La lírica española dedicada al nacimiento de Jesús, tanto en España como en América Latina, ha sido siempre abundante, desde los primeros balbuceos literarios del Arcipreste de Hita, en la primera mitad del s. XIV, hasta la poética actual, con momentos, claro está, de grandes baches. A partir de Gonzalo de Berceo, raro es el poeta español que no haya compuesto poesía religiosa y, en concreto, navideña. Prácticamente la lírica española arranca con poemas en torno a Navidad y Epifanía.
Sobresalen dos momentos extraordinarios: el Siglo de Oro (siglo XVI y XVII) y la época contemporánea (s. XX). Según Torcuato Luca de Tena, en su excelente obra La mejor poesía cristiana, “las dos singularidades más destacadas del caudal literario español son paradójicamente la mística y la picaresca, cara y cruz, envés y revés, de nuestra idiosincrasia: barro y flor, la arcilla de Adán y las llagas de Cristo”.
Cada año por Navidad se despiertan los ánimos religiosos y bullen los sentimientos poéticos. “La Navidad – afirma Gerardo Diego en La Navidad en la poesía española – es ya la poesía. El Verbo, la Palabra, la Poesía, se hace carne en el maravilloso misterio de la Encarnación”. Desde el anuncio del ángel a María hasta la escena del niño Jesús en el Templo judío, entre los doctores, pasando por el nacimiento del Hijo de María en el pesebre de una cueva, entre la mula y el buey, con la presencia amorosa de san José, todas estas escenas bíblicas han influido notablemente en los poetas líricos. Unos se han fijado en el momento del alumbramiento, otros en la adoración de los pastores y los magos, y no han faltado los que han recreado escenas en torno a las figuras y motivos del belén: el buey, la burra, las ovejas, el portal, los pastores, la corte de Herodes, el cortejo de los Magos, los camellos, el oro, incienso y mirra, la lavandera, el panadero y el músico con una flauta o un tambor.
Fray Íñigo de Mendoza (1425-1507)
Eres niño y has amor:
¿qué farás cuando mayor?
Pues que en tu natividad
te quema la caridad,
en tu varonil edad
¿quién sufrirá su calor?
Eres niño y has amor:
¿qué farás cuando mayor?
Será tan vivo su fuego,
que con importuno ruego,
por salvar el mundo ciego,
te dará mortal dolor.
Eres niño y has amor:
¿qué farás cuando mayor?
Arderá tanto tu gana,
que por la natura humana
querrás pagar su manzana
con muerte de malhechor.
Eres niño y has amor:
¿qué farás cuando mayor?
¡Oh amor digno de espanto!,
pues que en este niño santo
has de pregonarte tanto,
cantemos a su loor:
Eres niño y has amor:
¿qué farás cuando mayor?
Fray Ambrosio de Montesino (1448-1514)
No la devemos dormir
la noche sancta.
No la devemos dormir.
La Virgen a solas piensa
Qué hará
quando al rey de luz inmenssa
parirá:
Si de su divina essencia
temblará,
O que le podrá decir
No la devemos dormir
la noche sancta.
No la devemos dormir.
Qué pensamientos te rigen
a tal hora,
No menguada santa Virgen
mi señora.
Gloria son que no te afligen
causadora
de Dios en carne venir
No la devemos dormir
la noche sancta.
No la devemos dormir.
Quando la parió la virgen [dama]
singular
No le [se] puso en blanda cama
a reposar [a regalar]
más con pura [toda] fe se inflama
en adorar
al hijo que fue a parir [al que pudo tal parir]
No la devemos dormir
la noche sancta.
No la devemos dormir.
Luís de Góngora (1561-1627)
Caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno:
¡qué glorioso que está el heno,
porque ha caído sobre él!
Cuando el silencio tenía
todas las cosas del suelo,
y coronada del hielo
reinaba la noche fría,
en medio la monarquía
de tiniebla tan cruel,
caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno:
¡qué glorioso que está el heno,
porque ha caído sobre él!
De un solo clavel ceñida
la Virgen, Aurora bella,
al mundo se lo dio, y ella
quedó cual antes florida;
a la púrpura caída
solo fue el heno fiel.
Caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno:
¡qué glorioso que está el heno,
porque ha caído sobre él!
El heno, pues, que fue lino,
a pesar de tantas nieves,
de ver en sus brazos leves
este rosicler divino,
para su lecho fue lino,
oro para su dosel.
Caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno:
¡qué glorioso que está el heno,
porque ha caído sobre él!
