La Divina comedia
Dante Alighieri
Dante Alighieri
Infierno - Cantos del 16 al 20
Tirar la cuerda
Los tres sodomitas
1. Encontrábame ya en un sitio donde se oía el rimbombar del agua que caía en el otro recinto, rumor semejante al zumbido que producen las abejas en sus colmenas, cuando a un tiempo y corriendo se separaron tres sombras de entre una multitud que pasaba sobre la lluvia del áspero martirio.
Vinieron hacia nosotros, gritando cada cual: "Detente, tú, que, a juzgar por tus vestidos, eres hijo de nuestra depravada tierra." ¡Ah!, ¡qué de llagas antiguas y recientes vi en sus miembros, producidas por las llamas! Su recuerdo me contrista todavía. A sus gritos se detuvo mi Maestro; volvió el rostro hacia mí, y me dijo:
— Espera aquí si quieres ser cortés con esos; aunque si no fuese por el fuego que lanza sus rayos sobre este lugar, te diría que, mejor que a ellos la prisa de venir, te estaría a ti la de correr a su encuentro.
Las sombras volvieron de nuevo a sus exclamaciones luego que nos detuvimos, y cuando llegaron a donde estábamos, empezaron las tres a dar vueltas formando un círculo. Y como solían hacer los gladiadores desnudos y untados de aceite, que antes de venir a las manos buscaba cada cual la oportunidad de lanzarse con ventaja sobre su contrario, del mismo modo cada una de aquellas sombras dirigía su rostro hacia mí, girando sin cesar, de suerte que tenían vuelto el cuello en distinta dirección de la que seguían sus pies.
— Aunque la miseria de este suelo movedizo y nuestro llagado y sucio aspecto haga que nosotros y nuestros ruegos seamos despreciables, comenzó a decir una de ellas, nuestra fama debe incitar a tu corazón a decirnos quién eres tú, que sientas con tal seguridad los pies vivos en el Infierno. Este que ves tan desnudo y destrozado, y cuyas huellas voy siguiendo, fue de un rango mucho más elevado de lo que te figuras. Nieto fue de la púdica Gualdrata, se llamó Guido Guerra, y durante su vida hizo tanto con su talento, como con su espada: el otro, que tras de mí oprime la arena, es Tegghiaio Aldobrandi, cuya voz debería ser agradecida en el mundo; y yo, que sufro el mismo tormento que ellos, fui Jacobo Rusticucci, y por cierto que nadie me causó más daño que mi fiera mujer.
Si hubiese podido estar al abrigo del fuego, me habría lanzado hacia los de abajo, y creo que mi Maestro lo hubiera tolerado; pero como estaba expuesto a abrasarme y cocerme, el miedo venció la buena intención que me impelía a abrazarlos. Así les dije:
— Vuestra situación no me ha inspirado desprecio, sino un dolor que tardará en desaparecer; esto es lo que he sentido desde el momento que mi Señor me dijo algunas palabras, por las cuales comprendí que era gente de vuestra calidad la que hacia nosotros venía. De vuestra tierra soy; y siempre he retenido y escuchado con gusto vuestros actos y vuestros honrados nombres.
Dejo las amarguras, y voy en busca de los sabrosos frutos que me ha prometido mi sincero Guía; pero antes me es preciso bajar hasta el centro.
— Así tu alma permanezca unida a tus miembros por mucho tiempo — repuso aquél —, y así también resplandezca tu fama después de la muerte, ruégote nos digas si la gentileza y el valor habitan aún en nuestra ciudad, como solían, o si se han desterrado por completo; porque Guillermo Borsiere, que gime hace poco tiempo entre nosotros, y va allí con los demás compañeros, nos atormenta con sus relatos.
— ¡Los advenedizos y las rápidas fortunas han engendrado en ti, Florencia, tanto orgullo e inmoderación, que tú misma te lamentas ya por esa causa!
Así exclamé con el rostro levantado; y las tres sombras, oyendo esta respuesta, se miraron mutuamente, como cuando se oyen cosas que se tienen por verdaderas.
— ¡Si tan poco te cuesta en otras ocasiones satisfacer las preguntas de cualquiera — respondieron todos —, dichoso tú qué dices lo que sientes! Mas, si sales de estos lugares, obscuros, y vuelves a ver las hermosas estrellas, cuando te plazca decir: "Estuve allí," haz que los hombres hablen de nosotros.
