saber a qué manos pasaría cuanto poseía, así que ya no estuviese él allí; y como su violín estaba colgado de la pared, frente a su cama, se dijo:

— También tendré que abandonar a ése.

Entonces se acordó del día en que Rico, de pie en aquella misma estancia, había tocado el violín ante él. Dijose que le gustaría más saber que su instrumento quedaba en poder del niño, en vez de ir a parar a manos de un primo lejano que nada sabía de música. Pensó también que si se lo cedía a un precio barato, tal vez Rico podría adquirirlo, porque, sin duda, su padre le habría dejado alguna cosilla. Pero, al mismo tiempo, recordó, de pronto, que cuando llegase el momento de abandonar su violín ya no necesitaría el dinero para nada. Sin embargo, no se resolvía a dar gratis un instrumento por el cual tuvo que pagar seis hermosos escudos. Tal idea le preocupaba constantemente y no cesaba de reflexionar acerca del medio que le permitiese no ceder su violín sin provecho alguno; pero cuanto más pensaba en ello, más claramente veía que el lugar a donde ya se dirigía no le consentiría llevarse ni el dinero ni su violín, sino que sería necesario abandonarlo todo.

Mientras tanto la fiebre seguía aumentando, especialmente por las tardes; durante toda la noche sostuvo una gran lucha. Cosas muy antiguas, que hacía tiempo había olvidado, volvían a pasar por su mente y le atormentaban mucho, de manera que por la mañana estaba agotado por completo y ya no tenía más que una idea: hacer algún bien, realizar alguna buena acción. Con su bastón golpeó la pared hasta que le oyó la vieja criada y entró en la estancia; inmediatamente la mandó a casa de la abuela para rogarle que acudiese sin tardar.

Muy pronto, en efecto, entró la abuela en la habitación y, antes de que tuviese tiempo de preguntarle cómo se encontraba, él le dijo:

— Tenga usted la bondad de descolgar ese violín y de llevárselo al huerfanito. Quiero regalárselo. Pero recomiéndele que lo cuide mucho.

La abuela, muy asombrada, repitió varias veces:

— ¡Oh! ¿Qué dirá Rico? ¿Qué hará Rico?

Luego observó que el maestro empezaba a impacientarse un poco, como si la cosa fuese muy urgente. Salió, pues, de la habitación con el violín debajo del brazo y se apresuró cuanto pudo en volver a su casa, ya que apenas tenía la necesaria paciencia para esperar el momento de que Rico se enterase de su felicidad.

El niño estaba delante de la puerta, y obedeciendo a una seña de la abuela, acudió a su encuentro.

— Toma, Rico — dijo entregándole el violín —, el maestro te lo regala. Es tuyo.

En el primer momento, Rico se creyó juguete de un sueño y, sin embargo, era la pura verdad, porque la abuela le entregaba, realmente, el violín.

— Tómalo, Rico, es tuyo — repitió.

Tembloroso de alegría y de emoción, Rico cogió el instrumento y empezó a mirarlo con fijeza, como si temiese perderlo en cuanto cesara de contemplarlo.

— Convendrá cuidarlo mucho — terminó la abuela para finalizar su encargo, aunque no pudo evitar una sonrisa, porque tal recomendación le parecía superflua—. Además, Rico, piensa también en el maestro y no olvides nunca lo que ha hecho por ti; está muy enfermo.

La abuela volvió a su casa y Rico se apresuró a subir con su tesoro a su habitacioncita, en la que siempre estaba solo. Se sentó y empezó a tocar. Y lo hizo con tanto entusiasmo, que se olvidó de beber y de comer, sin tener conciencia del tiempo que transcurría. Cuando empezó a oscurecer se levantó por fin y bajó la escalera. La prima salió de la cocina y le dijo:

— Podrás comer mañana; por hoy te has portado de un modo tal, que nada mereces.

Aunque Rico no había tomado nada desde la hora del desayuno, no sentía hambre y en aquel momento pensaba muy poco en comer. Por esta razón las palabras de la prima no le hicieron efecto y entró tranquilamente en la casa de los vecinos, en busca de la abuela. Stineli, de pie junto al hogar, se ocupaba en encender el fuego y en cuanto vio a Rico, empezó a dar gritos de alegría. Ya, durante todo el día, después que la abuela le hubo referido lo que había pasado, le costó mucho contener su impaciencia para no ir a reunirse con Rico, a fin de dar libre curso a su alegría; pero hasta entonces no había podido disponer de un solo minuto. Por eso, en aquel momento, estaba fuera de sí y, entusiasmada, repetía:

— ¡Ahora ya lo tienes! ¡Ahora ya lo tienes!

