Las tres princesas de la Tierra Blanca

Peter Christen Asbjørnsen y Jørgen Moe

Kay Nielsen, 1914.

Érase una vez un pescador que trabajaba muy duro pescando para la mesa del rey. Un día no pescó nada. No importaba cuántas veces lanzara línea con la caña, no había ni un espadín en el anzuelo, pero cuando estaba a punto de terminar el día, emergió del agua una cabeza que le dijo: “Si me prometes que me darás lo que tu esposa te enseñe cuando llegues a casa, tendrás pesca más que suficiente”.

Y el hombre dijo que sí al instante y tuvo una pesca excelente, pero al llegar a casa en la noche, su esposa le mostró al bebé que acababa de nacer. El hombre se echó a llorar y le contó de la promesa que había hecho, estaba muy triste.

De inmediato le dijeron al rey, quien al saber lo desesperada que estaba la mujer del pescador, dijo que se llevaría al bebé e intentaría salvarlo. El rey lo trató como si fuera su propio hijo y así creció hasta convertirse en un joven. Un día pidió permiso para ir a pescar con su padre, pues tenía muchas ganas de ir con él. El rey no quería dejarlo, pero al final le dio permiso. Se quedó con su padre y todo iba maravillosamente bien hasta que volvió a tierra en la noche. Ahí se dio cuenta de que había perdido su pañuelo y salió de nuevo al bote por él. Sin embargo, no bien se volvió a subir al bote, éste comenzó a moverse con fuerza y tan rápido que se formó espuma alrededor del bote. Todo lo que el muchacho hacía para devolver el bote a la orilla era inútil, pues siguió avanzando toda la noche hasta que llegó a una playa muy lejana en la que desembarcó. Al cabo de caminar un buen tramo encontró a un anciano con una barba blanca muy larga.

—¿Qué país es éste? —le preguntó el muchacho.

—La Tierra Blanca —respondió el anciano y le pidió que le dijera de dónde venía y qué se disponía a hacer.

—Muy bien —dijo el hombre—. Si caminas un poco más siguiendo la costa llegarás hasta donde están tres princesas enterradas de pie en la arena, de modo que sólo las cabezas sobresalen. Entonces te llamará la primera, que es la mayor, y te pedirá que le ayudes; la segunda hará lo mismo, pero no debes acercarte a ninguna de ellas. Pasa de largo como si no las vieras ni escucharas, pero llegarás hasta donde está la tercera. Haz lo que te pida y te traerá buena fortuna.

Cuando el muchacho pasó cerca de la primera princesa, ésta lo llamó y le pidió de una manera muy seductora que se acercara a ella, pero él se siguió de largo como si no la hubiera visto; pasó cerca de la segunda y ocurrió lo mismo hasta que llegó con la tercera.

—Si haces lo que te digo, podrás escoger a una de nosotras tres.

Y el muchacho dijo que así sería. Entonces la princesa le contó que tres trols las habían enterrado ahí, pero que antes vivían en el castillo que desde ahí podía verse a través del bosque.

—Deberás ir al castillo y dejar que los trols te golpeen una noche por cada una de nosotras, y si puedes soportar el castigo, nos liberarás. ¿Qué dices?

—Está bien. Lo intentaré.

—Cuando vayas al castillo, dos leones estarán en la puerta, pero si sólo pasas de frente en medio de los dos, no te harán nada; continúa derecho hasta una pequeña cámara oscura donde habrás de recostarte. Luego el trol llegará a golpearte, después tomarás un frasco que está colgado en la pared y te untarás con su contenido en los lugares donde el trol te haya hecho daño y con eso volverás a tu estado original. Finalmente, hay una espada al lado del frasco, tómala y aniquila al trol con ella.

El joven hizo lo que la princesa le dijo. Pasó entre los dos leones como si no los viera, luego entró en la pequeña cámara y se recostó en la cama.

La primera noche llegó un trol de tres cabezas que traía tres varas y golpeó al muchacho sin piedad, pero éste aguantó hasta que el trol terminó de golpearlo. Luego tomó el frasco y se untó las heridas con la pócima, después tomó la espada y con ella lo mató.