En seguida rompieron el círculo, y huyeron tan de prisa, que sus piernas parecían alas. No podría decirse "amén" tan pronto como ellos desaparecieron: por lo cual mi Maestro determinó que nos fuésemos. Yo le seguía, y a los pocos pasos advertí que el ruido del agua estaba tan próximo, que aun hablando alto apenas nos hubieran oído. Como aquel río que sigue su propio curso desde el monte Veso hacia levante por la izquierda del Apenino, el cual se llama Acquacheta antes de precipitarse en un lecho más bajo, y perdiendo este nombre en Forli, y formando después una cascada, ruge sobre San Benedetto en los Alpes, donde un millar de hombres debiera hallar su retiro, así en la parte inferior de una roca escarpada, oímos resonar tan fuertemente aquella agua teñida de sangre, que me habría hecho ensordecer en poco tiempo. Tenía yo una cuerda ceñida al cuerpo, con la cual había esperado apoderarme de la pantera de pintada piel: cuando me la desaté, según me lo había ordenado mi Guía, se la presenté arrollada y replegada: entonces se volvió hacia la derecha, y desde una distancia considerable de la orilla, la arrojó en aquel abismo profundo. "Preciso es, decía yo entre mí, que alguna novedad responda a esa nueva señal, cuyo efecto espera con tanta atención mi Maestro." ¡Oh!; ¡qué circunspectos deberían ser los hombres ante los que, no solamente ven sus actos, sino que, con la inteligencia, leen en el fondo de su pensamiento! Mi Guía me dijo:
— Pronto vendrá de arriba lo que espero, y pronto también es preciso que descubran tus ojos lo que tu pensamiento no ve con claridad.
El hombre debe, siempre que pueda, cerrar sus labios antes de decir una verdad, que tenga visos de mentira; porque se expone a avergonzarse sin tener culpa. Pero ahora no puedo callarme, y te juro, ¡oh lector!, por los versos de esta comedia, a la que deseo la mayor aceptación, que vi venir nadando por el aire denso y obscuro una figura, que causaría espanto al corazón más entero; la cual se asemejaba al buzo que vuelve del fondo adonde bajó acaso a desprender el ancla que está afianzada a un escollo, u otro cualquier objeto escondido en el mar, y que extiende hacia arriba los brazos, al mismo tiempo que encoge sus piernas.
RESUMEN
Cerca del borde del tercer compartimento del séptimo círculo los Poetas encuentran otra banda de almas sodomitas, en la que se destacan tres ilustres compatriotas de Dante. Al reconocerlo, hablan de la decadencia de las virtudes políticas y civiles de Florencia. Luego llegan al borde de otro precipicio, donde a una señal de Virgilio, una figura muy extraña se eleva, volando por los aires.
VOCABULARIO
Aflicción:
COMENTARIO por Franco Nembrini
El camino
Gerión
Gerión
1. He ahí la fiera de aguzada cola, que traspasa las montañas, y rompe los muros y las armas: he ahí la que corrompe al mundo entero.
Así empezó a hablarme mi Maestro, e hizo a aquélla una seña, indicándole que se dirigiera hacia la margen de piedra donde nos encontrábamos. Y aquella inmunda imagen del fraude, llegó a nosotros, y adelantó la cabeza y el cuerpo, pero no puso la cola sobre la orilla. Su rostro era el de un varón justo, tan bondadosa era su apariencia exterior, y el resto del cuerpo el de una serpiente. Tenía dos garras llenas de vello hasta los sobacos, y la espalda, el pecho y los costados salpicados de tal modo de lazos y escudos, que no ha habido tela turca ni tártara tan rica en colores, no pudiendo compararse tampoco a aquéllos los de las telas de Aracnea. Como se ven muchas veces las barcas en la orilla, mitad en el agua y mitad en tierra, o como en el país de los glotones tudescos el castor se prepara a hacer la guerra a los peces, así la detestable fiera se mantenía sobre el cerco de piedra que circunda la arenosa llanura, agitando su cola en el vacío, y levantando el venenoso dardo de que tenía armada su extremidad, como la de un escorpión. Mi Guía me dijo:
— Ahora conviene que dirijamos nuestros pasos hacia la perversa fiera que allí está tendida.