Félix Lópe de Vega (1562-1635)
Norabuena vengáis al mundo,
niño de perlas,
que sin vuestra vista
no hay hora buena.
Niño de jazmines,
rosas y azucenas,
niño de la niña
después del más bella,
que tan buenos años,
que tan buenas nuevas,
que tan buenos días
ha dado a la tierra;
parabién merece,
parabienes tenga,
aunque tantos bienes
como Dios posea.
Mientras os tardasteis,
dulce gloria nuestra,
estábamos todos
llenos de mil penas;
más, ya que vinisteis,
y a la tierra alegra
ver que su esperanza
cumplida en vos sea,
digan los pastores,
respondan las sierras,
pues hombre os adoran
y Dios os contemplan:
Norabuena vengáis al mundo,
niño de perlas,
que sin vuestra vista
no hay hora buena.
Félix Lópe de Vega (1562-1635)
Temblando estaba de frío
el mayor fuego del cielo,
y el que hizo el tiempo mismo
sujeto al rigor del tiempo (…)
Su Virgen Madre le mira
ya llorando ya riendo,
que, como es su espejo el Niño,
hace los mismos efectos.
No lejos el casto Esposo,
que, aunque estuviera muy lejos,
pensara que estaba cerca
de un hombre que es Dios inmenso,
mirándole está encogido,
y de los ojos atentos
llueve al revés de las nubes,
porque llora sobre el Cielo (…)
Esto diciendo María,
sacó los virgíneos pechos,
a cuyos cielos más limpios
se humillaron nueve cielos.
Sacó el Niño Dios los labios,
y quedó colgado dellos,
como racimo de palma,
hasta que le vino el sueño.
Alma, si de ver a Dios
puesto de su Madre al pecho
no se te enternece el tuyo
¿Dónde está tu sentimiento?… "
Félix Lópe de Vega (1562-1635)
Reyes que venís por ellas,
no busquéis estrellas ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.
Reyes que venís de Oriente
al Oriente del sol solo,
que más hermoso que Apolo,
sale del alba excelente.
Mirando sus luces bellas,
no sigáis la vuestra ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.
No busquéis la estrella ahora,
que su luz ha oscurecido
este sol recién nacido,
en esta Virgen Aurora.
Ya no hallaréis luz en ellas,
el niño os alumbra ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.
Aunque eclipsarse pretende,
no reparéis en su llanto,
porque nunca llueve tanto
como cuando el sol se enciende.
Aquellas lágrimas bellas,
la estrella oscurece ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.
Félix Lópe de Vega (1562-1635)
Mañanicas floridas
de frío invierno,
recordad a mi niño
que duerme al hielo.
Mañanas dichosas
del frío diciembre,
aunque el cielo os siembre
de flores y rosas,
pues sois rigurosas
y Dios es tierno,
recordad a mi niño,
que duerme al hielo.
Gil Vicente (1465-1536?)
Cuando la Virgen bendita
lo parió,
todo el mundo lo sintió.
Los coros angelicales
todos cantan nueva gloria;
los tres reyes, la vitoria
de las almas humanales.
En las tierras principales
se sonó
cuando nuestro Dios nasció.
Gerardo Diego (1896-1987)
Era José un hombre viejo
que labraba la madera.
Y era su esposa María
en tierras de Galilea.
Caminaban una tarde
perezosos por la huerta.
Allá arriba, entre hojas largas, se encendían las cerezas.
A María se le antoja
aquella más alta, aquella.
Y levantando sus ojos
dice con su voz más tierna:
“José, porque espero el Hijo,
alcánzame esa cereza”.
José no responde. Mira a lo lejos. Mira y sueña.
Una brisa viene y va
del cerezo a la Doncella.
Y entonces, en silencio
de una música que espera,
se oye una voz de infantico:
“Cerezo, dale cerezas”
¿Dónde sonaba esa gloria,
en el cielo o en la tierra?
En el más hondo capullo
de la seda intacta, suena.
José se queda pensando
y acaricia la corteza
del árbol. Como era junio
frondosa estaba la huerta.
Las cerezas y las moras
se encienden en sangre nueva.
Y ya el cerezo a María
se le inclina en reverencia.
“Mira, José, aquí las tengo,
las ramas con las cerezas”.
Y la voz del niño dice:
“María, come cerezas.
Come cerezas, María,
antojos de madre nueva”.
María arranca una sola
y la muerde y sangra lenta.
Bajo los árboles quietos
María y José pasean.
