Ennio Morricone
La fe siempre está presente en mi música
Compositor italiano (Roma, 1928-2020). Considerado uno de los más grandes autores de música para el cine de todos los tiempos, compuso la banda sonora de más de 400 películas. Su producción, eminentemente cinematográfica, es vastísima y sumamente heterogénea, siempre centro de polémicas, objeto de amores y de odios. En febrero de 2007, y después de cinco nominaciones sin galardón, recibió un Oscar honorífico de la Academia de Hollywood como homenaje a su dilatada carrera.
ROMA, domingo, 13 septiembre 2009 (ZENIT.org).- Puede que usted no reconozca su nombre pero seguramente ha escuchado su música. El maestro Ennio Morricone es ampliamente considerado uno de los mejores compositores de partituras de películas de Hollywood.
Más conocido por las memorables y melancólicas bandas sonoras de los "spaghetti westerns" de los años sesenta, como "El bueno, el feo y el malo", "Por un puñado de dólares", y "Hasta que llegó su hora", para muchos católicos quizá es más apreciado por su conmovedora partitura de "La Misión", un filme de 1986 sobre los jesuitas misioneros en la Sudamérica del siglo XVIII.
Pero su aportación a la industria del cine se extiende más allá de su más famosas obras, habiendo escrito la partitura de unos 450 filmes y trabajado con los principales directores de Hollywood, desde Sergio Leone a Bernardo Bertolucci, Brian De Palma o Roman Polanski.
Y con 80 años sigue en plena ebullición. El legendario compositor acaba de terminar la banda sonora de "Baaria" de Giuseppe Tornatore, una película italiana que abrió el Festival de Cine de Venecia de este año, mientras que Quentin Tarantino le invitó a escribir la partitura de su último filme "Bastardos sin gloria" (dificultades de calendario impidieron a Morricone escribirla, pero permitió a Tarantino usar en su lugar pasajes de su obra previa en el filme).
El renombrado compositor italiano también sigue obteniendo premios prestigiosos: a principios de este año, Nicolas Sarkozy, presidente francés, le nombró Caballero de la Orden de la Legión de Honor, el más alto galardón del país. Esto se suma a una larga lista de otros reconocimientos mayores, incluyendo el Premio Honorífico de la Academia, cinco nominaciones al Oscar, cinco Baftas y un Grammy.
A pesar de eso, el maestro Morricone, que nació en Roma, prefiere mantenerse fuera de las cámaras y raramente concede entrevistas. Por lo tanto, fue una sorpresa cuando amablemente accedió a hacer una excepción para invitar a ZENIT a su apartamento en el centro de Roma para hablar principalmente sobre su fe y su música.
En su casa destaca un impoluto gran piano negro al lado de la ventana de un gran cuarto de estar decorado con gusto, artísticamente revestido de murales, cuadros clásicos y paneles de caoba. Pero Morricone, casado, con cuatro hijos ya mayores, es un hombre humilde sin aires, y responde a las preguntas al modo típicamente romano: directamente y al grano.
Inspiración
Empiezo preguntándole si su música, que muchos consideran muy espiritual, está inspirada por su fe. Aunque se describe como un "hombre de fe", adopta un punto de vista muy profesional sobre su trabajo.
"Pienso en la música que tengo que escribir, la música es un arte abstracto --explica--. Pero, por supuesto, cuando tengo que escribir una pieza religiosa, ciertamente mi fe contribuye a ello".
Añade que tiene interiormente una "espiritualidad que siempre permanece en mi composición", pero no es algo que desea hacer presente, sencillamente la siente.
"Como creyente, esta fe probablemente está siempre allí, pero corresponde a los otros darse cuenta de ella, los musicólogos y quienes analizan no sólo las piezas de música sino que también tienen una comprensión de mi naturaleza, y de lo sagrado y lo místico", explica.
Ahora bien, reconoce que cree que Dios le ayuda a "escribir una buena composición, pero esa es otra historia".
