Arte y Liturgia

Jesús cura al paralítico

Bartolomé Esteban Murillo

27 febrero 2022: Domingo VIII tiempo ordinario

por Javier Agra Rodríguez

Evangelio Lucas 6, 39-45

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?

No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.

¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.

Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.

El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca.

Reflexión sobre el Evangelio

Este Domingo VIII cierra el presente Tiempo Ordinario que retomaremos después del Tiempo de Pascua y Pentecostés. El miércoles comenzaremos el Tiempo de Cuaresma y durante cuarenta días tendremos uno de los tiempos especiales y fuertes de la Liturgia. Cuarenta días que, en ellos mismos, son un símbolo que podemos resumir como tiempo de “prueba superada”. Desde el Diluvio en el prehistórico tiempo de Noé hasta la Ascensión de Jesús el Cristo, son numerosas las ocasiones en que contamos ese mismo número de cuarenta.

Pero hoy, la Liturgia nos presenta un conjunto de parábolas y sentencias de Jesús. Como si tratara de una serie de viñetas que muy bien podría dibujar algún artista con su diversidad de bocadillos.

La comparación “ciego que guía a ciegos” nos remite a la disputa con los fariseos en Mateo 23, 16 y alerta a toda la comunidad cristiana y a todas las personas. Somos ciegos cuando no vemos con los ojos de Jesús. También resuenan en nosotros las palabras de Mateo 10, 24-25 cuando escuchamos que Jesús recuerda “el discípulo no es más que el maestro” y es que nosotros, discípulos tenemos que mantener siempre el esfuerzo para comunicar toda la enseñanza del Maestro.

La viñeta de “la paja y la viga” está entre nuestros aforismos diarios. De todo el conjunto de estas viñetas aprendemos la necesidad del silencio, la oración, la reflexión, la vida interior del espíritu humano que se expresa en conducta personal y conducta de grupo, en acción para que todas las personas tengan dignidad, para que todos lleguemos a ser libres, iguales, felices como plantea el Reino de Dios para nuestra existencia de cada día.

El cuadro

Como resumen de esta entrega permanente a la oración y la acción, presento el cuadro “Jesús cura al paralítico” de Bartolomé Estaban Murillo (Sevilla 1617 – Sevilla 1682) pintado en 1670 para la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla, se conserva en la National Gallery de Londres. Formaba parte de un grupo de pinturas donde representaba seis obras de misericordia, la séptima era una escultura de Pedro Roldán.

Es un tema poco frecuente entre los pintores. Lo narra el evangelio de Juan 5, 1 – 16. Jesús se acerca a una persona enferma que llevaba treinta y ocho años esperando que alguien le ayudara a entrar el primero en la piscina para ser curado. Esperaba un hombre que lo ayudase, llegó Jesús y le devolvió la dignidad como persona en forma de salud. He aquí la tarea del discípulo, trabajar por la dignidad de cada persona.

En cuadro es asimétrico, el motivo central, Jesús curando al paralítico y los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, está ocupando un primer plano pero desplazado hacia la izquierda, de modo que podemos observar toda una creación compositiva del pintor. Una rica y amplia arquitectura poco frecuente en Murillo, un cuadro que parece visto desde arriba y que nos sitúa en un lugar muy espacioso que bien puede contener todo el mundo y a todas las personas de la tierra.

La distribución de tonos claros y oscuros, de luces y sombras, los distintos grupos de enfermos, el arco del fondo abierto al infinito sin final, el amplio cielo dibujado, el ángel del Señor que baja “cada cierto tiempo” a mover las aguas, son elementos que contribuyen a crear movimiento escénico, profundidad y esa sensación de cuadro sin final que tiene el espectador.

Desde una perspectiva teológica, Murillo cuenta un episodio particular pleno de naturalismo y espiritualidad; en la piscina probática Jesús cura a un paralítico pero lo quiere presentar con carácter universal. Cada uno de nosotros podemos acercarnos al que necesita ayuda y podemos construir con él un futuro de salud y de prosperidad.

Javier Agra Rodríguez

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