A la mañana siguiente, cuando fue a la orilla de la playa, vio que las princesas estaban desenterradas hasta la cintura.

En la segunda noche ocurrió casi lo mismo, aunque este trol tenía seis cabezas y traía seis varas y lo golpeó mucho más fuerte que el anterior, pero al día siguiente, cuando el joven fue a ver a las princesas, éstas ya estaban desenterradas hasta las rodillas.

En la tercera noche entró un trol que tenía nueve cabezas y traía nueve varas y golpeó al muchacho tan fuerte y por tanto tiempo, que el joven se desmayó. Entonces el trol lo azotó contra la pared y provocó que el frasco se derramara sobre él, por lo que en un momento volvió a recuperar su fuerza.

Y entonces, sin perder tiempo, tomó la espada de la pared y mató al trol. Por la mañana, cuando salió del castillo encontró a las princesas completamente fuera de la arena.

Tomó a la más joven como reina y vivió con ella muy feliz por muchos años.

Sin embargo, al cabo de un tiempo tuvo ganas de volver a casa a visitar a sus padres. A su reina no le agradó la idea, pero cuando él le dijo que los extrañaba mucho y que había decidido ir de cualquier manera, ella le dijo:

—Debes prometerme que harás lo que tu padre te pida, pero no lo que tu madre te pida —le dijo y el joven así lo prometió.

Y le dio un anillo que le concedía dos deseos a quien lo portara.

Deseó estar en casa y al instante se encontró ahí; y sus padres no dejaban de sorprenderse del esplendor de sus ropas.

Después de estar en casa por unos días, su madre quiso que fuera al palacio a mostrarle al rey en qué gran señor se había convertido.

El padre dijo: “No, no debe ir para allá, pues si lo hace ya no podremos disfrutar más de su compañía”. Pero sus palabras fueron en vano, pues la madre se lo pidió e insistió tanto que terminó por ir al castillo.

Cuando llegó ahí se veía aún más espléndido, tanto en su atuendo como en todo lo demás; el otro rey, al que no le gustó nada esta situación, le dijo:

—Puedes ver qué clase de reina es la mía, pero yo no puedo ver la tuya. No creo que tengas una reina tan bonita como la mía.

—¡Desearía que estuviera aquí con nosotros para que pudieras verla! —exclamó el joven rey y al momento ella apareció.

Pero estaba muy compungida y le dijo: “¿Por qué no recordaste mis palabras y no le hiciste caso a tu padre? Ahora debo regresar sola a casa de inmediato y tú ya has desperdiciado tus dos deseos”.

Entonces le ató al rey en el cabello un anillo que llevaba su nombre y deseó estar en casa nuevamente.

Y el joven rey se quedó muy afligido y se pasaba día y noche pensando cómo podría regresar al lado de su reina.

“Tengo que averiguar cómo volver a la Tierra Blanca” y echó a andar por el mundo.

Había ya avanzado cierta distancia cuando llegó a una montaña, donde encontró a un hombre que era el señor de todos los animales del bosque, pues todos acudían a su llamado cuando clamaba un cuerno del que disponía. El rey le preguntó dónde estaba Tierra Blanca.

—No lo sé, pero le voy a preguntar a mis animales —dijo, tocó su cuerno y les preguntó si sabían dónde estaba Tierra Blanca, pero ninguno pudo decirle.

Entonces el hombre le dio un par de zapatos especiales para la nieve. “Cuando te pongas estos zapatos irás con mi hermano, quien vive a cientos de kilómetros de aquí; él es el señor de las aves, pregúntale. Cuando llegues allá, simplemente gira los zapatos de manera que las puntas queden mirando hacia este lado y ellos mismos volverán por su propio medio”.

Al llegar allá, el rey colocó los zapatos tal como el señor de los animales del bosque le había dicho y éstos regresaron con él.

Una vez más preguntó por la Tierra Blanca y el hombre convocó a todas las aves y les preguntó si conocían dónde quedaba ese país. Pero ninguna sabía. Un poco alejada del resto llegó un águila vieja. Había estado lejos por diez años, pero tampoco sabía nada.

