Albert Anker

El sentimiento y la dulzura de las escenas domésticas.

Albert Samuel Anker (1831-1910) es el pintor suizo más importante del siglo XIX. Entre 1859 y 1885 sus obras se expusieron regularmente en el Salón Oficial de París, y es considerado uno de los artistas plásticos que mejor se aproximó al mundo de los niños y de los ancianos. 

Fue quizá el artista que mejor supo pintar el principio y el fin de la existencia humana, no se detuvo en la edad adulta, y retrató con precisión la inocencia en la mirada del niño y la serenidad, la aceptación del anciano y el paso del tiempo. Anker consiguió captar esa especial belleza reflejada en la cotidianidad y sencillez del día a día, así como el fiel retrato de cada una de las edades de la vida.

Son también reconocidas sus pinturas con escenas en escuelas rurales, en los que plasma a niños en una clase y a sus profesores en la vida cotidiana en la escuela.

Sus cuadros de gran realismo, muestran un dominio absoluto del dibujo. Fue mejor dibujante que colorista y sus pinturas permanecen intactas en su ingenuidad y su sentimiento.

Biografía de Albert Anker (1831-1910)

Albert Samuel Anker (1831-1910) es el pintor suizo más importante del siglo XIX. Entre 1859 y 1885 sus obras se expusieron regularmente en el Salón Oficial de París, y es considerado uno de los artistas plásticos que mejor se aproximó al mundo de los niños y de los ancianos. El realismo costumbrista de sus pinturas no tardaría por ello en ser reconocido como un valioso reflejo y recuerdo de la Suiza de entonces.

Pintor de la interioridad del hogar y del valor de la vida familiar, la cual retrató continuando la tradición de tantos grandes pintores interioristas, pero llenándola con una ternura y calor inusuales. Madres arropando a sus hijos por las noches, abuelas calentándose en el brasero, niños realizando sus deberes escolares, padres leyendo el periódico, nietos leyendo a sus abuelos, abuelos contando historietas a sus nietos… Anker consiguió captar esa especial belleza reflejada en la cotidianidad y sencillez del día a día, así como el fiel retrato de cada una de las edades de la vida. En 2012 se subastó el cuadro “Retrato de una Niña” (pintado en 1885), a un precio de 1.426.500 francos suizos.

Nació el 1 de abril de 1831 en Anet (un pueblo del cantón de Berna) distrito de Erlach, en el seno de una familia muy numerosa, pues fue el doceavo hijo de un veterinario. A los 14 años tuvo sus primeras clases de dibujo con Louis Wallinger en Neuchâtel. A los 20 empezó a estudiar teología en la Universidad de Berna y de Halle (Alemania), con el objetivo de convertirse en pastor protestante. Carrera que pasados unos años y con autorización paterna interrumpió para viajar a París y dedicarse a lo que constituyó su vocación: la pintura.

Mientras estuvo en Francia fue un tiempo alumno del pintor -también de origen suizo- Charles Gleyre. Entre 1853 y 1860 acudió asiduamente a la Escuela Imperial de Bellas Artes, en la que había estudiado Renoir para perfeccionar el oficio. Anker pasó a ser uno más de los artistas suizos que trabajaban en Europa, lejos de su país.

En 1861, como casi todos los pintores, viajó a Italia traído por el país.

Colaboró con las revistas «Le Magasin Pittoresque» y «La Revue Suisse des Beaux-Arts».

Anker pinta, entre otras cosas, retratos de niños, representaciones históricas y religiosas, naturalezas muertas y paisajes rurales. Como muchos de los alumnos de Gleyre, escapa a la presentación cuasifotográfica de los personajes pintados por el maestro y los hace vivos, animados, cálidos.

Su obra, sembrada de afecto y generada desde una observación, además de precisa, sabia en emotividad, no puede más que enternecer.

En “El dominó”, Anker revela la belleza del gesto y retiene la pura expresión de una niña concentrada en el juego. No solo la gestualidad de los niños fue su especialidad: en sus retratos también pone en evidencia su análisis delicado y profundo de la mirada infantil, logrando expresar la inocencia como sucede en “Maurice con la gallina”, obra fresca en vitalidad que comunica la actitud de un niño (hijo del pintor) que ha encontrado una mascota. Sus dos años de estudios teológicos pueden ser considerados como la base de su intensa dedicación a los temas sociales. Como contexto de estas obras cabe mencionar que Albert Anker se casó en 1864 con Anna Rüfli, con quien tuvo seis hijos, a quienes constantemente retrató, e incluso pintó a sus nietos, todo lo cual le permitió ganar en percepción de la psicología infantil.

