La historia de José

Génesis 37-50

La historia de José se distingue considerablemente de los relatos anteriores. La narración tiene ahora una trama mucho más compleja y elaborada. Ya no está compuesta de escenas breves, más o menos independientes unas de otras, sino que presenta una sucesión dramática. Cada nuevo episodio presupone todas las etapas anteriores y prepara el desenlace final. Además, hay una mayor variedad de personajes y situaciones, que manifiestan una notable maestría en el arte de narrar.

El relato tiene como protagonista a José, el primer hijo de Raquel (30. 22-24) y el preferido de su padre Jacob (37.3). Víctima de la envidia de sus hermanos, es llevado de Canaán a Egipto. Pero Dios está con él cuando es vendido como esclavo y acusado injustamente, y lo eleva a la más alta dignidad, para que pueda salvar un día a toda su familia asediada por el hambre. De esta manera, el Señor va preparando secretamente el nacimiento de su Pueblo elegido. Con la llegada de Jacob y sus hijos a Egipto, se cierra la etapa de la historia patriarcal, que sirve de preludio a la epopeya del Éxodo.

José es presentado como el ideal del hombre sabio y prudente, y toda su vida encierra una lección de sabiduría.

Aquí no hay intervenciones espectaculares del Señor: José no habla familiarmente con Dios como lo habían hecho , Isaac y Jacob; tampoco recibe una nueva revelación o una confirmación de la Promesa divina. Pero Dios está presente en cada acontecimiento, y sabe valerse de los pecados de los hombres para el bien de sus elegidos, como lo expresa claramente el mismo José, al final del relato (50.20).

Capítulo 37

Los sueños de José

José tenía diecisiete años, y apacentaba el rebaño, ayudando a sus hermanos, los hijos de Bilhá y Zilpá, las mujeres de su padre. En cierta ocasión, refirió a Jacob lo mal que se hablaba con ellos.

3 Israel amaba a José más que a ningún otro de sus hijos, porque era el hijo de la vejez, y le mandó hacer una túnica de mangas largas.

4 Pero sus hermanos, al ver que lo amaba más que a ellos, le tomaron tal odio que ni siquiera podían dirigirle el saludo.

5 Una vez, José tuvo un sueño y lo contó a sus hermanos.

6 «Oigan el sueño que tuve», les dijo.

7 «Nosotros estábamos en el campo atando gavillas. De pronto, mi gavilla se alzó y se mantuvo erguida, mientras que la de ustedes formaban un círculo alrededor de la mía y se inclinaban ante ella».

8 Sus hermanos le preguntaron: «¿Acaso pretendes reinar sobre nosotros y tenernos bajo tu dominio?». Y lo odiaron más todavía por lo que contaba acerca de sus sueños.

9 Después tuvo otro sueño, y también lo contó a sus hermanos. «Tuve otro sueño, les dijo. El sol, la luna y once estrellas se postraban delante de mi».

10 Pero cuando se lo contó a su padre, este lo reprendió diciéndole: «¿Qué significa ese sueño que has tenido? ¿Acaso yo, tu madre y tus hermanos vendremos a postrarnos en tierra delante de ti?».

11 Y sus hermanos le tenían envidia, pero su padre reflexionaba sobre todas estas cosas.

José atacado por sus hermanos

12 Un día, sus hermanos habían ido hasta Siquem para apacentar el rebaño de su padre.

13 Entonces Israel dijo a José: «Tus hermanos están con el rebaño de Siquem. Quiero que vayas a verlos». «Está bien», respondió él.

14 Su padre añadió: «Ve a ver cómo les va a tus hermanos y al rebaño, y tráeme noticias». Y lo envió desde el valle de Hebrón. Cuando José llegó a Siquem,

15 un hombre lo encontró dando vueltas por el campo y le preguntó: «¿Qué estás buscando?».

16 El le respondió: «Busco a mis hermanos. ¿Puedes decirme dónde están apacentando el rebaño?».

17 «Se han ido de aquí, repuso el hombre, porque les oí decir: «Vamos a Dotán». José fue entonces en busca de sus hermanos, y los encontró en Dotán.

18 Ellos lo divisaron desde lejos, y antes que se acercara, ya se habían confabulado para darle muerte.

19 «Ahí viene ese soñador», se dijeron unos a otros.

20 «¿Por qué no lo matamos y lo arrojamos en una de esas cisternas? Después diremos que lo devoró una fiera. ¡Veremos entonces en qué terminan sus sueños!».

21 Pero Rubén, al oír esto, trató de salvarlo diciendo: «No atentemos contra su vida».

22 Y agregó: «No derramen sangre. Arrójenlo en esa cisterna que está allá afuera, en el desierto, pero no pongan sus manos sobre él». En realidad, su intención era librarlo de sus manos y devolverlo a su padre sano y salvo.

23 Apenas José llegó al lugar donde estaban sus hermanos, estos lo despojaron de su túnica –la túnica de mangas largas que llevaba puesta–,

24 lo tomaron y lo arrojaron a la cisterna, que estaba completamente vacía.

25 Luego se sentaron a comer.

José llevado a Egipto

De pronto, alzaron la vista y divisaron una caravana de ismaelitas que venían de Galaad, transportando en sus camellos una carga de goma tragacanto, bálsamo y mirra, que llevaban a Egipto.

26 Entonces Judá dijo a sus hermanos: «¿Qué ganamos asesinando a nuestro hermano y ocultando su sangre?

27 En lugar de atentar contra su vida, vendámoslo a los ismaelitas, porque él es nuestro hermano, nuestra propia carne». Y sus hermanos estuvieron de acuerdo.

28 Pero mientras tanto, unos negociantes madianitas pasaron por allí y retiraron a José de la cisterna. Luego lo vendieron a los ismaelitas por veinte monedas de planta, y José fue llevado a Egipto.

29 Cuando Rubén volvió a la cisterna y se dio cuenta de que José había desaparecido, desgarró su ropa,

30 y regresando a donde estaban sus hermanos, dijo: «El muchacho ha desaparecido. ¿Dónde iré yo ahora?».

31 Entonces tomaron la túnica de José, degollaron un cabrito, y empaparon la túnica con sangre.

32 Después enviaron a su padre la túnica de mangas largas, junto con este mensaje: «Hemos encontrado esto. Fíjate bien si es la túnica de tu hijo, o no».

33 Este, al reconocerla, exclamó: «¡Es la túnica de mi hijo! Un animal salvaje lo ha devorado. ¡José ha sido presa de las fieras!».

34 Jacob desgarró sus vestiduras, se vistió de luto y estuvo mucho tiempo de duelo por su hijo.

35 Sus hijos y sus hijas venían a consolarlo, pero él rehusaba todo consuelo, diciendo: «No. Voy a bajar enlutado a donde está mi hijo, a la morada de los muertos». Y continuaba lamentándose.

36 Pero entretanto, en Egipto, los madianitas lo habían vendido a Putifar, un funcionario del Faraón, capitán de guardias.

Capítulo 38

Judá y Tamar

1 Por aquel tiempo, Judá se alejó de sus hermanos y entró en amistad con un hombre de Adulam llamado Jirá.

2 Allí conoció a la hija de un cananeo llamado Súa, y después de tomarla por esposa, se unió con ella.

3 Ella concibió y dio a luz un hijo, y él lo llamo Er.

4 Luego concibió nuevamente, y tuvo otro hijo, al que llamó Onán.

5 Después volvió a tener otro hijo, y le puso el nombre de Selá. Cuando ella dio a luz, estaba en Quezib.

6 Más tarde, Judá casó a Er, su hijo mayor, con una mujer llamada Tamar.

7 Er desagradó al Señor, y el Señor lo hizo morir.

8 Judá dijo entonces a Onán: «Unete a la viuda de Er, para cumplir con tus deberes de cuñado y asegurar una descendencia a tu hermano».

9 Pero Onán, sabiendo que la descendencia no le pertenecería, cada vez que se unía con ella, derramaba el semen en la tierra para evitar que hermano tuviera una descendencia.

10 Su manera de proceder desagradó al Señor, que lo hizo morir también a él.

11 Entonces Judá dijo a su nuera Tamar: «Vive como una viuda en la casa de tu padre, hasta que crezca mi hijo Selá», porque temía que este corriera la misma suerte que sus hermanos. Por eso Tamar se fue a vivir a la casa de su padre.

12 Mucho tiempo después, murió la esposa de Judá, la hija de Súa. Una vez concluido el duelo, Judá se dirigió hacia Timná en compañía de su amigo Jirá, el adulamita, porque allí esquilaban sus ovejas.

13 Tamar fue informada de que su suegro se dirigía hacia Timná, donde estaban esquilando su rebaño.

14 Y como veía que Selá ya era grande, y sin embargo, no se lo habían dado como esposo, se quitó su ropa de viuda, se cubrió con un velo para no ser reconocida, y se sentó a la entrada de Enaim, sobre el camino a Timná.

15 Como tenía la cara tapada, al verla, Judá pensó que era una prostituta.

16 Entonces se apartó del camino y fue hacia ella para decirle: «Deja que me acueste contigo», ignorando que se trataba de su nuera. Ella le respondió: «¿Qué me darás por acostarte conmigo?».

