Pollyanna

Eleanor Hodgman Porter

Capítulos 25 al 28

Capítulo 25

El juego de la espera

Al día siguiente, la señorita Polly quiso prevenir y preparar a Pollyanna para la visita del especialista.

— Pollyanna querida, hemos decidido que otro doctor, aparte del doctor Warren, venga a visitarte. Quizá otra opinión ayudaría a que te restablecieras... más pronto.

La carita de Pollyanna resplandeció.

— ¡El doctor Chilton! ¡Oh, tía Polly, tía Polly! ¡Tenía tantas ganas de ver al doctor Chilton! Siempre lo he pensado, pero no me atrevía a pedírselo por lo de aquel día en que la vio con la rosa en el pelo. ¡Gracias por pedirle que venga!

El rostro de la señorita Polly palideció, luego enrojeció y luego volvió de nuevo a palidecer. Pero cuando habló, intentó parecer animada:

— ¡Oh, pero no, querida! No quise decir el doctor Chilton. Es un médico nuevo, muy famoso, de Nueva York, que es muy entendido en ... «heridas» como las tuyas.

El rostro de Pollyanna se ensombreció.

— No creo que sepa ni la mitad que el doctor Chilton.

— Oh, sí, sabe muchísimo. Te lo aseguro.

— Pero fue el doctor Chilton el que curó al señor Pendleton, tía Polly... Si a usted no le pareciera muy... mal me haría muy feliz ver al doctor Chilton, ¡de veras!

Hubo un momento de silencio. Por fin, tía Polly, con amabilidad pero con más dureza, dijo:

— Pero a mí sí que me importa, Pollyanna; y mucho. Haría cualquier cosa, casi todo, por ti, querida mía, pero por razones de las que no quiero hablar no deseo en absoluto que el doctor Chilton venga a esta casa. Y créeme, no sabe tanto respecto a tus «heridas» como este doctor de Nueva York. Puedes estar segura de ello.

Pollyanna seguía poco convencida.

— Pero, tía Polly, cuando se quiere al doctor Chilton... y no al otro doctor me parece que sí que le importaría, sabiendo que puede hacerme bien. Yo quiero al doctor Chilton.

La enfermera entró en aquel momento y la señorita Polly se sintió aliviada. Levantándose dijo:

— Lo siento, Pollyanna, pero creo que debes dejar en mis manos el hacer lo que yo creo más conveniente para ti. El doctor de Nueva York llegará mañana y entonces ya veremos qué sucede.

Sin embargo, el doctor de Nueva York no llegó al día siguiente. Un telegrama de última hora anunciaba que el propio doctor había enfermado. Esto llevó a Pollyanna a insistir sobre el doctor Chilton, pero su tía seguía diciéndole que haría cualquier cosa por complacerla, pero que, por favor, no le pidiera aquello.

Los días iban pasando, y la señorita Polly hacía realmente todo lo que podía por la niña, excepto llamar al doctor Chilton.

— Nunca lo hubiera creído —le comentaba Nancy al jardinero Tom—. No hay ni un solo minuto del día en que la señora no esté deseando hacer algo por la pequeña. ¡Incluso permite a Fluppy y a Buffy que se revuelquen por la cama! Y cuando no tiene nada que hacer se dedica a mover los prismas de la ventana para que los arcos iris bailen. Ha enviado a Timothy al pueblo tres veces para comprar flores. Y el otro día la encontré sentada en la cama y la enfermera la estaba peinando para felicidad de Pollyanna. Y ahora siempre va con el pelo suelto para complacerla.

El viejo Tom sonrió.

— Desde luego que está mucho más agraciada con ese peinado...

— ¡Y tanto... —exclamó Nancy—. ¡Si parece una persona ... !

— ¡Cuidado, Nancy! Acuérdate de que un día te lo dije y tu no quisiste creerlo. ¿Eh?

— Sí, ya recuerdo... Y no es que sea guapa, pero admito que no parece la misma y se la ve rejuvenecida. Señor Tom..., ¿quién fue su enamorado? Sigo sin descubrirlo.

— ¿No? Pues no seré yo quien te lo diga.

— ¡Vamos, señor Tom! —pidió la chica—. No hay nadie a quien pueda preguntárselo.

— Quizá no, pero uno seguro que no te contestará. Y... ¿cómo está hoy la chiquilla?

Nancy movió la cabeza apesadumbrada.

— Igual que siempre, señor Tom. Sigue en la cama, durmiendo, hablando, tratando de sonreír y de alegrarse porque el sol sale o la luna brilla...

— Sí, es el juego. mi dulce niña... — suspiró el viejo.

— ¿También le contó a usted lo del juego?

— ¡Oh, sí! Hace ya mucho tiempo... Yo me estaba quejando por estar ya tan encorvado y viejo y ¡adivina lo que me dijo!

— No sé, pero seguro que encontró un motivo para que usted se alegrara.

— ¡Dijo que yo no tenía que «recorrer tanto camino» para arrancar las malas hierbas!

Nancy sonrió.

