Nació en Calahorra (25-96). Muy joven se trasladó a Roma y recibió educación de los mejores maestros de su tiempo. Volvió a España terminados los estudios y ejercicio de abogado. Trasladado de nuevo a Roma el año 68 abrió allí una escuela que llegó a adquirir gran reputación en la sociedad romana y en todo el imperio, de forma que se le concedió la dignidad de cónsul.
Estatua de Quintiliano en Calahorra.
Los razonamientos de Quintiliano han resistido el paso del tiempo. Creía que el ambiente del hogar era importante en la educación; proponía que los alumnos más pequeños jugaran con letras de marfil para familiarizarse con el alfabeto; elogiaba al buen maestro, recordando que los estudiantes recuerdan con respeto a quien agrada y sabe enseñar; se oponía, igual que su contemporáneo Plutarco, a los castigos físicos... Pensaba, en fin, que la lectura, la redacción y la imitación de los buenos modelos eran cruciales para el futuro orador. El hombre que sabe expresarse debía ser, a su juicio, una persona de elevados principios y personalidad definida, la máxima expresión de la ética, la formación y el discernimiento estilístico.
En el haber de Quintiliano ha de inscribirse el tratar formalmente de la educación, respondiendo a una ceñida problemática con rigor y método científico. Su obra es la codificación más lograda del quehacer pedagógico que logró el humanismo clásico.
Como Séneca, afirma la hegemonía ética de la persona. Y como él, al plantearse la antinomia naturaleza-arte, pone a éste al servicio de aquella.
La obra de Quintiliano constituye un programa didáctico que sintetiza y modera toda la anterior enseñanza retórica. Traza las bases de la educación liberal prefigurada por Isócrates. Quintiliano, siguiendo a Cicerón, concibe la Retórica como el arte del saber, y la ofrece como una base sólida para la educación liberal. La Retórica, tarea del abogado, es, según él, un marco de referencias en el que se encuadra toda la actividad educativa.
La contribución más original de Quintiliano a la teoría de la educación retórica es su doctrina acerca del "hombre bueno", su teoría de la integridad moral como condición de la "credibilidad" y como fundamento de toda la oratoria: el sistema de educación retórica que defiende Quintiliano tiene como meta la creación del orador romano ideal como un hombre virtuoso, eficiente y elocuente. El mérito principal de Quintiliano en la historia de las ideas pedagógicas reside en haber captado el carácter unitario del proceso de la educación.
Las enseñanzas más importantes en el campo educativo nos las dejó Quintiliano en su famosa obra “Institutiones oratoriae”. La trascendencia e influencia de este texto es enorme. Aunque es probable que durante la Edad Media se conocieran algunos fragmentos, el texto completo no se utilizó hasta el año 1416, fecha en que fue descubierto en el monasterio de San Galo por el humanista italiano Poggio Bracciolini. Desde ese momento, su popularidad fue creciendo progresivamente y formó parte de los planes de estudios de toda Europa. Entre los años 1475 y 1600, se publicaron más de un centenar de ediciones.
Para él aprender es algo propio y natural del hombre y que está a la mano de todos, contradiciendo así a aquellos que pensaban que la educación estaba reservada solo a unos pocos. Estaba tan seguro de esta idea que culpa del fracaso del aprendizaje a la actitud llevada a cabo por el adulto y no a la del niño. Él afirma que la educación es un bien que beneficia a todo el mundo, incluyendo a aquellas personas que son inteligentes y a las que no lo son tanto. Pero todo no depende solo de la educación sino también del entorno en el que viva el niño y el empeño que este ponga en alcanzar el lugar al que desee llegar de acuerdo con sus posibilidades. Para Quintiliano los hombres deben intentar llegar a lo máximo intentando superar sus aspiraciones y no quedarse solo en las metas que saben que son capaces de lograr. De acuerdo con esto, defiende una pedagogía del esfuerzo, donde cada uno llegue a sus máximas posibilidades. También es defensor de que exista competitividad entre los hombres, pero cree necesario eliminar el sentimiento de fracaso en ellos cuando no se logra llegar al primer puesto.
El niño bueno estará muy distante de ser perezoso y dejado, como otros; oirá sin repugnancia lo que se le enseñe; hará algunas preguntas; seguirá por donde se le lleve, pero no se adelantará. Aquella especie de ingenios, que como a fruta se anticipan, nunca llegan a sazón.
Y así vuelve a la tarea con mayor empeño, después de tomar ánimo en la diversión y aun con más gusto… Haya, sin embargo, tasa en la diversión.
El azotar a los discípulos, en ninguna manera la tengo por conveniente. Principalmente porque es cosa fea. Si hay alguno de tan ruin modo de pensar que no se corrija con la reprensión, éste hará también callo con los azotes.
Lo primero de todo, el maestro revístase de naturaleza de padre, considerando que les sucede en el oficio a los que le han entregado a sus hijos.
Hay que enseñar a cada uno conforme a lo que pide su ingenio, ayudándole a aquello mismo a donde principalmente le llama la naturaleza… Se acomodará tanto al genio de cada uno que les vaya llenando por donde cada cual sobresale.
Los discípulos no tengan a sus maestros menos amor que al estudio; persuadiéndose que son padres, no corporales, sino espirituales.
Si alguno pretende que yo le dé la única y la más principal regla que hay para aprender de memoria, sepa que ésta es el ejercicio y el trabajo; aprender mucho de memoria, meditar mucho; y si todos los días se puede hacer esto, es el medio más poderoso. Ninguna cosa hay que en tanto grado se aumente con el cuidado y se disminuya con el descuido. Por cuya razón, los muchachos, como lo tengo ya ordenado, aprendan inmediatamente de memoria las más cosas que les sean posibles.
Es falsa la queja de que son muy raros los que pueden aprender lo que se les enseña, pues hallaremos en los más, por contrario, facilidad para discurrir y aprender de memoria, como que estas dos cosas le son al hombre naturales.
Nunca una enseñanza que despoje a la naturaleza de lo valioso que ella tiene; su papel es más bien reforzarlos y complementarlo.
El maestro diestro, encargado ya del niño, lo primero de todo tantee sus talentos e índole.
A la manera que la naturaleza crió para volar a las aves, no de otra suerte nos es peculiar el origen del alma por celestial.
Conservamos lo que aprendimos en los primeros años, como no se puede desteñir el primer color de las lanas.
Lo bueno fácil cosa es que se mude en vicio; pero el vicio ¿cuándo lo mudarás en virtud?
Desearía que los versos que se les ponen en muestras de escribir no contengan inútiles sentencias, sino algún buen aviso, porque la memoria de estos dura hasta la vejez.
No quiero que se envíe al niño donde esté abandonado. Ni tampoco el Maestro, si quiere cumplir con su obligación, se encargará de más discípulos de los que pueda enseñar.
Lo primero que deberá cuidar el Maestro es el tener amistad y trato con sus discípulos, y que no tome la enseñanza por oficio sino por afición.
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