17 «Te enviaré un chivito de mi rebaño», le aseguró él. «De acuerdo, continuó ella, con tal que me dejes algo como prenda hasta que me lo envíes».

18 El le preguntó: «¿Qué debo dejarte?». «Tu sello con su cordón y el bastón que llevas en la mano», le respondió. El se los entregó y se acostó con ella, dejándola embarazada.

19 Inmediatamente, ella se retiró, se quitó el velo que la cubría, y volvió a ponerse su ropa de viuda.

20 Cuando Judá le envió el chivito por medio de su amigo, el adulamita, para rescatar la prenda que había quedado en manos de la mujer, este no pudo encontrarla.

21 Entonces preguntó a la gente del lugar: «¿Dónde está esa prostituta que se sentaba en Enaim, al borde del camino?». Ellos le respondieron: «Allí nunca hubo una prostituta».

22 El regresó y dijo a Judá: «No la pude encontrar. Además, la gente del lugar me aseguró que allí nunca hubo una prostituta».

23 Judá replicó: «Que se quede con todo, porque de lo contrario nos pondremos en ridículo. Yo cumplí mandándole el cabrito, y tú no la encontraste».

24 Unos tres meses más tarde, notificaron a Judá: «Tu nuera Tamar se ha prostituido, y en una de sus andanzas quedó embarazada». Entonces Judá exclamó: «Sáquenla afuera y quémenla viva».

25 Pero cuando la iban a sacar, ella mandó decir a su suegro: «Estas cosas pertenecen al hombre que me dejó embarazada. Averigua quién es el dueño de este sello, este cordón y ese bastón».

26 Al reconocerlos, Judá declaró: «Ella es más justa que yo, porque yo no le di a mi hijo Selá». Y no volvió a tener relaciones con ella.

Los hijos de Tamar

27 Llegado el momento del parto, resultó que en su seno había mellizos.

28 Mientras daba a luz, uno de ellos extendió su mano, y la partera le ató en ella un hilo escarlata, diciendo: «Este ha sido el primero, en salir».

29 Pero luego retiró su mano, y el otro salió antes. Entonces ella dijo: «¡Cómo te has abierto una brecha!». Por eso fue llamado Peres.

30 Después salió su hermano, con el hilo escarlata, y por eso lo llamaron Zéraj.

Capítulo 39

José, mayordomo de Putifar

1 Cuando José fue llevado a Egipto, Putifar –un egipcio que era funcionario del Faraón, capitán de guardias– lo compró a los ismaelitas que lo habían llevado allí.

2 Pero como el Señor estaba con José, la suerte lo favoreció, y quedó en la casa de su patrón, el egipcio.

3 Al ver que el Señor estaba con él y hacía prosperar todas las obras que realizaba,

4 su patrón lo miró con buenos ojos y lo nombró su mayordomo, poniéndolo al frente de su casa y confiándole la administración de todos sus bienes.

5 A partir del momento en que le encomendó el cuidado de su casa y de todas sus posesiones, el Señor bendijo la casa del egipcio, en atención a José. La bendición del Señor se extendía a todas sus posesiones, dentro y fuera de la casa.

6 Por eso dejó a cargo de José todo lo que poseía, y ya no se preocupó más de nada, fuera del alimento que comía.

José y la mujer de Putifar

Como José era apuesto y de buena presencia,

7 después de un tiempo, la esposa de su patrón fijó sus ojos en él y le dijo: «Acuéstate conmigo».

8 Pero él se negó y respondió a la mujer: «Teniéndome a mí, mi patrón ya no piensa en los asuntos de su casa, porque me ha confiado todo lo que posee.

9 El mismo no ejerce más autoridad que yo en esta casa, y no me ha impuesto ninguna restricción, fuera del respeto que te es debido, ya que eres su esposa. ¿Cómo entonces voy a cometer un delito tan grave y a pecar contra Dios?».

10 Y por más que ella lo instigaba día tras día, él no accedió a acostarse con ella y a ser su amante.

11 Pero un día, José entró en la casa para cumplir con sus obligaciones, en el preciso momento en que todo el personal de servicio se encontraba ausente.

12 Entonces ella lo tomó de la ropa y le insistió: «Acuéstate conmigo». Pero él huyó, dejando su manto en las manos de la mujer, y se alejó de allí.

13 Cuando ella vio que José había dejado el manto entre sus manos y se había escapado,

14 llamó a sus servidores y les dijo: «¡Miren! Mi marido nos ha traído un hebreo, sólo para que se ría de nosotros. El intentó acostarse conmigo, pero yo grité lo más fuerte que pude.

15 Y cuando me oyó gritar pidiendo auxilio, dejó su manto a mi lado y se escapó».

El arresto de José

16 Ella guardó el manto de José hasta que regresó su marido,

17 y entonces le contó la misma historia: «El esclavo hebreo que nos trajiste se ha burlado de mí y pretendió violarme.

18 Pero cuando yo grité pidiendo auxilio, él dejó su manto a mi lado y se escapó».

19 Al oír las palabras de su mujer: «Tu esclavo me hizo esto y esto», su patrón se enfureció,

20 hizo detener a José, y lo puso en la cárcel donde estaban recluidos los prisioneros del rey. Así fue a parar a la cárcel.

21 Pero el Señor estaba con José y le mostró su bondad, haciendo que se ganara la simpatía del jefe de los carceleros.

22 Este confió a José todos los presos que había en la cárcel, y él dirigía todo lo que allí se hacía.

23 El jefe de los carceleros no vigilaba absolutamente nada de lo que había confiado a José, porque el Señor estaba con él y hacía prosperar todo lo que él realizaba.

Capítulo 40

Los sueños de los funcionarios del Faraón

1 Después de estos acontecimientos, el copero y el panadero del rey de Egipto ofendieron a su señor.

2 El Faraón se irritó contra sus dos funcionarios –el copero mayor y el panadero mayor–

3 y los hizo poner bajo custodia en la casa del capitán de guardias, en la misma cárcel donde estaba preso José.

4 El capitán de guardias encargó a José que se ocupara de servirlos, y así estuvieron arrestados durante un tiempo.

5 Una vez, mientras estaban presos en la cárcel, el copero y el panadero del rey de Egipto tuvieron un sueño en el transcurso de una misma noche, cada sueño con su significado propio.

6 A la mañana siguiente, cuando José fue a verlos, los encontró deprimidos.

7 «¿Por qué están hoy con la cara triste?», preguntó a los funcionarios del Faraón que estaban arrestados con él en la casa de su señor.

8 Ellos le respondieron: «Hemos tenido un sueño, y aquí no hay nadie que lo interprete». José les dijo: «La interpretación es obra de Dios; pero de todos modos cuéntenme lo que soñaron».

9 El copero relató su sueño a José. «Yo soñé, le dijo que delante de mí había una vid,

10 y en ella, tres sarmientos. Apenas la vid dio brotes, salieron sus flores y maduraron las uvas en los racimos.

11 La copa del faraón estaba en mi mano: yo tomé las uvas, las exprimí en esa copa, y la puse en la mano del Faraón».

12 José le dijo: «La interpretación es la siguiente: los tres racimos representan tres días,

13 Dentro de tres días, el Faraón te indultará, te restituirá a tu cargo, y tú pondrás la copa en su mano, como acostumbrabas a hacerlo antes, cuando eras su copero.

14 Y cuando mejore tu suerte, si todavía recuerdas que yo estuve aquí contigo, no dejes de hacerme este favor: háblale de mí al Faraón, y trata de sacarme de este lugar.

15 Porque yo fui traído por la fuerza del país de los hebreos, y aquí no hice nada para que me pusieran en la cárcel».

16 El panadero mayor, al ver con qué acierto había interpretado el sueño, dijo a José: «Yo, por mi parte, soñé que tenía sobre mi cabeza tres canastas de mimbre.

17 En la canasta más elevada, había de todos los productos de panadería que come el Faraón, y los pájaros comían de esa canasta que estaba encima de mi cabeza».

18 José le respondió: «La interpretación es la siguiente: las tres canastas representan tres días.

19 Dentro de tres días el Faraón te hará decapitar, te colgará de un poste, y los pájaros comerán tu carne».

20 Efectivamente, al tercer día se festejaba el cumpleaños del Faraón, y este agasajó con un banquete a todos sus servidores. Entonces reconsideró las causas del copero mayor y del panadero mayor en medio de sus servidores,

21 y restituyó en su cargo al copero mayor, de manera que este volvió a poner la copa en la mano del Faraón;

22 en cambio, mandó colgar al panadero mayor, conforme a la interpretación que les había dado José.

23 Sin embargo, el copero mayor ya no pensó más en José, sino que se olvidó de él.

Capítulo 41

Los sueños del Faraón

1 Dos años después, el Faraón tuvo un sueño: él estaba de pie junto al Nilo,

2 cuando de pronto subieron del río siete vacas hermosas y robustas, que se pusieron a pastar entre los juncos.