— No me sorprende. Me enseñó a jugar desde el principio, pues aún no tenía a nadie para jugarlo y desde entonces me lo creo todo. Creo que la única persona con quien aún no ha jugado es con su tía Polly y me parece que... le sorprendería bastante.

— ¿Pero por qué no se lo habrá contado a ella? Se lo ha explicado a todo el mundo por lo que veo.

— Sí, ya sé. La señorita Pollyanna me explicó que, hace mucho tiempo, su tía le dijo que no quería que le hablara de su padre, y como el juego se lo enseñó su padre no ha podido contárselo nunca.

— Oh... , comprendo. Siempre estuvo en contra del reverendo porque se llevó a la señorita Jennie. Y la señorita Polly, aunque era muy joven, no pudo perdonarlo.

Cuantos más días pasaban, más difícil se hacía la espera. La enfermera parecía animada, pero sus ojos expresaban gravedad. El doctor estaba nervioso e impaciente. La señorita Polly no decía nada, pero ni los rizos sueltos podían ocultar que sufría. Y Pollyanna... jugaba con el perro y el gato, admiraba las flores, comía las frutas y jaleas que le enviaban... y respondía animadamente a todos los mensajes de cariño que recibía.

Pero también sufría, adelgazaba y palidecía. En cuanto al juego, Pollyanna le contaba a Nancy lo feliz que sería en cuanto pudiera volver al colegio, y volver a visitar a la señora Snow. o al señor Pendleton, o montarse en la calesa del señor Chilton. No se daba cuenta de que hablaba en futuro. y Nancy lloraba por ello.

Capítulo 26

Una puerta abierta

El doctor Mead, el especialista, llegó una semana más tarde de lo previsto. Era alto y corpulento, con unos ojos grises y amables, y una sonrisa animada.

A Pollyanna le gustó en seguida, y así se lo dijo:

— ¿Sabe? Usted se parece muchísimo a mi doctor —explicó.

— ¿A tu doctor? —dijo extrañado el hombre echando una ojeada al doctor Warren. El doctor Warren era bajito con barba y ojos marrones.

— Oh, éste no es mi doctor. Él es el de tía Polly. El mío es el doctor Chilton.

— ¡Oh! —dijo el doctor Mead mirando interrogadoramente a la señorita Polly que, enrojecida, se había girado.

— Pues sí, verá; yo quería que viniera el doctor Chilton, pero tía Polly lo prefirió a usted. Dijo que usted sabía mucho más que él respecto a... piernas rotas como las mías y, desde luego, si es verdad yo me alegro mucho.

Un «algo» de tristeza cruzó la cara del doctor.

— Sólo con el tiempo lo sabremos, pequeña —dijo amablemente. Luego miró al doctor Warren con gravedad y salieron al pasillo.

Todo el mundo dijo después que había sido por culpa del gato. En efecto, si Fluppy no hubiera intentado y conseguido abrir la puerta para entrar en la habitación de Pollyanna, la puerta hubiera permanecido cerrada y Pollyanna no habría oído las palabras de su tía.

En el pasillo, los dos médicos hablaban con la señorita Polly y la enfermera. Justo cuando Fluppy consiguió abrir la puerta se oyó el gemido de la señorita Polly que sollozaba.

— ¡Eso no, doctor, eso no! No puede hacerme creer que la niña no podrá volver a caminar nunca más.

Todo se tornó en confusión. Primero el grito aterrorizado de la niña: «¡Tía Polly! ¡Tía Polly!» Luego la señorita Polly dándose cuenta de que la puerta estaba abierta y que la habían oído y, por primera vez en su vida, desmayándose.

La enfermera, exclamando «¡Nos ha oído!», corrió hacia la habitación. Los doctores permanecieron con la señorita Polly intentando reanimarla.

En la habitación, el gatito intentaba inútilmente llamar la atención de una niña con rostro blanco y ojos exaltados.

— ¡Señorita Hunt, por favor, quiero que tía Polly venga en seguida!

La enfermera cerró la puerta y acudió corriendo junto a la niña.

— No puede venir ahora, querida. Vendrá en cuanto pueda. Pero ¿qué deseas? ¿Puedo...?

Pollyanna negó con la cabeza.

— Quiero saber por qué ha dicho eso. ¿No lo ha oído? Quiero que tía Polly me dé una explicación. Quiero que me diga... ¡que no es verdad! ¡Que no es verdad!

La enfermera trató de decir algo, pero no pudo. Algo en su mirada acabó de aterrorizar a Pollyanna.

— ¡Señorita Hunt, usted también lo oyó! ¡Es verdad! ¡No puede ser! ¡No puede ser que no pueda volver a caminar!

— ¡Vamos, vamos, pequeña! — sollozaba la enfermera—. Quizá se haya equivocado. Aún pueden pasar muchas cosas.

— Pero tía Polly dijo que él sabía mucho de esto. Dijo que sabía más que nadie respecto a piernas... rotas como las mías.

— Sí, sí, lo sé, querida. Pero incluso los médicos se equivocan, a veces. Por favor... no pienses más en ello.