Rubén Darío (1867-1916)
Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso.
Vengo a decir: La vida es pura y bella.
Existe Dios. El amor es inmenso.
¡Todo lo sé por la divina Estrella!
Yo soy Melchor. Mi mirra aroma todo.
Existe Dios. Él es la luz del día.
La blanca flor tiene sus pies en lodo.
¡Y en el placer hay la melancolía!
Yo soy Baltasar. Traigo el oro. Aseguro
que existe Dios. Él es el grande y fuerte.
Todo lo sé por el lucero puro
que brilla en la diadema de la Muerte.
Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos.
Triunfa el amor, y a su fiesta os convida.
Cristo resurge, hace la luz del caos
y tiene la corona de la Vida.
Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (1283-1350)
Santa María,
luz del día,
sé mi guía
todavía.
Dame gracia y bendición,
de Jesús consolación,
para que con devoción
pueda cantar tu alegría.
Tú siete gozos tuviste:
uno cuando recibiste
salutación
del Ángel; cuando la oíste
tú, María, concebiste
Dios-Salvación.
El segundo fue cumplido
cuando fue de ti nacido
sin dolor,
de los ángeles servido;
y fue luego conocido
por Salvador.
Y fue tu gozo tercero
cuando apareció el lucero
a demostrar
el camino verdadero;
a los Reyes compañero
fue en guiar.
Alejandro Domingo
¿A qué vienes niño?,
¿por qué has venido,
a esta tierra fría;
derroche de vida?
Quieres nuestros brazos
para abrigarte,
y mi corazón;
derroche de amor.
Ven pues, ya que quieres,
ya que tanto ansías nuestra compañía,
a esta pobre casa que está tan vacía,
que tanto te espera y tanto suspira
Dale ya su dueño, su luz y su vida,
que sin tu calor, no se puede estar.
Quédate conmigo, no me dejes ya.
Y yo cual José y sin hacer ruido
con mucho cariño te quiero cuidar.
Gabriela Mistral (1899-1957)
Al llegar la medianoche
y al romper en llanto el Niño,
las cien bestias despertaron
y el establo se hizo vivo.
Y se fueron acercando,
y alargaron hasta el Niño
los cien cuellos anhelantes
como un bosque sacudido.
Bajó un buey su aliento al rostro
y se lo exhaló sin ruido,
y sus ojos fueron tiernos
como llenos de rocío.
Una oveja lo frotaba,
contra su vellón suavísimo,
y las manos le lamían,
en cuclillas, dos cabritos...
Las paredes del establo
se cubrieron sin sentirlo
de faisanes, y de ocas,
y de gallos, y de mirlos.
Los faisanes descendieron
y pasaban sobre el Niño
la gran cola de colores;
y las ocas de anchos picos,
arreglábanle las pajas;
y el enjambre de los mirlos
era un velo palpitante
sobre del recién nacido...
Y la Virgen, entre cuernos
y resuellos blanquecinos,
trastrocada iba y veía
sin poder tomar al Niño.
Y José llegaba riendo
acudir a la sin tino.
Y era como bosque al viento
el establo conmovido...
Jorge Guillén (1893-1984)
Alegría de nieve
por los caminos.
Todo espera la gracia
del Bien Nacido.
En desgracia los hombres,
dura la tierra.
Cuanta más nieve cae,
más cielo cerca.
La tierra tan dormida
ya se despierta.
Y hasta el hombre más muerto
se despereza.
Ya los montes se allanan
y las colinas,
y el corazón del hombre
vuelve a la vida.
Jorge Guillén (1893-1984)
Llegan al portal los Mayores,
Melchor, Gaspar y Baltasar,
se inclinan con sus esplendores
y al Niño adoran sin cantar.
Dios no es rey ni parece rey,
Dios no es suntuoso ni rico.
Dios lleva en sí la humana grey
y todo su inmenso acerico.
El cielo estrellado gravita
sobre Belén, y ese portal
a todos los hombres da cita
por invitación fraternal.
Dios está de nueva manera,
y viene a familia de obrero,
sindicato de la madera.
El humilde es el verdadero.
Junto al borrico, junto al buey,
la criatura desvalida
dice en silencio: No soy rey,
soy camino, verdad y vida.
Manuel Machado (1874-1947)
De llanto y risa,
de risa y llanto.
Venid a ver el infante
que ha nacido en el establo,
que por ser Rey en los Cielos
no quiso en tierra palacios.
Es el niño más bonito
que nunca vieron humanos…
En la boquita y los ojos
tiene un indecible encanto,
de llanto y risa,
de risa y llanto.
