Arte y Liturgia

La incredulidad de Tomás

Tomás Sebastián López de Arteaga

24 abril 2022: II Domingo de Pascua

por Javier Agra Rodríguez

Evangelio Juan 20, 19-31

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

— Paz a vosotros.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

— Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

— Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

— Hemos visto al Señor.

Pero él les contestó:

— Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

— Paz a vosotros.

Luego dijo a Tomás:

— Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.

Contestó Tomás:

— ¡Señor mío y Dios mío!

Jesús le dijo:

— ¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Reflexión sobre el Evangelio

Recordamos que durante este año estamos leyendo el evangelio de Lucas. Durante los Tiempos litúrgicos especiales tomamos varios pasajes del evangelio de Juan, para tener también una visión del citado evangelio; así ha venido sucediendo durante varios domingos de la pasada Cuaresma y así continuamos algunos domingos de este Tiempo de Pascua.

Este episodio de Juan 20, 19 – 31 son sitúa aún en el Domingo de Pascua, con los discípulos reunidos y las “puertas trancadas” por el miedo. Pero Jesús supera estas “puertas cerradas” y vence el miedo de sus discípulos con el saludo de La PAZ Pascual. Jesús atraviesa barreras externas e internas y nos transmite el valor y la fortaleza, el entusiasmo y la energía.

Se describe la situación como una escena eucarística: es el día del Señor, la presencia de Jesús en la comunidad, la reconciliación por el perdón, el recuerdo de la pasión, la entrega del Espíritu Santo. La misión de los discípulos es inmediata para prolongar la misión de Jesús que anunció al Padre, con la asistencia del Espíritu Santo.

Jesús sopló sobre ellos, como en la creación (Génesis 2, 7; Sabiduría 15, 11) recuerdo también de la resurrección de los muertos como nos cuenta el profeta Ezequiel en el capítulo 37. Jesús, el Cristo Resucitado es la nueva vida y la entrega para la salvación de todos los que quieran aceptarla.

Continúa el episodio con la confesión de fe de Tomás a quien se había desgajado del grupo para darle, en esta ocasión, un protagonismo primordial. Tomás es el incrédulo que pide pruebas y así viene a ser testigo de excepción. El testimonio de la fe de los otros “hemos visto al Señor” exige aceptación personal.

Es un aviso para todos nosotros y para cada persona a través del tiempo: los discípulos han convivido con Jesús, nosotros hemos de creer en Cristo por el testimonio de otros y tenemos que verlo personalmente en los hermanos, en nuestra vida, en las circunstancias, en la historia… y así tendremos una bienaventuranza especial: “bienaventurados los que crean sin haber visto” “Vosotros no lo visteis, pero lo amáis; …sentís un gozo indecible…” (1 Pedro 1, 8).

El cuadro

Ilustro la liturgia de este domingo, también llamado de La Misericordia, con el cuadro “LA INCREDULIDAD DE SANTO TOMÁS” de SEBASTIÁN LÓPEZ DE ARTEAGA (Sevilla 1610 – Méjico 1656), pintor barroco español que trabajó en Méjico la mayor parte de sus años. Destaca en este cuadro el magnífico empleo del claroscuro de modo que se diluye el contorno de las figuras en el mismo fondo del lienzo, una iluminación dramática con tintes de mística misteriosa hace que casi notemos la palpitación del corazón vivo de Jesús en su desnudo torso mientras Tomás palpa la herida del pecho producida por la lanza.

López de Arteaga pintó este cuadro en 1643 para la iglesia de San Agustín y actualmente se expone en la Pinacoteca Nacional de Ciudad de Méjico. También este nuestro pintor recuerda al esfumato de Caravaggio a quien, recordamos, siguieron durante un tiempo nuestros pintores barrocos. E pintor expresa una intención religiosa en la expresión de los diferentes rostros que parecen moverse siguiendo la estela de la mano de Tomás hasta tocar la llaga del costado de Cristo.

La iluminación sale del cuerpo resucitado de Jesús, el Cristo para iluminar como un foco a los personajes más cercanos con más intensidad y en claridad decreciente a los discípulos todos que presencian la escena. Esta iluminación, nos permite a los espectadores tomar parte directa en la escena, de modo que también nosotros nos sentimos implicados en la luz que para siempre nos introduce en la Resurrección y en la misión de creer y anunciar.

Javier Agra Rodríguez

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