— Pero es que no puedo evitarlo —lloraba—. Está justo aquí, en mi cabeza... ¿Cómo podré ir al colegio, o a visitar al señor Pendleton y a la señora Snow? — seguía sollozando. De repente enmudeció y con una mirada aterrorizada preguntó—: ¿Cómo podré volver a alegrarme de nada? ¿Cómo podré estar contenta por nada, si no puedo caminar?

La señorita Hunt no sabía lo del juego, pero sabía que tenía que tranquilizar a la pequeña. A pesar de su propio nerviosismo preparó un calmante.

— Vamos, vamos, querida. Ahora tómate esto y poco a poco, cuando estemos todos más tranquilos, ya estudiaremos lo que se pueda hacer. Las cosas no son nunca tan malas como parecen, de veras.

Obediente. Pollyanna tomó la medicina.

— Sí. ya sé. Esto es lo que papá solía decir —suspiró con ojos llenos de lágrimas—. Decía que lo que a uno le pasaba no era nunca lo peor, pero creo que a él nunca le dijeron que no podría volver a caminar.

La señorita Hunt no contestó. Temía ser incapaz de hablar.

Capítulo 27

Dos visitas

Fue Nancy la que se encargó de informar al señor Pendleton del veredicto del doctor Mead. La señorita Polly había recordado su promesa de avisarle.

En otro tiempo, Nancy hubiera saltado de alegría ante la ocasión de poder curiosear en aquella casa misteriosa. Pero hoy, su corazón estaba demasiado oprimido para alegrarse de nada. Casi ni se dio cuenta de lo que la rodeaba mientras estuvo allí.

— Señor, soy Nancy —dijo con respeto—. La señorita Harrington me ha enviado para que le informe sobre Pollyanna.

— ¿Y bien?

A pesar de tan corta pregunta, Nancy pudo entrever la ansiedad del señor Pendleton.

— No es nada bueno —sollozó Nancy.

— No querrás decir... — el hombre enmudeció al ver cómo Nancy asentía con la cabeza. Estaba consternado.

— Sí, señor. El doctor Mead dice que... no podrá volver a caminar. .. nunca más.

Por un momento, el silencio invadió la habitación. Cuando el hombre habló, estaba sacudido por la emoción.

— ¡Pobre pequeña! ¡Pobre pequeña!

Nancy le miró y en seguida bajó la vista. Nunca hubiera creído que aquel hombre tan huraño pudiera estar ahora tan conmovido. El hombre siguió hablando en voz baja y temblorosa:

— Es... una crueldad... No poder volver a bailar con el sol. .. ¡Mi pequeña niña del arco iris! Pero... ella... ¿Sabe algo Pollyanna?

— Oh... Sí, señor — siguió sollozando Nancy—. Y esto es lo que hace todo más difícil. Se enteró por culpa de aquel ¡maldito gato! Perdón, señor —se disculpó—. Sólo que fue el gato el que abrió la puerta y Pollyanna pudo oír lo que hablaban.

— ¡Pobre pequeña!

— Desde luego, señor. .. Sólo la he visto dos veces desde entonces y está ¡tan triste! No deja de pensar en todas las cosas que no podrá volver a hacer. Está muy triste porque no se ve capaz de jugar al juego, aunque quizá usted no sabe lo del juego...

— ¿El juego de estar contento? Oh, sí, me habló de eso muchas veces.

— Sí, creo que todo el mundo lo sabe. Pero el problema es que ahora es ella la que no puede jugarlo. Dice que no encuentra ningún motivo, ninguno, para alegrarse.

— ¿Y cómo crees que puede encontrarlo? —preguntó indignado el hombre.

Nancy se movió nerviosa.

— Así reaccioné yo al principio hasta que me di cuenta de que, quizá. sería todo más fácil para ella ... si pudiera jugarlo.

Por eso he tratado de recordárselo.

— ¡Pero para qué! — dijo el hombre impaciente y enfadado.

— Pues si recuerda cómo nos enseñó a todos, a la señora Snow y a todo el mundo, pues quizá ella consiga encontrar algo que la alegre. Pero la pobrecilla llora y dice que ahora ya no le parece tan fácil. Dice que es mucho más fácil enseñar el juego a un inválido que tratar de explicárselo a uno mismo, cuando es inválido. Dice que ha pensado mil veces en lo que le dijo a la señora Snow, pero que ahora no lo ve tan claro. No puede dejar de pensar que no podrá volver a caminar. Luego intenté recordarle cómo nos contaba que cuanto más difícil era el juego más emocionante era jugarlo. Pero sigue diciendo que esta vez es demasiado difícil. .. Yo... me voy a tener que marchar, señor Pendleton.

Desde la puerta, y tras dudar un momento, Nancy preguntó:

— ¿Podría decirle a Pollyanna que ha visto usted a Jimmy Bean? ¿Podría, señor?

— Pues no sé por qué, porque no lo he visto — dijo algo cortante—. ¿Por qué me lo preguntas?

