347 La Decisión del Procónsul 

Bryan abrió los ojos antes del amanecer, sintiendo cómo sus fuerzas se habían recuperado casi por completo. Se levantó y lo primero que hizo fue verificar el estado de su prisionera. Los circuitos mágicos de Elena Teia apenas mostraban alguna mejora, manteniéndola en un estado profundo de inconsciencia. Esto podría haber sido problemático, sobre todo para darle de beber o alimentarla, pero Bryan podía usar la Esencia Mágica para transferirle nutrientes, aunque eso le causaría una hambre feroz durante el día. Aun así, era un procedimiento mucho más sencillo que el que había realizado en el cerebro del padre de Lawrence.  En realidad, Bryan podría acelerar la recuperación de los circuitos mágicos, pero le convenía que Elena siguiese inconsciente y al final esa condición acabaría solucionándose naturalmente.

Bryan tomó la muñeca de Elena y comenzó a transferirle nutrientes hasta que una voraz hambre lo consumió. Afortunadamente, la tienda de Ilo Tros estaba equipada con algo de comida: carne seca, pan y queso. Además, encontró unas deliciosas jarras de vino en uno de los muebles. Así que tomó todo lo que pudo y se lo devoró con avidez en menos de diez minutos.

- ¡He revivido! - Exclamó con renovada energía.

Mientras comía un trozo de queso, Bryan miró a Elena y volvió a notar el estado de su vestimenta. Las ropas desgarradas la hacían ver demasiado provocativa, y las placas de armadura seguramente no le permitirían un descanso cómodo. El problema era que Bryan no tenía ninguna prenda femenina y realmente esperaba, por el bien de su paz mental, que el narcisista de Ilo Tros tampoco las tuviese. Entonces se le ocurrió una idea y le quitó a la Archimaga su Anillo Espacial. Este, naturalmente, tenía una restricción, pero con su poder de Gran Mago no le fue difícil desbloquearlo. En su interior había muchas cosas: pociones, pergaminos, dinero, algunos artefactos desconocidos y, afortunadamente, varias prendas de ropa. Normalmente, Bryan habría entrado en modo saqueador, pero ahora que era dueño de tantos negocios y poseía una creciente fortuna, le parecía rastrero comportarse de ese modo. Así que únicamente retiró las prendas que necesitaba y volvió a ponerle el Anillo Espacial a Elena, repitiéndose constantemente que la tierna expresión de la Archimaga no influía en su decisión de no robarle.

Luego vino la parte difícil... cambiarle de ropa.

Usando Control Paranormal, Bryan levantó el cuerpo de Elena suavemente y la desnudó con cierta dificultad. Cuando terminó, tuvo que hacer esfuerzos para reprimir una exclamación. Su figura desnuda tenía la delicadeza de una obra maestra esculpida por manos divinas. Su piel, suave y tersa como el mármol más puro, irradiaba una luz etérea. Sus curvas gráciles y pechos perfectamente formados, evocaban la belleza de la diosa que inspiraba su nombre, mientras que la silueta de sus músculos sutilmente definidos hablaba de fuerza y valentía. El cabello carmesí, largo y sedoso, caía en cascada, añadiendo un toque de fuego a su presencia.

En un intento por defenderse de tanta belleza, Bryan decidió mirarla usando su visión espiritual, pero eso resultó ser un grave error. Incluso con los circuitos mágicos dañados, la energía que emanaba de su ser era palpable, como si estuviera envuelta en un aura de luz resplandeciente que trazaba delicados caminos de energía a través de su piel.

- Por favor, no te despiertes justo ahora, porque eso sería tan cliché. - Susurró Bryan irónicamente mientras le ponía un nuevo juego de su ropa interior y después le colocaba una túnica.

Afortunadamente, Elena no se despertó.