En otra faceta, este gran dibujante realizó más de trescientos diseños para el fabricante de lozas Théodore Deck. Además, la fama que alcanzó su pintura le permitió dedicarse desde 1870 a 1874 a la política, como diputado del Gran Concejo del cantón de Berna, lugar desde el cual apoyó la construcción del Museo de Bellas Artes. En 1878 organizó con gran éxito el pabellón suizo de la Exposición Universal de París, por lo que fue nombrado Caballero de la Legión de Honor.

Lo que Anker más trabajó fueron las naturalezas muertas y las escenas con niños y adolescentes jugando o trabajando, en muchas de las cuales se ha visto una influencia de la escuela holandesa, como por ejemplo en el cuadro “Pelando patatas”, que puede calificarse de “Realismo Costumbrista”. Como género, las naturalezas muertas pueden considerarse un punto de partida para un análisis amplio de la relación entre la alegoría y el naturalismo. Las naturalezas muertas de Anker presagian a los expresionistas del siglo XX.

Fue quizá el artista que mejor supo pintar el principio y el fin de la existencia humana, no se detuvo en la edad adulta, y retrató con precisión la inocencia en la mirada del niño y la serenidad, la aceptación del anciano y el paso del tiempo.

Son también reconocidos sus pinturas con escenas en escuelas rurales, en los que plasma a niños en una clase y a sus profesores en de la vida cotidiana en la escuela.

Sus cuadros de gran realismo, muestran un dominio absoluto del dibujo,  fue mejor dibujante que colorista y sus pinturas permanecen intactas en su ingenuidad y su sentimiento.

También forman parte de ese realismo aquellas obras en las que dejó testimonio de la enseñanza en las escuelas rurales de Suiza, y aquellas otras que ilustran los momentos que construyen el valor de la vida familiar, como en “El hermanito”, que muestra la alegría entre hermanos, o “Leyendo al abuelo”, donde la tranquilidad y aceptación del anciano se ponen de relieve junto a la compañía del nieto.

En 1890 abandonó París para vivir en Anet, buscando la tranquilidad del ambiente rural. La Universidad de Berna le concedió el título de Doctor Honoris Causa en 1900. 

En Septiembre 1901, Anker es víctima de un ataque de apoplejía que paraliza temporalmente su mano derecha. Debido a esta discapacidad, ya no le es posible trabajar en lienzos grandes. En una cómoda posición de trabajo -sentado en una silla y la hoja de papel apoyada sobre las rodillas- pinta acuarelas, más de 500, cuyos bocetos a lápiz son minimalistas. Estas pinturas han sido muy demandadas por coleccionistas franceses y suizos alemanes. 

Falleció en Anet, Suiza el 16 de julio de 1910.


Albert Anker es uno de los pintores suizos con mayor reconocimiento por parte de su nación, pues su pintura se enfocó fundamentalmente en captar la vida cotidiana vivida en su entorno familiar en Ins, una comuna del cantón de Berna. El realismo costumbrista de sus pinturas no tardaría por ello en ser reconocido como un valioso reflejo y recuerdo de la Suiza de entonces.

Pintor de la interioridad del hogar y del valor de la vida familiar, la cual retrató continuando la tradición de tantos grandes pintores interioristas, pero llenándola con una ternura y calor inusuales. Madres arropando a sus hijos por las noches, abuelas calentándose en el brasero, niños realizando sus deberes escolares, padres leyendo el periódico, nietos leyendo a sus abuelos, abuelos contando historietas a sus nietos… Anker consiguió captar esa especial belleza reflejada en la cotidianidad y sencillez del día a día, así como el fiel retrato de cada una de las edades de la vida.

Hijo de un veterinario y el menor de doce hermanos, se inclinó hacia la pintura desde su periodo escolar. Entre 1852 y 1853 comenzó sus estudios de teología, pero a mitad de curso se decantó definitivamente por estudiar arte. De este modo, durante los años 1855 y 1860, se formará en la Escuela nacional superior de Bellas Artes de París, así como viajando por otros países europeos para estudiar las obras maestras de la pintura.

