Pollyanna

Eleanor Hodgman Porter

Capítulos 9 al 12

Capítulo 9

Donde se nos cuenta algo sobre el "hombre"

La siguiente vez que Pollyanna vio al “Hombre” estaba lloviendo. Pero le saludó con una gran sonrisa.

— Hoy sí que no hace un buen día, ¿verdad? ¡Menos mal que no llueve cada día!

El «Hombre» ni siquiera gruñó esta vez, ni se volvió para mirarla. Pollyanna decidió que no la había oído. Por tanto, al día siguiente, le habló en un tono de voz más alto. Además, le pareció especialmente importante dado que el «Hombre», aquel día, caminaba a grandes pasos con las manos en la espalda y la vista en el suelo; y esto, para Pollyanna, era ridículo, teniendo en cuenta el maravilloso día que hacía con aquel aire limpio y fresco.

Pollyanna, como cosa especial, tenía previsto «vivir» aquella mañana.

— ¿Cómo está usted? — gorgeó—. ¡Me alegra tanto que hoy no llueva como ayer!, ¿verdad? ¿No le parece?

El hombre paró en seco. Una enfadada mueca apareció en su rostro.

— Mira, pequeña, a ver si nos entendemos y dejamos esto claro... — empezó diciendo —. Tengo otras cosas en las que pensar aparte del tiempo que hace y no me fijo en absoluto si el sol brilla o no. ¿De acuerdo?

Pollyanna sonrió alegremente.

— Claro, señor. Ya me he dado cuenta de que no se fija. Por eso se lo he dicho.

— Sí, bueno ¿cómo? —cortó secamente al comprender las palabras de la niña.

— Que por eso se lo he dicho, para que se fije usted, para que se dé cuenta de que el sol brilla y todo eso... Sabía que le gustaría saberlo si se detenía a pensar en ello, y desde luego no aparentaba estar pensando en el sol en absoluto.

— Pero por todos los ... —exclamó el hombre con una expresión extraña. Reanudó su marcha pero dos pasos más allá se giró de nuevo—. Escucha. ¿por qué no buscas a alguien de tu edad con quien entretenerte?

— Ya me gustaría, señor, pero Nancy dice que no hay niños por aquí cerca. De todas maneras no me importa mucho.

También me gusta la gente mayor... estando acostumbrada a las damas de beneficencia...

— Mmm... ¿Las damas? ¿Es que me has tomado por una de ellas? — La boca del «Hombre» intentó sonreír, pero la mueca aún se mantenía insistente.

Pollyanna rió regocijada.

— ¡Oh no, señor! No se parece en absoluto a las damas, sólo en que usted es igual de bueno que ellas e incluso mejor... ¿Sabe? Estoy segurísima de que usted es mucho más bueno de lo que quiere aparentar.

El hombre hizo un ruido extraño.

— Por todos los ... — — exclamó otra vez. Una vez más reanudó la marcha.

La siguiente vez que Pollyanna encontró al «Hombre», sus ojos la miraron con una expresión interrogadora, lo que le hacía parecer mucho más agradable (bajo el punto de vista de Pollyanna).

— Buenas tardes —dijo él—. Quizá te sorprenda que te diga directamente que sé que el sol brilla hoy...

— ¡Oh! No tiene por qué decírmelo —asintió Pollyanna—. Supe que hoy se había fijado en cuanto le vi.

— Así que te diste cuenta. ¿verdad?

— Sí. señor... Lo vi en sus ojos y en su sonrisa.

— Mmm... —gruñó el «Hombre» siguiendo su camino.

A partir de entonces el «Hombre» siempre se paraba a saludar a Pollyanna, incluso empezaba él aunque sólo fuera para decir: «Buenas tardes». Pero incluso esto fue una gran sorpresa para Nancy aquel día que iba con Pollyanna al cruzarse con él.

— ¡Esto es increíble' —exclamó.— Pero ese señor le ha hablado, ¿verdad?

— Pues sí ... y siempre lo hace ahora —sonrió Pollyanna.

— ¿Que siempre le habla? ¡Madre mía! ¿Sabe usted quién es? — preguntó Nancy.

Pollyanna frunció el ceño y negó con la cabeza.

— Creo que se olvidó de decírmelo... Yo empecé a presentarme, pero nos quedamos en la mitad.

Nancy abrió más los ojos.

— Pero niña ... ¡Si nunca habla con nadie, ni lo ha hecho desde hace dos años! Sólo habla cuando tiene que hacerlo, por negocios y todo eso ... Se llama John Pendleton y vive solo en la gran casa de la colina Pendleton. Ni siquiera tiene a nadie para cocinar. Come en el hotel las tres veces del día. Conozco a Sally Miner, la camarera que le sirve, y dice que apenas abre la boca ni para decir lo que quiere comer. Más de una vez tiene que adivinar y ¡siempre tiene que ser algo muy barato! Esto por descontado.

Pollyanna asintió con simpatía.

— Ya sé. Hay que buscar siempre lo barato cuando se es pobre. Papá y yo comíamos muchas veces fuera. Solíamos pedir judías y croquetas de pescado. Solíamos comentar: «qué bien que nos gusten las judías.» Sobre todo cuando veíamos aquellos pavos asados que valían sesenta centavos. ¿Le gustan las judías al señor Pendleton?