Justo cuando estaba colocándole las sábanas encima para que no pasara frío, Bryan escuchó la voz de su amigo Druso llamándolo. Los Tribunos ya estaban reunidos para el Consejo de Guerra. Bryan respondió y estaba a punto de irse, cuando dio un rápido vistazo a Elena Teia, que reposaba indefensa en aquella cama. Sintiéndose mitad culpable y mitad preocupado, Bryan murmuró un conjuro e invocó al Pequeño Esqueleto, que inmediatamente respondió a su llamado con alegría. Entonces, señalando a Elena, ordenó:

- Quiero que te escondas en este lugar y mates a cualquier persona que intente ponerle una mano encima. ¡No importa quién sea! -

El Pequeño Esqueleto asintió de inmediato y rápidamente voló para ocultarse hábilmente sobre los doseles de la cama. Ahí, prácticamente invisible, se escondió entre las múltiples telas de seda y lino que decoraban el techo.

Finalmente, Bryan asintió y volvió a adoptar la expresión marcial del Procónsul antes de ir a reunirse con sus Tribunos.

******

El campamento en la colina, que el día anterior era el bastión de los ilienses, ahora se había transformado en un emplazamiento bajo dominio itálico. Justo antes del anochecer, en un espacio abierto, los legionarios levantaron un pabellón con el emblema del águila bicéfala para que sirviese como puesto de comando. Los Tribunos habían ordenado derribar varias tiendas de sus enemigos para hacer espacio a este nuevo centro de mando y también un hospital improvisado donde estaban brindando primeros auxilios a sus heridos. Por lo demás, la mayoría del ejército se concentraba en levantar empalizadas para fortalecer al máximo la posición, por si acaso sufrían algún ataque sorpresa durante la noche.

No era probable que sus enemigos contraatacasen, pero Bryan no quería correr riesgos innecesarios, sobre todo porque todos sabían que la temible Micénica siempre conservaba un segundo ejército de élite dentro de su territorio. Aun así, era poco probable que estas tropas fuesen desplegadas apresuradamente, y aun si lo hacían, necesitarían al menos una semana para llegar.

Los legionarios todavía estaban exhaustos por la batalla; sin embargo, acometieron la tarea de levantar las empalizadas con cierto sosiego de ánimo por la victoria conseguida. Los Tribunos, por su parte, habían prometido comida extra y algo de vino aquella noche, en cuanto estuvieran terminadas las fortificaciones. Era un incentivo que surtió efecto. Al llegar el anochecer, las empalizadas estaban dispuestas en los cuatro lados del campamento, no definitivas, pero sí unas fortificaciones provisionales razonables.

Todavía era muy temprano cuando Bryan abandonó la tienda de Ilo Tros y se dirigió a su cuartel general con movimientos rápidos y precisos, que lo ayudaron a pasar desapercibido en la oscuridad que aún imperaba. En el interior ya lo estaban esperando sus Tribunos Marcio, Druso y Silano; también estaba Cayo Valerio, el Primer Centurión de la V Legión, así como su Guardia de Lictores, quienes inmediatamente lo saludaron.

Bryan les pidió a todos que se sentaran y comenzó a recibir los informes. A pesar de intentar mantener una actitud impasible, no pudo evitar sonreír involuntariamente. El resultado de la batalla no podría haber sido mejor: habían dado muerte a más de doce mil setecientos etolios y solo perdieron a ciento noventa y dos legionarios. Una victoria más gloriosa de lo que jamás podrían haber imaginado. Naturalmente ese elevado número de muertes enemigas se debía principalmente a que, cuando se desbandaron por el pánico, muchos aplastaron a sus propios compañeros mientras corrían por sus vidas. Pero no dejaba de ser cierto que casi la mitad de la fuerza total de las tres ciudades había sido destruida.

La siguiente noticia era sobre los tesoros. Casi todo el botín de Ilión estaba intacto y representaba una auténtica fortuna que incluía varios cofres con monedas de oro, tanto para pagar a las tropas como para recompensarlas. Además, estaban todos los pertrechos de guerra en el campamento, sobre todo la comida y las armas de repuesto. También se debía incluir las pertenencias del propio gobernante, especialmente el incienso y las copas de oro. Todo eso valdría buen dinero cuando se vendiese.

Lamentablemente, debido al incendio deliberadamente iniciado en el campamento de Helénica, una parte de las riquezas se había perdido. Afortunadamente, aunque algunas monedas se habían fundido, el metal de oro en sí era bastante valioso y los legionarios consiguieron salvar muchos cofres y barriles de las llamas, aunque la mayoría de la comida estaba arruinada.