Para que no sienta el frío
del mundo donde ha llegado,
una mulita y un buey
su aliento le están echando.
Tiene por lecho las pajas,
por techo el cielo estrellado…
De una claridad sublime,
tiene el semblante bañado…
de llanto y risa,
de risa y llanto.
Cuando el niño sea un hombre
lo llevarán al Calvario…
Pero su Padre Divino
lo arrebatará en sus brazos…
Como a la par llora y ríe,
al mover de uno a otro lado
la cabecita, en el aire
traza del Iris el arco…
de llanto y risa,
de risa y llanto.
Manuel Machado (1874-1947)
De llanto y risa,
¡Venid los pastores,
los Reyes también,
venid a Belén!
Los pastores son de barro,
de barro los Reyes son,
los arroyuelos de vidrio,
las montañas de cartón.
Una estrella de oricalco
en un alambre temblón,
sobre el portal, del lucero
celeste imita el temblor.
En torno las gentes cantan
los villancicos al son
de panderos y zambombas
porque ha nacido el Señor.
¡Venid los pastores,
los Reyes también,
venid a Belén!
El niño no tiene cuna,
que en un pesebre nació.
La mula y el buey, de barro,
no pueden darle calor.
Porque el Niño no es de barro,
aunque en él se moldeó,
y, si en torno todo es lodo,
él es cielo, gloria, y Dios.
Y así, a la voz de la gente
que al nacimiento cantó
–de cartón y vidrio y barro–
sonaba unida otra voz:
¡Venid los pastores,
los Reyes también,
venid a Belén!
Amado Nervo (1870-1919)
Pastores y pastoras,
abierto está el Edén.
¿No oís voces sonoras?
Jesús nació en Belén.
La luz del cielo baja,
el Cristo nació ya,
y en un nido de paja
cual pajarillo está.
El niño está friolento.
¡Oh noble buey,
arropa con tu aliento
al Niño Rey!
Los cantos y los vuelos
invaden la extensión,
y están de fiesta cielos
y tierra... y corazón.
Resuenan voces puras
que cantan en tropel:
Hosanna en las alturas
al Justo de Israel!
¡Pastores, en bandada
venid, venid,
a ver la anunciada
Flor de David!...
Popular
Camina la Virgen pura
camino de Nazareth,
con su Niñito en los brazos,
que más bello que el sol es.
A la mitad del camino
pidió el Niño de beber.
- No pidas agua, mi vida
no pidas agua, mi bien,
que van los ríos muy turbios
y ya no se "puen" beber.
Un poquito más "alante"
hay un verde naranjel
cargadito de naranjas
que ya más no "pue" tener.
Un ciego lo está cuidando,
ciego que no puede ver.
- Ciego, mi buen cieguecito,
si una naranja me dieras
para la sed de este niño
un poquito entretener.
- Coja usted, buena señora,
coja usted, buena mujer,
y en cogiendo para el Niño,
coja las que quiera usted.
La Virgen, como era Virgen,
no cogía más que tres;
el Niño, como era niño,
todas las quiere coger;
cuantas el Niño cogía
volvían a florecer.
- Toma, ciego, este pañuelo,
limpia los ojos con él.
Apenas se fue la Virgen,
aquel ciego empezó a ver.
- ¿Quién sería esa Señora,
que me ha hecho tanto bien?
Si será la Virgen pura
y el Niñito de Belén,
si será la Virgen bella
y el glorioso San José.
Gloria Fuertes (1917-1998)
La Virgen,
sonríe muy bella.
¡Ya brotó el Rosal,
que bajó a la tierra
para perfumar!
La Virgen María
canta nanas ya.
Y canta a una estrella
que supo bajar
a Belén volando
como un pastor más.
Tres Reyes llegaron;
cesa de nevar.
¡La luna le ha visto,
cesa de llorar!
Su llanto de nieve
cuajó en el pinar.
Mil ángeles cantan
canción de cristal
que un Clavel nació
de un suave Rosal.
Juan Ramón Jiménez (1881-1958)
Jesús, el dulce, viene...
Las noches huelen a romero...
¡Oh, qué pureza tiene
la luna en el sendero!
Palacios, catedrales,
tienden la luz de sus cristales
insomnes en la sombra dura y fría...
Mas la celeste melodía
suena fuera...
Celeste primavera
que la nieve, al pasar, blanda, deshace,
y deja atrás eterna calma...
¡Señor del cielo, nace
esta vez en mi alma!