En 1864 se casa y empieza a formar una numerosa familia, con la que se trasladará definitivamente en 1890 a su natal Ins, cuyo ambiente rural reflejará a través de graciosas escenas de escuelas y guarderías, así como de celebraciones colectivas como bautizos, matrimonios y entierros.

Admirador de la pintura de bodegones, se inclinará también especialmente hacia este motivo tan intimista de los objetos cotidianos, destacándose por sus características composiciones de apetitosos desayunos y meriendas servidas en esas tazas que debían andar por la casa de Anker y que a menudo se encuentran en tantas otras de sus pinturas. La influencia y el detenido estudio de Chardin es el más evidente en estas composiciones.

Vinculado además directamente con el mundo de la cerámica, trabajó también diseñando multitud de proyectos decorativos para el ceramista Theodore Deck, entre cuyas lozas nos encontramos algunos de sus retratos.

Implicado activamente en la vida cultural suiza, Anker se sustentó también atendiendo encargos como retratista e ilustrador, trabajando en revistas y accediendo, entre 1870 y 1874, al puesto de diputado en el Gran Consejo del cantón de Berna, desde el cual apoyaría la construcción del Museo de Bellas artes. Organizó también en 1878 la sección suiza de la Exposición Universal de París, tras la cual fue nombrado Caballero de la Legión de Honor.

En 1901 sufre un ataque de apoplejía que le paraliza la mano derecha, pero continuará pintando acuarelas hasta su muerte en 1910.

El mundo de los niños

En la pintura europea del siglo XIX siglo , Anker es uno de los más importantes creadores de espectáculos infantiles. Pintó alrededor de 600 óleos , entre ellos más de 250 cuadros de niños, solos o en grupo. En Knöchelspiel , a partir de 1864, pintó a niños jugando a los nudillos , un juego grupal que les permitió adquirir habilidades para su futura vida en la sociedad. La Petite Fille aux Dominos refleja la concentración casi adulta del niño, al tiempo que conserva la frescura de su edad.

El talento de Anker restaura el encanto simple y entrañable de una mirada juvenil. La sensibilidad del pintor surge de sus retratos de niños soñadores o serios, cuya inocencia nos llama. El artista nos traslada a la época en que nosotros mismos éramos “pequeños”.

En “El dominó”, Anker revela la belleza del gesto y retiene la pura expresión de una niña concentrada en el juego. No solo la gestualidad de los niños fue su especialidad: en sus retratos también pone en evidencia su análisis delicado y profundo de la mirada infantil, logrando expresar la inocencia.

El soplador de jabón, 1873

Niña haciéndose una trenza 1887. Óleo sobre tela

Caperucita roja, 1883

Niño durmiendo en el heno. Albert Anker, 1891. Pocas cosas hay en esta vida que procuren tanto placer como la siesta. Los adultos, siempre que podemos, la cultivamos. Pero, para muchos niños pequeños, es un santo y seña: un rasgo de identidad. Observen qué placidez, qué abandono al relajo, qué conexión con el mundo gigante del sueño atesora este mozo. Se ve que necesitaba quedarse traspuesto. Su vitalidad requería una pausa, un interludio momentáneo.

Dos chicas durmiendo en el banco de la estufa., 1895. Aquí retrata a las hermanitas Räubi, vecinas de Ins, que encuentran en el calor residual que dejó la estufa en la piedra el lugar ideal para el descanso. La gama de colores es clásica de su obra, con fondos más oscuros y la luz sobre los rostros.

El artista realizó una obra sin buscar moralejas, ni crítica social, no miraba las dificultades de los campesinos, ni las largas horas de trabajo en un clima hostil. Eso era una parte de la vida como se la conocía entonces, y él, lejos de la postura del artista de la ciudad, no se interesaba en denunciar ni en sentar posición porque, a fin de cuentas, lo vivía en su cuerpo, en su piel.

Le interesaba la otra parte de la vida, la que irradiaba luz a su vida, la que hacía que aquellas dificultades valieran la pena. Los campesinos de Anker son dignos, dignos y felices, o por lo menos es lo que buscó demostrar. Hay una idealización en su legado, sin dudas, pero a fin de cuentas un artista reproduce sus intereses, lo que surge de su interior, y a Anker le interesaba esa parte de la vida que para la mayoría pasa de largo.