— ¿Que si le gusta? ¿Qué importa eso, señorita Pollyanna, si él no es pobre en absoluto? Tiene muchísimo dinero, lo heredó de su padre. No hay nadie tan rico como él en la ciudad. Podría comerse los billetes de dólar si quisiera.

Pollyanna soltó una risita.

— ¡Como si alguien pudiera comerse billetes de dólar! ¡lmagínese... masticándolos!

— ¡Lo que quiero decir es que es suficientemente rico para hacerlo! —contestó Nancy— . Pero no gasta nada, se lo guarda todo.

— ¡Qué espléndido! Lo debe ahorrar para ayudar a las misiones.

Nancy iba a contestar muy enfadada, pero la expresión dulce y feliz de la niña la contuvo a tiempo.

— Mmm... —otorgó. Y volviendo al principio continuó— . Aún así, es muy extraño que le hable; de veras, señorita Pollyanna. No habla nunca con nadie y vive completamente solo en aquella enorme y hermosa casa, dicen que llena de cosas magníficas. Hay gente que dice que está loco, otros amargado y otros ¡que tiene un esqueleto en el armario!

— Oh, Nancy. ¿Cómo podría guardar una cosa tan horrible? Estoy segura de que tiraría a la basura una cosa así.

Nancy se aguantó la risa. Estaba claro que Pollyanna había tomado lo del esqueleto en serio y no en sentido figurado, pero continuó la broma sin sacarla del error.

— Y todo el mundo dice que es muy misterioso. Hay años en que no para de hacer viajes, una semana aquí, otra allí, y siempre a países salvajes, Asia, Egipto, e incluso el Sahara!

— ¡Es un misionero! —certificó Pollyanna.

Nancy explotó a reír.

— No dije eso, señorita Pollyanna. Cuando vuelve, escribe libros, muy raros, sobre cosas que descubre en esos países salvajes. Pero aquí sigue sin gastar ni un centavo, sólo lo justo para vivir.

— Claro, si está ahorrando para las misiones... Pero le digo que es una persona muy divertida y también es distinta, como la señora Snow, pero aún más distinta... — dijo Pollyanna.

— Sí, supongo que es distinta —corroboró Nancy.

— Me alegra más ahora el hecho de que me hable — suspiró Pollyanna.

Capítulo 10

Una sorpresa para la señora Snow

La próxima vez que Pollyanna visitó a la señora Snow estaba como siempre en la penumbra.

— Es la pequeña de la señorita Polly, madre —anunció Milly cansinamente; y Pollyanna se encontró sola con la inválida.

— ¿Oh, eres tú? Ya te recuerdo ya... Cualquiera se acordaría de ti. Me hubiera gustado que hubieras venido ayer. ¡Quería que vinieras ayer!

— ¿De veras? Pues menos mal que sólo ha pasado un día desde ayer — contestó animadamente Pollyanna— . ¡Pero qué oscuro está aquí! ¡Casi no puedo verla! —y fue directa a abrir las persianas—. Quiero ver si se ha peinado como yo le dije ... Oh, no se lo ha hecho... Es igual, casi mejor, así podré volver a peinarla yo, si me lo permite, claro... ¡Pero ahora quiero que vea lo que le he traído hoy!

— ¡Para lo que me importa el aspecto o el gusto que tenga! Pero veamos qué es, ¡bah!

— ¡Adivine! ¿Qué le gustaría? — Pollyanna escondía la cesta y la miraba radiante.

— Si a mí no me gustaría nada. ¡Todo sabe igual!

Pollyanna sonrió.

— ¡Esto no! ¡Adivine! Si quisiera algo, ¿qué sería?

La mujer dudó. Estaba tan acostumbrada a desear lo que no tenía que desear algo de buenas a primeras. ¡Parecía imposible! Pero tenía que decir algo, la niña estaba esperando.

— Bien... Quizá caldo de cordero.

— ¡Aquí tengo un poco! — exclamó Pollyanna.

— Pero esto es lo que no quería — suspiró la mujer—. Era pollo lo que quería.

— ¡También tengo un poco!

La mujer la miró sorprendida.

— ¿De las dos cosas?

— Sí, y también jalea — dijo Pollyanna triunfante—. Quería que por una vez usted pudiera tener lo que deseaba y Nancy y yo lo arreglamos así. Claro que sólo hay un poco de cada cosa, pero al menos hay de todo. Estoy tan contenta de que quisiera pollo ... La verdad es que venía preocupada pensando qué pasaría si me dijera que quería cebollas o tripas o algo así. .. ¡Hubiera sido una pena después del esfuerzo! — dijo Pollyanna riendo.

No hubo respuesta. La enferma parecía estar intentando recordar algo que había olvidado...

— ¡Bueno! Aquí lo dejo todo — anunció Pollyanna—. ¡Ojalá le apetezca el caldo más tarde! Y bien, ¿cómo está usted? — preguntó educadamente.

— Bastante mal, gracias — murmuró la señora Snow volviendo a su actitud pasiva—. No he podido descansar en toda la mañana. Nellie Higgins, la vecina, ha empezado lecciones de música y sus prácticas me vuelven loca. Ha estado así toda la mañana sin parar ni un minuto ... ¡No sé qué voy a hacer!

Pollyanna asintió con simpatía.

— ¡Uf! Sé lo que quiere decir. ¡Y es una lata! La señora White tuvo también una vecina así. Es una de las damas, ¿sabe? Ella tenía fiebre reumática en aquellos días y no podía darse vueltas. ¿Usted puede?

— Si puedo ¿qué?