Juan Ramón Jiménez (1881-1958)
El cordero balaba dulcemente.
El asno, tierno, se alegraba
en un llamar caliente.
El perro ladreaba,
hablando casi a las estrellas...
Me desvelé, Salí. Vi huellas
celestes por el suelo
florecido
como un cielo
invertido.
Un vaho tibio y blando
velaba la arboleda;
la luna iba declinando
en un ocaso de oro y seda,
que parecía un ámbito divino...
Mi pecho palpitaba,
como si el corazón tuviese vino...
Abrí el establo a ver si estaba
El allí.
¡Estaba!
Gerardo Diego (1896-1987)
¿Quién ha entrado en el portal,
en el portal de Belén?
¿Quién ha entrado por la puerta?
¿quién ha entrado, quién?.
La noche, el frío, la escarcha
y la espada de una estrella.
Un varón -vara florida-
y una doncella.
¿Quién ha entrado en el portal
por el techo abierto y roto?
¿Quién ha entrado que así suena
celeste alboroto?
Una escala de oro y música,
sostenidos y bemoles
y ángeles con panderetas
dorremifasoles.
¿Quién ha entrado en el portal,
en el portal de Belén,
no por la puerta y el techo
ni el aire del aire, quién?
Flor sobre impacto capullo,
rocío sobre la flor.
Nadie sabe cómo vino
mi Niño, mi amor.
Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695)
De la más fragante Rosa
nació la Abeja más bella,
a quien el limpio rocío
dio purísima materia.
Nace, pues, y apenas nace,
cuando en la misma moneda,
lo que en perlas recibió,
empieza a pagar en perlas.
Que llore el Alba, no es mucho,
que es costumbre en su belleza;
mas ¿quién hay que no se admire
de que el Sol lágrimas vierta?
Si es por fecundar la Rosa,
es ociosa diligencia,
pues no es menester rocío
después de nacer la Abeja;
y más, cuando en la clausura
de su virginal pureza,
ni antecedente haber pudo
ni puede haber quien suceda.
Pues a ¿qué fin es el llanto
que dulcemente le riega?
Quien no puede dar más Fruto,
¿qué importa que estéril sea?
Mas ¡ay! que la Abeja tiene
tan íntima dependencia
siempre con la Rosa, que
depende su vida de ella;
pues dándole el néctar puro
que sus fragancias engendran,
no sólo antes la concibe,
pero después la alimenta.
Hijo y madre, en tan divinas
peregrinas competencias,
ninguno queda deudor
y ambos obligados quedan.
La Abeja paga el rocío
de que la Rosa la engendra,
y ella vuelve a retornarle
con lo mismo que la alienta.
Ayudando el uno al otro
con mutua correspondencia,
la Abeja a la Flor fecunda,
y ella a la Abeja sustenta.
Pues si por eso es el llanto,
llore Jesús, norabuena,
que lo que expende en rocío
cobrará después en néctar.
Félix Lope de Vega (1562-1635)
Las pajas del pesebre
niño de Belén
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
Lloráis entre pajas,
del frío que tenéis,
hermoso niño mío,
y del calor también.
Dormid, Cordero santo;
mi vida, no lloréis;
que si os escucha el lobo,
vendrá por vos, mi bien.
Dormid entre pajas
que, aunque frías las veis,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
Las que para abrigaros
tan blandas hoy se ven,
serán mañana espinas
en corona cruel.
Más no quiero deciros,
aunque vos lo sabéis,
palabras de pesar
en días de placer;
que aunque tan grandes deudas
en pajas las cobréis,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
Dejad en tierno llanto,
divino Emmanuel;
que perlas entre pajas
se pierden sin por qué.
No piense vuestra Madre
que ya Jerusalén
previente sus dolores
y llora con José;
que aunque pajas no sean
corona para rey,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
Félix Lope de Vega (1562-1635)
Yo vengo de ver, Antón,
un niño en pobrezas tales,
que le di para pañales
las telas del corazón.
Félix Lope de Vega (1562-1635)
La Niña a quien dijo el Ángel
que estaba de gracia llena,
cuando de ser de Dios madre
le trujo tan altas nuevas,
ya le mira en un pesebre,
llorando lágrimas tiernas,
que obligándose a ser hombre,
también se obliga a sus penas.
¿Qué tenéis, dulce Jesús?,
le dice la Niña bella;
¿tan presto sentís mis ojos
el dolor de mi pobreza?
Yo no tengo otros palacios
en que recibiros pueda,
sino mis brazos y pechos,
que os regalan y sustentan.