En el bosque, 1865

La educación de los niños

El mundo de los niños Anker muestra el cambio educativo en Europa en el XIX  siglo, ya que nos encontramos en el espíritu humanista del suizo Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) y Johann Heinrich Pestalozzi (1746-1827). La obra de Anker lo cuenta a través de numerosas representaciones de alumnos en la pizarra, sosteniendo una pluma, leyendo o cargando una pizarra. Este es un gran paso adelante en comparación con generaciones anteriores de niños, colocados en guarderías en fábricas donde trabajaban sus madres. No fue hasta 1874 que la educación primaria obligatoria se ancló en la Constitución suiza .

Anker conocía bien el sistema educativo y durante muchos años trabajó como secretario de la comisión escolar de Ins. Como pintor fue testigo de los cambios sociales de su época. Sus pinturas reflejan la evolución del sistema escolar y educativo en Suiza. Anker estaba comprometido con los ideales que impactaban en el sistema educativo suizo, que entonces estaba tomando forma, y ​​en su trabajo transmitió la nueva comprensión, en ese momento, de la crianza de los niños y de la educación. Consideró que aprender jugando era igualmente importante. En el siglo XIX, casi ningún otro pintor, antes o después de él, se había centrado con tanta intensidad en el motivo de los niños jugando.

Estudiante con pizarra, 1877

Niño escribiendo con su hermanita, 1875

Lecciones de escritura, 1865

Niñas cosiendo

A los retratos de niñas que cosen en silencio dedicó toda una serie. En general fueron retratos de perfil, donde la figura queda resaltada en colores pálidos sobre un fondo oscuro. Son jóvenes niñas absortas en su tarea, en un ensimismamiento que transmite inocencia y paz.

El cabello rubio, recogido en una trenza en unos casos o en un moño en otros. Los dedos de las manos han sido dibujados reproduciendo el virtuosismo de su tarea. Las agujas de tejer y el hilo han sido pintados con gran detalle. En ambos cuadros una manzana, los cuadernos de la escuela y un cesto de mimbre configuran el atrezzo de la escena. Sólo varía su disposición en el cuadro.

Por el contrario, en otras pinturas de esta misma serie la tejedora aparece en un jardín, en el exterior, sentada en un banco. Los pies desnudos confirman su origen campesino. Alterna su tarea con la vigilancia de un hermano menor ya que la juventud de la joven permite descartar sea la madre de la criatura que reposa plácidamente en una cuna de madera.

La escuela

En los primeros años del siglo XIX, la población rural de Suiza no daba por sentado ni la educación ni la educación. La infancia y la experiencia de aprender a través del juego eran ajenas a la mente de la población. Anker abordó el tema y se convirtió en uno de los principales pintores en el campo del retrato de niños. La situación de los niños al jugar con dominós o escribir en la pizarra muestra el espíritu libre del artista y la importancia del aspecto educativo para el artista. "El Examinador Escolar" es una visión del desarrollo de las escuelas primarias. Los niños y las niñas aprenden juntos y muestran detalles que fueron muy importantes para la época. Durante mucho tiempo, las escuelas estaban reservadas solo para los niños que estaban vestidos apropiadamente. 

El examen de la escuela, 1862  

La escuela del pueblo de 1848, 1879

Caminata escolar, 1872. Óleo sobre tela

Lección de gimnasia en Ins, 1879. Destacado por el delicado realismo de escenas interiores y retratos como este, Albert Anker llegó a convertirse en uno de los pintores suizos más altamente reconocidos por parte de su nación, pues a través de sus obras consiguió capturar y conservar algunos preciosos instantes de la vida cotidiana, tal y como ésta transcurría por entonces en el entorno familiar de su aldea natal en Ins.

La guardería, 1860. En este cuadro vemos a un grupo de compañeros de guardería con su cuidadora, en el esperado/denostado momento de la comida. La glotonería adquiere distintas formas: desde la voracidad de la niña pelirroja en primer plano, que apura la sopa directamente desde el plato, sin cubierto que medie, hasta el alimentado por el sueño (inmediatamente por encima del brazo derecho de la cuidadora).