Por lo cual descendimos por la derecha, y dimos diez pasos sobre la extremidad del margen, procurando evitar la arena abrasada y las llamas: cuando llegamos donde la fiera se encontraba, vi a corta distancia sobre la arena mucha gente sentada al borde del abismo. Allí me dijo mi Maestro:
— A fin de que adquieras una completa experiencia de lo que es este recinto, anda y examina la condición de aquellas almas, pero que sea corta tu conferencia. Mientras vuelves, hablaré con esta fiera, para que nos preste sus fuertes espaldas.
Continué, pues, andando solo hasta el extremo del séptimo círculo, donde gemían aquellos desgraciados. El dolor brotaba de sus ojos, mientras acá y allá se defendían con las manos, ya de las pavesas, ya de la candente arena, como los perros, en el estío, rechazan con las patas o con el hocico las pulgas, moscas o tábanos, que les molestan. Mirando atentamente el rostro de muchos de aquellos a quienes azota el doloroso fuego, no conocí a ninguno; pero observé que del cuello de cada cual pendía una bolsa de cierto color, marcada con un signo, en cuya contemplación parecían deleitarse sus miradas. Aproximándome más para examinar mejor, vi en una bolsa amarilla una figura azul, que tenía toda la apariencia de un león. Después, prosiguiendo el curso de mis observaciones, vi otra, roja como la sangre, que ostentaba una oca más blanca que la leche. Uno de ellos, en cuya bolsa blanca figuraba una puerca preñada, de color azul, me dijo:
— ¿Qué haces en esta fosa? Véte; y puesto que aún vives, sabe que mi vecino Vitaliano debe sentarse aquí a mi izquierda. Yo soy paduano, en medio de estos florentinos, que muchas veces me atruenan los oídos gritando: "Venga el caballero soberano, que llevará la bolsa con los tres picos."
Después torció la boca, y sacó la lengua como el buey que se lame las narices. Y yo, temiendo que mi tardanza incomodase a aquél que me había encargado que estuviera allí poco tiempo, volví la espalda a tan miserables almas. Encontré a mi Guía, que había saltado ya sobre la grupa del feroz animal, y me dijo:
— Ahora sé fuerte y atrevido. Por aquí no se baja sino por escaleras de esta clase: monta delante; quiero quedarme entre ti y la cola, a fin de que ésta no pueda hacerte daño alguno.
Al oír estas palabras, me quedé como aquel que, presintiendo el frío de la cuartana, tiene ya las uñas pálidas, y tiembla con todo su cuerpo tan sólo al mirar la sombra; pero su sentido amenazador me produjo la vergüenza que da ánimo a un servidor delante de un buen amo. Me coloqué sobre las anchas espaldas de la fiera, y quise decir: "Ten cuidado de sostenerme;" pero, contra lo que esperaba, me faltó la voz; si bien él, que ya anteriormente me había socorrido en todos los peligros, apenas monté, me estrechó y me sostuvo entre sus brazos. Después dijo:
— Gerión, ponte ya en marcha, trazando anchos círculos y descendiendo lentamente: piensa en la nueva carga que llevas.
Aquel animal fue retrocediendo como la barca que se aleja de la orilla, y cuando sintió todos sus movimientos en libertad, revolvió la cola hacia donde antes tenía el pecho, y extendiéndola, la agitó como una anguila, atrayéndose el aire con las garras. No creo que Faetón tuviera tanto miedo, cuando abandonó las riendas, por lo cual se abrasó el cielo, como se puede ver todavía; ni el desgraciado Icaro, cuando, derritiéndose la cera, sintió que las alas se desprendían de su cintura, al mismo tiempo que su padre le gritaba: "Mal camino llevas," como el que yo sentí, al verme en el aire por toda partes, y alejado de mi vista todo, excepto la fiera. Esta empezó a marchar, nadando lentamente, girando y descendiendo; pero yo no podía apercibirme más que del viento que sentía en mi rostro y en la parte inferior de mi cuerpo.
Empecé a oír hacia la derecha el horrible estrépito que producían las aguas en el abismo; por lo cual incliné la cabeza y dirigí mis miradas hacia abajo, causándome un gran miedo aquel precipicio; porque vi llamas y percibí lamentos, que me obligaron a encogerme tembloroso. Entonces observé, pues no lo había reparado antes, que descendíamos dando vueltas, como me lo hizo notar la proximidad de los grandes dolores, amontonados por doquier en torno nuestro. Como el halcón, que ha permanecido volando largo tiempo sin ver reclamo ni pájaro alguno, hace exclamar al halconero: "¡Eh! ¿Ya bajas?," y efectivamente desciende cansado de las alturas donde trazaba cien rápidos círculos, posándose lejos del que lo amaestró, desdeñoso e iracundo, así nos dejó Gerión en el fondo del abismo, al pie de una desmoronada roca; y libre de nuestras personas, se alejó como la saeta despedida por la cuerda.