— Darse vueltas, moverse, cambiar de posición cuando ya no puede aguantar más la música.

La señora Snow la miró.

— ¡Claro que puedo moverme, pero ¡sólo en la cama! — dijo irritada.

— Pues ya puede alegrarse de esto... La señora White no podía. Uno no puede moverse cuando tiene fiebres reumáticas, aun cuando no puedas aguantar las ganas de hacerlo. Me decía la señora White que creía que se hubiera vuelto loca si no hubiera sido por las orejas de su hermana. Era sorda, ¿sabe?

— ¡Las orejas de su hermana! Pero ¿qué quieres decir con esto?

Pollyanna rió.

— Me temo que no lo he explicado bien. Me olvidé de que usted no conoce a la señora White. La señorita White era sorda como una tapia, y vino a ayudar a la señora White con la casa. Tuvieron tantísimo trabajo en hacerle comprender cualquier cosa que la señora White incluso se alegró de poder oír las lecciones de piano cuando empezaron. De veras, estaba tan contenta de poder oírlas que casi no le importaba tener que oírlas, pues se daba cuenta de cuán horrible debía ser estar sorda como su hermana. ¿Entiende? Sin darse cuenta, la señora White estaba jugando al juego y entonces le expliqué de qué iba.

— ¿El juego? ¿De qué hablas?

— ¡Uy! Casi me olvido. ¡Pero ya sé de qué puede estar contenta!

— ¿Yo contenta? ¿Qué quieres decir?

— Ya le dije que lo pensaría. ¿No se acuerda? Me dijo que buscara algo de lo que pudiera usted alegrarse aun teniendo que estar en cama todo el día.

— ¡Oh! —resopló la mujer.— Ya me acuerdo... Pero no creí que te interesara más que a mí.

— Y tanto que sí. .. y además encontré algo. Me ha sido bastante difícil, pero cuanto más difícil más me gusta. He de reconocer que me costó bastante. Pero lo conseguí.

— ¿De veras? ¿Y qué es, pues? — preguntó la señora Snow con ironía.

Pollyanna contuvo el aliento.

— Pensé... lo contenta que debería estar... porque otra gente no estuviera enferma como usted. Todo el mundo enfermo y en cama... —anunció impresionada.

La señora Snow la miró indignada.

— ¡Claro, muy bien! — exclamó en un tono de voz muy poco agradable.

— Y ahora le explicaré cómo funciona el juego — propuso Pollyanna en un tono confidencial— . Le va a gustar mucho jugarlo y más porque le va a ser bastante difícil y ya le he dicho que cuanto más difícil, más fantástico es. Mire, es así... — y empezó a contarle lo de las muletas y la muñeca, los envíos a la misión...

Cuando la historia estaba ya casi terminada, Milly apareció en la puerta.

— Su tía la está esperando, señorita Pollyanna. Ha telefoneado a casa de los Harlows, dice que vaya aprisa, pues tiene que practicar antes de que oscurezca.

Pollyanna se levantó con desgana.

— Está bien —suspiró—. Iré en seguida —y de repente rompió a reír—. Supongo que puedo estar contenta de tener piernas para correr, ¿verdad, señora Snow?

No hubo respuesta. La señora Snow tenía los ojos cerrados. Pero Milly, con ojos abiertos como platos, descubrió lágrimas en sus mejillas gastadas.

— ¡Adiós! —gritó Pollyanna desde la puerta—. Me sabe mal no haberla peinado. Procuraré hacerlo la próxima vez.

Los días de julio fueron pasando despacito. Para Pollyanna eran días maravillosos. A menudo le explicaba a su tía lo feliz que era. Su tía solía argumentar:

— Muy bien, Pollyanna. Estoy satisfecha de que disfrutes, pero espero que también estés aprovechando el tiempo, o de otra manera estaría fracasando con mis obligaciones.

Generalmente, Pollyanna contestaba a esto con un abrazo y un beso, cosa que seguía desconcertando a su tía. Pero un día comentó durante una clase de lectura:

— ¿Quiere decir que con sólo disfrutar no sería suficiente, tía Polly?

— Eso es lo que pretendo enseñarte, Pollyanna.

— ¿Tienen que ser siempre pro-ve-cho-sos?

— Evidentemente.

— Pero ¿qué quiere decir pro-ve-cho-sos?

— Bueno. pues precisamente esto: que saques provecho, algo por lo que puedas impresionar a los demás... Pero, Pollyanna, ¡qué increíble eres!

— Entonces... ¿ser feliz no es pro-ve-cho-so? — preguntó ansiosa.

— Evidentemente no.

— ¡Oh. Dios mío! Entonces a usted no le gustaría... Me temo que nunca podrá jugar al juego, tía Polly.

— Al juego... ¿Qué juego?

— Bueno, pues papá ... —Pollyanna se tapó la boca con la mano—. No. nada...

La señorita Polly frunció el ceño.

— En fin, ya está bien por hoy, Pollyanna —dijo tensamente.

Y la lección de costura se dio por terminada.

Aquella tarde. saliendo de la buhardilla, Pollyanna encontró a su tía en la escalera.

— ¡Oh, tía Polly, pero qué fantástico! —gritó—. ¡Venía a mi habitación! Pase, tía Polly. ¡Me encanta tener compañía! —exclamó abriendo la puerta de par en par.