— Oh, por nada. señor. .. Sólo que, ¿sabe?, ésta es una de las cosas que la tienen muy preocupada; se siente culpable porque no pudo acompañarlo a visitarle. Dice que la única vez que vinieron, el niño no tenía muy buen aspecto, y que le daba miedo de que usted no le hubiera creído adecuado como la «presencia de un niño» que usted necesita. Yo no lo acabé de entender, pero usted sí sabrá de que va todo esto, ¿verdad, señor?

— Sí... Sé lo que quiere decir con eso.

— Bueno, pues sólo era eso. Ella quería volver a traérselo para que usted viera que sí que puede ser una «presencia de niño» maravillosa. En fin... Adiós, señor.

No pasó mucho tiempo, sin que todo el pueblo de Beldingsville supiera que el gran doctor de Nueva York había dicho que Pollyanna Whittier no podría volver a caminar nunca más. Y nunca un pueblo había estado tan conmocionado.

Todo el mundo conocía más o menos a la pequeña de las pecas que siempre sonreía. Y pensar que nunca más encontrarían aquella sonrisa en las calles... Que nunca más oirían la animada voz que proclamaba alegría por doquier. .. Parecía increíble, imposible, cruel.

Por todas partes, las mujeres comentaban y lloraban abiertamente por la pequeña. Por todas partes, los hombres también comentaban y lloraban, quizá no tan abiertamente. Y todo el mundo se sentía peor cuando Nancy les explicaba la incapacidad de la niña para jugar a su propio juego.

Pero fue entonces cuando todos los amigos de Pollyanna parecieron pensar lo mismo. Casi al mismo tiempo, y para sorpresa de la señorita Polly. empezaron a llegar visitas de todas partes; de gente que conocía y de gente desconocida para ella; de hombres, mujeres y niños que la señorita Polly no hubiera creído que Pollyanna conociera.

Algunos entraban y se sentaban unos minutos, otros se quedaban en el porche. Algunos traían flores, otros libros, otros dulces. Algunos lloraban abiertamente, otros se volvían de espaldas y se sonaban la nariz ruidosamente. Pero todos y cada uno de ellos preguntaban ansiosos por la pequeña y le enviaban mensajes, y fueron estos mensajes los que empezaron a extrañar a la señorita Polly.

Primero vino John Pendleton. Ya venía sin muletas.

— No hace falta que diga lo mucho que lo siento —empezó—, ¿están seguros de que no se puede hacer nada?

La señorita Polly hizo un gesto de desesperación.

— Hacemos lo que podemos. El doctor Mead ha recetado ciertas medicinas y tratamientos que podrían ayudarla. Pero el doctor Mead no tiene esperanzas.

John Pendleton se alzó bruscamente, y antes de salir, blanco como la cera, dijo:

— Tengo un mensaje para Pollyanna. Dígale, por favor, que he visto a Jimmy Bean y que he decidido que se quede conmigo. Dígale que he pensado que le «alegrará» saber que voy a adoptarle.

Por un momento, la señorita Polly perdió el habitual control de sí misma.

— ¡Que adoptará a Jimmy Bean! —exclamó.

— Sí. Pollyanna entenderá. Dígale, sobre todo, que espero de veras que esto la “alegrará”.

— Pues... Pues claro, señor Pendleton —contestó la señorita Polly.

— Muchas gracias —concluyó el hombre.

En medio de la habitación, la señorita Polly seguía inmóvil contemplando a aquel hombre que se iba. No podía creer lo que acababa de oír. ¡John Pendleton adoptando a Jimmy Bean! ¡John Pendleton el solitario, huraño, seguro de sí mismo, adoptando a un pequeño, un pequeño como Jimmy Bean!

Aún sorprendida, la señorita Polly se dirigió a la habitación de Pollyanna.

— Querida, tengo un mensaje para ti de parte del señor Pendleton. Ahora mismo acaba de irse. Dice que te diga que Jimmy Bean va a vivir con él. Y que cree que ec «alegrará» saberlo.

El rostro de Pollyanna se iluminó de contenta.

— ¡Que si me alegraré! ¿Alegrarme? ¡Pues seguro que me hace feliz! ¡Oh, tía Polly, deseaba tanto un hogar para Jimmy!; y allí seguro que será feliz. ¡Y también el señor Pendleton!, ¿entiende? ¡Ahora ya tendrá “la presencia de un niño!”

— ¿La... qué?

Pollyanna se sonrojó. Se había olvidado de que nunca le había dicho a su tía el deseo del señor Pendleton de adoptarla.

— «La presencia de un niño» — repitió—. El señor Pendleton me dijo una vez que sólo las manos y el corazón de una mujer o la presencia de un niño podían crear un hogar. Y... ahora ya ha conseguido la «presencia de un niño».

— Ya entiendo... —dijo tía Polly con ternura. Y entendía mucho más de lo que Pollyanna creía—. Ya entiendo — repitió con los ojos cubiertos de lágrimas.

