Escritor y prelado español, nació en Treceño (Cantabria). A los doce años entró en la corte como paje del príncipe D. Juan. Luego ingresó en la orden franciscana desde la que se encumbró a las más altas dignidades: cronista y consejero de Carlos V, Obispo de Guadix y Mondoñedo. Debe su fama a estas obras: Marco Aurelio o Relox de príncipes, Menosprecio de la corte y alabanza de la aldea, Epístolas familiares
Su obra principal “Relox de príncipes” está dirigida, en primer lugar, al príncipe Felipe , luego Felipe II, y en segundo lugar busca también un tipo ideal de formación para toda persona.
La educación del monarca abarca tres aspectos: su persona, su familia y su república.
La principal dimensión de la educación es la educación de la virtud, basada siempre en la virtud de la religión.
Su obra principal se titula “Relox” o reloj porque quiere construir una persona bien acompasada y rítmica.
Es muy interesante la descripción que hace de las cualidades que debe tener el ayo.
A mí me parecer, por cuatro razones deben ser los príncipes virtuosos:
porque deben temer, honrar y servir a un solo Dios,
porque deben favorecer a los necesitados,
porque han de dar cuenta a Dios de los estados,
Porque los favores sólo le han de venir de Dios.
Si me preguntara un príncipe para qué es príncipe, yo le diría, que el que es Príncipe verdadero os ha hecho príncipes para que seáis destructor de herejes, émulo de maliciosos, verdugo de los tiranos, remunerador de los buenos, azote de los malos, único celador de la república, y sobre todo sois mero ejecutor de la justicia, comenzando primero por vuestra casa y persona.
El príncipe virtuoso, cuando fuere de camino, han de ir sabios con él hablando, cuando comiere han de estar sabios a su mesa disputando, cuando se apartare de los sabios ha de estar leyendo, porque no es tan atrevido al caballero que entra sin armas en la batalla como el príncipe que sin aconsejarse de sabios rige la república.
Los príncipes y grandes señores deben mucho encomendar a los ayos de sus hijos que les avecen a desvezarse de seguir sus apetitos, de manera que los descaminen de seguir su parecer propio y los encaminen con el parecer ajeno.
No se tenga en poco saber hacer la elección de un buen ayo, porque muy cuerdo es el príncipe que lo busca y muy bienaventurado el príncipe que lo halla. Porque a mí parecer no es de las pequeñas empresas del mundo obligarse uno a criar bien al príncipe.
Ponemos aquí algunas condiciones que han de tener los ayos que han de criar hijos de buenos, lo cual será causa de dar a ellos mucha honra y sus discípulos salir con mucha crianza:
Es necesario que el que ha de ser ayo de algún hijo de bueno sea de media edad. Si tiene poca edad ha vergüenza de mandar, y si tiene muchos años no puede castigar.
Que los ayos y maestros sean honestos y esto no sólo en cuanto a la pureza de conciencia sino en cuanto a la exterior limpieza de vida.
Que sean hombres muy verdaderos, no sólo en sus palabras que hablan, pero aun en las contrataciones que tratan.
Que sean de natural largos y dadivosos, porque muchas veces la avaricia de los ayos emponzoñan los corazones de los príncipes a ser codiciosos y avaros.
Que sean muy moderados en las palabras, porque muy extremada virtud en el príncipe es que escuche con paciencia y responda con prudencia.
Que sean hombres cuerdos y muy asentados.
Que sean muy leídos en la escritura divina y humana.
Que de los vicios de la carne no sean notados, porque jamás será discípulo casto si el maestro es vicioso.
Que sea un hombre experimentado, porque el que sea un hombre experimentado a todos tiene ventaja en consejo.
Los príncipes, como son hombres, no es maravilla que sientan las injurias y que las quieran vengar. Pero para eso tienen personas prudentes en sus consejos para que los desapasionen y les mitiguen los enojos.
Digo, ruego, exhorto, amonesto a todos los príncipes y grandes señores que por aquel que es príncipe de la paz, procuren la paz, conserven la paz y vivan en paz, porque en la paz ellos serán ricos y sus pueblos bienaventurados.
Es tan feo, es tan malo, es tan odioso el vicio de la avaricia que si se pusiese a escribir todos los males que en él hay, no sería más de agotar el mar de agua.
El hombre que es verdadero por doquiera pueda andar, con todos puede tratar, a nadie debe tener, ninguno la puede acusar, a todos puede reprender, con libertad puede delante de todos hablar, y a do quiera su cara descubrir.
Doquiera que hay un poco de justicia, no hay ladrones, no hay mentirosos, no hay homicidas, no hay crueles, no hay blasfemos. Finalmente digo que en la casa o república que reposa la justicia ni saben cometer vicios ni menos disimular con viciosos.
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