Tía Polly no pretendía visitar a su sobrina. Había subido a buscar un chal de lana blanca en el armario que estaba al lado de la ventana del ático. Pero, para su sorpresa, se encontró ahora sentada en una de las sillas de la habitación de Pollyanna.

¡Tantas veces le habían pasado cosas así de inesperadas desde que había llegado Pollyanna a aquella casa!

— De veras que me encanta tener compañía —seguía diciendo Pollyanna, moviéndose arriba y abajo como ofreciendo hospitalidad palaciega— sobre todo desde que tengo esta habitación, toda para mí. ¿Entiende? Claro que he tenido otras habitaciones, pero siempre eran alquiladas y ésta es toda mía y es completamente distinto. Porque puedo considerarla mía, ¿verdad?

— Pues... sí. Pollyanna — murmuró tía Polly preguntándose por qué no se decidía a levantarse y recoger su chal.

— Y ahora me encanta esta habitación, aun sin la moqueta ni las cortinas ni los cuadros que había deseado.

Pollyanna se calló angustiada. Iba a cambiar de tema rápidamente cuando su tía interrumpió secamente.

— ¿Qué estabas diciendo, Pollyanna?

— Nada, tía Polly. De verdad. No quería decir nada.

— Quizá no —repuso tía Polly fríamente—. Pero empezaste a decirlo y ahora quisiera que terminaras la frase si no te molesta.

— Es que no era nada ... Sólo que yo había imaginado bonitas alfombras y cortinas y más cosas, pero... claro... yo...

— ¿Imaginado? — interrumpió la tía de nuevo.

Pollyanna iba sonrojándose angustiósamente.

— Ya sé que no debía soñar con esto, tía Polly — se disculpó— . Sólo es que yo siempre había tenido ilusión por cosas así y nunca las tuve. Sí, claro, teníamos dos alfombras de la misión, pero una tenía manchas de tinta y la otra agujeros... y sólo tuvimos aquellos dos cuadros, uno que papá, ¡ay!, uno que vendimos y otro que se rompió. Supongo que sí no hubiera sido por esto nunca habría soñado con ello al venir hacia aquí... Pero, de veras tía Polly, sólo fue por unos momentos, antes de alegrarme por no tener espejo y no ver mis pecas y de descubrir el cuadro que ofrecía la vista desde mi ventana. Y usted ha sido tan buena conmigo... Yo...

Tía Polly se levantó de repente.

— Está bien, Pollyanna. Ya has dicho suficiente. —Y salió escaleras abajo olvidándose por completo de su primera intención de recoger el chal.

Antes de acabar el día, la señorita Polly dijo a Nancy:

— Nancy, traslada las cosas de la señorita Pollyanna al piso de abajo, a la habitación que queda debajo de la que ahora tiene. He decidido que a partir de ahora duerma allá.

— ¡Sí, señora! — dijo Nancy en voz alta— o «¡Dios bendito!», se dijo a sí misma. Y a Pollyanna, minutos más tarde:

— No se lo creerá, señorita. A partir de ahora su habitación será la que hay debajo de aquí.

Pollyanna palideció.

— Significa... Nancy, ¿es verdad? ¿Seguro?

— Más vale que empiece a creérselo —asintió mientras empezaba a cargar los vestidos—. Hoy me ha ordenado que traslade todas sus cosas y voy a apresurarme antes de que pueda cambiar de opinión.

Pollyanna no esperó a que Nancy terminara de hablar. Con gran riesgo de

romperse los huesos, «voló» escaleras abajo, saltando los escalones de dos en dos. Dio dos portazos y tiró una silla antes de que pudiera alcanzar su meta.

— ¡Tía Polly! Oh, tía Polly, tía Polly... ¡De veras! ¿Es ésta su intención? ¡Esta habitación tiene de todo! ¡Moqueta, cortinas y tres cuadros, aparte del de la ventana, pues está orientada igual! ¡Oh, tía Polly!

— Muy bien, Pollyanna. Me satisface que te guste el cambio. Pero espero que si tanto te gusta todo esto también sepas cuidar de ello. Y esto es todo. Pollyanna; recoge la silla y no des más portazos.

La señorita Polly habló malhumorada, y aún más cuando se dio cuenta de que le estaban entrando ganas de llorar. Y la señorita Polly no estaba acostumbrada a tener ganas de llorar.

Pollyanna recogió las sillas.

— Siento haber dado los portazos, pero es que me acababan de dar la noticia, y con una noticia así yo creo que hasta usted hubiera dado port...— POllyanna calló un momento y contempló a su tía con interés.

— Tía Polly, ¿alguna vez ha dado usted un portazo?

— Espero no haber hecho nunca algo así —dijo la tía escandalizada.

— Pero, tía Polly, ¡qué pena!

— ¡Pena! — repitió tía Polly, demasiado aturdida para replicar.

— Sí, claro. Si usted hubiera tenido gana de dar portazos alguna vez, los hubiera dado. Y si no, quiere decir que nunca ha sido «superfeliz», o hubiera dado portazos. No lo hubiera podido evitar. ¡Y me sabe tan mal que nunca haya sido «superfeliz»)!

— ¡Pollyanna! — gimió la mujer. Pero Pollyanna ya se había ido y sólo respondió el «bang» de la puerta del ático al cerrarse.

Pollyanna había subido a ayudar a Nancy a cargar con «sus cosas».

La señorita Polly, en el salón. se sentía algo trastornada. Y, sin embargo, aseguraría que sí que había sido feliz alguna vez.