No puedo más, amor mío,
porque si yo más pudiera,
vos sabéis que vuestros cielos
envidiaran mi riqueza.
El niño recién nacido
no mueve la pura lengua,
aunque es la sabiduría
de su eterno Padre inmensa.
Mas revelándole al alma
de la Virgen la respuesta,
cubrió de sueño en sus brazos
blandamente sus estrellas.
Ella entonces desatando
la voz regalada y tierna,
así tuvo a su armonía
la de los cielos suspensa.
Pues andáis en las palmas,
Ángeles santos,
que se duerme mi niño,
tened los ramos.
Palmas de Belén
que mueven airados
los furiosos vientos
que suenan tanto.
No le hagáis ruido,
corred más paso,
que se duerme mi niño,
tened los ramos.
El niño divino,
que está cansado
de llorar en la tierra
por su descanso,
sosegar quiere un poco
del tierno llanto,
que se duerme mi niño,
tened los ramos.
Rigurosos yelos
le están cercando,
ya veis que no tengo
con qué guardarlo.
Ángeles divinos
que vais volando,
que se duerme mi niño,
tened los ramos.
Félix Lope de Vega (1562-1635)
Repastaban sus ganados
a las espaldas de un monte
de la torre de Belén
los soñolientos pastores,
alrededor de los troncos
de unos encendidos robles,
que, restallando a los aires,
daban claridad al bosque.
En los nudosos rediles
las ovejuelas se encogen,
la escarcha en la hierba helada
beben pensando que comen.
No lejos los lobos fieros,
con los aullidos feroces,
desafían los mastines,
que adonde suenan, responden.
Cuando las oscuras nubes,
de sol coronado, rompe
un Capitán celestial
de sus ejércitos nobles,
atónitos se derriban
de sí mismos los pastores,
y por la lumbre las manos
sobre los ojos se ponen.
Los perros alzan las frentes,
y las ovejuelas corren
unas por otras turbadas
con balidos desconformes.
Cuando el nuncio soberano
las plumas de oro escoge,
y enamorando los aires,
les dice tales razones:
«Gloria a Dios en las alturas,
paz en la tierra a los hombres,
Dios ha nacido en Belén
en esta dichosa noche.
»Nació de una pura Virgen;
buscadle, pues sabéis donde,
que en sus brazos le hallaréis
envuelto en mantillas pobres».
Dijo, y las celestes aves
en un aplauso conformes
acompañando su vuelo
dieron al aire colores.
Los pastores, convocando
con dulces y alegres voces
toda la sierra, derriban
palmas y laureles nobles.
Ramos en las manos llevan,
y coronados de flores,
por la nieve forman sendas
cantando alegres canciones.
Llegan al portal dichoso
y aunque juntos le coronen
racimos de serafines,
quieren que laurel le adorne.
La pura y hermosa Virgen
hallan diciéndole amores
al niño recién nacido,
que Hombre y Dios tiene por nombre.
El santo viejo los lleva
adonde los pies le adoren,
que por las cortas mantillas
los mostraba el Niño entonces.
Todos lloran de placer,
pero ¿qué mucho que lloren
lágrimas de gloria y pena,
si llora el Sol por dos soles?
El santo Niño los mira,
y para que se enamoren,
se ríe en medio del llanto,
y ellos le ofrecen sus dones.
Alma, ofrecedle los vuestros,
y porque el Niño los tome,
sabed que se envuelve bien
en telas de corazones.
Félix Lope de Vega (1562-1635)
Zagalejo de perlas,
hijo del Alba,
¿Dónde vais que hace frío
tan de mañana?
Como sois lucero
del alma mía,
al traer el día
nacéis primero;
pastor y cordero
sin choza y lana,
¿dónde vais que hace frío
tan de mañana?
Perlas en los ojos,
risa en la boca,
las almas provoca
a placer y enojos;
cabellitos rojos,
boca de grana,
¿Dónde vais que hace frío
tan de mañana?
Que tenéis que hacer,
pastorcito santo,
madrugando tanto
lo dais a entender;
aunque vais a ver
disfrazado el alma,
¿Dónde vais que hace frío
tan de mañana.
