Nació en San Juan del Pie del Puerto, baja Navarra, en 1529. Cursó estudios de medicina en Alcalá de Henares, donde obtuvo sucesivamente los títulos de bachiller, licenciado y doctor, éste último en 1559. Fue médico titular de Baeza y allí publicó en 1575 su única obra conocida “El examen de ingenios para las ciencias”. Falleció en 1588.
Se le admite, junto con Vives, como padre de la psicología diferencial y precursor indiscutible de la orientación profesional.
Enfoca los temas pedagógicos desde el punto de vista individual y social.
Señala que las funciones del Maestro son éstas:
Diagnosticar el tipo de ingenio del alumno.
Seleccionar al alumno para los estudios que le convienen, teniendo como referentes, la memoria, el entendimiento y la imaginación.
Orientar al alumno en el camino que debe escoger.
Dirigir los estudios.
Atender no sólo al talento genérico sino también al específico.
Guiar en cuanto al método a seguir.
Acentúa la importancia del compuesto psicofísico del hombre.
Al maestro, para educar en la virtud, se le exigirá el educar con métodos que abarquen todo el compuesto humano.
Siendo Dios el autor de la naturaleza y viendo que ésta no da a cada hombre más que una diferencia de ingenio, por la dificultad que de juntarlas hay, se acomoda con ella.
Saber distinguir y conocer estas diferencias naturales de ingenio y aplicar con arte a cada uno a la ciencia en que más ha de aprovechar, es el intento de mi obra.
Aristóteles dice que los errores de los que primero empezaron a filosofar se han de tener en gran veneración; porque como sea tan dificultoso el inventar cosas nuevas, y tan fácil el añadir lo que ya está dicho y tratado, las faltas de los primeros no merecen ser muy reprendidos, ni al que añade se le debe dar mucha alabanza.
El entendimiento es potencia generativa y que se emprenda y pare, y que tiene hijos y nietos y aun partera, dice Platón.
El hombre “ingenio” el cual desciende de este verbo “ingeniero”, que quiere decir engendrar dentro de sí una figura entera y verdadera, que represente al vivo la naturaleza del sujeto, cuya es la ciencia que se aprende.
Para las ciencias divinas son menester mayores ingenios que para las demás, porque no se aprovechan del sentido. De lo cual se colige cuan mal se hace en nuestro tiempo con la teología, pues sin hacer la elección que la Iglesia católica manda, entran a estudiarla aunque Naturaleza los ordenó para cavar y arar.
No hay cosa más perjudicial en la república que un necio con opinión de sabio, mayormente si tiene algún mando o gobierno.
No hay hombre en el mundo, por rudo que sea, a quien no le dé Naturaleza habilidad para algo.
¡Cosa muy usada entre hombres: pagar el hijo la mucha sabiduría del padre!
Si el muchacho no tiene de suyo el entendimiento preñado de los preceptos y reglas de aquel arte que quiere aprender, que son vanas las diligencias que cualquier padre haga con su hijo.
De solo el entendimiento de Sócrates se puede verificar esta comparación, porque enseñaba preguntando y hacía que el propio discípulo atinase a la doctrina sin que él se la dijese.
No tienen otro oficio los maestros con sus discípulos más que apuntarles la doctrina; porque si tienen fecundo ingenio, con sólo esto les hacen parir admirables conceptos.
Entramos tres compañeros a estudiar juntos latín, y el uno aprendió con gran facilidad, y los demás jamás pudieron componer una oración elegante. Pero pasados todos tres a dialéctica, el uno de los que no pudieron aprender gramática salió en las artes un águila caudal y los otros dos no hablaron una palabra en todo el curso. Y venidos todos tres a astrología, fue cosa digna de considerar que el que no pudo aprender latín ni dialéctica, en pocos días supo más que el propio maestro que nos enseñaba y a los demás jamás nos hizo entrar. De donde espantado, comencé luego a discurrir y a filosofar sobre ello, y hallé por mi cuenta que cada ciencia pedía su ingenio determinado y particular que sacado de allí no valía nada para las demás letras. Por tanto conviene, antes de que el muchacho se ponga a estudiar, descubrir la manera de su ingenio y ver cuál de las ciencias viene bien con su habilidad.
El que ha de aprender latín o cualquier otra lengua ha de hacerlo en la niñez. En la adolescencia se ha de trabajar en el arte de raciocinar. Venida la juventud, ya se pueden aprender todas las demás ciencias que pertenecen al entendimiento.
Sabida la edad, conviene buscar el lugar aparejado, donde no se trate otra cosa sino letras, como en la Universidad. La tercera diligencia es buscar maestro que tenga claridad y método al enseñar y que su doctrina sea buena y segura. La cuarta diligencia es estudiar con orden, comenzando por sus principios y subir por los medios hasta el fin.
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