RESUMEN
Mientras Virgilio habla con Gerión, para convencer a esta horrible bestia de que los lleve al fondo del abismo, Dante se acerca a las almas de los violentos contra el arte. Dante reconoce a algunos de ellos. Cada uno cuelga de su pecho una bolsa en la que están dibujados los brazos de su familia. Entonces el Poeta regresa al lugar donde está Virgilio, quien ya sentado sobre la espalda de Gerión, lo coloca frente a él, y así descienden al octavo círculo.
VOCABULARIO
Aflicción:
COMENTARIO por Franco Nembrini
El camino
Aduladores de estiércol
Descripción de Malebolge
1. Ay un lugar en el Infierno, llamado Malebolge, construido todo de piedra y de color ferruginoso, como la cerca que lo rodea. En el centro mismo de aquella funesta planicie se abre un pozo bastante ancho y profundo, de cuya estructura me ocuparé en su lugar. El espacio que queda entre el pozo y el pie de la dura cerca es redondo, y está dividido en diez valles, o recintos cerrados, semejantes a los numerosos fosos que rodean a un castillo para defensa de las murallas; y así como estos fosos tienen puentes que van desde el umbral de la puerta a su otro extremo, del mismo modo aquí avanzaban desde la base de la montaña algunas rocas, que atravesando las márgenes y los fosos, llegaban hasta el pozo central, y allí se reunían quedando truncadas. Tal era el sitio donde nos encontramos cuando descendimos de la grupa de Gerión: el Poeta echó a andar hacia la izquierda, y yo seguí tras él. A mi derecha vi nuevas causas de conmiseración, nuevos tormentos y nuevos burladores, que llenaban la primera fosa. En el fondo estaban desnudos los pecadores; los del centro acá venían de frente a nosotros; y los de esta parte afuera seguían nuestra misma dirección, pero con paso más veloz. Como en el año del Jubileo, a causa de la afluencia de gente que atraviesa el puente de San Angelo, los romanos han determinado que todos los que se dirijan al castillo y vayan hacia San Pedro pasen por un lado, y por el otro los que van hacia el monte, así vi, por uno y otro lado de la negra roca, cornudos demonios con grandes látigos, que azotaban cruelmente las espaldas de los condenados. ¡Oh! ¡Cómo les hacían mover las piernas al primer golpe! Ninguno aguardaba el segundo ni el tercero. Mientras yo andaba, mis ojos se encontraron con los de un pecador, y dije en seguida: "No es la primera vez que veo a ése." Por lo que me detuve a observarlo mejor: mi dulce Guía se detuvo al mismo tiempo, y aun me permitió retroceder un tanto. El azotado creyó ocultarse bajando la cabeza; más le sirvió de poco, pues le dije:
— Tú, que fijas los ojos en el suelo, si no son falsas las facciones que llevas, eres Venedico Caccianimico. Pero ¿qué es lo que te ha traído a tan picantes salsas?
A lo que me contestó:
— Lo digo con repugnancia; pero cedo a tu claro lenguaje, que me hace recordar el mundo de otro tiempo. Yo fui aquel que obligó a la bella Ghisola a satisfacer los deseos del Marqués, cuéntese como se quiera la tal historia. Y no soy el único boloñés que llora aquí; antes bien este sitio está tan lleno de ellos, que no hay en el día entre el Savena y el Reno tantas lenguas que digan "sipa", como en esta fosa; y si quieres una prueba de lo que te digo, recuerda nuestra codicia notoria.
Mientras así hablaba, un demonio le pegó un latigazo, diciéndole: "Anda, rufián; que aquí no hay mujeres que se vendan."
Me reuní a mi Guía; y a los pocos pasos llegamos a un punto de donde salía una roca de la montaña. Subimos por ella ligeramente, y volviendo a la derecha sobre su áspero dorso, salimos de aquel eterno recinto. Luego que llegamos al sitio en que aquel peñasco se ahueca por debajo a modo de puente, para dar paso a los condenados, mi Guía me dijo:
— Detente, y haz que en ti se fijen las miradas de esos otros malnacidos, cuyos rostros no has visto aún, porque han caminado hasta ahora en nuestra misma dirección.