3 Detrás de ella subieron otras siete vacas feas y escuálidas, que se pararon al lado de las primeras;

4 y las vacas feas y escuálidas se comieron a las siete vacas hermosas y robustas. En seguida el Faraón se despertó.

5 Luego volvió a dormirse y tuvo otro sueño: siete espigas grandes y lozanas salían de un mismo tallo.

6 Pero inmediatamente después brotaron otras siete espigas, delgadas y quemadas por el viento del este;

7 y las espigas delgadas devoraron a las siete espigas grandes y cargadas de granos. Cuando se despertó, el Faraón se dio cuenta de que había estado soñando.

8 A la mañana siguiente, el Faraón se sintió muy preocupado y mandó llamar a todos los magos y sabios de Egipto, para contarles sus sueños. Pero nadie se los pudo interpretar.

9 Entonces el copero mayor se dirigió al Faraón y le dijo: «Ahora reconozco mi negligencia.

10 En cierta oportunidad, el Faraón se irritó contra sus servidores, y me puso bajo custodia, junto con el panadero mayor, en la casa del capitán de guardias.

11 El y yo tuvimos un sueño en el transcurso de una misma noche, cada sueño con su propio significado.

12 Con nosotros estaba un joven hebreo, un servidor del capitán de guardias; nosotros le contamos nuestros sueños, y él los interpretó, dando a cada uno su explicación.

13 Y todo sucedió como él lo había interpretado: yo fui restituido a mi cargo, mientras que el otro fue ahorcado».

La interpretación de los sueños del Faraón

14 El Faraón mandó llamar a José, que sin pérdida de tiempo fue sacado de la prisión. Este se afeitó, se cambió de ropa y compareció ante el Faraón.

15 El Faraón dijo a José: «He tenido un sueño que nadie puede interpretar. Pero me han informado que te basta oír un sueño para interpretarlo».

16 José respondió al Faraón: «No soy yo, sino Dios, el que dará al Faraón la respuesta conveniente».

17 Entonces el Faraón dijo a José: «Soñé que estaba parado a orilla del Nilo,

18 y de pronto subían del río siete vacas robustas y hermosas, que se pusieron a pastar entre los juncos.

19 Detrás de ellas subieron otras siete vacas, escuálidas, de aspecto horrible y esqueléticas, como nunca había visto en todo el territorio de Egipto.

20 Y las vacas escuálidas y feas devoraron a las otras siete vacas robustas.

21 Pero una vez que las comieron, nadie hubiera dicho que las tenían en su vientre, porque seguían tan horribles como antes. En seguida me desperté.

22 En el otro sueño, vi siete espigas hermosas y cargadas de granos, que brotaban de un mismo tallo.

23 Después de ellas brotaron otras siete espigas, marchitas, delgadas y quemadas por el viento del este,

24 que devoraron a las siete espigas hermosas. Yo he contado todo esto a los adivinos, pero ninguno me ha dado una explicación».

25 José dijo al Faraón: «El Faraón ha soñado una sola cosa, y así Dios le ha anunciado lo que está a punto de realizar.

26 Las siete vacas hermosas y las siete espigas lozanas representan siete años. Los dos sueños se tratan de lo mismo.

27 Y las siete vacas escuálidas y feas que subieron después de ellas son siete años, lo mismo que las siete espigas sin grano y quemadas por el viento del este. Estos serán siete años de hambre.

28 Es como lo acabo de decir al Faraón: Dios ha querido mostrarle lo que está a punto de realizar.

29 En los próximos siete años habrá en todo Egipto una gran abundancia.

30 Pero inmediatamente después, sobrevendrán siete años de hambre, durante los cuales en Egipto no quedará ni el recuerdo de aquella abundancia, porque el hambre asolará al país.

31 Entonces nadie sabrá lo que es la abundancia, a causa del hambre, que será muy intensa.

32 El hecho de que el Faraón haya tenido dos veces el mismo sueño, significa que este asunto ya está resuelto de parte de Dios y que él lo va a ejecutar de inmediato.

33 Por eso, es necesario que el Faraón busque un hombre prudente y sabio, y lo ponga al frente de todo Egipto.

34 Además, el Faraón deberá establecer inspectores en todo el país y exigir a los egipcios la quinta parte de las cosechas durante los siete años de abundancia.

35 Ellos reunirán los víveres que se cosechen en estos próximos siete años de prosperidad, y almacenarán el grano bajo la supervisión del Faraón, para tenerlo guardado en las ciudades.

36 Así el país tendrá una reserva de alimentos para los siete años de hambre que vendrán sobre Egipto, y no morirá de inanición.

La designación de José como primer ministro

37 La respuesta agradó al Faraón y a todos sus servidores.

38 Por eso el Faraón les dijo a estos: «¿Podemos encontrar otro hombre que tenga en igual medida el espíritu de Dios?».

39 Y dirigiéndose a José, le expresó: «Ya que Dios te ha hecho conocer todas estas cosas, no hay nadie que sea tan prudente y sabio como tú.

40 Por eso tú estarás al frente de mi palacio, y todo mi pueblo tendrá que acatar tus órdenes. Sólo por el trono real seré superior a ti».

41 Y el Faraón siguió diciendo a José: «Ahora mismo te pongo al frente de todo el territorio de Egipto».

42 En seguida se quitó el anillo de su mano y lo puso en la mano de José; lo hizo vestir con ropa de lino fino y le colgó al cuello una cadena de oro.

43 Luego lo hizo subir a la mejor carroza después de la suya, e iban gritando delante de él: «¡Atención!» Así le dio autoridad sobre todo Egipto.

44 El Faraón dijo a José: «Yo soy el Faraón, pero nadie podrá mover una mano o un pie en todo el territorio de Egipto si tú no lo apruebas».

45 Luego impuso a José el nombre de Safnat Panéaj, y le dio por esposa a Asnat, la hija de Potifera, sacerdote de la ciudad de On. Y José fue a recorrer el país de Egipto.

46 Cuando se puso al servicio del Faraón, rey de Egipto, José tenía treinta años. José se alejó de la presencia del Faraón e hizo un recorrido por todo el territorio de Egipto.

47 Durante los siete años de abundancia, la tierra produjo copiosamente,

48 y él reunió todos los víveres recogidos en esos siete años y los almacenó en las ciudades, depositando en cada una de las cosechas de los campos vecinos.

49 De esa manera, José acumuló una enorme cantidad de cereales, tanto como la arena del mar, hasta tal punto que dejó de llevar un control, porque superaba toda medida.

Los hijos de José

50 Antes que comenzaran los años de hambre, José tuvo dos hijos, que le dio Asnat, la hija de Potifera, el sacerdote de On.

51 Al primero lo llamó Manasés, porque dijo: «Dios me ha hecho olvidar por completo mis penas y mi casa paterna».

52 Y al segundo le puso el nombre de Efraím, diciendo: «Dios me ha hecho fecundo en la tierra de mi aflicción».

53 Entonces terminaron los años en que Egipto gozó de abundancia,

54 y comenzaron los siete años de hambre, como José lo había anticipado. En todos los países se sufría hambre, pero en Egipto había alimentos.

55 Cuando también los egipcios y el pueblo sintieron hambre, y el pueblo pidió a gritos al Faraón que le diera de comer, este respondió: «Vayan a ver a José y hagan lo que él les diga».

56 Como el hambre se había extendido por todo el país, José abrió los graneros y distribuyó raciones a los egipcios, ya que el hambre se hacía cada vez más intensa.

57 Y de todas partes iban a Egipto a comprar cereales a José, porque el hambre asolaba toda la tierra.

Capítulo 42

El primer viaje de los hermanos de José a Egipto

1 Cuando Jacob se enteró de que en Egipto vendían cereales, preguntó a sus hijos: «¿Por qué se quedan ahí, mirándose unos a otros?».

2 Luego añadió: «He oído que en Egipto venden cereales. Vayan allí y compren algo para nosotros. Así podremos sobrevivir y no moriremos».

3 Entonces, diez de los hermanos de José bajaron a Egipto para abastecerse de cereales;

4 pero Jacob no dejó que Benjamín, el hermano de José fuera con ellos, por temor a que le sucediera una desgracia.

5 Así llegaron los hijos de Israel en medio de otra gente que también iba a procurarse víveres, porque en Canaán se pasaba hambre.

El primer encuentro de José con sus hermanos

6 José tenía plenos poderes sobre el país y distribuía raciones a toda la población. Sus hermanos se presentaron ante él y se postraron con el rostro en tierra.

7 Al verlos, él los reconoció en seguida, pero los trató como si fueran extraños y les habló duramente. «¿De dónde vienen?», les preguntó. Ellos respondieron: «Venimos de Canaán para abastecernos de víveres».

8 Y al reconocer a sus hermanos, sin que ellos lo reconocieran a él,

9 José se acordó de los sueños que había tenido acerca de ellos. Entonces les dijo: «Ustedes son espías, y han venido a observar las zonas desguarnecidas del país».

10 «No, señor», le respondieron. «Es verdad que tus servidores han venido a comprar víveres.