La mala noticia vino del campamento de Micénica. Para empezar, ellos no llevaban consigo tantas riquezas al combate, ya que estaban entre los pocos etolios que no daban recompensas después de una batalla y tuvieron mucho tiempo para llevarse todos los escasos tesoros que trajeron consigo.

- Quisimos detenerlos, pero resultó imposible, mi general. - Informó Marcio, apesadumbrado de que la presa más importante, los hoplitas cuya muerte habría aportado la mayor gloria, se hubieran escapado: - Combinaron sus Auras de Batalla al mismo tiempo para formar una especie de ariete humano y se abrieron paso, aplastando a muchos legionarios. Era una lucha demasiado desigual, así que tuvimos que dejarlos pasar. Fue luego, cuando vimos sus espaldas, que intentamos abalanzarnos sobre ellos y, en la confusión, causarles numerosas bajas. Pero al final apenas conseguimos matar a unos cuantos. -

Bryan asintió, aceptando el informe de Marcio.

- Hiciste lo que se podía hacer y fue más que suficiente. Además, los hoplones abandonados con el símbolo de Micénica son un trofeo mucho más atractivo para nosotros. ¡Hay que recuperarlos todos como trofeo de guerra! Además, tenemos centenares de prisioneros ilienses que también supondrán un buen botín y compensarán esa pérdida. -

Frente al campamento, se arremolinaban centenares de prisioneros. Algunos eran de Ilión, pero la gran mayoría pertenecían a las ciudades vasallas de Micénica. Apenas había prisioneros de Helénica debido a la oportuna retirada del general Patros, y ni uno solo de los afamados hoplitas micénicos de pura sangre. Sin embargo, Bryan había puesto un énfasis particular en la palabra "ilienses", lo cual llamó la atención de sus oficiales.

Pero antes de que cualquiera de ellos pudiera preguntar, un torrente de voces, como un mar de júbilo que se arrojara contra un navío en medio de la tempestad, llegó hasta el círculo de oficiales desde el exterior.

- Son los prisioneros vasallos de Micénica. - Explicó Bryan para tranquilizar a sus desconcertados oficiales: - He dado orden de que los liberen. -

El centurión Cayo Valerio y los tres Tribunos miraron confundidos al general. Una cosa era ser clemente con civiles como las mujeres y los niños de una ciudad, pero ahora estaba hablando de guerreros contra los que acababan de luchar hace tan solo unas horas. Bryan leyó la confusión en las miradas de sus oficiales y supo que debía persuadirlos.

- ¡Escúchenme bien!  - Se levantó para que todos le prestaran atención: - Somos dos legiones que acaban de lograr una gran victoria en pleno territorio de la Liga Etolia, pero esto solo fue posible porque nuestros enemigos estaban peleando entre ellos. El principal vínculo que mantiene unidos a los etolios es el odio que nos tienen a nosotros, mejor dicho, al imperio itálico. Dentro de poco, los heraldos de Ilión, Helénica y Micénica intentarán convocar a los ejércitos de todas las ciudades miembros de la Liga para unirlos contra Valderán. -

Hizo una pausa para asegurarse de que todos comprendieran la gravedad de la situación.

- Pero si liberamos a los vasallos de Micénica, mandaremos el mensaje de que nuestra intención es luchar solamente contra las tres ciudades líderes, no contra todos los etolios. Quizá, si tenemos suerte, cuando los líderes de la liga se reúnan para deliberar, todos se concentrarán más en acusarse entre ellos por haber estado peleando entre sí, que en lanzarse en una guerra total contra nosotros. Además, esos vasallos son guerreros de segunda; no se venderán tan bien como esclavos. ¿Y cómo vamos a alimentarlos? Todavía no hemos asegurado las rutas comerciales dentro de Valderán. Lo mejor es quedarnos solamente con los prisioneros ilienses, que son más valiosos, y quizá incluso sus familias nos ofrezcan rescate por ellos. -

Bryan terminó su explicación, sosteniendo la mirada de cada uno de sus oficiales. En el resplandor de la hoguera central, su figura parecía envuelta en un aura mágica y todopoderosa.

Al final, todos asintieron a sus palabras.