Pollyanna, temerosa de que su tía hiciera más preguntas, intentó desviar la conversación:

— El doctor Chilton opina lo mismo... Que se necesitan las manos y el corazón de una mujer para crear un hogar, ¿sabe?

La señorita Polly se volvió bruscamente.

— ¡El doctor Chilton!, y ¿cómo lo sabes?

— Oh, me lo dijo él mismo cuando me dijo que su casa era sólo varias habitaciones y no un hogar.

La señorita Polly no contestó.

— Por eso le pregunté por qué no buscaba las manos y el corazón de una mujer para crearse un hogar.

— ¡Pollyanna! — la señorita Polly tenía la cara enrojecida.

— Bueno, es que al pobre se le veía tan triste ...

— Y... ¿Y qué dijo? — la señorita Polly hizo esta pregunta como luchando en contra de algo que no la dejaba preguntar.

— Oh, por un momento no dijo nada; luego en voz baja dijo que no siempre se podía conseguir lo que se deseaba.

Hubo un momento de silencio. La señorita Polly miraba hacia la ventana. Sus mejillas seguían extrañamente sonrojadas.

Pollyanna suspiró.

— Creo que desea una mujer y me alegraría mucho que tuviera una.

— Pero, Pollyanna, ¿por qué crees esto?

¡Vamos! ¡Di algo!

— Porque otra vez que lo vi, dijo algo más al respecto. También lo dijo bajito, pero yo lo oí. Dijo que lo daría todo para poder tener las manos y el corazón de una mujer con él... Pero ¡tía Polly! ... ¿Qué le pasa? .. — Tía Polly se había ido corriendo hacia la ventana.

— Na...da, querida. Sólo quería cambiar la posición de este prisma ... —contestó tía Polly con una cara totalmente enrojecida.

Capítulo 28

El juego y sus jugadores

Poco después de la visita de John Pendleton, vino a verla Milly Snow. Nunca había ido antes a la hacienda y se la veía tímida y nerviosa.

— He venido para... saber cómo está la pequeña —consiguió decir.

— Es muy amable de su parte —contestó la señorita Polly—. Sigue más o menos igual. ¿Cómo está su madre?

— ¡Oh! Esto es precisamente lo que quería decirle. Me gustaría que le dijera a Pollyanna... ¡Nos ha causado tanta pena que la pobrecilla no pueda volver a caminar! Después de lo que ella ha hecho por nosotros..., por mi madre. Ya sabe, enseñándole a jugar al juego y todo eso. Y cuando supimos que ahora ella no puede ni siquiera jugarlo. ¡Pobrecilla! ¡Aunque yo tampoco podría!... Pero recordando todo lo que ella nos ha explicado... pues pensábamos que si ella recordaba todo el bien que nos ha hecho, pues... que quizá podría ayudarle... Quizá consiguiera «alegrarse» un poquito — Milly calló, impotente de seguir explicándose.

La señorita Polly escuchaba con educación, pero algo sorprendida. Sólo había podido entender la mitad de lo que le había dicho. Siempre había oído decir que Milly Snow era algo rara, pero empezaba a creer que estaba algo loca.

— Me temo que no he entendido demasiado, Milly. ¿Qué es lo que quiere que le diga a mi sobrina?

— Sí, verá; quisiera que le dijera... Que le hiciera ver lo que ha hecho por nosotras. Quiero que sepa lo mucho que ha cambiado mi madre, aunque ella ya ha visto los cambios. Y yo también he cambiado... También he tratado de... jugar... un poquito.

La señorita Polly frunció el ceño. Le hubiera gustado preguntarle de qué juego se trataba, pero Milly había continuado su charla.

— Usted ya sabe que a mi madre no había nunca nada que le pareciera bien. Siempre quería lo que no tenía, aunque yo lo entendía, dadas las circunstancias. Pero ahora me permite correr las cortinas, y se interesa por cosas, por su aspecto... Incluso ahora se dedica a hace punto, mantitas para cunas y cosas así que luego da a los hospitales... ¡Y se interesa tanto por todo! ¡Se siente tan feliz de poder hace algo útil! y todo esto ha sido gracias a Pollyanna, porque le dijo que podía estar contenta de tener, al menos, sus brazos y manos, y esto fue lo que hizo reaccionar a mi madre y que empezara a utilizarlas. Y no sabe usted lo diferente que está la habitación con los prismas que nos dio, siempre con la luz del sol. .. Ahora da gusto entrar y antes casi me daba miedo... Estaba tan oscura... y mi madre parecía tan infeliz...

»Por eso queremos que le diga a Pollyanna que sabemos que toda esta alegría se la debemos a ella. Y dígale también que nos alegra tanto que sea nuestra amiga, y que esperamos que le alegre un poco saberlo, y que quizá le alegra también a ella el tenernos a nosotras. Y... creo que esto es todo — suspiró Milly levantándose—. ¿Le dará nuestro mensaje?

— Pues claro, claro —murmuró la señorita Polly preguntándose si sería capaz de recordar todo aquello.