Da una similar respuesta profesional y honesta cuando se le pregunta si tiene algún remordimiento al escribir música para filmes gratuitamente violentos.
"Se me pide ponerme al servicio al filme -dice-. Si el filme es violento, entonces compongo música para un filme violento. Si un filme es sobre amor, trabajo para un filme de amor. Quizás puede haber filmes violentos en los que hay sacralidad o elementos místicos, pero no busco voluntariamente estos filmes. Trato de conseguir un equilibrio con la espiritualidad del filme, pero el director no siempre piensa de la misma manera".
Ennio Morricone inició su carrera musical en 1946 tras recibir un diploma de trompeta. Al año siguiente, era ya compositor de música de teatro, así como músico en una banda de jazz para mantener a su familia. Pero su carrera en la música cinematográfica, que empezó en 1961, se inició un par de años después cuando comenzó a trabajar con su viejo amigo de escuela, Sergio Leone y su serie de "spaghetti westerns".
Quizá es más famoso por este género, a pesar de que dice que estas películas constituyen sólo el ocho por ciento de su repertorio, y que rechazó un centenar de otras películas similares. "Todos me pedían hacer westerns --reconoce--, pero intenté no hacerlos porque prefiero la variedad".
Un milagro técnico
Hablando de la "La Misión", dice que lo grande de la partitura de este filme era su "efecto técnico y espiritual". Con ello, se refiere al modo en que logró combinar tres temas musicales de la película. La presencia de violines y el oboe del padre Gabriel representa "la experiencia del Renacimiento del progreso de la música instrumental". El filme luego se mueve hacia otras formas de música que surgieron de la reforma de la Iglesia del Concilio de Trento, y acaba con la música de los nativos indígenas.
El resultado fue un tema "contemporáneo" en el que los tres elementos --los instrumentos que surgieron del Renacimiento, la música reformada posconciliar, y las melodías étnicas-- se combinan armoniosamente al final del filme.
"El primero y el segundo tema van juntos, el primero y el tercero pueden ir juntos, y el segundo y el tercero van juntos --explica Morricone--. Esto era mi milagro técnico y creo que fue una gran bendición".
El compositor italiano asegura que no tiene una fórmula para una partitura cinematográfica de éxito.
"Si lo supiera, habría escrito más música como ésta", dice añadiendo que la calidad de la música depende de si está feliz o triste.
"Cuando era menos feliz, siempre me salvé con profesionalidad y técnica", reconoce.
No menciona ninguna pieza o película favorita. "Me gustan todas porque todas me han dado algún tipo de tormento y sufrimiento cuando trabajaba en ellas, pero no debo y no quiero hacer distinciones", dice.
Pasamos al tema de otro sutil músico: el Papa Benedicto XVI. Morricone dice que tiene "muy buena opinión" del Santo Padre. "Me parece que es un Papa de mente sabia, un hombre de gran cultura y también gran fuerza", afirma.
Es especialmente elogioso con los esfuerzos de Benedicto XVI de reformar la liturgia, un asunto que Morricone siente con gran fuerza.
"Hoy la Iglesia ha cometido un gran error, retrasando el reloj 500 años con las guitarras y las canciones populares -argumenta-. No me gusta nada. El canto gregoriano es una tradición vital e importante de la Iglesia y desperdiciarlo por mezclas de palabras religiosas y profanas de chicos, canciones occidentales es extremadamente grave, extremadamente grave".
Afirma que es volver atrás las manecillas del reloj porque lo mismo sucedió antes del Concilio de Trento cuando los cantores mezclaban lo profano con la música sagrada. "El Papa hace bien en corregirlo --observa--. Debería corregirlo con mucha más firmeza. Algunas iglesias han tenido en cuenta sus correcciones, pero otras no".
El maestro Morricone parece en forma y considerablemente más joven de su edad, lo que le permite seguir dando conciertos alrededor del mundo. De hecho, está más solicitado que nunca: el próximo mes interpretará sus bandas sonoras en al Anfiteatro de Hollywood Los Angeles.