- Pues si vamos a liberar a esos vasallos, ¿por qué no dejar que nos guíen hacia el ejército de Micénica? Ahora mismo deben estar muy débiles y han consumido casi toda su Aura de Batalla. - Propuso Druso, sonriendo emocionado: - La moral de nuestros soldados está muy alta y, en cambio, los micénicos escaparon como mujerzuelas acobardadas. -

Druso concluyó con una carcajada profusa a la que se unieron el resto de Tribunos. Lo que proponía era elemental. Tres ejércitos habían sido derrotados y ahora eran presas heridas a la espera de ser rematadas, pero entre todos, la presa más valiosa eran las fuerzas de Atreo Mikel. Claro que los micénicos ya estaban escapando hacia su propio territorio, pero no era lo mismo escapar con un grupo pequeño que con miles, especialmente después de haber agotado su Aura de Batalla. Nueve de cada diez generales dejarían a un grupo de legionarios para recoger el botín y el resto partirían a masacrar a los micénicos ahora que eran vulnerables.

Pero la sabiduría contenida en los diarios de los grandes generales de la Familia Asturias aconsejaba otra cosa.

Bryan suspiró, cerrando los ojos un instante mientras caminaba lentamente en torno a la hoguera. Sabía que alguien sacaría ese asunto más temprano que tarde, pero lamentaba profundamente que hubiera sido Druso. Ahora debía contradecir a su mejor amigo delante de todos, algo que no deseaba en absoluto.

- No vamos a salir en persecución de Atreo Mikel. - Dijo Bryan, pronunciando cada palabra despacio y sin levantar el tono de voz. Sabía que aquella orden sería impopular.

Druso se levantó entonces, encarándose con Bryan.

- Sabes que te seguiré siempre, Bryan; eres mi general, nuestro general, mi amigo. - Añadió Druso, volviéndose hacia el resto: - Pero en esto no estoy de acuerdo: dejar escapar a los micénicos es una muestra de debilidad. Debemos perseguirlos y debemos hacerlo ahora. -

Bryan miró directamente a Druso, notando cómo todos los oficiales, incluso el veterano Marcio, asentían en señal de aprobación. Como temía, Druso solo estaba expresando en voz alta el sentir general de todos. Tenía que ser muy cauteloso con su respuesta.

- No podemos salir en persecución de Atreo porque se dirige hacia el norte y no hay refuerzos... - Comenzó Bryan.

- ¡Los micénicos tampoco tendrán refuerzos hasta que lleguen a los límites de su territorio, Bryan! ¡Por eso hay que perseguirlos ahora! - Lo interrumpió Druso, alzando la voz por primera vez en público.

- Los micénicos - Continuó Bryan, manteniendo la calma: -, conocen Etolia mucho mejor que nosotros. Además, las ciudades en su camino han temido el poder de Micénica durante años y aún no nos conocen. Si ellos les exigen que los ayuden a ponernos una emboscada, podríamos acabar siendo destruidos. -

- ¡Por eso mismo! - Insistió Druso, con fervor: - ¡Por todos los dioses, por eso debemos asestar un golpe rápido ahora, antes de que tengan tiempo de recuperarse e iniciar conversaciones con los líderes de las ciudades a su paso! -

- La rapidez solo vale sobre la base de la sorpresa, Druso. - Dijo Bryan, entornando la mirada, pero controlando su tono: - Esta vez nuestro ataque relámpago salió bien, pero esa estrategia tiene sus límites. Cuando caiga la tarde de hoy, toda Etolia sabrá de nuestra presencia aquí y podrían enviar ejércitos para interceptarnos. ¡Tenemos que replegarnos ahora y esperar una mejor ocasión! -

- ¿Mejor ocasión que esta? - Replicó Druso: - ¿Cuándo vamos a tener una mejor ocasión? ¡Atreo se ha ido corriendo como un perro apaleado! ¿Y lo vas a dejar escapar? -

- ¡Sí, porque sé que Atreo Mikel no es ningún estúpido! ¡Sería una locura subestimar al gobernante de una ciudad que ha hecho de la guerra una forma de vida y perseguirlo a ciegas sin tener un plan bien definido! ¡Al menos no seré yo el que lo haga! - Exclamó Bryan, claramente enfadado: - Me arriesgué con este plan de atacar por sorpresa porque sabía que tenía posibilidades, pero incluso esa estrategia tiene sus límites. -