Estas dos visitas de la señorita Snow y de John Pendleton fueron sólo el comienzo de una larga serie de ellas. Y siempre acababan con un mensaje, siempre curioso, que cada vez intrigaba más y más a la señorita Polly.

Otra vez, fue la visita de la viuda Benton.

La señorita Polly la conocía bien, aunque nunca se hubieran visitado antes. Tenía reputación de ser la persona más triste y amargada del pueblo. Siempre vestía de negro. Esta vez, sin embargo, la señora Benton llevaba un pañuelo azul cielo en el cuello. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Habló del horroroso accidente y preguntó si podía ver a Pollyanna.

— Lo siento, señora, pero todavía no recibe visitas. Quizá de aquí unos días.

La señora Benton se secó los ojos y se dispuso a irse, pero antes dijo:

— Señorita Harrington, quizá no le importaría... darle un mensaje.

— Desde luego, señora Benton, me agradará hacerlo.

La señora Benton dudó un momento y por fin dijo:

— Podría decirle, por favor, que... que me he puesto este pañuelo ... dijo tocándolo. Y luego, ante la mirada de sorpresa de la señorita Polly, añadió—. La pequeña ha estado intentando tanto tiempo que me pusiera algo de color que he pensado que le «alegraría» saber que ya he empezado. Dijo que a Freddy le harían tan feliz verme así. .. y Freddy es todo lo que tengo... Los demás han ... — La señora Benton movió la cabeza y se dispuso a marcharse—. Si se lo dice así a Pollyanna, ella ya entenderá...

Algo más tarde, aquel día vino a verla otra viuda o al menos iba vestida de negro... La señorita Polly no la conocía. Ella se presentó como la señora Tarbell.

— Usted no me conoce, señora, pero su sobrina sí. He estado todo el verano en el hotel y cada día tenía que hacer largos paseos por cuestión de salud. Fue en uno de estos paseos cuando la conocí. ¡Es una niña tan cariñosa! Me gustaría hacerle comprender lo buena que ha sido para mí. .. Yo... estaba muy triste cuando llegué al pueblo... y su rostro alegre y animado me recordó tanto a mi hija que perdí hace años... Me apené mucho cuando supe lo del accidente; y cuando supe que no volvería a caminar. .. y lo infeliz que se sentía de no poder alegrarse por nada. ¡Pobrecilla! Tenía que venir a decírselo .

— Es usted muy amable — murmuró la señorita Polly.

— Oh! Es usted la que tendría que hacerme un favor. Quisiera... que le diera un mensaje.

— Desde luego.

— ¿Podría decirle... que la señora Tarbell es feliz ahora? Sí, supongo que le resultará extraño, pero... si no le importa preferiría no hablar de ello. Su sobrina sabrá exactamente lo que quiero decir; y creo que debe saberlo. Muchas gracias por todo y... perdone la molestia.

La señorita Polly subió apresuradamente las escaleras.

— Pollyanna, ¿conoces a una tal señora Tarbell?

— ¡Oh, sí! ¡Me encanta la señora Tarbell! Está enferma y muy triste. Se aloja en el hotel. Y da largos paseos. Solemos ir juntas a pasear. .. Quiero decir, solíamos —a Pollyanna se le quebró la voz y dos lagrimones rodaron por sus mejillas.

La señorita Polly se aclaró la garganta.

— Bueno, acaba de estar aquí. Y me ha dado un mensaje para ti, aunque no me ha querido decir lo que significaba. Me dijo que te dijera que ahora la señora Tarbell ya es feliz.

Pollyanna sonrió contenta.

— ¿De veras lo ha dicho? Oh, ¡qué alegría!

— Pollyanna, ¿qué quiso decir?

— Oh, es por el juego, claro — y Pollyanna enmudeció.

— ¿Qué juego?

— Oh, no... nada, tía Polly. Es algo que no puedo explicar sin mencionar cosas que no debo mencionar.

La señorita Polly iba a seguir preguntando, pero la expresión en el rostro de la niña la hizo cambiar de opinión.

Poco después de la visita de la señora Tarbell llegó una de lo más inesperado. Una joven con las mejillas artificialmente sonrosadas y un pelo falsamente rubio, con altos tacones y baratijas, una joven cuya reputación era demasiado conocida, llegó a la puerta de la casa.

La señorita Polly no le ofreció la mano; al contrario, retrocedió unos pasos en cuanto la joven entró. Algo desafiante, y con los ojos rojos como si hubiera estado llorando, pidió a la señorita Polly si podía ver unos minutos a la pequeña.

La señorita Polly se negó, primero con brusquedad. Pero algo en la expresión suplicante de la joven le hizo añadir una explicación más civilizada.

La mujer dudó un momento y luego, bruscamente, empezó a hablar, con la barbilla altiva:

— Soy la señora Payson, la esposa de Tom Payson. Supongo que habrá oído hablar de mí, como la mayoría de la buena gente de este pueblo. Sólo que no todas las cosas que habrá oído decir de mí son verdad. Pero eso ahora no importa.