Estos gritos hicieron salir a la abuela de la habitación y en cuanto Rico la divisó corrió hacia ella preguntándole:

— Dígame, abuela. ¿Cree usted que puedo ir a dar las gracias al maestro, a pesar de que esté enfermo?

La abuela se quedó indecisa, porque por la mañana le había ya parecido que el maestro estaba muy débil.

— Espera, Rico — dijo por fin —. Te acompañaré.

Fue a ponerse un delantal limpio y luego los dos se encaminaron hacia la escuela. La abuela fue la primera en entrar; Rico la siguió de puntillas, llevando debajo del brazo el violín, que no había soltado ni un momento desde la mañana.

El maestro estaba tendido en la cama y parecía muy abatido. Rico se acercó a él, miró su violín y casi no pudo decir nada; pero sus ojos brillaban de tal modo, que el maestro comprendió muy bien lo que esto quería decir. Dirigió al niño una mirada de satisfacción y le hizo una débil seña con la cabeza. Luego se volvió hacia la abuela, que se había acercado a él. Rico se apartó un poco y el maestro le dijo con voz desmayada:

— Abuela, le agradecería mucho que quisiera usted rezar en voz alta el Padrenuestro, porque yo no tengo bastantes fuerzas.

En aquel momento se oyó la campana de la tarde, que llamaba a la oración, Rico unió las manos, en lo cual le imitó la abuela, y ésta, en voz alta, pronunció las palabras del Padrenuestro. Inmediatamente reinó un gran silencio en la habitación. La abuela se inclinó hacia su viejo vecino y suavemente le cerró los ojos, porque estaba muerto.

Luego, tomando a Rico de la mano, salió de la habitación sin hacer ruido.

VOCABULARIO

Opresión: Sensación molesta que produce la cosa o persona que oprime.

Recomendación: Consejo que se da a una persona por considerarse ventajoso o beneficioso.

Superfluo: Que no cumple ni desempeña una función.

Capítulo 8. A orillas del lago de Sils

Era tan grande la alegría de Stineli, que durante toda la semana no consiguió recobrar su equilibrio; parecíale que aquella semana tenía, por lo menos, diez días más que las otras y que el domingo no llegaría nunca. Pero llegó, por fin, y con él un hermoso sol de otoño que doraba las colinas. Cuando Stineli se vio otra vez sentada al lado de Rico y bajo los abetos, frente al lago brillante que se extendía a sus pies, apoderóse de ella una alegría tan desbordante, que no tuvo más remedio que echarse a saltar sobre el fresco musgo, profiriendo, al mismo tiempo, gritos de alegría. Por fin fue a sentarse en el borde de la escarpa para verlo todo más bien: las cimas iluminadas por el sol, el lago y, dominándolo todo, el hermoso cielo azul.

Llamó a Rico y le dijo:

— Ven, Rico, vamos a cantar mucho rato, mucho.

Rico se sentó al lado de Stineli y afinó el violín, que formaba parte de la compañía. Luego empezó a tocar y los dos niños cantaron:

Corderillos que estáis en la colina

triscando juguetones, sin cuidado,

retornad al aprisco, el sol declina

y hay que dar un adiós al dulce prado.

Eso no fue bastante a juicio de Stineli.

— Vamos a cantar más — exclamó. Y continuó:

Subid, albos corderos, a la cumbre,

el sol luce radiante, allá en la altura

el viento sopla y la dorada lumbre

se refleja en el agua, tersa y pura.

Rico repitió con ella la segunda copla y, entusiasmado, le dijo:

— Continúa.

Stineli, excitada por la alegría, dirigió una mirada a su alrededor e improvisó los siguientes versos:

Corderillos, azul está el espacio;

sobre el húmedo verde de las hojas

destácame esmaltadas de topacio,

las flores que son blancas o muy rojas.

Rico continuaba tocando y cantaba con ella. Pero en cuanto se detenía le decía:

—Más, más.