Tomó aire y continuó, con voz firme:

- Y quiero que ninguno de ustedes se engañe. Nuestra situación sigue siendo precaria. Tenemos hombres insuficientes para una campaña larga. Es cierto que ahora por fin han recuperado su valor como soldados, pero todavía necesitamos reentrenarlos y equiparlos mejor. No es que con esta victoria el destierro de las Legiones V y VI haya terminado. Tampoco nos enviarán refuerzos desde Itálica porque Tiberio Claudio no lo permitirá. ¡Por el trueno, ni siquiera tenemos Triarios! ¡Ahora mismo debemos irnos con lo que tenemos, no sea que la diosa Fortuna se enfade porque abusamos demasiado de su favor! - 

Bryan estaba enojado

Druso retrocedió, bajando la mirada mientras respondía entrecortadamente:

- Quizá... quizá tengas razón. Tú eres el que manda... pensaba distinto... eso es todo... seguramente... estoy equivocado. -

- No lo sé, Druso. - Dijo Bryan, moderando su tono: - Es lo que mi instinto me dice que debemos hacer. Quizá otro obraría diferente. Pero soy yo y nadie más quien es el general en jefe de las tropas itálicas aquí. -

Entonces se volvió hacia Marcio:

- Que se tomen las medidas de costumbre para la vigilancia del campamento. Quiero varias patrullas en las cuatro direcciones: norte, sur, este y oeste. Nos pondremos en movimiento en cuanto el botín esté reunido. Marcha forzada. Nos replegaremos hacia nuestra base de suministros y luego iremos directamente a Valderán. -

Los Tribunos y Cayo Valerio asintieron y corrieron a cumplir sus instrucciones. Bryan se quedó sentado unos minutos a solas, cavilando sobre todo lo acontecido. Esperaba haber tomado la decisión correcta, pero honestamente no estaba seguro. Había esperado que esa noche el Niño Misterioso se le apareciese en sueños, pero hasta ese momento no había recibido ningún tipo de mensaje onírico o de otro tipo.

******

Por fin, Bryan abandonó el puesto de mando y se sorprendió al encontrar la luz del sol por fin brillando en lo alto. El campamento estaba lleno de legionarios que iban y venían, transportando objetos valiosos para empaquetarlos en las carretas que habían recuperado. Dondequiera que el Procónsul pasaba, todos lo observaban, admirados y respetuosos. Ni siquiera Jaime Luccar o César Germánico se atrevieron a sostenerle la mirada.

Honestamente esperaba que esos dos cayeran en combate, pero supongo que las cucarachas no mueren tan fácilmente. En fin, uno de mis próximos pendientes es deshacerme de ellos.

De repente, escuchó una conmoción proveniente de la puerta sur. Algunos suboficiales no podían creer que se hubiese ordenado liberar a los prisioneros vasallos de Micénica y no estaban seguros de que fuese cierto. De modo que Bryan se acercó para reiterar sus órdenes en persona, pero los hombres lo miraron confundidos, incapaces de comprender la lógica detrás de liberar a los prisioneros. Para ellos, si no iban a ser llevados como esclavos, lo lógico era masacrarlos. ¿Pero liberarlos? ¡Eso era devolver fuerzas al enemigo!

Bryan soltó un suspiro y levantó la vista.

- Esta será la última vez que lo diré: ¿hasta cuándo tendré que repetir mis órdenes para que se cumplan? -

Los suboficiales se sintieron avergonzados. Acababan de conseguir la mayor de las victorias en todas sus vidas. Nadie allí había participado en una contienda semejante, en la que derrotasen al mismo tiempo a tres de los ejércitos más poderosos. Sin embargo, después de esa exhibición de genialidad militar de su líder, aún dudaban en obedecerle.

Entonces, una voz emergió entre los oficiales.

- Nunca más, mi general, nunca más tendrás que repetir una orden. -

Todos se volvieron y vieron a Sexto Rufo acercándose, con la armadura aún cubierta de sangre enemiga.

