Nació en Alcañiz (Teruel). Ejerció la enseñanza en las Universidades de Zaragoza y de Valencia. Murió hacia 1580. Este humanista, erudito y científico español, figura en el catálogo de autoridades de la lengua publicado por la real Academia Española.
Escribió más de medio centenar de obras, entre las que destaca “El estudioso de la aldea” y “El estudioso cortesano”, las dos de carácter pedagógico.
Sus más felices hallazgos se encuentran en el campo de los procedimientos de enseñar.
El ideal humano de Palmireno queda configurado por cuatro rasgos esenciales: devoción, buenas maneras, ciencia y habilidad práctica.
Su meta fundamental viene expresado en este axioma: la finalidad de todo quehacer de estudio viene de la vida tal como se presenta. Todo lo que no prepare para ella es inútil.
De las principales cosas que un buen discípulo se ha de rpoveer es una, la memoria; porque ésta es el tesoro de las ciencias y no podemos decir que sabemos sino aquello que tenemos en la memoria. Es provechosa para aumentar y conservar la hacienda, para llevar un buen orden en sus negocios, para el gobierno de la república, para enmendar la vida, porque los ejemplos de los pasados, si bien los tenemos en la memoria, nos encamina para lo que viniere.
Cuatro cosas son necesarias al estudioso, que son: devoción, buena ctianza, pulida doctrina, y lo que llaman agibilia. Agibilia llama el vulgo a la desenvoltura que el hombre tiene de ganar un real, en saberlo guardar y aumentar, en saberse bien asentar sobre su cuerpo la ropa, tratarse limpio, buscar su descanso, ganar las voluntades y favores, conservar la salud, no dejarse engañar cuando compra algo, y regirse de modo que no puedan decir: este hombre, sacado del libro, es un grande asno.
Si dices: no soy de mí mismo agudo, no me respondas esto, porque si es verdad lo que dicen, conversa con buenos y serás uno de ellos. ¿Cómo es posible que hayas conversado con tantos doctores, que has leído y no seas uno de ellos?
En lo que toca a tu vida de preceptor te aconsejo te acostumbres a no aguardar a que sientas la hora de la lección en tu casa, a no leer la lección sin proveerla, aunque la sepas bien de otros años, ni comenzar sin rezar, ni olvidarte de que cada lección tuya pueda sacar el niño un punto para el alma, un consejo para su vida o sentencia o refrán.
Dice Séneca que no ha de pensar el que gobierna y manda que la república es suya, más que él es de la república; no se ha de tener por señor sino por esclavo y siervo público.
El edificio de la verdadera gloria de la vida está fundado en las zanjas de la humildad: y “quien quisiere ser mayor entre vosotros sea vuestro servidor”. De aquí el Papa Gregorio sacó aquel noble título: Sevus servorum Dei, esto es. Siervo de los siervos de Dios.
El manjar desabrido con la sal se hace sabroso, con la miel dulce. Así no es imposible al maestro hacerse perfecto participando del espíritu divino.
Cuando estés con tus discípulos de obligación y vienen amigo con cosas poco importantes a divertirte, acuérdate de la severidad del Abad Apolo. Palmireno, Palmireno ten vergüenza, que por un inoportuno que te pida parecer de un soneto o uno que te visita, dejes media lección sin cumplir con tus discípulos.
Gran lástima es ver cómo está la claridad del prójimo, en que nunca los maestros decimos bien uno de otro. Criánronme en ello hacia invectivas. Ahora que me reconozco he gran pesar de lo que primero hacía; porque por un puntillo de honra, por uno disculpa, por un interés, publicaba en mi cátedra las flaquezas del adversario y las mías. Bendito el Señor que me ha dado este conocimiento, antes de mi muerte. Su divina majestad sea servida darme en esta enmienda constancia.
Así como una nave no se debe llamar buena por ser mejor pintada ni por tener proa de plata, sino por ser firme y segura y bien calafeteada, ligera y velera, abediente al gobernalle, así no se llamará ninguno buen maestro por ser buen latino o retórico, buen tañedor de tecla, sino por letras, reputación y virtudes.
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