Lucio Anneo Séneca

Nació en Córdoba en los primeros años de la era cristiana. Hizo sus estudios superiores en Roma y Alejandría. Después ejerció la política en la que tuvo éxito, cargos y honores. Desterrado a Córcega por intrigas de palacio volvió más tarde a Roma para ser preceptor de Nerón. Otra vez entre en el mundo de la política, pero al final su situación se hizo muy difícil. El año 65, bajo el pretexto de estar complicado en una conjura, el emperador Nerón le invitó a quitarse la vida.

Aportaciones en el campo de la educación

Séneca fue un moralista y un director de conciencias más que preceptor. A pesar de sus contradicciones puede ser considerado un moralista muy próximo al cristianismo. El profesa: que la gran tarea de la educación es la formación del hombre virtuoso, que todos los hombres son iguales, que el sufrimiento es condición del mérito, que la muerte es tránsito para el nacimiento eterno, que la providencia de Dios conduce a los hombres. Todo su pensamiento nos lo ha dejado en varios ensayos morales y en sus cartas.

Séneca no escribió un tratado de índole explícitamente didáctica, sin embargo, en su amplia producción literaria se hallan valiosas observaciones y consejos referentes a la educación, como lo prueban las frases célebres suyas como: “No hay que aprender para la escuela, sino para la vida”, “Aprendemos mejor enseñando”, “Enseña cosas y no palabras”. Aconseja que el maestro debe partir de la individualidad del educando, “Consciente de que está formando un alma no simplemente instruyendo un intelecto”.

Busto de Séneca

Pensamientos

  • Nada es demasiado. El ánimo avaro no se sacia con ninguna ganancia. Espero del otro lo que a otro hicieras.

  • Dos cosas dan mucha fuerza al ánimo: la creencia en la verdad y la confianza.

  • Nos ha invadido el olvido de lo honesto. Nada es torpe si agrada el precio. Al hombre, cosa sagrada para el hombre, ya se le mata por juego y diversión.

  • Es necesario que nos propongamos como fin el bien supremo. Como navegantes hemos de dirigir el curso de nuestra vida hacia una estrella. La vida sin un propósito es errante y si hemos de proponernos algo empiezan a ser necesarios los principios.

  • Nada hay tan difícil y arduo que no lo venza la mente humana y no lo haga familiar el ejercicio asiduo.

  • Es fácil conformar los ánimos aun tiernos, mientras que es difícil cortar los vicios que crecieron con nosotros.

  • El amor no se define, se siente.

  • Me prohíbes interesarme por el cielo y me mandas que viva con la cabeza baja. Soy demasiado grande y nacido para cosas mayores como para hacerme esclavo de mi cuerpo.

  • ¿Por qué nadie confiesa sus vicios? Porque está sumergido en ellos. Contar sus sueños es del que está despierto y confesar sus vicios es indicio de estar sano moralmente.

  • Esto es lo que hacía Sexto, quien al retirarse para el descanso de la noche, se preguntaba a sí mismo: ¿Cuál de tus males has curado hoy? ¿A qué vicio has resistido? ¿Qué más hermoso que esta costumbre de examinarse cada día?

  • Nadie puede llevar una vida feliz, ni tolerable siquiera, sin afición a la sabiduría.

  • Haz, por favor, querido Lucilio, lo único que puede hacerte feliz: desecha y pisotea lo que brilla por fuera, lo que te promete otro o ha de venirte de otro, aspira al bien verdadero y goza de lo tuyo.

  • Cuida que la lectura de muchos autores tenga algo de vago. Es necesario detenerse en algunos ingenios.

  • No nos conocemos ni a nosotros mismos. ¿Por qué vamos a juzgar a los demás?

  • Esos que de unos propósitos saltan a otros, o que ni siquiera saltan sino que se dejan llevar por cualquier azar. ¿Cómo pueden tener nada seguro ni permanente?

  • Si quieres que se te sometan todas las cosas, sométete tú a la razón.

  • No es feliz aquel a quien el vulgo tiene por tal, por haber confluido en él mucho dinero, sino quien tiene todo su bien en el ánimo recto, elevad, quien pisotea lo mudable, que no ve a nadie con el que se quiera cambiar, que estima al hombre, por lo que es hombre.

  • ¿En qué consiste la libertad absoluta? En no temer a los hombres ni a los dioses, en no querer lo vergonzoso ni lo excesivo, el tener sobre sí mismo el máximo poder.

  • Te daré una breve fórmula con la que veas si ya eres perfecto: tendrás lo tuyo cuando comprendas que los más desgraciados son los más felices.

  • Felicidad es no necesitarla

  • Así como es tonto quien, habiendo de comprar un caballo, no examina el caballo mismo, sino sus arreos, así también es el mayor de los necios quien estima al hombre por su ropa o su condición social, que a modo de ropa le rodea.

  • De nada aprovecha esconderse y evitar los ojos y los oídos de los hombres: si la conciencia es buena venga la muchedumbre, si es mala, aún en la soledad estará inquieta y angustiada. Si es honesto lo que haces sirva de ejemplo a todos, si es torpe de nada sirve que no lo sepa nadie si lo sabes tú.

  • No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas.