»He venido por la pequeña. Me enteré del accidente y... me destrozó. Cuando supe que no podía volver a caminar, deseé poder cederle mis inútiles pero sanas piernas. Harían mucho más servicio corriendo una hora para ella que durante cien años en mí. Pero no importa. Las piernas no siempre son para los que sacarían mayor provecho de ellas.

»En fin, quizá usted no lo sabe, pero he visto muchísimas veces a su sobrina. Vivimos en la carretera de la colina Pendleton, y solía pasear por allí a menudo. Venía a vernos, jugaba con los niños y me hablaba... , y a mi marido también, cuando estaba en casa. Parecía que le gustaba estar con nosotros. No creo que supiera que la gente de su clase nunca visitaría a la gente de la mía; quizá si nos visitaran un poco, señorita Harrington, quizá no habría tanta gente de mi ... mi clase. — añadió con amargura—. Pero ella ... vino. Nunca le perjudicó y en cambio a nosotros nos hizo mucho bien, mucho bien. Estábamos pasando muy malos momentos. Estábamos frustrados y descorazonados y a punto de hacer alguna tontería. Casi hemos estado a punto de divorciarnos... y los niños No sé qué hubiéramos hecho con ellos Pero luego nos enteramos del accidente y de que Pollyanna no volvería a caminar. Y empezamos a recordar sus visitas, cómo reía y jugaba con los niños, cómo, simplemente, se alegraba por todo.

Un día nos explicó todo, el porqué de su alegría, el juego, ya sabe. E intentó convencernos de que lo jugáramos. Nosotros, claro... Entonces...

»Sabemos que ahora ni ella tiene ánimos de jugarlo... y por eso he venido. Creemos que se alegrará si sabe que hemos decidido quedarnos juntos y jugar el juego nosotros mismos. Sé que se alegrará, porque solía entristecernos cuando hablábamos mal el uno del otro. De todas maneras, estamos dispuestos a probar ese juego. y todo gracias a ella. ¿Se lo dirá, por favor?

— Sí, se lo diré — prometió la señorita Polly. Luego con un impulso repentino, se levantó y tendió la mano a la joven—: y gracias por venir, señora Payson —dijo sencillamente.

La barbilla desafiante de la joven se derrumbó, y llorando con amargura salió de la casa.

Inmediatamente, la señorita Polly fue al encuentro de Nancy, en la cocina.

— ¡Nancy! — gritó la señorita Polly, severa.

La serie de visitas con extraños mensajes, culminando con la última, la habían llevado a un estado de nervios límite. Hacía tiempo que Nancy no oía este tono de voz en su señora.

— Nancy, ¿harías el favor de explicarme qué es toda esa historia sobre un «juego» que todo el mundo parece saber, menos yo? ¿Y qué tiene que ver Pollyanna con todo esto? ¿Por qué todo el mundo, desde Milly Snow hasta la señora Payson, viene a decirle que lo están jugando? He intentado preguntárselo varias veces, pero parece que le preocupa mucho que se lo pregunte y eso es lo último que quiero. Pero creo que tú también sabes lo que significa todo esto. Y ahora, por favor, ¿querrías explicármelo?

Para sorpresa de la señorita Polly, Nancy rompió a llorar.

— Significa que desde junio, esta alma bendita ha estado enseñando a todo el mundo en el pueblo a alegrarse por todo, y ahora, los papeles se han cambiado, y todo el mundo está intentando que ella se alegre, aunque sea un poquito.

— ¿Pero que se alegre de qué?

— Simplemente, ¡qué esté contenta! Éste es el juego.

La señorita Polly explotó.

— ¡Ya está! Igual que todos los demás. ¿Qué juego?

Nancy alzó la barbilla y miró a su señora directamente a los ojos.

— Se lo diré, señora. Es un juego que el padre de la señorita Pollyanna le enseñó a jugar. Una vez que ella deseaba una muñeca llegó a la misión un par de muletas. Ella se desilusionó y lloró, cosa normal. Fue entonces cuando su padre le explicó que siempre se podía encontrar un motivo de alegría, no importa cuán adversas pudieran ser las circunstancias, y que en cierta manera podía alegrarse por las muletas.

— ¡Por las muletas! —la señorita Polly no pudo dejar de pensar en las piernecitas inútiles de la niña que yacía arriba en la cama.

— Sí, señora. También me sorprendió a mí, y también a Pollyanna cuando su padre se lo dijo. Pero él le explicó que podía alegrarse por ¡no tener que usarlas!

— ¡Oh! — gimió la señorita Polly.

— Y tras esto, ya se acostumbraron a jugarlo continuamente siempre buscando algún motivo de alegría. Y le llamaron el juego de «estar contentos». Y esto es todo, señora, y lo ha estado jugando con todos nosotros desde que llegó.

— Pero cómo... Cómo — la señorita Polly no podía hablar.

— Y se sorprendería de hasta qué punto es maravilloso jugarlo, señora —continuaba Nancy casi tan entusiasta como la propia Pollyanna— . ¡Si supiera todo el bien que le ha hecho a mi padre y hermanos, en casa! Y a mí, cuánto me ha ayudado... Como cuando le dije que no me gustaba el nombre de Nancy y me contestó que peor hubiera sido llamarse “Hipólita”. O los lunes por la mañana, yo los odiaba, ¿sabe? ¡Y en cambio ahora me gustan!