11 Todos nosotros somos hijos de un mismo padre, y además, personas honradas. No somos espías».

12 Pero él insistió: «No, ustedes han venido a observar las zonas desguarnecidas del país».

13 Ellos continuaron diciendo: «Nosotros, tus servidores, somos doce hermanos, hijos de un hombre que reside en Canaán. El menor está ahora con nuestro padre, y otro ya no vive».

14 Pero él volvió a insistir: «Ya les he dicho que ustedes son espías.

15 Por eso van a ser sometidos a una prueba: juro por el Faraón que ustedes no quedarán en libertad, mientras no venga aquí su hermano menor.

16 Envíen a uno de ustedes a buscar a su hermano, los demás quedarán prisioneros. Así será puesto a prueba lo que ustedes han afirmado, para comprobar si dicen la verdad. De lo contrario, no habrá ninguna duda de que ustedes son espías».

17 E inmediatamente, los puso bajo custodia durante tres días.

18 Al tercer día, José les dijo: «Si quieren salvar la vida, hagan lo que les digo, porque yo soy un hombre temeroso de Dios.

19 Para probar que ustedes son sinceros, uno de sus hermanos quedará como rehén en la prisión donde están bajo custodia, mientras el resto llevará los víveres, para aliviar el hambre de sus familias.

20 Después me traerán a su hermano menor. Así se pondrá de manifiesto que ustedes han dicho la verdad y no morirán». Ellos estuvieron de acuerdo.

21 Pero en seguida comenzaron a decirse unos a otros: «¡Verdaderamente estamos expiando lo que hicimos contra nuestro hermano! Porque nosotros vimos su angustia cuando nos pedía que tuviéramos compasión, y no quisimos escucharlo. Por eso nos sucede esta desgracia».

22 Rubén les respondió: «¿Acaso no les advertí que no cometieran ese delito contra el muchacho? Pero ustedes no quisieron hacer caso, y ahora se nos pide cuenta de su sangre».

23 Ellos ignoraban que José los entendía, porque antes habían hablado por medio de un intérprete.

24 José se alejó de ellos para llorar; y cuando estuvo en condiciones de hablarles nuevamente, separó a Simeón y ordenó que lo ataran a la vista de todos.

25 Después José mandó que les llenaran las bolsas con trigo y que repusieran el dinero en la bolsa de cada uno. También ordenó que les entregaran provisiones para el camino. Así se hizo.

26 Ellos cargaron sus asnos con los víveres y partieron.

La vuelta de los hermanos de José a Canaán

27 Cuando acamparon para pasar la noche, uno de los abrió la bolsa para dar de comer a su asno, y encontró el dinero junto a la abertura de la bolsa.

28 Entonces dijo a sus hermanos: «Me han devuelto el dinero. Está aquí, en mi bolsa». Ellos se quedaron pasmados y, temblando, se preguntaban unos a otros: «¿Por qué Dios nos habrá hecho esto?».

29 Al llegar a Canaán, relataron a su padre Jacob la aventura que habían tenido.

30 «El hombre que gobierna aquel país, le dijeron, nos habló duramente y nos acusó de haber entrado allí como espías.

31 Nosotros le aseguramos que éramos personas honradas y no espías.

32 También le dijimos que éramos doce hermanos, pero que uno ya no vivía, y que nuestro hermano menor estaba en ese momento en Canaán, al lado de nuestro padre.

33 El hombre que gobierna el país nos respondió: «Para demostrarme que ustedes son sinceros, dejen conmigo a uno de sus hermanos, mientras los demás llevan algo para aliviar el hambre de sus familias.

34 Luego tráiganme a su hermano menor, y así sabré que ustedes no son espías sino personas honradas. Entonces les devolveré a su hermano y podrán recorrer libremente el país».

35 Cuando vaciaron las bolsas, cada uno encontró su dinero y, al verlo, ellos y su padre se llenaron de temor.

36 Entonces Jacob les dijo: «Ustedes me van a dejar sin hijos. Primero, perdí a José, después, a Simeón; y ahora quieren quitarme a Benjamín. ¡A mí tenían que pasarme todas estas cosas!».

37 Pero Rubén le respondió: «Podrás matar a mis dos hijos si no te lo traigo de vuelta. Déjalo bajo mi cuidado, y yo te lo devolveré sano y salvo».

38 Jacob insistió: «Mi hijo no irá con ustedes, porque su hermano ya murió y ahora queda él solo. Si le sucede una desgracia durante el viaje que van a realizar, ustedes me harán bajar a la tumba lleno de aflicción».

Capítulo 43

El segundo viaje de los hermanos de José a Egipto

1 El hambre continuaba asolando el país.

2 Y cuando se agotaron los víveres que habían traído de Egipto, su padre les dijo: «Regresen a Egipto a comprarnos un poco de comida».

3 Pero Judá le respondió: «Aquel hombre nos advirtió expresamente que no nos presentáramos delante de él, si nuestro hermano no nos acompañaba.

4 Si tú dejas partir a nuestro hermano con nosotros, bajaremos a comprarte comida;

5 pero si no lo dejas, no podremos ir, porque el hombre nos dijo: «No vengan a verme si su hermano no los acompaña».

6 Entonces Israel dijo: «¿Por qué me han causado este dolor, diciendo a este hombre que tenían otro hermano?».

7 Ellos respondieron: «El comenzó a hacernos preguntas sobre nosotros y sobre nuestra familia. «El padre de ustedes ¿vive todavía? ¿Tienen otro hermano?». Nosotros nos limitamos a responder a sus preguntas. ¿Cómo nos íbamos a imaginar que él nos diría: «Traigan aquí a su hermano»?».

8 Entonces Judá dijo a su padre Israel: «Envía al muchacho bajo mi responsabilidad, y ahora mismo nos pondremos en camino para poder sobrevivir. De lo contrario moriremos nosotros, tú y nuestros niños.

9 Yo respondo por él, y tendrás que pedirme cuentas a mí. Si no te lo traigo y lo pongo delante de tus ojos, seré culpable ante ti todo el resto de mi vida.

10 Ya estaríamos de vuelta dos veces, si no nos hubiéramos entretenido tanto».

11 Ya que tiene que ser así, continuó diciendo Israel, hagan lo siguiente: Pongan en sus equipajes los mejores productos del país, y regalen a aquel hombre un poco de bálsamo y un poco de miel, goma tragacanto, mirra, nueces y almendras.

12 Tomen además una doble cantidad de dinero, porque ustedes tendrán que restituir la suma que les pusieron junto a la abertura de la bolsa. Tal vez se trate de una equivocación.

13 Lleven también a su hermano, y vuelvan cuanto antes a ver a ese hombre.

14 Que el Dios Todopoderoso lo mueva a compadecerse de ustedes, y él les permita traer a su hermano, lo mismo que a Benjamín. Yo, por mi parte, si tengo que verme privado de mis hijos, estoy dispuesto a soportarlo».

15 Ellos recogieron los regalos, tomaron una doble cantidad de dinero, y bajaron a Egipto llevándose a Benjamín. En seguida fueron a presentarse delante de José,

16 y cuando este vio que venían con Benjamín, dijo a su mayordomo: «Lleva a estos hombres a casa. Mata un animal y prepáralo, porque hoy al mediodía comerán conmigo».

17 El mayordomo hizo lo que José le había ordenado y los condujo hasta la casa.

18 Pero ellos, al ser llevados a la casa de José, se llenaron de temor y dijeron: «Nos traen aquí a causa del dinero que fue puesto en nuestras bolsas la vez anterior. No es más que un pretexto para atacarnos y convertirnos en esclavos, junto con nuestros animales».

19 Entonces se acercaron al mayordomo de José y le hablaron a la entrada de la casa,

20 diciéndole: «Perdón, señor, nosotros ya estuvimos aquí una vez para abastecernos de víveres.

21 Pero cuando acampamos para pasar la noche, abrimos nuestras bolsas y resultó que el dinero de cada uno estaba junto a la abertura de su bolsa. Era exactamente la misma cantidad que habíamos pagado. Ahora tenemos esa suma aquí con nosotros,

22 y además hemos traído dinero para adquirir nuevas provisiones. No sabemos quién puso el dinero en nuestras bolsas».

23 Pero él respondió: «Quédense tranquilos, no teman. Su Dios y el Dios de su padre les puso ese dinero en las bolsas. La suma que ustedes pagaron está en mi poder». Y en seguida les presentó a Simeón.

24 El mayordomo introdujo a los hombres en la casa de José, les trajo agua para que se lavaran los pies y les dio pasto para los animales.

25 Ellos prepararon los regalos, esperando la llegada de José al mediodía, porque ya les había avisado que comería allí.

El segundo encuentro de José con sus hermanos

26 Cuando José entró en la casa, le presentaron los regalos que traían y se postraron ante él con el rostro en tierra.

27 José los saludó y les dijo: «El anciano padre de que me hablaron, ¿vive todavía? ¿Cómo está?».

28 «Nuestro padre, tu servidor, vive todavía y goza de buena salud», le respondieron; e inclinándose, se postraron.

29 Al levantar los ojos, José vio a Benjamín, el hijo de su misma madre, y preguntó: «¿Es este el hermano menor de que me habían hablado?». Y añadió: «Que Dios te favorezca, hijo mío».