- Veo que sobreviviste, Decurión. ¿Estás herido? - Preguntó Bryan, sorprendido y agradecido.

- No, mi general. Algún corte, pero nada importante. Es sangre etolia la que me cubre. Con su permiso, voy a controlar a mis hombres antes de que organicen una matanza por su cuenta. Están encendidos. -

El general asintió. El resto de los legionarios se dispersó para hacer lo mismo que Sexto, y al poco tiempo los vasallos de Micénica se marchaban a pie, completamente desarmados pero felices de estar vivos. En cambio, los pocos ilienses capturados apretaron los dientes mientras los cargaban con cadenas y sogas, listos para emprender el viaje hacia el territorio enemigo.

Marcio se quedó con el general.

- Parece que al fin me he ganado algo de respeto - Comentó Bryan.

- No sólo eso; hoy has ganado algo más - Precisó Marcio.

- ¿Algo más? -

- Sí. Algo mucho más valioso e infinitamente más poderoso. Algo temible. -

- ¿Y qué es? - Preguntó Bryan con sincera curiosidad.

- Te has ganado lealtad. Eso no tiene precio. -

- Ya tenía lealtad. La tuya y la de Druso y otros oficiales. -

- Sí - Confirmó Marcio - Pero ahora tienes la lealtad de dos legiones. -

Bryan no dijo nada, pero dentro sintió una emoción desconocida. Mientras las palabras de Marcio resonaban en su mente, una oleada de orgullo y responsabilidad lo inundó. Sus hombres no solo lo seguían porque era su líder, sino porque creían en él, en su visión, en su capacidad para guiarlos hacia la victoria y la gloria.

Bryan contemplando a sus hombres

- ¿Qué es lo que falta? - Preguntó, fingiendo que estaba bien.

Marcio notó que su general no era indiferente, pero hizo como si no se hubiera dado cuenta y respondió:

- Cayo Silano tiene problemas con los Alquimistas. -

- Vayamos con Silano, entonces. - 

******

Estaban en una colina cerca del Monte Ida. Los fundíbulos de Elena Teia permanecían en posición de disparo, pero ahora estaban rodeados por más de cincuenta legionarios que vigilaban atentamente a los alquimistas operando las máquinas. Estos, acostumbrados a un trato más civilizado, miraban con desdén las puntas de las espadas que los rodeaban.

- Dicen que no pueden volver a transformarlos - Explicó Silano lacónicamente, aunque había una frialdad en su tono que daba a entender que la orden de Bryan de no lastimar a los alquimistas era el único motivo por el cual no los mataba.

- ¡No hemos dicho eso! - Protestó uno de los alquimistas: - Solo necesitamos tiempo y poder mágico para cambiarlos. Un día o dos bastará. -

- He visto claramente que estas cosas se armaron solas en cuestión de minutos, así que no entiendo el motivo por el que no podrían hacer lo mismo en sentido contrario - Replicó Bryan, mientras los examinaba a todos con su visión espiritual para detectar mentiras.

Los alquimistas eran demasiado poderosos para que Bryan pudiera ver sus pensamientos directamente, pero podía percibir las sombras de sus emociones en su mirada y detectar la falsedad en sus palabras.

- Estos son artefactos mágicos extremadamente complicados y no podrías entender cómo funcionan, aunque te lo explicásemos, jovencito. - Exclamó uno de los alquimistas con tono insolente, como si estuviese aleccionando a un estudiante particularmente tonto: - Estos artefactos están diseñados para entrar en modo de asedio rápidamente, pero volver a transformarlos requiere cálculos muy complejos. ¡Necesitamos uno o dos días para poder moverlos! -

- Ajá, y para entonces Helénica enviará refuerzos - Respondió Bryan, añadiendo con un tono irónico. - Sabe, yo nací una noche, pero no anoche. -

Los alquimistas generalmente eran así. Sus habilidades eran extremadamente valiosas y necesarias para la guerra, pero no era usual que ellos mismos tuviesen que estar con sus artefactos en el campo de batalla o en los hospitales cuando sus pociones eran utilizadas. Aunque en ocasiones debían operar las armas más complicadas, como los fundíbulos o el Gólem Blindado de Belinda, muchas veces se limitaban a fabricar las piezas y luego enseñaban a otros cómo armarlas y operarlas en un lugar seguro. Por ese motivo veían menos combate que otros magos, aunque recibían igual o incluso mayor prestigio. Esta circunstancia los llevaba a adoptar una postura presumida frente a los demás, como si supieran cosas que el resto de las personas no podían entender debido a su "escasa inteligencia."