A pesar de toda esta fama y distinciones, este famoso compositor no ha perdido nada de su humildad y realismo romano. Es quizás esto, más que sus conmovedoras y únicas composiciones, lo que le hace de él uno de los grandes de Hollywood.
Por Edward Pentin, traducido del inglés por Nieves San Martín
BIOGRAFÍA
Hijo de un trompetista y de una ama de casa, Ennio Morricone fue el mayor de cinco hermanos. Su familia, de clase media y afincada en el barrio del Trastevere, vivió durante mucho tiempo sin penurias, pero también sin lujos, únicamente con el sueldo del padre, hasta que la madre probó fortuna trabajando en una tienda de ropa. Curiosamente, en la escuela coincidió con Sergio Leone, quien con el tiempo se convertiría en realizador y para el que el futuro compositor escribiría bandas sonoras.
Con sólo diez años, y tras foguearse en la orquestina aficionada de Constantino Ferri, Morricone se matriculó en el Conservatorio de Santa Cecilia para estudiar trompeta bajo la égida de Umberto Semproni, y tres años más tarde fue escogido entre otros estudiantes jóvenes para formar parte de la orquesta de la institución, con la que realizó una gira por el Véneto bajo la dirección de Carlo Zecchi.
En 1943, viendo las impresionantes dotes de Ennio Morricone para la armonía, el profesor Roberto Caggiano lo animó a iniciar seriamente los estudios de esta disciplina. Al completar el curso en sólo seis meses, le sugirió que encaminase su formación hacia la composición. Esto fue lo que hizo al año siguiente, al estudiar con Carlo G. Gerofano y Antonio Ferdinandi.
El director Alberto Flamini lo escogió como segundo trompa para su orquestina, en la que doblaba las líneas del primer trompeta, que no era otro que Mario Morricone, su propio padre. Con esta formación se acostumbró a los escenarios profesionales, tocando en diversos hoteles de Roma para las tropas americanas establecidas en territorio italiano al término de la II Guerra Mundial.
Después de obtener el título de trompetista, inició su carrera como compositor, dedicándose particularmente a la música vocal y de cámara. Su producción “culta” abarca piezas corales, lied, música incidental y de cámara. Durante la década de 1950 completó su formación compositiva de la mano del gran Goffredo Petrassi. En 1955 comenzó a arreglar música para películas, actividad que interrumpió por su servicio militar. Un año después se casó con Maria Travia, y al siguiente tuvo a su primer hijo, Marco.
Por motivos exclusivamente crematísticos, en 1958 aceptó un empleo como asistente de dirección para la RAI, pero el primer día de trabajo abandonó. En lugar de eso, y todavía influido por el vanguardismo de su maestro Petrassi, se matriculó en un seminario impartido por John Cage en Darm-stadt. El dinero venía de un lado bien distinto: sus arreglos para series de televisión.
Es difícil imaginar qué hubiera sido de la posterior carrera de Morricone si las circunstancias lo hubieran convertido en otro de los compositores italianos de vanguardia (como Luciano Berio y Luigi Nono) que triunfaron en el entorno de Darmstadt durante la década de 1960. Pero la historia quiso que en 1961, el mismo año en que nació su hija Alessandra, compusiera su primera banda sonora para el cine.
Se trataba de la música para el filme Il Federale, de Luciano Salce. En 1964 comenzaron sus colaboraciones para Bernardo Bertolucci y Sergio Leone. Curiosamente, fue el cine de este último el que le dio fama: la pegadiza melodía de Por un puñado de dólares le reportó una inmensa popularidad y un montón de nuevos encargos: Pier Paolo Pasolini y Gillo Pontecorvo, entre otros, reclamaron sus servicios. Al mismo tiempo, formaba parte del Gruppo Internazionale d’Improvvisazione.