Desde el vetusto puente contemplamos la larga fila que hacia nosotros venía por la otra parte, y que era igualmente castigada por el látigo. El buen Maestro me dijo, sin que yo le preguntara nada:
— Mira esa gran sombra que se acerca, y que, a pesar de su dolor, no parece derramar ninguna lágrima. ¡Qué aspecto tan majestuoso conserva aún! Ese es Jasón, que con su valor y su destreza robó en Cólquide el vellocino de oro.
Pasó por la isla de Lemnos, después que las audaces y crueles mujeres de aquella isla dieron muerte a todos los habitantes varones; y allí, con sus artificios y sus halagüeñas palabras, engañó a la joven Hisipila, que antes había engañado a todas sus compañeras, y la dejó encinta y abandonada; por tal culpa está condenado a tal martirio, que es también la venganza de Medea.
Con él van todos los que han cometido igual clase de engaños: bástete, pues, saber esto de la primera fosa, y de los que en ella son atormentados.
Nos encontrábamos ya en el punto donde el estrecho sendero se cruza con el segundo margen, que sirve de apoyo para otro arco. Allí vimos a los que se anidan en una nueva fosa, dando resoplidos con sus narices y golpeándose con sus propias manos. Las orillas estaban incrustadas de moho, producido por las emanaciones de abajo, que allí se condensan, ofendiendo a la vista y al olfato. La fosa es tan profunda, que no se puede ver el fondo, sino mirando desde la parte más alta del arco, que lo domina perpendicularmente. Allí nos pusimos, y desde aquel punto vimos en el foso unas gentes sumergidas en un estiércol, que parecía salir de las letrinas humanas; y mientras tenía la vista fija allí dentro, vi uno con la cabeza tan sucia de excremento, que no podía saber si era clérigo o seglar. Aquella cabeza me dijo:
— ¿Por qué te muestras tan ávido de mirarme a mí, con preferencia a los otros que están tan sucios como yo?
Le respondí:
— Porque, si mal no recuerdo, te he visto otra vez con los cabellos enjutos, y tú eres Alejo Interminelli de Luca; por eso te miro más que a todos los otros.
Entonces, él, golpeándose la calabaza, exclamó:
— Aquí me han sumergido las lisonjas que no se cansó de prodigar mi lengua.
Después de esto, mi Guía me dijo:
— Procura adelantar un poco la cabeza, a fin de que tus miradas alcancen las facciones de aquella sucia esclava desmelenada, que se desgarra las carnes con sus uñas llenas de inmundicia, y que tan pronto se encoge como se estira.
Esa es Thais, la prostituta, que cuando su amante le preguntó: "¿Tengo grandes méritos a tus ojos?," ella le contestó: "Sí, maravillosos." Y con esto queden saciadas nuestras miradas.
RESUMEN
Los Poetas se encuentran en el octavo círculo, llamado Malebolge, que se divide en diez compartimentos concéntricos. En cada uno de ellos se castiga a una especie de pecadores, condenados por malicia o fraude. En el primer departamento los proxenetas son castigados con latigazos por mano de diablos; y entre ellos Dante reconoce a Venedico Caccianemico y Jason. En el segundo yacen en el estiércol los aduladores y halagadores, entre otros, Alessio Interminelli, de Lucca y Taís.
VOCABULARIO
Aflicción:
COMENTARIO por Franco Nembrini
El camino
Simoniaci Piedi en llamas
Los simoníacos
1. ¡Oh Simón el mago! ¡Oh miserables sectarios suyos, almas rapaces, que prostituís a cambio de oro y plata las cosas de Dios, que deben ser las esposas de la virtud! Ahora resonará la trompa para vosotros, puesto que os encontráis en la tercera fosa.