30 José salió precipitadamente porque se conmovió a la vista de su hermano y no podía contener las lágrimas. Entró en una habitación y lloró.

31 Después se lavó la cara, volvió y, tratando de dominarse, ordenó que sirvieran la comida.

32 Sirvieron en mesas separadas a José, a sus hermanos, y a los egipcios que comían con él, porque los egipcios no pueden comer con los hebreos: es una abominación para ellos.

33 Cuando se sentaron frente a José, por orden de edad, de mayor a menor, sus hermanos se miraron con asombro unos a otros.

34 El les hizo servir de su misma mesa, y la porción de Benjamín era varias veces mayor que la de los demás. Todos bebieron y se alegraron con él.

Capítulo 44

La última prueba de José a sus hermanos

1 Después José dio a su mayordomo esta orden: «Llena de víveres las bolsas de estos hombres, hasta que estén bien repletas, y antes de cerrarlas, coloca en ellas el dinero de cada uno.

2 En la bolsa del más joven, además del dinero que pagó por su ración, pondrás también mi copa de plata». El mayordomo hizo lo que José le había indicado,

3 y al día siguiente, apenas amaneció, hicieron salir a los hombres con sus asnos.

4 Ellos salieron de la ciudad, y cuando todavía no se habían alejado, José dijo a su mayordomo: «Corre ahora mismo detrás de esos hombres, y apenas los alcances, les dirás: «¿Por qué devuelven mal por bien, y por qué me han robado la copa de plata?

5 Esa es la copa que mi señor usa para beber y con la que consulta los presagios. Ustedes se han comportado pésimamente».

6 Apenas los alcanzó, el mayordomo les repitió estas palabras.

7 Pero ellos respondieron: «¿Cómo puedes, señor, afirmar tales cosas? Lejos de nosotros comportarnos de esa manera.

8 Nosotros te trajimos de vuelta desde Canaán el dinero que encontramos en nuestras bolsas. ¿Cómo íbamos entonces a robar plata u oro de la casa de tu señor?

9 Si la copa se llega a encontrar en poder de alguno de nosotros, el que la tenga morirá, y todos los demás seremos tus esclavos».

10 «Está bien, respondió, que sea como ustedes dicen, pero mi esclavo será únicamente aquel en cuyo poder se encuentre la copa. Los demás quedarán libres de todo cargo».

11 Entonces ellos se apresuraron a bajar sus bolsas, y cada uno abrió la suya.

12 El mayordomo las registró, empezando por la del mayor y terminando por la del menor, y la copa fue hallada en la bolsa de Benjamín.

13 Al ver esto, ellos rasgaron sus vestiduras; luego volvieron a cargar sus asnos y regresaron a la ciudad.

14 Cuando Judá y sus hermanos entraron en la casa de José, este todavía se encontraba allí. Ellos se postraron ante él con el rostro en tierra,

15 y entonces José les preguntó: «¿Acaso ustedes ignoraban que un hombre como yo sabe recurrir a la adivinación?».

16 Judá respondió: «¿Qué podemos decirte, señor? ¿Qué excusa podemos alegar, o cómo vamos a probar nuestra inocencia? Es Dios el que ha puesto al descubierto nuestra maldad. Aquí nos tienes: somos tus esclavos, tanto nosotros como aquel en cuyo poder estaba la copa».

17 Pero José replicó» «¡Lejos de obrar de ese modo! Mi esclavo será solamente el que tenía la copa. Los demás podrán regresar tranquilamente a la casa de su padre».

La intervención de Judá en favor de Benjamín

18 Judá se acercó para decirle: «Permite, señor, que tu servidor diga una palabra en tu presencia, sin impacientarte conmigo, ya que tú y el Faraón son una misma cosa.

19 Tú nos preguntaste si nuestro padre vivía aún y si teníamos otro hermano.

20 Nosotros te respondimos: Tenemos un padre que ya es anciano, y un hermano menor, hijo de su vejez. El hermano de este último murió, y él es el único hijo de la madre de estos dos que ha quedado vivo; por eso nuestro padre siente por él un afecto muy especial.

21 Tú nos dijiste: «Tráiganlo aquí, porque lo quiero conocer».

22 Y aunque nosotros te explicamos que el muchacho no podía dejar a su padre, porque si se alejaba de él, su padre moriría,

23 tú nos volviste a insistir: «Si no viene con ustedes su hermano menor, no serán admitidos nuevamente en mi presencia».

24 Cuando regresamos a la casa de nuestro padre, tu servidor, le repetimos tus mismas palabras.

25 Pero un tiempo después, nuestro padre nos dijo: «Vayan otra vez a comprar algunos víveres».

26 Nosotros respondimos: «Así no podemos ir. Lo haremos únicamente si nuestro hermano menor viene con nosotros, porque si él no nos acompaña, no podemos comparecer delante de aquel hombre».

27 Nuestro padre, tu servidor, nos respondió: «Ustedes saben muy bien que mi esposa predilecta me dio dos hijos.

28 Uno se fue de mi lado; yo tuve que reconocer que las fieras lo habían despedazado, y no volví a verlo más.

29 Si ahora ustedes me quitan también a este, y le sucede una desgracia, me harán bajar a la tumba lleno de aflicción».

30 Por eso, si me presento ante mi padre sin el muchacho, a quien él tanto quiere,

31 apenas vea que falta su hijo, morirá; y nosotros lo habremos hechos bajar a la tumba lleno de aflicción.

32 Además, yo me he hecho responsable del muchacho ante mi padre, diciendo: «Si no te lo devuelvo sano y salvo, seré culpable ante ti todo el resto de mi vida.

33 Por eso, deja que yo me quede como esclavo tuyo en lugar del muchacho, y que él se vuelva con sus hermanos.

34 ¿Cómo podré regresar si el muchacho no me acompaña? Yo no quiero ver la desgracia que caerá sobre mi padre».

Capítulo 45

El desenlace de la historia de José

1 José ya no podía contener su emoción en presencia de la gente que lo asistía, y exclamó: «Hagan salir de aquí a toda la gente». Así, nadie permaneció con él mientras se daba a conocer a sus hermanos.

2 Sin embargo, los sollozos eran tan fuertes que los oyeron los egipcios, y la noticia llegó hasta el palacio del Faraón.

3 José dijo a sus hermanos: «Yo soy José. ¿Es verdad que mi padre vive todavía?». Pero ellos no pudieron responderle, porque al verlo se habían quedado pasmados.

4 Entonces José volvió a decir a sus hermanos: «Acérquense un poco más». Y cuando ellos se acercaron, añadió: «Sí, yo soy José, el hermano de ustedes, el mismo que vendieron a los egipcios.

5 Ahora no se aflijan ni sientan remordimiento por haberme vendido. En realidad, ha sido Dios el que me envió aquí delante de ustedes para preservarles la vida.

6 Porque ya hace dos años que hay hambre en esta región, y en los próximos cinco años tampoco se recogerán cosechas de los cultivos.

7 Por eso Dios hizo que yo los precediera para dejarles un resto en la tierra y salvarles la vida, librándolos de una manera extraordinaria.

8 Ha sido Dios, y no ustedes, el que me envió aquí y me constituyó padre del Faraón, señor de todo su palacio y gobernador de Egipto.

9 Vuelvan cuanto antes a la casa de mi padre y díganle: «Así habla tu hijo José: Dios me ha constituido señor de todo Egipto. Ven ahora mismo a reunirte conmigo.

10 Tú vivirás en la región de Gosen, y estarás cerca de mí, junto con tus hijos y tus nietos, tus ovejas y tus vacas, y con todo lo que te pertenece.

11 Yo proveeré a tu subsistencia, porque el hambre durará todavía cinco años. De esa manera, ni tú ni tu familia ni nada de lo que te pertenece, pasarán necesidad».

12 Ustedes son testigos, como lo es también mi hermano Benjamín, de que soy yo mismo el que les dice esto.

13 Informen a mi padre del alto cargo que ocupo en Egipto y de todo lo que han visto. Y tráiganlo aquí lo antes posible».

14 Luego estrechó entre sus brazos a su hermano Benjamín y se puso a llorar. También Benjamín lloró abrazado a él.

15 Después besó a todos sus hermanos y lloró mientras los abrazaba. Sólo entonces, sus hermanos atinaron a hablar con él.

16 Cuando en el palacio del Faraón se difundió la noticia de que habían llegado los hermanos de José, el Faraón y sus servidores vieron esto con buenos ojos.

17 El Faraón dijo a José: «Ordena a tus hermanos que carguen sus animales y vayan en seguida a la tierra de Canaán,

18 para traer aquí a su padre y a sus familias. Yo les daré lo mejor de Egipto, y ustedes vivirán de la fertilidad del suelo.

19 Además, ordénales que lleven a Egipto algunos carros para sus niños y sus mujeres, y para trasladar a su padre.

20 Diles que no se preocupen por las cosas que dejan, porque lo mejor de todo el territorio de Egipto será para ustedes».