Elena Teia era una mujer hermosa y fascinante, que destilaba poder dondequiera que caminase. Además, les pagaba muy bien, por lo que la respetaban bastante. Pero como era la primera vez que veían a Bryan, no sentían que debieran ser especialmente cordiales con él. También habían escuchado que era un necromante, lo que incrementaba aún más su desprecio. Las cosas habrían sido muy distintas si hubiesen sido testigos de su combate, pero lamentablemente estaban muy lejos cuando esto sucedió y ni siquiera notaron el momento en que Silano apareció para rodearlos con sus legionarios.

Naturalmente, eso los asustó inicialmente, pero entonces escucharon una conversación del Tribuno con sus hombres. Uno de los legionarios preguntó:

- Mi Tribuno, ¿por qué dejamos vivos a estos hombres cuando sus máquinas pueden matar a tantos de nosotros? -

Silano, un hombre inteligente que ya conocía al Procónsul Bryan y entendía su forma de pensar. Además, el misterio en cuestión no era tan complicado de resolver cuando uno lo pensaba un poco. De hecho, la pregunta del legionario era bastante estúpida. Así que Silano respondió en voz alta para que todos lo entendiesen y ninguno cometiera alguna imprudencia.

- ¡Precisamente! ¡Porque esas máquinas pueden matar a tantos es que los necesitamos vivos! -

Esto ayudó a que los legionarios tuvieran claro que no debían matar a ninguno. Pero los alquimistas lo escucharon y ahora se sentían seguros de que nadie podría hacerles daño incluso si no cooperaban. Su principal interés estaba en regresar a Helénica para recibir la otra mitad del cuantioso pago prometido por la Arconte. En cambio, pensaban que si eran llevados a Itálica no verían nada de su dinero.

Todo esto era lo que Bryan podía discernir por las sombras en los ojos de aquellos hombres. Mentiras mezcladas con verdad y mucha condescendencia. Estos eruditos lo estaban subestimando completamente, pero ahora iban a pagar caro su error.

- ¿Quién lidera este grupo? - Preguntó Bryan con un tono aparentemente calmado.

Ninguno de ellos respondió, cruzando los brazos en claro desafío. Conocían el valor de sus habilidades y confiaban en que no serían perjudicados.

- ¡Oigan...! - Exclamó Silano indignado, comenzando a hablar.

Pero Bryan lo interrumpió con un gesto y se dirigió directamente al más joven entre los alquimistas. Alguien que por su edad sería imposible que realmente fuese el líder intelectual de aquellos eruditos.

- ¿Eres tú quien dirige aquí? -

"¡Por supuesto que no!" Se dijo a sí mismo el alquimista, aunque mantuvo su silencio testarudo. Sin embargo, sus pensamientos eran claros para Bryan, precisamente porque era el menos poderoso entre ellos. Bryan también percibió la sonrisa despectiva del resto de los alquimistas, que lo despreciaban aún más por elegir de forma equivocada, asumiendo que el Procónsul carecía de criterio.

Ignorando sus reacciones, Bryan preguntó: - ¿Puedes reensamblar estos fundíbulos para que nos los llevemos en quince minutos? -

- Ya le hemos dicho que eso es imposible, porque... -

El hombre no terminó de hablar. En un movimiento rápido y certero, Bryan lo agarró por la boca, silenciándolo al instante. Con la otra mano, desenvainó su espada con una precisión letal. La hoja brilló un instante antes de hundirse en la garganta del alquimista. Un chorro de sangre caliente brotó violentamente, tiñendo el aire frío de la mañana con su vaporoso aliento. Los ojos del alquimista se abrieron de par en par, reflejando una mezcla de incredulidad y terror puro.