Capítulo 11

Se presenta Jimmy

Y llegó agosto. Este mes trajo diversas sorpresas y algunos cambios; aunque nada de esto sorprendió a Nancy, que desde la llegada de Pollyanna ya sabía que podía pasar cualquier cosa.

Primero fue en la cocina.

Pollyanna encontró a un gatito maullando tristemente en la carretera. Preguntó a todos los vecinos y no era de ninguno de ellos y, «por lo tanto», lo llevó a la casa.

— La verdad es que me alegré mucho de que no fuera de nadie, pues deseaba muchísimo quedarme con él — le decía confidencialmente a su tía—. Siempre me han gustado los gatitos y estaba segura de que a usted le gustaría tenerlo aquí.

La señorita Polly miró aquel bultito grisáceo y miserable en los brazos de Pollyanna y tuvo un escalofrío. Nunca le habían importado los gatos.

— ¡Ugh! ¡Pollyanna! ¡Qué bestia más sucia! Seguro que está enferma y tiene pulgas.

— Ya sé, pobrecillo —dijo Pollyanna con ternura—. Y está temblando de miedo. Claro, el pobrecillo no sabe todavía que lo vamos a cuidar.

— Pues no, ni nosotros sabemos quién va a cuidarlo, ni nadie lo sabe.

— ¡Oh sí! —asintió Pollyanna sin entender las palabras de su tía—. Les dije a todos que nos lo quedaríamos nosotros si no encontrábamos a su dueño. Estaba segura de que a usted le gustaría tenerlo.

La señorita Polly intentó hablar, pero fue en vano. Aquel sentimiento de impotencia que había tenido tantas veces desde la llegada de Pollyanna volvió a aparecer.

— Claro, yo ya sabía —continuó Pollyanna— que no dejaría a una cosita así sola por el mundo, cuando ya una vez me recogió a mí. .. y esto es lo que le dije a la señora Ford cuando me preguntó si usted lo aceptaría. Yo, al menos, tuve a las damas, pero el pobre gatito ni siquiera eso ... Sabía que usted lo comprendería —asintió mientras salía de la habitación.

— ¡Pero Pollyanna, Pollyanna! — protestó la señorita Polly—. Yo no ..

Pero Pollyanna ya estaba casi en la cocina gritando:

— ¡Nancy, Nancy, mira esta preciosidad de gatito, lo cuidaremos tía Polly y yo...!

Y tía Polly, que aborrecía a los gatos, se dejó caer del todo en su sillón, impotente incluso para protestar.

Más tarde fue un perro, aún más sucio y abandonado que el gatito. Y una vez más la señorita Polly, quedándose sorprendentemente sin habla, se encontró otra vez en el papel de una persona dispuesta a proteger al desvalido, como un ángel del Señor, y, aun aborreciendo a los perros más que a los gatos, se encontró una vez más totalmente impotente para protestar.

Pero cuando en menos de una semana, Pollyanna trajo a casa aquel pequeño y andrajoso muchachito y pidió confiadamente el mismo tipo de protección para él, la señorita Polly sí tuvo algo que decir. Y esto es lo que sucedió.

Un agradable jueves por la mañana, Pollyanna volvía de llevarle jalea a la

señora Snow. Ahora ella y Pollyanna eran grandes amigas, sobre todo desde el día el que le explicó el juego. Ahora la propia señora Snow jugaba al juego con Pollyanna. Aún no lo jugaba muy bien, quizá por haber estado tanto tiempo quejándose de todo. Pero bajo las instrucciones de Pollyanna, y con su alegría, iba aprendiendo muy rápidamente. Para satisfacción de Pollyanna, hoy incluso había dicho que se alegraba de la jalea, pues era justo lo que estaba deseando. Y lo que no sabía es que Milly, al entrar, le había dicho que la mujer del párroco ya le había enviado lo mismo aquel día.

Pollyanna iba pensando en esto cuando de repente vio al muchacho. Estaba sentado en un pequeño promontorio al lado de la carretera, jugueteando descorazonado con un palito.

— ¡Hola! —sonrió Pollyanna.

El chico la miró, pero desvió en seguida los ojos.

— ¡Hola! —musitó inaudiblemente.

Pollyanna sonrió.

— Parece que tú no has estado nunca contento por la jalea, ¿verdad?

El chico la miró nervioso y sorprendido, y volvió a juguetear con el palo y con un cuchillo deshojado que tenía.

Pollyanna dudó por un momento, y se sentó en la hierba aliado del chico. A pesar de insistir en que le gustaba mucho la gente mayor, muchas veces había deseado un amigo de su edad. Y ahora no estaba dispuesta a perder esta oportunidad.

— Me llamo Pollyanna Whittier —dijo amablemente—. ¿Y tú?

El chico se removió nervioso. Casi se levantó, pero luego se relajó.

— Jimmy Bean — gruñó con indiferencia.

— ¡ Bien! Ahora ya nos hemos presentado. Me alegro de que dijeras tu parte. Hay gente que no lo hace, ¿sabes? Vivo en la casa de la señorita Polly Harrington, ¿y tú?

— En ningún sitio.

— ¿En ningún sitio? Bah, tú no puedes hacer eso... Todo el mundo vive en algún sitio — afirmó Pollyanna.

— Pues yo no, al menos ahora. Estoy buscando un sitio nuevo para ir a vivir.

— ¡Oh!, y ¿dónde es?

El chico la miró con ojos burlones.