— ¡Los lunes por la mañana!

Nancy rompió a reír.

— Ya sé que suena extraño, señora. Pero un día esta bendita niña me dijo que podía alegrarme de que fuera lunes por la mañana, pues... ¡aún me quedaba una semana entera para que volviera a ser lunes! Y desde entonces, cada lunes me entran ganas de reír, y ¡la alegría ayuda tanto!, señora.

— Pero... ¿Por qué no me lo habrá ... explicado a mí? ¿Por qué se lo ha callado tan misteriosamente cuando se lo pregunté?

Nancy dudó un momento.

— Verá, señora... y perdone. Pero usted le dijo que no quería oírla hablar de su padre y por esto... no podía explicárselo. Era el juego de su padre, ¿entiende?

La señorita Polly se mordió el labio.

— Ella quería explicárselo, sobre todo al principio... Quería a alguien con quien poder jugar y por eso empecé yo.

— Y... ¿todos los demás?

— Oh, creo que ahora todo el mundo lo sabe. Ella lo explicó a mucha gente y éstos lo fueron pasando a los demás. Y como ella siempre sonreía a todo el mundo, y era tan agradable con todos, y tan alegre ... Y ahora, desde el accidente, todo el mundo está tan preocupado..., sobre todo porque ella dice que ya no puede jugarlo. Por eso vienen a decirle lo felices que son gracias a ella ... y a intentar que vuelva a jugar.

— Pues yo ya sé de alguien más que lo va a jugar —decidió la señorita Polly saliendo de la cocina.

Mientras se iba, Nancy la contempló con sorpresa.

— En fin, desde ahora me lo creeré todo... —murmuraba.

Algo más tarde, la enfermera dejaba solas en la habitación a la señorita Polly y a la niña.

— Y hoy aún ha venido otra visita, querida. ¿Te acuerdas de la señora Payson?

— ¿La señora Payson? ¡Y tanto que sí! Vive en el camino de la casa del señor Pendleton y tiene unos hijos preciosos. Ella es muy buena y su marido también, aunque me parece que ellos no se dan cuenta. A veces, se pelean ... Son pobres y ni siquiera les llegan envíos de las misiones. Como él no es pastor como mi ... en fin, no es pastor.

Los colores subieron a las mejillas de las dos a la vez.

— Pero ella lleva vestidos muy bonitos, a veces, y a pesar de ser pobre tiene anillos de diamantes y esmeraldas. Pero ella dice que le sobra un anillo y que lo va a tirar. Dice que quiere conseguir el divorcio. ¿Qué es el divorcio, tía Polly? No debe de ser nada bueno, pues no se les veía felices cuando hablaban de esto. Yo creo que mejor sería que no tirara el anillo, ¿verdad, tía Polly?

— Y no lo van a hacer, pequeña. Van a quedarse juntos e intentar ser felices.

— ¡Oh, qué alegría! Así los veré cuando vaya a ver. .. ¡Oh Dios mío! —su voz se quebró— . Tía Polly, ¿por qué siempre me olvido de que ya no podré utilizar mis piernas y de que nunca más podré visitar al señor Pendleton?

— Vamos, vamos, pequeña. Quizá lo consigas algún día ... Pero escucha, aún no te he acabado de dar un mensaje de la señora Payson. Me pidió que te dijera que a partir de ahora van a jugar todos juntos al juego como tú querías.

Pollyanna sonrió a través de sus ojos húmedos de lágrimas.

— ¿De veras? ¡Qué feliz me siento!

— Sí, esto es lo que ella esperaba, que te hiciera feliz saberlo. Y por eso vino a verme.

Pollyanna miró a su tía.

— Tía Polly, está usted hablando como si supiera... ¿Sabe lo que es el «juego»?

— Sí, querida. Nancy me lo contó. Creo que es un juego maravilloso y a partir de ahora lo jugaremos juntas.

— Oh, tía Polly... ¿Juntas? ¿Las dos? ¡Qué feliz soy! Usted era quien más quería que lo supiera, pero ...

— Claro, pequeña. Y todo el mundo lo seguirá jugando contigo. ¡Pues si hasta el reverendo lo sabe! Aún no te lo había contado, pero esta mañana he visto al reverendo Ford cuando he bajado al pueblo y me ha dicho que te dijera lo feliz que se siente con los ochocientos textos de júbilo que le explicaste. Querida, por ti y sólo gracias a ti, todo el pueblo está jugando al juego, y todo el pueblo es mucho más feliz desde que una pequeña como tú les enseñó a jugar.

Pollyanna aplaudió regocijada.

— ¡Estoy tan contenta! — exclamó. De pronto su cara se iluminó— . Pues sí que hay algo de lo que puedo alegrarme: ¡Me alegro de haber tenido estas piernas o nunca hubiera podido hacer todo esto!

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