San Juan de la Cruz (1542-1591)
Ya que era llegado el tiempo
en que de nacer había,
así como desposado
de su tálamo salía,
abrazado con su esposa,
que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre
en su pesebre ponía,
entre unos animales
que a la sazón allí había,
los hombres decían cantares,
los ángeles melodía,
festejando el desposorio
que entre tales dos había,
pero Dios en el pesebre
allí lloraba y gemía,
que eran joyas que la esposa
al desposorio traía,
y la Madre estaba en pasmo
de que tal trueque veía:
el llanto del hombre en Dios,
y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro
tan ajeno ser solía.
Luis Rosales (1910-1992)
El sueño como un pájaro crecía
de luz a luz borrando la mirada;
tranquila y por los ángeles llevada,
la nieve entre las alas descendía.
El cielo deshojaba su alegría,
mira la luz el niño, ensimismada,
con la tímida sangre desatada
del corazón, la Virgen sonreía.
Cuando ven los pastores su ventura,
ya era un dosel el vuelo innumerable
sobre el testuz del toro soñoliento;
y perdieron sus ojos la hermosura,
sintiendo, entre lo cierto y lo inefable,
la luz del corazón sin movimiento.
Luis Rosales (1910-1992)
¡Morena por el sol de la alegría,
mirada por la luz de la promesa,
jardín donde la sangre vuela y pesa;
inmaculada Tú, Virgen María!
¿Qué arroyo te ha enseñado la armonía
de tu paso sencillo, qué sorpresa
de vuelo arrepentido y nieve ilesa,
junta tus manos en el alba fría?
¿Qué viento turba el momento y lo conmueve?
Canta su gozo el alba desposada,
calma su angustia el mar, antiguo y bueno.
La Virgen, a mirarle no se atreve,
y el vuelo de su voz arrodillada
canta al Señor, que llora sobre el heno.
Sagrada Familia del pajarito, 1650. Bartolomé Estaban Murillo.
Fray Luis de Leon (1527-1591)
Virgen, que el sol más pura,
gloria de los mortales, luz del cielo,
en quien la piedad es cual la alteza:
los ojos vuelve al suelo
y mira un miserable en cárcel dura,
cercado de tinieblas y tristeza.
Y si mayor bajeza
no conoce, ni igual, juicio humano,
que el estado en que estoy por culpa ajena,
con poderosa mano
quiebra, Reina del cielo, esta cadena.
Virgen, en cuyo seno
halló la deidad digno reposo,
do fue el rigor en dulce amor trocado:
si blando al riguroso
volviste, bien podrás volver sereno
un corazón de nubes rodeado.
Descubre el deseado
rostro, que admira el cielo, el suelo adora:
las nubes huirán, lucirá el día;
tu luz, alta Señora,
venza esta ciega y triste noche mía.
Virgen y madre junto,
de tu Hacedor dichosa engendradora,
a cuyos pechos floreció la vida:
mira cómo empeora
y crece mí dolor más cada punto;
el odio cunde, la amistad se olvida;
si no es de ti valida
la justicia y verdad, que tú engendraste,
¿adónde hallará seguro amparo?
Y pues madre eres, baste
para contigo el ver mi desamparo.
Virgen, del sol vestida,
de luces eternales coronada,
que huellas con divinos pies la Luna;
envidia emponzoñada,
engaño agudo, lengua fementida,
odio crüel, poder sin ley ninguna,
me hacen guerra a una;
pues, contra un tal ejército maldito,
¿cuál pobre y desarmado será parte,
si tu nombre bendito,
María, no se muestra por mi parte?
Virgen, por quien vencida
llora su perdición la sierpe fiera,
su daño eterno, su burlado intento;
miran de la ribera
seguras muchas gentes mi caída,
el agua violenta, el flaco aliento:
los unos con contento,
los otros con espanto; el más piadoso
con lástima la inútil voz fatiga;
yo, puesto en ti el lloroso
rostro, cortando voy onda enemiga.
Virgen, del Padre Esposa,
dulce Madre del Hijo, templo santo
del inmortal Amor, del hombre escudo:
no veo sino espanto;
si miro la morada, es peligrosa;
si la salida, incierta; el favor mudo,
el enemigo crudo,
desnuda, la verdad, muy proveída
de armas y valedores la mentira.
La miserable vida,
sólo cuando me vuelvo a ti, respira.
Virgen, que al alto ruego
no más humilde sí diste que honesto,
en quien los cielos contemplar desean;
como terrero puesto-
los brazos presos, de los ojos ciego-
a cien flechas estoy que me rodean,
que en herirme se emplean;
siento el dolor, mas no veo la mano;
ni me es dado el huir ni el escudarme.
Quiera tu soberano
Hijo, Madre de amor, por ti librarme.