— ¡Tonta! Como que andaría yo buscando si supiera a donde ir. ..

Pollyanna inclinó un poco la cabeza. Este chico no era simpático y no le gustaba que la llamaran tonta. De todas maneras... no era una persona mayor.

— ¿Dónde vivías antes? — preguntó.

— ¡Caramba! ¡Tú preguntas demasiado! —refunfuñó el muchacho impaciente.

— Tengo que hacerlo — señaló Pollyanna con calma— . Si no, no habría manera de saber nada de ti. Si tú hablaras más yo no hablaría tanto.

El chico soltó una risita. Fue una risa tímida y poco espontánea, pero su expresión era más agradable cuando volvió a hablar.

— ¡De acuerdo, pues! ¡Allá voy! Me llamo Jimmy Bean, y tengo diez años, casi once. Todo este año he vivido en el orfanato, pero hay tantos niños allí que ya no había sitio para mí, aunque creo que tampoco quiero estar allí, la verdad. Y, por tanto, me fui. Voy a vivir donde sea, pero todavía no sé dónde. Me gustaría tener un hogar, uno normal y corriente, con una madre en vez de una matrona. Si tienes hogar, tienes familia, y yo no tengo desde que papá ... murió. Por eso, ahora voy buscando. He estado en cuatro casas, pero no me han querido, aunque me he ofrecido para trabajar, desde luego. En fin, ¿es esto lo que querías saber?

La voz del chico se había quebrado un poco al final de la conversación.

— Vaya, ¡qué pena! —simpatizó Pollyanna—. ¿Y nadie te quiso acoger? ¡Dios mío! Te comprendo muy bien, pues cuando mi padre murió sólo pude contar con las damas de beneficencia hasta que la tía Polly me acogió... — Pollyanna calló de golpe. Una increíble idea acababa de ocurrírsele—. ¡Justo! ¡Ya sé adónde puedes ir! — chilló. Tía Polly te acogerá. ¡Ya lo verás! ¡Sé que lo hará! ¿Verdad que me acogió a mí? Y también a Buffy y a Fluppy que estaban solos en el mundo. Y sólo son un perrito y un gatito. Vamos, Jimmy. Conozco a tía Polly y sé que aceptará. No sabes lo buena y amable que es.

La carita de Jimmy Bean se iluminó.

— ¿Me lo prometes? ¿De veras crees que lo haría? Trabajaría tanto y, ¿sabes?, soy muy fuerte ... — y mostró su bracito desnudo y huesudo.

— ¡Yo creo que sí! Mi tía es la mujer más buena del mundo, ahora que mi madre está en el cielo. Y hay cantidad de habitaciones... — siguió diciendo mientras saltaba sobre sus pies y lo agarraba del brazo—. Es una casa enorme. Aunque... quizá tendrás que dormir en la buhardilla. Allí estuve yo al principio. Pero ahora hay tela metálica, o sea que no hará tanto calor y las moscas no entrarán con sus gérmenes en las patitas. ¿Sabías algo de esto? ¡Es increíble! Quizá te deje leer aquel folleto si te portas bien, o no, creo que es si te portas mal. ¡Y tú también tienes pecas! —dijo estudiándolo con la mirada—, o sea que no te importará el que no haya espejo. Y el cuadro “natural” es más bonito que cualquier cuadro de verdad. Estoy segura de que no te importaría en absoluto dormir en aquella habitación.

Pollyanna descubrió de repente que necesitaba respirar además de hablar, o sea que calló.

— ¡Porras! — exclamó Jimmy Bean, que no entendía nada, pero que la contemplaba admirado—: ¡Nadie que hable tan de prisa como tú debiera necesitar preguntar nada para llenar el tiempo!

Pollyanna rompió a reír.

— De todas maneras ya puedes alegrarte por esto, pues mientras yo hablo, ¡tú no tienes que hablar!

Cuando llegaron a la casa, Pollyanna condujo decididamente a su compañero a la presencia de su sorprendida tía.

— ¡Oh, tía Polly! —dijo triunfante—. ¡Mire! Le traigo algo incluso mejor que Fluppy y Buffy para cuidar de él. Es un niño de carne y hueso. Por el momento no le importa en absoluto dormir en el ático, y además trabajará todo lo que usted quiera. aunque quisiera que tuviera algo de tiempo libre para poder jugar con él.

La señorita Polly palideció para pasar en seguida a un tono rojizo. No acababa de comprender, pero ya había oído demasiado.

— Pollyanna, ¿qué significa esto? ¿Quién es este muchacho tan sucio? ¿Dónde lo has encontrado? — preguntó duramente.

El «muchachito tan sucio» dio un paso atrás intentando irse, pero Pollyanna se echó a reír.

— ¡Anda! ¡Sí me he olvidado de decirle cómo se llama! Soy tan despistada como el «Hombre». Y realmente está bastante sucio, ¿verdad? El chico, quiero decir; igual que cuando Fluppy y Buffy vinieron a casa. Pero estoy segura de que mejorará muchísimo en cuanto se dé un baño, igual que ellos. ¡Ay, que me vuelvo a olvidar! —dijo riendo—. Se llama Jimmy Bean, tía Polly.

— Bien, ¿y qué está haciendo aquí?

— ¡Si se lo acabo de decir, tía Polly! —Pollyanna abrió los ojos sorprendida—. Es para usted. Lo traje a casa para que viviera con nosotras. Él también quiere un hogar y una familia. Y le expliqué lo amables que son todos aquí conmigo y con Fluppy y Buffy, y que estaba segura de que también lo serían con él, pues desde luego él es mejor que cualquier perro o gato.