21 Así lo hicieron los hijos de Israel. De acuerdo con la orden del Faraón, José les dio unos carros y les entregó provisiones para el camino.

22 Además, dio a cada uno de ellos un vestido nuevo, y a Benjamín le entregó trescientas monedas de plata y varios vestidos nuevos.

23 También envió a su padre diez asnos cargados con los mejores productos de Egipto, y diez asnas cargadas de cereales, de pan y de víveres para el viaje.

24 Y cuando despidió a sus hermanos antes que partieran, les recomendó: «Vayan tranquilos».

25 Ellos salieron de Egipto y llegaron a la tierra de Canaán, donde se encontraba su padre Jacob.

26 Cuando le anunciaron que José estaba vivo y era el gobernador de todo Egipto, Jacob no se conmovió, porque no les podía creer.

27 Entonces le repitieron todo lo que les había dicho José y, al ver los carros que le había enviado para transportarlo, su espíritu revivió.

28 Israel exclamó: «Ya es suficiente. ¡Mi hijo José vive todavía! Tengo que ir a verlo antes de morir».

Capítulo 46

Jacob y su familia en Egipto

1 Israel partió llevándose todos sus bienes. Cuando llegó a Berseba, ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac.

2 Dios dijo a Israel en una visión nocturna: «¡Jacob, Jacob!». El respondió: «Aquí estoy».

3 Dios continuó: «Yo soy Dios, el Dios de tu padre. No tengas miedo de bajar a Egipto, porque allí haré de ti una gran nación.

4 Yo bajaré contigo a Egipto, y después yo mismo te haré volver; y las manos de José cerrarán tus ojos».

5 Cuando Jacob salió de Berseba, los hijos de Israel hicieron subir a su padre, junto con sus hijos y sus mujeres, en los carros que el Faraón había enviado para trasladarlos.

6 Ellos se llevaron también su ganado y las posesiones que habían adquirido en Canaán. Así llegaron a Egipto, Jacob y toda su familia

7 –sus hijos y sus nietos, sus hijas y sus nietas– porque él había llevado consigo a todos sus descendientes.

La familia de Jacob

8 Los nombres de los hijos de Israel –o sea, Jacob y sus hijos– que emigraron a Egipto son los siguientes: Rubén el primogénito de Jacob,

9 y los hijos de Rubén: Henoc, Palú, Jesrón y Carmí.

10 Los hijos de Simeón: Iemuel, Iamín, Ohad, Iaquín, Sójar y Saúl, el hijo de la cananea.

11 Los hijos de Leví: Gersón, Quehat y Merarí.

12 Los hijos de Judá: Er, Onán, Selá, Peres y Zéraj. Er y Onán ya habían muerto en Canaán, y los hijos de Peres fueron Jesrón y Jamul.

13 Los hijos de Isacar: Tolá, Puvá, Iasub y Simrón.

14 Los hijos de Zabulón: Séred, Elón y Iajlel.

15 Estos son los hijos que Lía había dado a Jacob en Padán Aram, además de su hija Dina. Entre hombres y mujeres sumaban un total de treinta y tres personas.

16 Los hijos de Gad: Sifión, Jaguí, Suní, Esbón, Erí, Arodí y Arelí.

17 Los hijos de Aser: Imná, Isvá, Isví, Beriá, y también Séraj, hermana de aquellos. Los hijos de Beriá: Jéber y Malquiel.

18 Estos son los hijos de Zilpá, la esclava que Labán había dado a su hija Lía. De ella le nacieron a Jacob estas dieciséis personas.

19 Los hijos de Raquel, la esposa de Jacob: José y Benjamín.

20 En Egipto, José fue padre de Manasés y Efraím, los hijos que le dio Asnat, la hija de Potifera, sacerdote de la ciudad de On.

21 Los hijos de Benjamín: Belá, Béquer, Asbel, Guerá, Naamán, Ejí, Ros, Mupím, Jupím y Ard.

22 Estos son los hijos de Raquel, que le nacieron a Jacob. En total, catorce personas.

23 El hijo de Dan: Jusím.

24 Los hijos de Neftalí: Iajsel, Guní, Iéser y Silém.

25 Estos son los descendientes de Bilhá, la esclava que Labán había dado a su hija Raquel. De ella le nacieron a Jacob estas siete personas.

26 Toda la familia de Jacob que emigró a Egipto –sus propios descendientes, sin contar a las mujeres de sus hijos– sumaban un total de sesenta y seis personas,

27 incluyendo a José y a los dos hijos que este tuvo en Egipto, toda la familia de Jacob, cuando emigró a Egipto, sumaba un total de setenta personas.

El encuentro de Jacob con José

28 Israel hizo que Judá se le adelantara y fuera a ver a José, para anunciarle su llegada a Gosen. Cuando llegaron a la región de Gosen,

29 José hizo enganchar su carruaje y subió hasta allí para encontrarse con su padre Israel. Apenas este apareció ante él, José lo estrechó entre sus brazos, y lloró un largo rato, abrazado a su padre.

30 Entonces Israel dijo a José: «Ahora sí que puedo morir, porque he vuelto a ver tu rostro y que vives todavía».

31 Después José dijo a sus hermanos y a la familia de su padre: «Yo iré a informar al Faraón y le diré: «Mis hermanos y la familia de mi padre, que antes estaban en Canaán, han venido a reunirse conmigo.

32 Ellos son pastores, y ya hace mucho tiempo que se dedican a cuidar el ganado. Ahora han traído sus ovejas, sus vacas y todo lo que poseen».

33 Por eso, cuando el Faraón los llame y les pregunte de qué se ocupan,

34 ustedes responderán: «Tus servidores, desde su juventud hasta ahora, se han dedicado a cuidar el ganado, lo mismo que sus antepasados». Así ustedes podrán establecerse en la región de Gosen, porque los egipcios sienten abominación por todos los pastores».

Capítulo 47

La entrevista de los hijos de Jacob con el Faraón

1 Luego José fue a informar al Faraón, diciendo: «Mi padre y mis hermanos vinieron de Canaán con sus ovejas, sus vacas y todo lo que poseen, y ahora están en la región de Gosen».

2 Además, él se había hecho acompañar por algunos de sus hermanos y se los presentó al Faraón.

3 Este les preguntó: «Y ustedes, ¿de qué se ocupan?». «Somos pastores, como también lo fueron nuestros antepasados», respondieron ellos.

4 Y añadieron: «Hemos venido a residir en este país, porque en Canaán no hay pastos para nuestros rebaños, ya que el país está asolado por el hambre. Por eso te rogamos que nos dejes permanecer en la región de Gosen».

5a El Faraón dijo a José:

6b «Pueden establecerse en la región de Gosen. Y si te consta que entre ellos hay gente capaz, encomiéndales el cuidado de mis propios rebaños».

Otro relato del establecimiento de los hebreos en Egipto

5b Jacob y sus hijos llegaron a Egipto, donde estaba José; y cuando el Faraón, rey de Egipto, se enteró de la noticia, dijo a José: «Tu padre y tus hermanos vinieron a reunirse contigo.

6b El territorio de Egipto está a tu disposición: instala a tu padre y a tus hermanos en las mejores tierras».

7 José hizo venir a su padre Jacob y se lo presentó al Faraón. Jacob saludó respetuosamente al Faraón,

8 y este le preguntó: «¿Cuántos años tienes?».

9 Jacob respondió al Faraón: «Los años que se me han concedido suman ya ciento treinta. Pocos y desdichados han sido estos años de mi vida, y ni siquiera se acercan a los que fueron concedidos a mis padres».

10 Luego Jacob volvió a saludar al Faraón y salió de allí.

11 José instaló a su padre y a sus hermanos, dándoles una propiedad en Egipto, en las mejores tierras –en la región de Ramsés– como el Faraón lo había dispuesto.

12 Y también proveyó al sostenimiento de su padre, de sus hermanos, y de toda la familia de su padre, según las necesidades de cada uno.

La habilidad administrativa de José

13 Como la escasez era muy grande, en ningún país había alimentos, y tanto Egipto como Canaán estaban exhaustos por el hambre.

14 Así José pudo recaudar todo el dinero que circulaba en Egipto y en Canaán, como pago por los víveres que compraban, y guardó ese dinero en el palacio del Faraón.

15 Y cuando ya no hubo más dinero ni en Egipto ni en Canaán, los egipcios acudieron en masa a José para decirle: «Danos de comer. ¿Por qué tendremos que morir ante tus propios ojos, por falta de dinero?».

16 José respondió: «Si ya no hay más dinero, entreguen su ganado y yo les daré pan a cambio de él».

17 Ellos trajeron sus animales a José, y él les dio pan a cambio de caballos, ovejas, vacas y asnos. Y durante aquel año los abasteció de víveres a cambio de todos sus animales.

18 Pero pasó ese año, y al año siguiente vinieron otra vez y dijeron a José: «Ya se ha terminado todo el dinero y los animales te pertenecen. No podemos ocultarte que no queda nada a tu disposición, fuera de nuestras personas y nuestras tierras.