Jardín de infancia, 1894

A la escuela bajo el paraguas, 1884

Escenas cotidianas

Ins, un pueblo de Seeland, era su ciudad natal. Sufrió un gran desarrollo en el siglo XIX. Creció y vivió allí durante muchos años, aunque prefería pasar los meses de invierno en París, y finalmente murió allí también. Toda su vida participó activamente en la vida del pueblo. Conocía a todos los habitantes, y su impacto dejó huellas que encontramos reflejadas en su obra. Solo en raras ocasiones representó a adultos que trabajaban. Muy a menudo registró momentos poco espectaculares en la vida comunal libre de trabas de las diferentes generaciones en la comunidad del pueblo.

Continuador de una tradición muy extendida, en su interiorismo, Anker aportó una mirada cálida, eternizando encuentros sutiles, pequeñas comuniones cotidianas a partir de un uso del color peculiar para entonces.

Su obra es narrativa, despierta sensaciones del pasado, con una cierta melancolía feliz, y si bien resultan un buen documento de su época, hay una humanidad en el tratamiento, en la perspectiva, que hace inevitable la empatía, el querer ser parte del cuadro. Y su realismo costumbrista es cálido porque lo sentía como una extensión de su propia vida, más allá de su gran poder de observación y representación.

El cuadro "El abuelo cuenta una historia" de 1884 muestra una idílica escena de pueblo que revela la coexistencia armoniosa de los habitantes en la vida cotidiana. Los cuatro niños cuelgan hechizados en los labios del abuelo, que obviamente tiene una historia emocionante que contar. Un momento de paz, capturado por el pintor y envidiosamente capturado por el espectador. Cómo le gustaría a uno sentarse en este círculo armonioso.

La siesta, 1879. Pintor del recogimiento, Anker escoge en este cuadro uno de los momentos del día más cargados de intimidad y sagrado sosiego para reunir en una sola escena las dos composiciones más características de sus pintura: la vida interior familiar y el bodegón de objetos cotidianos.

Así, en esta hora de reposo, en la que todas las necesidades y utilidades mundanas se suspenden, el pintor suizo aprovecha para retratar a los que son su padre y su hija, cobijándose tiernamente en algún tranquilo rincón del hogar. Retrato con el que consigue transmitir a través de su sensibilidad y maestría tanto la belleza como el valor inestimable de esa hora en la que, aunque aparentemente no se hace nada, acaso se hace la más importante de las obras, aquella en la que se transmite un amor sin el cual difícilmente pueden volver a emprenderse con fortaleza y alegría el resto de tareas cotidianas.

La devoción del abuelo, 1893. Pintado catorce años después de La siesta, Albert Anker captura aquí con su pincel el paso del tiempo y lo que éste ha obrado en las personas a las que ama. Así el abuelo que antes cobijaba en su fuerte regazo a sus nietos es el que ahora, ya anciano, se cobija al calor de las devociones espirituales con que uno de ellos le resguarda y aparta de las sórdidas preocupaciones mundanas.

Retrato pintado quizás también a la hora de la siesta, donde la escena de interior y el bodegón vuelven a integrarse de manera natural, dejándonos ver a su vez, aunque en un segundo plano, la vida e intimidad de esos objetos o enseres que pasarán a ocupar todo el protagonismo en su fantásticos bodegones. Género en el que llegó a desenvolverse también brillantemente, mas como podemos ver de manera ejemplar en el delicado realismo con que dibuja los rostros y gestos de las figuras de este óleo, la obra del pintor suizo se destacaría, sobre todo, por su indudable maestría para los retratos, los cuales fueron también plasmados en muchas de las lozas realizadas por el famoso ceramista y amigo suyo Theodore Deck, así como en muchas de las acuarelas que realizó durante los diez últimos años de su vida tras sufrir un ataque de apoplejía que acabaría dejándole paralizada la mano derecha.

Como vemos en la imagen, el nieto está leyendo al abuelo que escucha reflexivo, bien abrigado y reclinado en su silla. Si narrar es generar, y el muchacho ha aprendido a leer gracias a sus padres y abuelos, ahora él genera a su vez al abuelo leyéndole el relato. Leer con otro y para otro es una práctica que ayuda a comprender nuestra identidad narrativa. La lectura implica siempre la temporalidad. Para San Agustín el tiempo nace de la incesante disociación de tres aspectos del presente: la expectativa como presente del futuro, la memoria como presente del pasado y la atención como presente del presente. 