La señorita Polly se dejó caer en la silla y puso su mano en su garganta. La impotencia de reaccionar volvía a amenazarla. Con visible esfuerzo, pudo al fin enderezarse y erguirse.

— Basta ya, Pollyanna. Ésta es la cosa más absurda que se te haya podido pasar por la cabeza. Como si gatos y perros vagabundos no fueran suficiente... y ahora nos traes un niño harapiento, mendigo de la calle, que...

El niño reaccionó bruscamente. Levantó la barbilla y sus ojos chispeaban. En dos zancadas se plantó ante la señorita Polly sin temor.

— No soy un mendigo, señora, y no quiero nada de usted. Esperaba poder trabajar a cambio de alojamiento y comida. Y, desde luego, no hubiera venido a esta vieja casa si esta niña no me hubiera convencido diciéndome lo buenos y amables que eran aquí. Y esto es todo —dijo mientras se iba tan dignamente que hubiera sido absurdo decirle algo.

— ¡Pero tía Polly! — sollozó Pollyanna—. Yo creía que se alegraría de tenerle aquí. Estaba tan segura...

La señorita Polly levantó la mano pidiendo silencio. Su estado nervioso había llegado a un límite. Lo de «buena y amable» de los niños seguía sonando en su interior, y la vieja impotencia volvía a amenazar, lo sabía.

— iPollyanna! —chilló secamente—, ¿quieres dejar de usar continuamente y a todas horas las palabras «feliz, contenta, alegre»? ¡Me voy a volver loca!

— Pero, tía Polly, yo creía que le alegraba saber que yo era feliz. ¡Oh! — enmudeció tapándose la boca con la mano y escapó de la habitación.

Pollyanna alcanzó al muchacho antes de que éste llegara al final del camino.

— ¡Chico! ¡Chico! ¡Jimmy Bean! Quiero que sepas lo mucho que lo siento — exclamó cogiéndole de la mano.

— ¡De perdón, nada! ¡Es culpa tuya! —protestó el niño— . ¡Pero yo no soy un mendigo! —dijo con fuerza.

— ¡Claro que no! ¡Pero no eches la culpa a mi tía! Seguramente no supe hacer las presentaciones correctamente y me temo que no le expliqué suficientemente bien quién eres tú. De verdad que es buena y amable, siempre lo ha sido, pero no me debí explicar bien. De veras me gustaría encontrar un “hogar” para ti. ¡De veras!

El muchacho alzó los hombros y empezó a irse.

— No importa. Ya me lo buscaré yo solo. O soy un mendigo, ¿sabes?

Pollyanna pensaba sin parar y de pronto se iluminó su cara.

— ¡Oye! Ya sé lo que haré. Las damas de beneficencia se reúnen esta tarde. Oí cómo tía Polly lo comentaba. Les expondré tu caso. Esto es lo que solía hacer papá cuando quería conseguir algo, moquetas nuevas o cosas así.

El chico se enfureció.

— ¡No soy una moqueta nueva ni nada parecido! Y además, ¿qué es. eso de las damas de beneficencia?

Pollyanna le miró con desaprobación.

— ¡Pero cómo! ¿Dónde te han educado que ni siquiera sabes qué son las damas?

— Pues si no me lo dices ... — gruñó el muchacho reanudando la marcha.

Pollyanna corrió a su lado.

— Pues... Pues es sólo un grupo de señoras que se reúnen y cosen, organizan cenas, reúnen dinero y hablan mucho. Esas son las damas. Son muy cariñosas, al menos la mayoría de las «mías» lo eran allá en mi casa. No conozco a las de aquí, pero creo que siempre son buenas personas. Esta tarde iré y les contaré todo esto.

Una vez más, el muchacho la miró ferozmente.

— ¡Ni se te ocurra! ¿O te crees que voy a quedarme pasmado delante de un montón de mujeres que me llamarán «mendigo»? ¡Ya tuve bastante con una! ¡Gracias!

— ¡Oh, pero si tú no tienes por qué venir! — argumentó Pollyanna rápidamente—. Iré sola y les explicaré yo todo.

— ¿Lo harías?

— Sí, y te prometo que esta vez lo haré mejor. Y estoy segura de que más de una se alegrará de poder darte un hogar.

— Trabajaré mucho; no se te olvide decir esto.

— ¡Claro que no! —respondió alegremente Pollyanna— . Bueno, mañana te diré

lo que haya pasado.

— ¿Dónde?

— En la carretera, donde nos hemos encontrado hoy, cerca de la casa de la señora Snow.

— De acuerdo. Allí estaré.

El muchacho empezó a caminar despacito.

— Quizá debiera volver al orfanato a pasar la noche, pues la verdad es que no tengo otro sitio adonde ir. Y no me he escapado hasta esta mañana y no creo que se hayan dado cuenta. No son mi familia y nada les importa.

— ¡Sí, lo sé! — asintió Pollyanna con ojos comprensivos—. Pero estoy segura de que cuando mañana te vea ya tendré una verdadera familia para ti. Y ahora, ¡adiós! — dijo volviendo hacia la casa.