  • Lo que no querríamos imitar si sólo unos cuantos lo hicieran, lo imitamos cuando muchos empezaron a hacerlo, como si por ser más frecuente fuese más honesto. ¡Hasta el error, así que se generaliza, pasa entre nosotros como acierto!

  • Vivir siempre en la comodidad y pasar sin una pena en el alma es ignorar la otra mitad de la naturaleza.

  • Si te viere aclamado por las lisonjeras voces del vulgo, si al entrar tú en un local el clamor y los aplausos (histriónicas honras) resonaran con estrépito, si por toda la ciudad te alabasen las mujeres y los niños, ¿por qué no habré de compadecerte, sabiendo como sé cuáles son los caminos por los que se llega a esa popularidad?

  • No llega antes el que va más rápido sino el que sabe a dónde va.

  • La naturaleza nos ha engendrado aptos para aprender y nos ha dotado de una razón imperfecta, pero capaz de perfeccionarse. (...) Muéstrame algún remedio para esta situación. Haz que no rehúya la muerte, que la vida no se me escape. Dame estímulos contra las dificultades, contra lo inevitable; ensancha los límites de mi existencia: muéstrame que el bien de la vida no se halla en la duración de ésta, sino en su aprovechamiento, y que puede acontecer, más aún, acontece con muchísima frecuencia, que haya vivido poco quien ha vivido largo tiempo.

Nerón y Séneca. Eduardo Barrón González, 1904

Escayola, 210 x 265 cm

Nerón y Séneca fue realizado en escayola y parcialmente policromado, obtuvo la medalla de oro la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1904. Obra de Eduardo Barrón, autor del primer catálogo razonado de la colección de escultura del Museo del Prado y conservador y restaurador del mismo hasta su prematuro e inesperado fallecimiento en 1911. El grupo representa a Séneca instruyendo a Nerón, del que era tutor. Barrón retrata a los personajes dramatizando lo opuesto de sus caracteres, e insinuando el injusto final del filósofo cordobés, acusado de traición y obligado por el emperador a suicidarse. Las esculturas premiadas en las Exposiciones Nacionales ingresaban en el Museo y se pasaban a material definitivo con financiación del Estado, pero en este caso no llegó a poder hacerse, lo que hace todavía más valiosa la conservación de este grupo original en escayola policromada, de un tamaño excepcional, que permite constatar su talento, la exquisita factura y el grado de calidad técnica alcanzado por el escultor, y el lenguaje clásico de gran minuciosidad en el que se expresó, consecuencia de su aprendizaje romano. La obra estuvo depositada durante muchos años en el vestíbulo del Ayuntamiento de Córdoba.

La muerte de Séneca. Manuel Domínguez, 1871

Séneca, después de abrirse las venas, se mete en un baño y sus amigos, poseídos de dolor, juran odio a Nerón que decretó la muerte de su maestro.

Óleo sobre lienzo, 270 x 450 cm

Manuel Domínguez eligió un argumento de la Roma antigua, aunque vinculado en gran medida al mundo hispano al tener como protagonista al filósofo cordobés Lucio Anneo Séneca (4-65 d. C.), maestro del emperador Nerón, quien ordenó su muerte acusándole de haber participado en la conjura de Pisón contra su persona. Burlando la ejecución de la orden imperial como desprecio hacia Nerón, Séneca decidió quitarse la vida. Para ello se abrió las venas y se metió en una bañera, aunque finalmente murió por la inhalación de los vapores del baño.

Conocido tradicionalmente el lienzo con el título abreviado de La muerte de Séneca, la escena se ambienta en una fría estancia circular, que parece representar la sala de unas termas, decorada con ricos mármoles y relieves. En ella está situada la bañera en la que asoma el cuerpo macilento y huesudo del anciano filósofo, con la cabeza desplomada hacia atrás y el brazo caído, cubierta su desnudez por un paño sobre el que reposa una corona de laurel, como homenaje póstumo a la sabiduría del viejo filósofo. Reclinado sobre él, llora desconsolado uno de sus discípulos, sentado en una banqueta de bronce, cubriéndose con la mano el llanto de su rostro, mientras los demás permanecen en pie, contemplando con consternada serenidad la última exhalación del filósofo. Uno de ellos se lleva el puño al pecho jurando venganza por la muerte de su maestro con la mirada fija en su cadáver, viéndose detrás el pebetero con las brasas humeantes, instrumento definitivo del suicidio.

El éxito que esta pintura tuvo ya en su tiempo residió fundamentalmente en la modernidad que suponía la severa monumentalidad de su composición, así como en su elegante sencillez en la disposición de las figuras, de rasgos clásicos, situadas en un espacio interior amplio, de arquitectura rica y grandiosa. La escena se organiza sobre coordenadas verticales, marcadas por los personajes que permanecen en pie y la vasija del primer término y subrayadas por las columnas de la sala, frente a la horizontalidad del propio formato del lienzo, el perfil de la bañera y los frisos del fondo, formando una estructura reticular tan sólo rota por el cuerpo del joven inclinado sobre su maestro y el brazo desplomado del filósofo, cuyas extremidades marcan sendas diagonales paralelas. Así, conjugando tan estudiada rítmica, Domínguez logra una composición de enorme elegancia y solemnidad, concentrando toda la intensidad emocional de la escena en estos dos personajes principales.

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