En la relación entre los abuelos y los nietos, la memoria y el futuro se encuentran y se enriquecen mutuamente. La mirada de los abuelos hacia sus nietos les dilata el corazón, pues en ellos se visualiza la fecundidad de una vida. De ahí nacen la ternura y el cariño de los abuelos hacia los nietos, que debe evitar ser mimoso, consentido, desde una clave puramente emotiva. Es cierto que los abuelos pueden encontrar en ellos una fuente de consuelo afectivo, pero desde la madurez de su dilatada vida, los abuelos sabrán querer bien a los nietos, anteponiendo a sus posibles carencias afectivas, la tarea educativa de formar y forjar la personalidad de sus nietos, colaborando activa y subsidiariamente a la acción educativa de los padres a quienes corresponde primaria y principalmente la obra educativa de sus hijos. 

La mirada de los nietos hacia los abuelos es una mirada de admiración y de gratitud. Los nietos honran a sus abuelos como custodios de la tradición y memoria familiares. En ellos pueden reconocer la grandeza del patrimonio que han recibido a través de ellos. Los niños y los jóvenes necesitan de su narratividad para comprender el drama de su existencia. Los relatos de los abuelos, que a los niños tanto les gusta escuchar, se refieren tanto a los grandes relatos de la vida, como a los pequeños detalles de la vida familiar que han ido forjando la fisonomía de la familia y las tradiciones domésticas en las que ellos se están introduciendo progresivamente y están llamados a enriquecer.

El hijo pródigo, 1858

Los granjeros y el periódico, 1867

Funeral de un niño, 1863

Los oficios, 1883

Los exiliados, 1868

Domingo por la tarde, 1861

La sopa de leche Kappeler, 1869

Pídola, 1866

Bañistas, 1865

Joven madre contemplando a su hijo dormido a la luz de las velas, 1875

Desayuno para niños, 1879

Niña alimentando a las gallinas, 1865

Retratos

Anker nació y desarrolló su obra en Ins, Cantón de Berna, Suiza. Si bien su etapa formativa fue realizada en la Escuela nacional superior de Bellas Artes de París, recorrería varios países europeos para examinar las obras maestras de la pintura.

Tuvo una familia numerosa. Y en su trabajo, su talento parece haber tomado el lugar de la cámara fotográfica, ya que fue captando esos momentos trascendentales, como el inicio de clases, las fiestas familiares, matrimonios de conocidos, e incluso los tristes, como entierros, entre escenas como nietos leyendo a sus abuelos o abuelos contando historietas a sus nietos; madres arropando a sus hijos a la hora de dormir, siestas varias, bajo los árboles mientras se busca leña para calentar ese hogar campesino o junto a la estufa. Anker realizó de su obra una biografía.

El retrato de Anker revela un marcado deseo de individualización. Además de realizar retratos de clase media por encargo, encontramos entre las obras de Anker un número mucho mayor de retratos que representan a personas de todas las generaciones y en sus múltiples facetas tal como las encontraba en su vida rural cotidiana. Dentro del arte europeo del siglo XIX, las pinturas de niños de Anker son únicas: comprendía a los niños como pequeñas personalidades independientes de los roles que desempeñaba su clase social, así como de los roles de edad y sexo.

El secretario parroquial, 1874

Anciana leyendo la Biblia, 1904

El sastre del pueblo, 1894

Bodegones

Naturaleza muerta con vino y castañas parte de una interpretación casi analítica de superficies y objetos, para transmitir el poder expresivo de cosas cotidianas. El lúgubre fondo hace destacar a la perfección la jarra de vino luminosa y la copa. En primer plano, un plato de castañas descansa sobre el mantel de hilo. Desprovisto de artificios, el artista explora la cualidad de la luz y el volumen, y traiciona las influencias holandesas y de Caravaggio. En el arte suizo se apreciaba la precisión de la plasmación, sobre todo en las naturalezas muertas, además de un escaso formalismo, y un sentido de la artesanía y el ingenio visual. Como género, las naturalezas muertas pueden considerarse un punto de partida para un análisis amplio de la relación entre la alegoría y el naturalismo. Las naturalezas muertas de Anker presagian a los expresionistas del siglo XX.

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