Stineli miró a Rico, riéndose, y luego cantó:

Un doncel está triste, pues le aqueja

el pesar, y una niña ha sonreído;

el lago al otro lago se asemeja,

ambos de las cascadas han nacido.

Rico se rió también y repitió las palabras de Stineli.

— ¡Más, más! — dijo.

Stineli continuó, por consiguiente, y Rico la acompañaba sin parar; y cantaron nuevas coplas improvisadas:

En torno de ellos, lleno de alegría,

salta el rebaño; su sencillo gozo

nadie con frases describir podría,

ignorando el porqué de su alborozo.

El doncel, que está triste y pensativo,

sentado con la niña junto al lago,

quizás no hallara a su pesar motivo

de no absorberlo un pensamiento aciago.

Luego volvieron a empezar desde el primer verso hasta el último, añadiendo sus propias coplas; y les gustó tanto su canto que lo repitieron por lo menos diez veces seguidas y cuanto más lo cantaban, más les complacía. También Rico tocó algunas melodías que le enseñara su padre, pero a los pocos momentos volvieron a su canción, que no se cansaban de repetir. De pronto, y cuando estaban a la mitad, Stineli se detuvo en seco y exclamó:

— Tengo una idea. Ya sé cómo podrás descender hasta el lago, sin tener necesidad de dinero.

Rico cesó de tocar repentinamente y fijó en Stineli una mirada llena de esperanza y de ansiedad.

— Mira —continuó ésta con la mayor animación—. Ahora tienes un violín y sabes tocar una canción. No tienes más que hacer sino entrar en cada posada, abrir la puerta de la sala y tocar y cantar; entonces te darán de comer y te dejarán dormir en la casa, cuando vean que no eres un mendigo. Así podrás descender hasta el lago; y para volver, haz lo mismo.

Rico se quedó pensativo; pero Stineli, que quería reanudar el canto, no le dejó mucho rato entregado a sus reflexiones. Los niños, entretenidos con su propia música, no oyeron siquiera la campana de la tarde, y tan sólo cuando empezó a caer la noche se dieron cuenta de la hora que era. Fue preciso apresurarse a regresar a casa; ya, desde lejos, divisaron a la abuela, que con la mirada les buscaba ansiosa.

Pero Stineli estaba demasiado enardecida por sus recientes impresiones para que la abatiese algún cuidado. Se acercó corriendo hacia la abuela, exclamando:

— No puedes figurarte, abuela, lo bien que Rico sabe tocar el violín. Además tenemos una canción nuestra, nada más que nuestra. Ya verás, vamos a cantártela.

Y antes de que la abuela hubiese podido decir una sola palabra, los niños, con sus voces claras, entonaron su canción y siguieron cantando hasta el final. La abuela se complacía en oír sus frescas voces; se había sentado en el tocón y en cuanto los niños hubieron terminado, les dijo:

— Vamos a ver, Rico. Es preciso que toques ahora un cántico para mí y lo cantaremos juntos. ¿Conoces

Con alegría entono mis estrofas ... ?

Es probable que Rico lo hubiese oído ya en la escuela, pero no se acordaba muy bien y rogó a la abuela que se lo cantase una vez; así podría seguir suavemente la melodía en el violín y luego ya sabría repetirla él solo.

— ¿De modo que debo ahora cantar como un chantre, a pesar de mi temblorosa voz? — dijo la abuela sonriendo.

No obstante, cantó una estrofa entera y aunque, en efecto, la voz temblaba un poco, entonaba muy bien y Rico pudo recordar perfectamente la melodía que ya oyera en otras ocasiones. En seguida empezaron a cantar; al principio de cada estrofa, la abuela recitaba las palabras para los niños y luego los tres juntos las repetían con toda su alma:

Con alegría entono mis estrofas,

tributo que Te ofrenda el corazón,

y hasta el confín del mundo más lejano,

llega el eco fugaz de una oración.


Yo sé que eres la fuente de la Gracia,

sé que es inagotable tu raudal,

y que tarde o temprano encuentra el hombre

la salud en tu limpio manantial.


¿Por qué sufres pensando en tu pecado,

que, cruel, te atormenta día y noche?

Ponlo a los pies de Aquel que te ha creado;

su bondad no te hará ningún reproche.


Nada ocurre en los siglos de los siglos,

contrario a su divina voluntad;

Él hace y deja hacer... mas al fin siempre

es conforme a la ley de la equidad.


