13 marzo 2022: Domingo II de Cuaresma
por Javier Agra Rodríguez
Oh Dios grande y santo: En su caminar hacia su pasión y muerte diste a tu Hijo Jesucristo, en la experiencia de su Transfiguración en el monte Tabor, un vislumbre de la gloria que le esperaba cuando resucitara de entre los muertos.
En la monotonía dura y en el sufrimiento de nuestra vida, así como en nuestros esfuerzos tantas veces frustrados para transformar esta nuestra tierra, queremos que brille sobre nosotros y sobre nuestros hermanos un rayo de esperanza.
Que tu luz ilumine nuestro rostro y nos aúpe y sostenga en el camino hacia ti y en la difícil y tortuosa vereda hacia tu justicia y amor en este nuestro mundo egoísta e injusto.
Te lo pedimos por Cristo, glorioso y transfigurado, nuestro Señor.
En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.
De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
No sabía lo que decía.
Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»
Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
Reflexión sobre el Evangelio
La Iglesia celebra la Fiesta de la Transfiguración del Señor, el día seis de agosto. También el II DOMINGO DE CUARESMA lo recuerda cada año en la lectura del evangelio. Este acontecimiento de Jesús está narrado en los tres evangelios sinópticos; si bien nosotros leemos este año el episodio según Lucas 9, 28-36, también está recogido en Mateo 18, 1-8 y en Marcos 9, 2-8.
La Iglesia de Oriente celebra esta fiesta, como una de las doce más importantes en su calendario litúrgico, desde el siglo VI. Entre nosotros, la Iglesia de Aragón comenzó a celebrarla ya en el siglo XI. Fue en el siglo XV cuando comenzó a ser representada con profusión en pinturas, esculturas, retablos…
La confesión de Pedro “¡Qué bien se está aquí!” queda remarcada y sobrepasada por la declaración del Padre “Este es mi Hijo. Escuchadlo” El camino de la cruz se va a iluminar con el esplendor anticipado de la Transfiguración.
Lucas sitúa la escena en un contexto de oración. Jesús, en contacto con la gloria del Padre Dios, recuerda el “rostro radiante” de Moisés en Éxodo 34, 29-35 porque quien contempla al Señor “queda radiante” Salmo 34, 6. En la intimidad con Dios, la materia se hace energía luminosa. Moisés y Elías son testigos celestes que recuerdan la muerte –éxodo, partida– camino que Jesús emprenderá poco más adelante hacia Jerusalén.
Los apóstoles dormidos ven el resultado de la transfiguración, igual que sucederá con nuestra resurrección. De modo que no podemos instalarnos en el momento feliz y querer perpetuarlo, hemos de entrar en la gloria de Dios y contarla, hemos de ser testigos del camino de la resurrección que pasa por la cruz individual y colectiva. Somos ciudadanos del cielo, trabajadores de la tierra; Cristo ya ha transfigurado nuestro cuerpo en esperanza de gloria, como nos recuerda Pablo en Filipenses 3, 17 – 21.
El cuadro
El RETABLO DE LA TRASFIGURACIÓN que hoy aporto está en la catedral de Tortosa (Tarragona), realizado por Jaume Huguet (Valls-Tarragona) 1412 – Barcelona 1492) pintor y escultor del gótico. El Retablo está construido en tres calles y predela; reproduce escenas de la vida de Jesús, de Moisés: las dos tablas superiores de la calle izquierda son la entrega de las Tablas de la Ley y La Zarza ardiendo; de Elías el profeta: las dos tablas superiores de la calle derecha muestran el poder de Dios en la ascensión de Elías en el carro de fuego y el final de los mensajeros del rey Ococías. Tienen en común que se desarrollan en un monte, como lugar de presencia y encuentro con el Señor; también está presente con frecuencia el símbolo del fuego, la Gloria del Señor, que purifica y santifica. La Predela muestra, en su tabla central, a Jesús como “varón de dolores” de pie en la sepultura y rodeado de los símbolos de la Pasión; a la izquierda, el Arcángel Miguel y Santa Bárbara; a la derecha, Santa Catalina de Alejandría y San Andrés.
Los sinópticos no ponen nombre al monte de la Transfiguración, si bien una tradición que se remonta a San Cirilo de Jerusalén (siglo IV) lo sitúa en el monte Tabor próximo a Nazaret y el lago de Tiberíades.
El presente retablo pintado con trazo sereno y firme, muestra una magnífica expresión de naturalidad. Además de las tablas dedicadas a Moisés y Elías, brevemente insinuadas más arriba, las dos tablas inferiores de las calles laterales hablan de Jesús: a la izquierda La Ascensión, la derecha la Resurrección de los muertos.
Coronando el retablo, está la Crucifixión. La tabla central es la que da nombre al retablo: LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS con Moisés y Elías a su lado en un blanco brillante resaltado aún más por el dorado color de la divinidad que está entregando Dios Padre a Jesús y, en él, a todos lo que crean en su nombre. La voz del Padre: “Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo”, queda representada en el texto de la filacteria. Los apóstoles Pedro, Santiago y Juan están en actitud de adoración y asombro ante lo que están viendo.
De este retablo podemos admirar el brillo de sus colores, el simbolismo presente en cada uno de los detalles, la viveza y la prestancia de la mirada directamente entregada al espectador, la claridad de las pinceladas… además de constituir una magnífica lección catequética y teológica, con lo que el RETABLO DE LA TRANSFIGURACIÓN de HUGUET en la CATEDRAL DE TORTOSA cumple las dos funciones principales del retablo: decorativa y pedagógica.
Javier Agra Rodríguez
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