Estábamos ya junto a ésta, subidos en aquella parte del escollo que cae justamente sobre su centro. ¡Oh suma Sabiduría! ¡Cuán grande es el arte que demuestras en el cielo, en la tierra y en el mundo maldito, y con cuánta equidad se reparte tu virtud! Vi en los lados y en el fondo la piedra lívida llena de pozuelos, todos redondos y de igual tamaño, los cuales me parecieron ni más ni menos anchos que los que hay en mi hermoso San Juan para servir de pilas bautismales; uno de éstos rompí yo no ha muchos años, por salvar a un niño que dentro de él se ahogaba; y baste lo que digo, para desengañar a todos. Fuera de la boca de cada uno de aquellos pozuelos salían los pies y las piernas de un pecador, hasta el muslo, quedando dentro el resto del cuerpo. Ambos pies estaban encendidos, por cuya razón se agitaban tan fuertemente sus coyunturas, que hubieran roto sogas y cuerdas. Del mismo modo que la llama suele recorrer la superficie de los objetos untados de grasa, así el fuego flameaba desde el talón a la punta en los pies de los condenados.
— ¿Quién es aquél, Maestro, que furioso agita los pies más que sus otros compañeros — dije entonces —, y a quien corroe y deseca una llama mucho más roja?
A lo cual me contestó:
— Si quieres que te conduzca por aquella parte de la escarpa que está más cercana al fondo, él mismo te dirá quién es y cuáles son sus crímenes.
Le respondí:
— Me parece bien todo lo que a ti te agrada: tú eres el dueño y sabes que yo no me separo de tu voluntad, así como también conoces lo que me callo.
Subimos entonces al cuarto margen; después volvimos y bajamos por la izquierda hacia la estrecha y perforada fosa, sin que el buen Maestro me hiciera separar de su lado, hasta haberme conducido junto al hoyo de aquel que daba tantas señales de dolor con los movimientos de sus piernas.
— ¡Oh! Quienquiera que seas, tú, que tienes enterrada la parte superior de tu cuerpo; alma triste, plantada como una estaca — empecé a decir —, habla, si puedes.
Yo estaba como el fraile que confiesa al pérfido asesino, que, metido en la tierra, le llama para que cese su muerte. Y él gritó:
— ¿Estás ya aquí derecho, estás ya aquí derecho, Bonifacio? Me ha engañado en algunos años lo que está escrito. ¿Tan pronto te has saciado de aquellos bienes, por los cuales no temiste apoderarte con embustes de la hermosa Dama, y gobernarla después indignamente?
Quedéme, al oír esto, como aquellos que, casi avergonzados de no haber comprendido lo que se les ha dicho, no saben qué contestar. Entonces Virgilio dijo:
—Respóndele pronto: "yo no soy, yo no soy el que tú crees."
Y yo contesté como se me ordenó. Por lo cual el espíritu retorció sus pies; y luego, suspirando y con llorosa voz, me dijo:
—¿Pues qué es lo que me preguntas? Si te urge conocer quién soy, hasta el punto de haber descendido para ello por todos estos peñascos, sabrás que estuve investido del gran manto, y fui verdadero hijo de la Osa, tan codicioso, que, por aumentar la riqueza de los oseznos, embolsé arriba todo el dinero que pude, y aquí mi alma. Bajo mi cabeza están sepultados los demás papas, que antes de mí cometieron simonía, y se hallan comprimidos a lo largo de este angosto agujero. Yo me hundiré también luego que venga aquel que creí fueses tú, cuando te dirigí mi súbita pregunta. Pero desde que mis pies se abrasan, y me encuentro colocado al revés, ha transcurrido más tiempo del que él permanecerá en este mismo sitio con los pies quemados; porque en pos de él vendrá de poniente un pastor sin ley, por causa más repugnante, y ése deberá cubrirnos a entrambos. Será un nuevo Jasón, parecido al de que se habla en el libro de los Macabeos; y así como el rey de éste fue débil para con él, así con el otro lo será el que rige la Francia.
No sé si en tal momento fue demasiada audacia la mía; pues le respondí en estos términos:
— ¡Eh!, dime: ¿cuánto dinero exigió Nuestro Señor de San Pedro, antes de poner las llaves en su poder? En verdad que no le pidió más sino que le siguiera. Ni Pedro ni los otros pidieron a Matías oro ni plata cuando por suerte fue elegido en reemplazo del que perdió su alma traidora. Permanece, pues, ahí, porque has sido castigado justamente, y guarda bien la mal adquirida riqueza, que tan atrevido te hizo contra Carlos. Y si no fuese porque aún me contiene el respeto a las llaves soberanas, que poseíste en tu alegre vida, emplearía palabras mucho más severas; porque vuestra avaricia contrista al mundo, pisoteando a los buenos, y ensalzando a los malos.