Déjalo todo en sus augustas manos,

no le importune tu plegaria audaz;

es el secreto, aquí, de la alegría,

es el secreto de la eterna paz.

— Muy bien — dijo la abuela a1 terminar —. He aquí una buena oración de la tarde. Ahora podéis ir a dormir en paz, hijos míos.

VOCABULARIO

Aciago: Que conlleva desgracia y causa tristeza o sufrimiento.

Albo: Que es de color blanco.

Alborozo: Alegría o regocijo intensos que se manifiesta con gestos, gritos y otros actos.

Aprisco: Lugar cercado donde se recoge el ganado por la noche para resguardarlo de la intemperie.

Aquejar: Causar congoja, sufrimiento o preocupación intensos a alguien.

Audaz: Que es capaz de emprender acciones poco comunes sin temer las dificultades o el riesgo que implican.

Augustas: Que infunde respeto y veneración por su majestad y excelencia 

Chantre: Canónigo, cargo episcopal que antiguamente dirigía el coro en una catedral.

Cumbre: Parte más alta de una montaña o una elevación del terreno.

Declinar: Perder progresivamente cierta cualidad; en especial, cuando ello lo acerca a su fin o desaparición.

Doncel: Hombre joven perteneciente a la nobleza que aún no había sido armado caballero.

Enardecer: Excitar o avivar algo, especialmente un sentimiento, el entusiasmo o el apetito sexual, en una persona.

Escarpa: Pendiente o inclinación muy pronunciada de un terreno.

Fugaz: Que dura muy poco tiempo.

Improvisar: Hacer una cosa sin tenerla prevista o preparada.

Plegaria: Oración dirigida a Dios para pedir o suplicar algo.

Raudal: Masa abundante de agua u otro líquido que corre con fuerza y rapidez.

Reproche: Decir a una persona lo que se considera que no ha hecho bien, mediante críticas, censuras y reproches.

Tersa: Que no tiene ninguna arruga.

Topacio: Mineral constituido por silicato fluorado de alúmina, muy duro y de color amarillo, azul, rojo, verde o incoloro; es muy apreciado en joyería.

Triscar: Dar saltos alegremente de un lugar a otro [una persona o un animal], de modo semejante a como lo hacen las cabras.

Capítulo 9. Un suceso misterioso

Cuando Rico volvió a su casa, un poco más tarde que de costumbre, a consecuencia del cántico que le ocupó por lo menos media hora, la prima le interpeló con rudeza:

— ¿Es así como te portas? He tenido la cena más de una hora sobre la mesa, pero ahora ya no hay nada que comer. Sube en seguida a tu cuarto. Y si acabas por seguir una mala conducta y te conviertes en un vagabundo y un desharrapado no será culpa mía. Preferiría cualquier cosa antes que verme obligada a vigilar un muchacho como tú.

Nunca Rico contestaba, ni siquiera con una palabra, cuando la prima le dirigía toda suerte de reproches; pero aquella tarde la miró a la cara y le dijo:

— Puedo librarte de mí si así lo quieres, prima.

Ella corrió ruidosamente el cerrojo de la puerta de entrada, volvió a la cocina y dio un portazo tras de sí. Luego Rico subió a su oscura habitacioncita.

Al anochecer del día siguiente, cuando toda la familia del otro lado del camino, padres, abuela y niños estaban sentados a la mesa para cenar, la prima atravesó el camino, muy apresurada, apareció en el umbral y preguntó si sus vecinos habían visto a Rico, porque ignoraba lo que había sido de él.

— Ya volverá a la hora de cenar — contestó el padre con su tono flemático.

La prima, que se figuraba que le habría bastado llamar a Rico desde la puerta de la casa, entró del todo en la estancia y refirió que ya no había comparecido a la hora de desayunar, ni tampoco a la de comer; asimismo no había pasado la noche en su cama, pues la encontró como la víspera. Sospechaba, pues, que se había fugado antes de que fuese de día, para ir a vagabundear, ya que cuando por la mañana fue a abrir la puerta, encontró descorrido el cerrojo. Esto le hizo creer que la noche anterior, irritada como estaba, se había olvidado de cerrarlo. Y añadió que nadie podía sospechar siquiera lo mucho que tenía que aguantar.