19 Pero ¿por qué tendremos que morir ante tus propios ojos, nosotros y nuestras tierras: Aduéñate de nosotros y de nuestras tierras a cambio de pan. Así el Faraón será dueño de nosotros y de nuestras tierras. Danos solamente semilla para que podamos sobrevivir. De lo contrario, nosotros moriremos, y el suelo se convertirá en un desierto».

20 De esa manera, José adquirió para el Faraón todas las tierras de Egipto, porque los egipcios, acosados por el hambre, vendieron cada uno su campo. La tierra pasó a ser propiedad del Faraón,

21 y el pueblo quedó sometido a servidumbre de un extremo al otro del territorio egipcio.

22 Los únicos terrenos que José no compró fueron los que pertenecían a los sacerdotes, porque a ellos el Faraón le había asignado una ración fija de alimentos; como vivían de la ración que les daba el Faraón, no tuvieron que vender sus tierras.

23 Entonces José dijo al pueblo: «Ahora ustedes y sus tierras pertenecen al Faraón, porque yo los he comprado. Aquí tienen semilla para sembrar esas tierras.

24 Pero cuando llegue la cosecha, ustedes deberán entregar al Faraón una quinta parte de los productos, y conservarán las cuatro partes restantes para sembrar la tierra, para alimentarse ustedes y sus familias, y para dar de comer a los niños».

25 Ellos exclamaron: «Tú nos salvaste la vida. Te agradecemos que nos hayas puesto al servicio del Faraón».

26 Entonces José promulgó una ley agraria en Egipto –que todavía hoy está en vigencia– por la cual una quinta parte de las cosechas corresponde al Faraón. Sólo las tierras de los sacerdotes no pasaron a ser propiedad del Faraón.

La última voluntad de Jacob

27 Los israelitas se establecieron en Egipto, en la región de Gosen, y allí adquirieron propiedades, tuvieron muchos hijos y llegaron a ser muy numerosos.

28 Jacob vivió diecisiete años en Egipto, y en total vivió ciento cuarenta y siete años.

29 Cuando estaba a punto de morir, llamó a su hijo José y le dijo: «Si realmente me tienes afecto, coloca tu mano debajo de mi muslo, como prueba de tu constante lealtad hacia mí, y no me entierres en Egipto.

30 Cuando vaya a descansar junto con mis padres, sácame de Egipto y entiérrame en su sepulcro». José respondió: «Haré lo que dices».

31 Pero su padre insistió: «Júramelo». El se lo juró, e Israel se reclinó sobre la cabecera de su lecho.

Capítulo 48

La bendición de Efraím y Manasés

1 Después de estos acontecimientos, José recibió esta noticia: «Tu padre está enfermo». Entonces llevó a sus dos hijos, Manasés y Efraím,

2 y se hizo anunciar a su padre: «Tu hijo José ha venido a verte». Israel, haciendo un esfuerzo, se sentó en su lecho,

3 y dijo a José: «El Dios Todopoderoso se me apareció, en Luz, en la tierra de Canaán, y me bendijo,

4 diciendo: «Yo te haré fecundo y numeroso, haré nacer de ti una asamblea de pueblos, y daré esta tierra a tu descendencia después de ti, en posesión perpetua».

5 Ahora bien, los dos hijos que tuviste en Egipto antes que yo viniera a reunirme contigo, serán mis hijos. Efraím y Manasés serán míos, como lo son Rubén y Simeón.

6 Los que nacieron después de ellos, en cambio, serán tuyos, y serán llamados con el nombre de sus hermanos para recibir su herencia.

7 Yo quiero que así sea, porque a mi regreso de Padán, mientras íbamos por la tierra de Canaán, a poca distancia de Efratá, se me murió tu madre Raquel, y yo la sepulté allí, junto al camino de Efratá, es decir, de Belén».

8 Al ver a los hijos de José, Israel preguntó: «Y estos, ¿quiénes son?».

9 «Son mis hijos, los que Dios me dio aquí», respondió José a su padre. Este añadió: «Acércamelos, para que yo los bendiga».

10 José los puso junto a Israel, que ya no veía, porque sus ojos se habían debilitado a causa de su edad avanzada, y él los besó y los abrazó.

11 Luego Israel dijo a José: «Yo pensaba que nunca más volvería a ver tu rostro, y ahora Dios me permite ver también tu descendencia».

12 José los retiró de las rodillas de Israel y se inclinó profundamente;

13 después los tomó a los dos, a Efraím con su mano derecha, para que estuviera a la izquierda de Israel, y a Manasés con su mano izquierda, para que estuviera a la derecha de Israel, y se los presentó.

14 Pero Israel, entrecruzando sus manos, puso la derecha sobre la cabeza de Efraím, que era el menor, y la izquierda sobre la cabeza de Manasés, aunque este era el primogénito,

15 y los bendijo, diciendo: «El Dios en cuya presencia caminaron mis padres, Abraham e Isaac, el Dios que fue mi pastor, desde mi nacimiento hasta el día de hoy,

16 el ángel que me rescató de todo mal, bendiga a estos jóvenes, para que en ellos sobreviva mi nombre y el de mis padres, Abraham e Isaac, y lleguen a ser una gran multitud sobre la tierra».

17 Cuando José advirtió que su padre tenía puesta la mano derecha sobre la cabeza de Efraím, no le pareció bien. Entonces tomó la mano de su padre para pasarla de la cabeza de Efraím a la de Manasés,

18 y dijo a su padre: «Así no, padre, porque el primogénito es el otro; coloca tu mano derecha sobre su cabeza».

19 Pero su padre se resistió con estas palabras: «Ya lo sé, hijo mío, ya lo sé. También de él nacerá un pueblo, y también él será grande. Pero su hermano menor lo aventajará, y de él descenderán naciones enteras».

20 Y aquel día pronunció sobre ellos esta bendición: «Por ti Israel pronunciará esta bendición: ¡Que Dios te haga como Efraím y Manasés!». Y puso a Efraím delante de Manasés.

21 Finalmente, Israel dijo a José: «Yo estoy a punto de morir, pero Dios estará con ustedes y los hará volver a la tierra de sus padres.

22 Yo, por mi parte, te doy una franja de tierra más que a tus hermanos, la que arrebaté a los amorreos con mi espada y con mi arco».

Capítulo 49

El testamento de Jacob

1 Jacob llamó a sus hijos y les habló en estos términos: «Reúnanse, para que yo les anuncie lo que les va a suceder en el futuro:

2 Reúnanse y escuchen, hijos de Jacob, oigan a Israel, su padre.

3 ¡Tú, Rubén, mi primogénito, mi fuerza y el primer fruto de mi vigor, el primero en dignidad, y el primero en poder!

4 Desbordado como las aguas, ya no tendrás la primacía, porque subiste al lecho de tu padre, y, al subir, lo profanaste.

5 Simeón y Leví son hermanos, sus cuchillos son instrumentos de violencia.

6 Que yo no entre en sus reuniones, ni me una a su asamblea, porque en su ira mataron hombres y mutilaron toros por capricho.

7 Maldita sea su ira tan violenta y su furor tan feroz. Yo los repartiré en el país de Jacob y los dispersaré en Israel.

8 A ti, Judá, te alabarán tus hermanos, tomarás a tus enemigos por la nuca y los hijos de tu padre se postrarán ante ti.

9 Judá es un cachorro de león, –¡Has vuelto de la matanza, hijo mío!– Se recuesta, se tiende como un león, como una leona: ¿quién lo hará levantar?

10 El cetro no se apartará de Judá ni el bastón de mando de entre sus piernas, hasta que llegue aquel a quien le pertenece y a quien los pueblos deben obediencia.

11 El ata su asno a una vid, su asno de pura raza a la cepa más escogida; lava su ropa en el vino y su manto en la sangre de las uvas.

12 Sus ojos están oscurecidos por el vino, y sus dientes blanqueados por la leche.

13 Zabulón habitará en la ribera del mar, que servirá de puerto a las naves, y sus fronteras llegarán hasta Sidón.

14 Isacar en un asno vigoroso, recostado entre sus alforjas.

15 Al ver que el lugar de reposo es bueno y el país muy agradable, doblega sus espaldas a la carga y se somete a un trabajo servil

16 Dan juzgará a su pueblo como una de las tribus de Israel

17 El es una serpiente junto al camino, una víbora junto al sendero, que muerde los talones del caballo, y así el jinete cae de espaldas.

18 ¡Señor, yo espero tu salvación!

19 Bandas de salteadores asaltarán a Gad, pero él, a su vez, los asaltará por detrás.

20 Aser tendrá comidas deliciosas y ofrecerá manjares de reyes.

21 Neftalí es una cierva suelta, que da hermosos cervatillos.

22 José es un potro salvaje, un potro salvaje junto a una fuente, un asno salvaje sobre una ladera.

23 Los arqueros lo hostigaron le arrojaron flechas, lo acosaron.

24 Pero los arcos permanecieron rígidos y se aflojaron los brazos de los arqueros por el poder del Fuerte de Jacob, por el nombre del Pastor, la Roca de Israel;

25 por el Dios de tu padre, que te socorre, por el Dios Todopoderoso, que te da sus bendiciones: bendiciones desde lo alto del cielo, bendiciones del océano que se extiende por debajo, bendiciones de los pechos y del seno materno,

26 bendiciones de las espigas y las flores, bendiciones de las montañas seculares, delicias de las colinas eternas. ¡Que desciendan sobre la cabeza de José, sobre la frente del consagrado entre sus hermanos!