Pastores, a vosotros se refería el Evangelista, cuando vio prostituida ante los reyes a la que se sienta sobre las aguas; a la que nació con siete cabezas, y obtuvo autoridad por sus diez cuernos, mientras la virtud agradó a su marido.
Os habéis construido dioses de oro y plata: ¿qué diferencia, pues, existe entre vosotros y los idólatras, sino la de que ellos adoran a uno y vosotros adoráis a ciento? ¡Ah, Constantino! ¡A cuántos males dio origen, no tu conversión al cristianismo, sino la donación que de ti recibió el primer papa que fue rico!
Mientras yo le hablaba con esta claridad, él, ya fuese a impulsos de la ira, o porque le remordiese la conciencia, respingaba fuertemente con ambas piernas. Creo que complací a mi Guía; porque escuchó siempre con rostro satisfecho el sonido de mis palabras, expresadas con sinceridad. Entonces me cogió con los dos brazos, y teniéndome en alto bien afianzado sobre su pecho, volvió a subir por el camino por donde habíamos descendido, sin dejar de estrecharme contra sí, hasta llegar a la parte superior del puente que va de la cuarta a la quinta calzada. Allí, depositó suavemente su querido fardo sobre el áspero y pelado escollo, que hasta para las cabras sería un difícil sendero, desde donde descubrí una nueva fosa.
RESUMEN
En el tercer compartimento, donde llegan los Poetas, se castiga a los simoníacos. Están, boca abajo, clavados en agujeros perforados en el fondo y los lados del compartimiento. Las plantas de los pies, que están fuera de los agujeros, están abrasadas por las llamas. Dante quiere saber quién diablos fue el que movió más los pies que los demás. Es el Papa Nicolás III de la Casa Orsini, quien dice que estaba esperando a ser entregado por otros papas simonianos. El Poeta, indignado, estalla en una vehemente invectiva contra la avaricia y los escándalos de los papas romanos. Virgílio luego lo lleva de regreso al puente.
VOCABULARIO
Aflicción:
COMENTARIO por Franco Nembrini
El camino
Adivinos
Los adivinos
1. Mis versos deben relatar un nuevo suplicio, el cual servirá de asunto al vigésimo canto del primer cántico, que trata de los sumergidos en el Infierno. Me hallaba ya dispuesto a contemplar el descubierto fondo, que está bañado de lágrimas de angustia, cuando vi venir por la fosa circular gentes que, llorando en silencio, caminaban con aquel paso lento que llevan las letanías en el mundo. Cuando incliné más hacia ellos mi mirada, me pareció que cada uno de aquellos condenados estaba retorcido de un modo extraño desde la barba al principio del pecho; pues tenían el rostro vuelto hacia las espaldas, y les era preciso andar hacia atrás, porque habían perdido la facultad de ver por delante. Quizá, por la fuerza de la perlesía, se encuentre un hombre de tal manera contrahecho; pero yo no lo he visto ni creo que pueda suceder. Ahora bien, lector, ¡así Dios te permita sacar fruto de esta lectura! Considera por ti mismo si mis ojos podrían permanecer secos, cuando vi de cerca nuestra humana figura tan torcida, que las lágrimas le caían por la espina dorsal. Yo lloraba en verdad, apoyado contra una de las rocas de la dura montaña, de suerte que mi Guía me dijo:
— ¿Tú también eres de los insensatos? Aquí vive la piedad cuando está bien muerta. ¿Quién es más criminal que el que se apasiona contemplando la justicia divina? Levanta la cabeza, levántala y mira a aquel por quién se abrió la tierra en presencia de los tebanos, que exclamaban: "¿Adónde caes, Anfiarao? ¿Por qué abandonas la guerra?" Y no cesó de caer en el Infierno hasta llegar a Minos, que se apodera de cada culpable. Mira cómo ha convertido sus espaldas en pecho: por haber querido ver demasiado hacia adelante, ahora mira hacia atrás, y sigue un camino retrógrado. Mira a Tiresias, que mudó de aspecto cuando de varón se convirtió en hembra, cambiando también todos su miembros, y hubo de abatir con su vara las dos serpientes unidas, antes que recobrara su pelo viril. El que acerca sus espaldas al vientre de aquél es Aronte, que tuvo por morada una gruta de blancos mármoles en las montañas de Luni, cultivadas por el carrarés que habita en su falda, y desde allí no había nada que limitara su vista, cuando contemplaba