— Tal vez le haya ocurrido algo — dijo el padre con la mayor indiferencia —. Se habrá caído por la pendiente de una montaña; eso les ocurre con frecuencia a esos muchachos que quieren encaramarse por todas partes. Debería usted habérnoslo comunicado antes — continuó diciendo lentamente —; tal vez será necesario buscarle y por la noche no se ve nada.

Al oír estas palabras estalló de una vez el furor de la prima. Ya se figuraba que acabarían echándole la culpa. Éste es el pago que se puede esperar cuando se ha soportado todo durante años enteros y sin quejarse nunca.

— Nadie sería capaz de imaginarse — gritó sin sospechar que decía una gran verdad —lo taimado y astuto que es ese muchacho, aunque no lo parezca. Y ¡qué vida tan desagradable me ha dado desde hace cuatro años! Estoy segura de que nunca será otra cosa que un vagabundo, un pillo y una mala persona.

La abuela, que hacía rato había interrumpido su comida, se levantó de la mesa y se puso en pie ante la prima.

— Cálmese, vecina, cálmese — dijo dos veces antes de poder hacer cesar aquel torrente de invectivas —. También conozco yo a Rico, desde el día en que lo trajeron a su abuela, cuando era muy pequeñito. En su lugar, vecina, yo no diría una palabra, sino que reflexionaría que en caso de que a ese muchacho le haya ocurrido alguna desgracia, tal vez se halle en este momento en presencia de Dios y que ante este Juez Supremo podría acusar a alguien, por no haber tenido para él, en su abandono, más que malas palabras.

Ya durante el día, la prima recordó varias veces, de un modo que le molestó, la mirada que Rico le dirigiera la víspera al decirle: «Puedo librarte de mí, si así lo quieres, prima». Y si hizo tanto ruido y pronunció tantas palabras, no fue más que con objeto de ahogar este recuerdo. Por tal razón no se atrevió, siquiera, a mirar a la abuela; se apresuró a salir de la estancia, diciendo que iba a ver si Rico había regresado mientras tanto; y entonces habría dado cualquier cosa porque en realidad fuese así.

A partir de aquel día, la prima no se atrevió a pronunciar una sola palabra contra Rico en presencia de la abuela. Por otra parte, no tuvo muchas ocasiones de hablar de él; como todo el mundo, lo creyó muerto y se consideró feliz de que las palabras que él le dijera, la víspera de su desaparición, no hubiesen sido oídas por nadie.

Al día siguiente, el padre de Stineli se dirigió al cobertizo con objeto de tomar una pértiga; quería llamar a algunos vecinos para ir con ellos en busca del muchacho, tal vez hacia el glaciar o por el lado de los barrancos. Stineli se apresuró a seguir a su padre.

— Muy bien —le dijo éste —. Me ayudarás a buscar, porque podrás llegar con más facilidad que yo a determinados sitios.

— Pero, padre — dijo la niña —, tal vez Rico se haya marchado por la carretera, y en tal caso no se habrá caído.

— Creo que sí — contestó el padre —, porque estos aturdidos muchachos suelen apartarse del camino y se caen a un barranco sin saber siquiera cómo; y este muchacho era un poco distraído.

En cuanto a esto, Stineli lo sabía mejor que nadie. A partir de aquel momento, invadió su corazón una grande ansiedad que crecía de día en día. Muy pronto no pudo comer ni dormir y realizaba su trabajo como si no se diera cuenta de lo que hacía.

No encontraron a Rico y nadie lo había visto ni se descubrió huella alguna de él. Renunciaron a buscarlo y los habitantes del pueblo se decían uno a otro a guisa de consuelo:

— Vale más así para el huerfanito. Estaba casi abandonado y no tenía a nadie en el mundo.

VOCABULARIO

Flemático: Que tiene un temperamento apático y se comporta o actúa con tranquilidad excesiva.

Furor: Momento de mayor intensidad de una moda o costumbre.

Interpelar: Exigir explicaciones sobre un asunto, especialmente si se hace con autoridad o con derecho.

Taimado: Que es astuto, pícaro y disimulado.

Los textos e imágenes que se muestran en esta web se acogen al derecho de cita con fines didácticos, que pretenden fomentar el conocimiento de las obras y tienen como único objetivo el análisis, comentario o juicio crítico de las mismas.