Virgen, lucero amado,
en mar tempestuoso clara guía,
a cuyo santo rayo calla el viento;
mil olas a porfía
hunden en el abismo un desarmado
leño de vela y remo, que sin tiento
el húmedo elemento
corre; la noche carga, el aire truena;
ya por el cielo va, ya el suelo toca;
gime la rota antena;
socorre, antes que embiste en dura roca.
Virgen, no enficionada
de la común mancilla y mal primero,
que al humano linaje contamina;
bien sabes que en ti espero
dende mi tierna edad; y, si malvada
fuerza que me venció ha hecho indina
de tu guarda divina
mi vida pecadora, tu clemencia
tanto mostrará más su bien crecido,
cuanto es más la dolencia,
y yo merezco menos ser válido.
Virgen, el dolor fiero
añuda ya la lengua, y no consiente
que publique la voz cuanto desea;
mas oye tú al doliente
ánimo, que contino a ti vocea.
César Augusto Franco (1948-)
I
No hay lino para cubrir
tanta desnudez divina,
ni zarzas para tejer
una corona de espinas.
Ni madera para cruz,
ni clavos para tenerte
sujeto y fijo de amor
en el árbol de tu muerte.
María viste de besos
tu carne recién nacida,
y José atiza el fuego
que enrojece tus mejillas,
y es púrpura para el rey
y una corona encendida.
II
Negra muy negra la noche
extiende su densa capa,
mientras la luna denuncia
otra luz blanca muy blanca
espabilando en el heno
miles reflejos de plata.
Virgen muy virgen María
hace en el portal su cama,
más negra fuera la noche
más virgen fuera la dama.
Llega la noche a su cenit
de negrura milenaria,
y la luz abre la celda
virginal donde moraba,
la celda nazaretana
que sella Dios con la gracia
de la luz tan alumbrada,
tornando la noche en día
siendo ya noche cerrada.
Niño muy niño la luz
convierte la noche en alba
y se apagan las estrellas
para que brille la dama
sin quitarle fuego al sol
nacido de sus entrañas.
Virgen muy virgen María
robó a la noche su capa
con los destellos del alba,
que donde nace la luz
no existe noche cerrada.
III
Busca María un juguete
para callar al zagal,
que no hace más que llorar,
y no hay cristiano que duerma
de tanto oírle penar.
Como es diciembre no hay flores
para tejer mil guirnaldas,
que le adornen de colores
la cuna que le amortaja.
Sólo encuentra entre las pajas
una ramita de olivo,
que a la luz de los candiles
hace dibujos festivos:
conejos y pajarillos,
alas de un ángel furtivo
y golondrinas inquietas.
¡Sombras proyecta el olivo!
El niño trueca los lloros
por la sonrisa de Dios,
y se adormece en la cuna
bajo una sombra de cruz:
es el trazo del olivo
sobre el bastón de José,
que María sobrepone
sin saber, Señor, por qué.
IV
Dicen que la luna es blanca
porque ha perdido el color
en una noche muy negra
donde brilló puro el sol.
Y dicen que el sol se quema
incendiado de pasión
mientras el mundo se enfría
con odios y resquemor.
Dicen que un niño ha nacido,
blanco lirio sin dolor,
de una Virgen que se viste
con los piropos de Dios.
Dicen que el niño sí sufre
siendo ya Dios en prisión,
su llanto envidia la luna
y eclipsa el fulgor del sol,
y dicen que, mientras llora,
le roba pasión a Dios
para encender a los hombres
hogueras de compasión.
Dicen que la luna es blanca
porque ha perdido el color,
cuando en la noche de invierno,
brilló, hecho niño, el sol.
V
Los primeros ayes de María
al nacer su Hijo
¡Ay, carne de mi carne,
tan sin dolor nacida,
toda vienes de mí
sin varón concebida!
¡Ay, sangre de mi sangre,
con que soy redimida,
siendo madre de ti
me devuelves la vida!
¡Ay, gozo de mis gozos,
que me dejas herida
con sospechas de muerte,
que ensombrecen mi dicha!
¡Ay, luz para mis ojos,
que contemplan los tuyos
donde me llora Dios
al son de mis arrullos!
¡Ay, risa de mis labios,
balbuceos divinos,
que ponen en mi boca
piropos como lirios!
¡Ay, llanto de mi llanto,
que me corta el aliento,
al ver entre tus lágrimas
un dolor que no entiendo!
¡Ay, vida de mi vida,
que se me va muriendo
poniéndote pañales
que se me antojan lienzos!
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