—Muy bien —dijo el hombre—. Te prestaré un par de zapatos para la nieve. Si te los pones, llegarás adonde está mi hermano, quien vive a cientos de kilómetros de aquí. Es el señor de los peces, a él le puedes preguntar. Pero no olvides poner los zapatos en esta dirección para que regresen.

El rey le dio las gracias, se puso los zapatos y cuando llegó con el señor de los peces, puso los zapatos apuntando hacia donde le había indicado el otro hombre y los zapatos emprendieron el viaje del mismo modo que los otros. Entonces volvió a preguntar si alguien sabía dónde estaba la Tierra Blanca.

El hombre tocó un cuerno y reunió a los peces, pero ninguno sabía nada al respecto. Un poco más atrás llegó un pez lucio muy viejito, con el que el hombre siempre tenía dificultades para que llegara.

Cuando le preguntó al lucio, éste le dijo: “Sí, conozco muy bien la Tierra Blanca, pues he sido cocinero ahí estos últimos diez años. Mañana temprano tengo que estar allá de vuelta, pues la reina se va a casar de nuevo porque el rey está lejos y no ha vuelto”.

—En ese caso te voy a dar un consejo —dijo el hombre—.

No muy lejos de aquí, en un páramo, están tres hermanos que llevan cien años peleando por un sombrero, una capa y un par de botas. Aquel que posea estas tres cosas puede hacerse invisible y le bastará sólo desear ir a un lugar para llegar a él de inmediato. Puedes decirles que te quieres probar estas tres cosas y así podrás decidir cuál de los tres es el que las tiene.

El rey le dio las gracias y se fue.

—¿Por qué motivo llevan peleando lo que ya parece una eternidad? —les preguntó a los hermanos—. Déjenme revisar las cosas que se disputan y haré las veces de juez y decidiré quién debe quedárselas.

Los hermanos aceptaron y en cuanto el rey tuvo en sus manos el sombrero, la capa y las botas, les dijo: “La próxima vez que los vea tendrán mi veredicto” y deseó estar lejos de ahí.

Mientras viajaba a toda velocidad por el aire se topó con el Viento del Norte.

—¿A dónde vas? —le preguntó el Viento del Norte.

—A la Tierra Blanca —dijo el rey y le contó su historia.

—En ese caso puedes seguir tu camino delante de mí. Tú irás más rápido porque yo tengo que soplar en cada esquina, pero cuando llegues allá colócate en las escaleras que están a un lado de la puerta y entonces yo llegaré soplando con mucha fuerza, como si quisiera derribar el castillo, y cuando el príncipe que va a casarse con tu reina salga para ver qué ocurre, tómalo del cuello y sácalo del castillo, entonces yo intentaré cargarlo y llevarlo lejos de la corte.

El rey hizo lo que el Viento del Norte le dijo. Se detuvo en las escaleras y cuando el Viento llegó aullando y rugiendo y sopló sobre el techo y las paredes del castillo hasta hacerlas temblar, el príncipe salió a ver qué ocurría; en cuanto lo hizo, el rey lo tomó del cuello, lo sacó de ahí y el Viento del Norte se lo llevó muy lejos. Después de haberse librado de él entró en el castillo. Al principio la reina no lo reconoció porque había adelgazado mucho de tanto viajar y de tantas penas, pero cuando vio su anillo se puso muy contenta y así se llevó a cabo la boda correcta y se celebró de tal manera que se habló de ella en todo el mundo.

FIN

FICHA DE TRABAJO

VOCABULARIO

Compungida: Que siente pena por algo que ha hecho mal, por compasión de sí mismo o de otra persona.

Convocar: Citar o llamar a una o más personas señalándoles el día, hora y lugar para que concurran a un acto o encuentro.

Emerger: Salir [algo o alguien] de dentro del agua o de otro líquido.

Espadín: Pez marino similar a la sardina, pero de menor tamaño, con el cuerpo alargado y cubierto de grandes escamas y la cola hendida.

Esplendor: Cualidad de espléndido (que destaca).

Páramo: Terreno llano, yermo, desabrigado, y generalmente elevado.

Pócima: Bebida elaborada con diversas hierbas, especialmente la que tiene poderes mágicos.

Recostar: Inclinar y apoyar en un sitio la cabeza u otra parte del cuerpo.

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