el mar o las estrellas. Aquella que, con los destrenzados cabellos, cubre sus pechos, por lo cual se ocultan a tus miradas, y tiene en ese lado de su cuerpo todas las partes velludas, fue Manto, que recorrió muchas comarcas, hasta que se detuvo en el sitio donde yo nací; por lo cual deseo que me prestes un poco de atención. Luego que su padre salió de la vida, y fue esclavizada la ciudad de Baco, Manto anduvo errante por el mundo durante mucho tiempo. Allá arriba, en la bella Italia, existe un lago al pie de los Alpes que ciñen la Alemania por la parte superior del Tirol, el cual se llama Benaco. Mil corrientes, y aún más, según creo, vienen a aumentar, entre Garda, Val-Camonica y el Apenino, el agua que se estanca en dicho lago. En medio de éste hay un sitio, donde el Pastor de Trento, y los de Verona y Brescia, podrían dar su bendición si siguiesen aquel camino. En el punto donde es más baja la orilla que le circunda, está situada Peschiera, bello y fuerte castillo, a propósito para hacer frente a los de Brescia y a los de Bérgamo. Allí afluye necesariamente toda el agua que no puede estar contenida en el lago de Benaco, formando un río que corre entre verdes praderas. En cuanto aquella agua sigue un curso propio, ya no se llama Benaco, sino Mincio, hasta que llega a Governolo, donde desemboca en el Po. No corre mucho sin que encuentre una hondonada, en la cual se extiende y se estanca, y suele ser malsana en el estío. Pasando, pues, por allí la feroz doncella, vio en medio del pantano una tierra inculta y deshabitada. Se detuvo en ella con sus esclavas, para huir de todo consorcio humano, y para ejercer su arte mágica, y allí vivió y dejó sus restos mortales. Entonces los hombres, que estaban dispersos por los alrededores, se reunieron en aquel sitio, que era fuerte a causa del pantano que le circundaba: edificaron una ciudad sobre los huesos de la difunta, y del nombre de la primera que había elegido aquel sitio, la llamaron Mantua, sin consultar para ello al Destino. En otro tiempo fueron sus habitantes más numerosos, antes de que Casalodi se dejara engañar neciamente por Pinamonte. Te lo advierto a fin de que, si oyes atribuir otro origen a mi patria, ninguna mentira pueda obscurecer la verdad.
Le respondí:
— Maestro, tus razonamientos son para mí tan verídicos, y me obligan a prestarles tanta fe, que cualesquiera otros me parecerían carbones apagados.
Pero dime si entre la gente que va pasando hay alguno digno de notarse, pues eso solo ocupa mi alma.
Entonces me dijo:
— Aquél, cuya barba se extiende desde el rostro a sus morenas espaldas, fue augur cuando la Grecia se quedó tan exhausta de varones, que apenas los había en las cunas, y junto con Calcas dio la señal en Aulide para cortar el primer cable. Se llamó Euripilo, y así lo nombra en algún punto mi alta tragedia. Aquel otro que ves tan demacrado fue Miguel Scott, que conoció perfectamente las imposturas del arte mágica. Mira a Guido Bonatti, y ve allí a Asdente, que ahora desearía no haber dejado su cuero y su bramante; pero se arrepiente demasiado tarde: contempla las tristes que abandonaron la aguja, la lanzadera y el huso para convertirse en adivinas, y para hacer maleficios con hierbas y con figuras. Pero ven ahora, porque ya el astro en que se ve a Caín con las espinas ocupa el confín de los dos hemisferios, y toca el mar más abajo de Sevilla. La luna era ya redonda en la noche anterior; debes recordar bien que no te molestó a veces por la selva umbría.
Así me hablaba y entre tanto íbamos caminando.
RESUMEN
En el cuarto compartimento se castiga a los impostores que se han dedicado al arte de la adivinación. Tienen la cara y el cuello vueltos hacia atrás, por lo que se ven obligados a caminar hacia atrás. Virgilio le muestra a Dante algunos de los más famosos, incluido el Manto tebano, de donde se origina Mantua, el lugar de nacimiento de Virgilio.
VOCABULARIO
Aflicción:
COMENTARIO por Franco Nembrini
El camino
Los textos e imágenes que se muestran en esta web se acogen al derecho de cita con fines didácticos, que pretenden fomentar el conocimiento de las obras y tienen como único objetivo el análisis, comentario o juicio crítico de las mismas.