27 Benjamín es un lobo rapaz: por la mañana devora la presa, y a la tarde divide los despojos».

28 Todas estas eran las tribus de Israel –doce en total– y esto es lo que su padre dijo de ellas cuando las bendijo, dándole a cada una su bendición.

La muerte de Jacob

29 Luego les dio esta orden: «Yo estoy a punto de ir a reunirme con los míos. Entiérrenme junto con mis padres, en la caverna que está en el campo de Efrón, el hitita,

30 en el campo de Macpelá, frente a Mamré, en la tierra de Canaán, el campo que Abraham compró a Efrón, el hitita, para tenerlo como sepulcro familiar.

31 Allí fueron enterrados Isaac y Rebeca, su esposa; y allí también sepulté a Lía.

32 Ese campo y la caverna que hay en él fueron comprados a los hititas».

33 Cuando Jacob terminó de dar esta orden a sus hijos, recogió sus pies en el lecho, expiró y fue a reunirse con los suyos.

Capítulo 50

Los funerales de Jacob

1 Entonces José se echó sobre el rostro de su padre, lo cubrió de lágrimas y lo besó.

2 Después dio a los médicos que estaban a su servicio la orden de embalsamar a su padre, y los médicos embalsamaron a Israel.

3 Esto les llevó cuarenta días, porque ese es el tiempo que dura el embalsamamiento. Los egipcios estuvieron de duelo por él durante setenta días.

4 Una vez transcurrido ese período, José se dirigió a la corte del Faraón en estos términos: «Por favor, presenten al Faraón el siguiente pedido:

5 En una oportunidad mi padre me dijo, obligándome bajo juramento: «Cuando yo muera, asegúrate de que me entierren en la tumba que me hice preparar en el país de Canaán. ¿Puedo ir a sepultar a mi padre y luego regresar?».

6 El Faraón respondió: «Ve a sepultar a tu padre, como él te lo hizo prometer bajo juramento».

7 José partió entonces para ir a sepultar a su padre, y con él fueron todos los servidores del Faraón, los ancianos de su palacio y todos los ancianos de Egipto,

8 lo mismo que la familia de José, sus hermanos y la familia de su padre. En la región de Gosen dejaron únicamente a los niños y el ganado.

9 También fueron con él carros de guerra y jinetes, de manera que se formó un cortejo imponente.

10 Al llegar a Goren Haatad, que está al otro lado del Jordán, celebraron las exequias con gran solemnidad, y José estuvo de duelo por su padre durante siete días.

11 Los cananeos, habitantes del país, al ver los funerales de Goren Haatad, dijeron: «Este es un funeral solemne de los egipcios». Por eso aquel lugar, que se encuentra al otro lado del Jordán, se llamó Abel Misraim.

12 Los hijos de Jacob hicieron con él todo lo que les había mandado:

13 lo trasladaron a Canaán y lo sepultaron en el campo de Macpelá, frente a Mamré, el campo que Abraham había comprado a Efrón, el hitita, para tenerlo como sepulcro familiar.

14 Y después de sepultar a su padre, José regresó a Egipto en compañía de sus hermanos y de todos los que habían ido a dar sepultura a su padre.

El temor de los hermanos de José

15 Al ver que su padre había muerto, los hermanos de José se dijeron: «¿Y si José nos guarda rencor y nos devuelve todo el mal que le hicimos?».

16 Por eso le enviaron este mensaje: «Antes de morir, tu padre dejó esta orden:

17 «Díganle a José: Perdona el crimen y el pecado de tus hermanos, que te hicieron tanto mal. Por eso, perdona el crimen de los servidores del Dios de tu padre». Al oír estas palabras, José se puso a llorar.

La promesa de José a sus hermanos

18 Luego sus hermanos fueron personalmente, se postraron ante él y le dijeron: «Aquí nos tienes: somos tus esclavos».

19 Pero José les respondió: «No tengan miedo. ¿Acaso yo puedo hacer las veces de Dios?

20 El designio de Dios ha transformado en bien el mal que ustedes pensaron hacerme, a fin de cumplir lo que hoy se realiza: salvar la vida a un pueblo numeroso.

21 Por eso, no teman. Yo velaré por ustedes y por las personas que están a su cargo». Y los reconfortó, hablándoles afectuosamente.

La muerte de José

22 José permaneció en Egipto junto con la familia de su padre, y vivió ciento diez años.

23 Así pudo ver a los hijos de Efraím hasta la tercera generación; y los hijos de Maquir, hijo de Manasés, también nacieron sobre las rodillas de José.

24 Finalmente, José dijo a sus hermanos: «Yo estoy a punto de morir, pero Dios los visitará y los llevará de este país a la tierra que prometió con un juramento a Abraham, a Isaac y a Jacob».

25 Luego hizo prestar un juramento a los hijos de Israel, diciéndoles: «Cuando Dios los visite, lleven de aquí mis restos».

26 José murió a la edad de ciento diez años. Fue embalsamado y colocado en un sarcófago, en Egipto.

Jacob recibe la túnica ensangrentada de su hijo.

José Pelegrí Clavé i Roqué, 1842

La túnica de José. Diego Velazquez, 1630

La túnica de José es un cuadro del pintor sevillano Diego Velázquez, que se conserva en el museo de la Sacristía Mayor del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (Madrid, España). Fue pintado sin mediación de encargo, por iniciativa del propio artista, quien lo conservó en su poder hasta 1634, vendiéndolo a la Corona en esta fecha, junto con La fragua de Vulcano y otras obras de mano ajena, para la decoración del nuevo Palacio del Buen Retiro.

El cuadro estaría pintado después de realizar su primer viaje a Italia entre los años 1629-1631. Parece que Velázquez ha abandonado el claroscuro y una luz general invade la habitación donde tiene lugar el suceso. Asimismo los colores (azul, naranja, amarillo) están muy influenciados por artistas venecianos, bien de los cuadros que se disponía en la colección real o de los que Velázquez ha podido contemplar en su viaje a la península itálica, donde hace escalas en Venecia y en Roma.

Dos de las figuras aparecen, una de espaldas y la otra de lado con el pecho descubierto, mostrándonos su anatomía, su musculatura, esa tendencia a desnudar a las figuras, que ya observábamos en obras como El triunfo de Baco o La fragua de Vulcano poco a poco irá ganando terreno en las obras velazqueñas debido a esta influencia italiana, la referencia a Miguel Ángel es inevitable.

Poco a poco Velázquez va "soltando la muñeca" pintando de una forma menos detallista que en sus cuadros de primera época, pero es capaz de conseguir una calidad similar en los objetos metálicos o cerámicos que aparecen en la obra, nunca perderá su realismo fotográfico, aunque cada vez sus pinturas sean más sueltas. La profundidad también le interesa y vemos como hace porque el paisaje pueda apreciarse entre la gente que forma parte de la escena.

Es muy curiosa la figura del perro que aparece en la obra y que hay quien sostiene que es una recomendación de Pedro Pablo Rubens, quien le diría a Velázquez que de esta manera el cuadro gana en elegancia. No será la única vez que Velázquez utiliza esta figura, ya que la vemos también en obras como Las Meninas realizada en el año 1656.

La referencia está en el Antiguo Testamento, cuando los hijos de Jacob se presentan delante de su padre para comentarle que su hijo favorito, José, ha muerto debido al ataque de unos lobos. Los hermanos de José, un poco cansados de los sueños poderosos que continuamente tenía su hermano, decidieron venderlo a unos comerciantes egipcios para quitárselo de en medio, enseñan a su padre, las ropas de José, que poco antes habían manchado con la sangre de un cordero, para dar veracidad a la situación.

Jacob, está representado justo en el momento que recibe la noticia, por eso hace ademán de levantarse de la silla en la que se encuentra, alzando los brazos, con gesto de sorpresa ante la noticia de la muerte de su hijo favorito. El perro, introducido en el cuadro por Velázquez, ladra a los sospechosos de la mentira, quizás dándose cuenta del engaño que los demás no son capaces de apreciar.

José en la cárcel. Mariano Barbasan, 1888

Barbasán pinta este cuadro en 1888 basándose en una fotografía en la que él y sus hermanos teatralizaban un pasaje de la vida de José, hijo de Jacob. Concretamente se ubica en la cárcel, donde José termina injustamente cuando está en la Corte como esclavo del Faraón. Allí coincide con dos siervos más a los que interpreta sus sueños. La pintura evoca el momento en el que José predice que en tres días el copero será liberado, mientras que el panadero hallará la muerte. Destaca en el cuadro su calidad colorista de pincelada corta dentro de una sencilla composición.

Gracias a esta obra, el pintor fue pensionado en 1889 por la Diputación Provincial de Zaragoza para ampliar sus estudios de pintura en la Academia Española de Roma.

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