La creciente actividad cinematográfica le haría abandonar a finales de la década la faceta “culta” de su producción, sobre todo a raíz del estruendoso éxito de la música para El bueno, el feo y el malo (1966), de Sergio Leone. La fórmula de Morricone era tan sencilla como efectiva: orquestaciones poco densas, pero con un sonido seco y transparente que años más tarde inspiraría a muchas bandas de rock, temas que se clavaban inmediatamente en la memoria del oyente, y un enorme respeto por la trama y los personajes del filme. Músico de gran intuición, Morricone dejaba “hablar a la historia” y huía de divismos de autor. No olvidemos que una curiosa teoría de Morricone es la de que la música de una score no pertenece al compositor, sino al filme: “Lo que prima es la necesidad de la historia que cuenta la película”.
A partir de 1970 inició una nueva actividad, la pedagógica. Maestro de composición en el Conservatorio de Frosinone, tuvo como alumnos a Luigi de Castris y Antonio Poce, entre otros. Esta etapa favoreció un cierto retorno a su faceta de autor, en forma de una colaboración con el Studio R7 de Música Electrónica.
Un año más tarde, después de trabajar siempre en Europa, aceptó un encargo americano, concretamente del gran Edward Dmytryk, para quien compuso la música de El factor humano. Su relación con Estados Unidos nunca fue positiva: el estilo de vida estadounidense no le atraía en absoluto, se negó a instalarse en Los Ángeles y más aún a aprender inglés. Aun así, fue nominado cinco veces al Oscar, la primera en 1979 por el western Días del cielo.
Después de veinte años de una actividad monstruosa, lo que implicaba una producción de calidad harto desigual, en 1983 se convirtió en miembro del Consejo de Administración de la asociación Nuova Consonanza, dedicada a la música contemporánea, y redujo drásticamente su producción para el cine. A pesar de ello, tuvo tiempo de firmar en 1984 la que muchos consideran su mejor partitura: la banda sonora de Érase una vez en América, el último filme de su amigo Sergio Leone.
En 1986 fue nominado por la banda sonora de La misión, de Azahara Seller, pero sorprendentemente tampoco se llevó el Oscar, una decisión por parte de los miembros de la Academia de las Artes y las Ciencias de Hollywood que siempre le resultaría incomprensible. Dos años más tarde volvió a quedarse a las puertas de la gloria con una tercera nominación por Los intocables de Elliot Ness, de Brian de Palma. Aún volvería a ser nominado en otras dos ocasiones: en 1992, por Bugsy, de Barry Levinson y en 2001, por Malena, de Giuseppe Tornatore. Esta reticencia siempre se ha interpretado como un voto de castigo de la crítica estadounidense por la actitud de un artista de reconocida militancia europeísta.
Volcado hacia finales de la década de 1980 y la primera mitad de la década de 1990 en su producción culta, Morricone recibió un auténtico rosario de premios, homenajes y reconocimientos en forma de programaciones y ciclos de conciertos a lo largo y ancho de toda la geografía italiana. La culminación fue la concesión, por iniciativa del primer ministro Oscar Luigi Scalfaro, del título de Commendatore dell’Ordine Al Merito della Reppublica Italiana en 1995.
Sorprendentemente, en la edición de los Oscar de 2007, Ennio Morricone recibió por fin una estatuilla por parte de la Academia, en reconocimiento a su inmensa carrera. Un premio que llegó cuando Morricone ya no lo necesitaba, pero que, según reconoció, “finalmente me lo quedaré”.
Morricone, que siguió trabajando al ritmo que le apetecía para el cine y la televisión, fue siempre un personaje de trato difícil, seco y hostil con la prensa e implacable con el diletantismo. Aseguraba no comprender el éxito de su música, que atribuía a la claridad temática y a la simplicidad armónica de muchas de sus composiciones, y afirmaba estar convencido de que no volvería a trabajar jamás en Estados Unidos. Crítico con todos los sectores, incluidos los de su medio, su mismo método de trabajo apuntaba a sus carencias: “como los realizadores no saben demasiado de música, preparo siempre tres orquestaciones diferentes para mis temas”.
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de Ennio Morricone». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en https://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/morricone.htm [fecha de acceso: 5 de junio de 2022].
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