Desde la ventana del salón, la señorita Polly iba siguiendo con ojos sombríos los movimientos de los dos pequeños. Luego suspiró y se encaminó muy decaída hacia la escalera. (¡Y la tía Polly nunca estaba decaída!). Aún sonaba en su interior la voz del chiquillo: «Usted es buena y amable». Tenía un extraño sentimiento de desolación en el corazón, como si hubiera perdido algo.

Capítulo 12

Frente a las damas

La comida de aquel día transcurrió en silencio. Pollyanna intentó entablar conversación, pero no tuvo éxito y más porque cada dos por tres le salía la expresión «alegre» o «feliz» y se tenía que reprimir. La quinta vez que se le escapó «feliz» tía Polly movió la cabeza.

— Bueno, bueno. niña. Dilo si tanto lo necesitas. Casi es mejor que lo digas, si esto causa tanto lío ...

Pollyanna se relajó.

— Oh, gracias. La verdad es que me cuesta mucho no decirlo. Hace tanto tiempo que juego al juego ...

— ¿Que juegas...?

— Sí. al juego, ya sabe. Papá ... —Pollyanna enmudeció al verse otra vez

en terreno prohibido.

Tía Polly no hizo ningún comentario y la comida terminó en silencio.

A Pollyanna no le disgustó enterarse de que tía Polly no asistiría hoy a la reunión de las damas porque le dolía la cabeza.

Cuando tía Polly se retiró a la habitación, Pollyanna intentó apenarse por lo del dolor de cabeza, pero no podía dejar de alegrarse de que su tía no fuera a la reunión. No podía olvidar que tía Polly había tratado a Jimmy de mendigo, y no quería que las damas oyeran tal acusación.

Pollyanna sabía que las damas se reunirían a las dos en la capilla contigua a la iglesia, no muy lejos de la casa. Se propuso llegar allá poco antes de las tres. «Quiero que todas estén allá — se dijo a sí misma—, pues si faltara una podría ser precisamente la que aceptara ayudar a Jimmy; y ya se sabe que, para las damas, las dos quieren decir las tres».

Despacito, pero con valentía, Pollyanna empezó a subir las escaleras de la capilla, empujó la puerta y entró en el vestíbulo. Un gargareo de risas y voces femeninas llegó a sus oídos. Tras dudar sólo un momento, empujó la puerta de la habitación principal.

El gorgareo se transformó en susurros sorprendidos. Pollyanna avanzó tímidamente. Ahora que el momento había llegado se sentía notoriamente tímida. Después de todo, éstas no eran sus damas.

— ¿Cómo están ustedes, damas? —dijo educadamente—. Soy Pollyanna Whittier. Creo que algunas de ustedes ya me conocen y en cierta manera yo ya las conozco a ustedes.

Ahora se podía «sentir» el silencio. La mayoría la conocían o ya habían oído hablar de ella. Pero a ninguna se le ocurría nada que decir.

— He venido a exponerles el caso —explicó Pollyanna tras un esfuerzo por recuperar su habitual fluidez.

— Eh... ¿Te ha enviado tu tía, pequeña? —preguntó la señora Ford, la mujer del párroco.

Pollyanna enrojeció.

— Oh, no. He venido por mi cuenta. Verá, yo ya estoy acostumbrada a las damas, pues me cuidaron junto con papá.

— Bueno, ¿y qué deseas?

— Es... es por Jimmy Bean — suspiró Pollyanna— . No tiene hogar, sólo el orfanato, y está muy lleno, y nadie se preocupa por él; y, claro, a él le gustaría otro hogar, con madre, en vez de matrona, y familia, ¡.entienden? Tiene diez años, casi once ... y yo pensé que a alguna de ustedes, pues... que le gustaría tenerlo en casa.

— ¿Que has pensado que a nosotras...? —murmuró una voz.

Pollyanna recorrió sus caras con ansia.

— ¡Oh! Me he olvidado decir que trabajará mucho — añadió optimista.

El silencio se mantuvo y entonces, fríamente, una mujer empezó a interrogarla. Momentos más tarde, todas conocían la historia y empezaron a hablar entre ellas, discutiendo animadamente.

Pollyanna escuchaba impaciente. No entendía mucho lo que decían, pero pronto empezó a darse cuenta de que ninguna quería ofrecerle su hogar a Jimmy, aunque cada una de ellas pensaba en otras que sí que podían. Pero ninguna aceptaba. y luego escuchó a la mujer del párroco: que quizá ellas, como sociedad, podrían contribuir a la manutención y educación del niño, sacrificando algo de las donaciones que tenían preparadas ese año para los niñitos de la India.

Todas se pusieron a hablar a la vez y la discusión se hacía cada vez más fuerte. Parecía que su sociedad se había hecho famosa por su ayuda a las misiones hindúes, ¿cómo podían rebajar el donativo? Pollyanna seguía sin entender mucho, pero parecía que más que el dinero en sí, lo más importante era no bajar de la primera posición en la lista de donantes, ¡pero esto no podía ser verdad!

Todo era muy confuso, y Pollyanna se alegró de salir al aire fresco, aunque se sentía muy triste. Sabía que no iba a ser fácil decirle su fracaso a Jimmy Sean. ¿Cómo hacerle comprender que las damas preferían ayudar a los niñitos de la India cuando tenían uno más a mano, en su propio pueblo? ¿Sólo porque no saldrían en una lista de nombres?

«Ya sé que es bueno que envíen dinero a los pobrecitos de la India y tendría que apreciar su acción —se decía— , pero actuaron como si los pobrecitos de aquí no importaran para nada. ¡Sólo los de lejos!»

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