Los otros alquimistas miraron horrorizados, paralizados por el miedo. No podían apartar la vista de la macabra escena que se desarrollaba ante ellos. Bryan, implacable, mantuvo sujeto al hombre por la cara, apretando sus dedos hasta clavarlos en la piel, mientras la vida se desvanecía lentamente del cuerpo de su víctima. La sangre manchaba sus manos y su armadura, formando un charco oscuro a sus pies. El alquimista se sacudió y convulsionó, sus últimas fuerzas luchando inútilmente contra la muerte. Bryan no apartó la mirada ni un segundo, observando fríamente cada espasmo, cada jadeo final, hasta que el cuerpo quedó inerte y la vida se extinguió por completo.

El silencio que siguió fue ensordecedor, un vacío sepulcral que amplificó el terror palpable en el aire. Los alquimistas comprendieron al fin la gravedad de su error. Bryan arrojó al alquimista muerto a un costado como si se tratara de un fardo sin valor. Luego volvió a erguirse frente a ellos como una figura de pesadilla, con su mirada fría y despiadada fija en los supervivientes.

- Ahora creo que tú eres el jefe de este grupo. - Anunció Bryan, como si no hubiese pasado nada importante y señalando al alquimista que seguía en edad a su víctima: - Tienes quince minutos para que esos fundíbulos se reensamblen como dispositivos móviles. Después de ese tiempo, te mataré y buscaré al siguiente supuesto líder de alquimistas. -

Miró a Silano y señaló la sombra de la montaña.

- Cuando esa sombra llegue hasta la base de los árboles, mata a este alquimista y elige a otro para reemplazarlo. -

El Tribuno asintió.

Los alquimistas temblaban en sus posiciones. Ahora por fin comprendían hasta qué punto era despiadado el Procónsul itálico que los tenía prisioneros y rápidamente se pusieron manos a la obra. Con todo, había cierta verdad en el hecho de que no era fácil realizar el reensamblaje, especialmente cuando estaban nerviosos. Conforme el día avanzaba y la sombra del Monte Ida retrocedía por el avance del sol, el alquimista elegido no pudo soportar la tensión y comenzó a orinarse frente a todos mientras trabajaba.

- Creo que hay que elegir a otro alquimista. - Comentó Bryan, observando la escena con frialdad: - Este ya está echando agua. -

Silano asintió sin vacilar. En un movimiento rápido y preciso, desenvainó su espada y decapitó al desafortunado erudito. La cabeza rodó por el suelo, dejando un rastro de sangre mientras los otros alquimistas miraban horrorizados, sintiendo el escalofrío de la muerte cada vez más cerca.

- ¿Ahora a quién voy a elegir? - Canturreó Bryan con una sonrisa cruel.

En ese momento, el más viejo de los alquimistas dio un paso adelante y habló con una expresión marcada por la determinación. - Yo soy el jefe de estos alquimistas. - Declaró valientemente: - Puedes matarme si quieres, pero si me das treinta minutos en lugar de quince, tendrás esos fundíbulos ensamblados y listos para moverse. -

Bryan levantó una ceja, ligeramente impresionado por la osadía del hombre. Antes incluso de hablar con los alquimistas ya sabía de quién se trataba porque su poder mágico excedía al del resto. En realidad, desde un principio pensó en negociar directamente con él, pero la arrogancia de los alquimistas había sacado lo peor de su carácter. Sin embargo, ver a este anciano dispuesto a sacrificarse por sus compañeros calmó un poco su furia.

 - Eres un gran vendedor. - Respondió con una sonrisa fría: - Te daré esos treinta minutos, pero con la condición de que tengas éxito. Si fallas, tu destino será peor que la muerte. ¡Ahora, ponte a trabajar! -

El jefe de los alquimistas cumplió y los fundíbulos mágicos se transformaron nuevamente en aquellos extraños carruajes dentro del tiempo estimado. Bryan observó todo el proceso, impresionado por la habilidad de estos hombres para los encantamientos y comprendió en términos generales cómo funcionaban estos artefactos.

Los legionarios tomaron los proyectiles y comenzaron a regresar al campamento de Ilión, donde el resto de las legiones ya se encontraba formando disciplinadamente, con todo el botín de guerra reunido y listos para emprender el regreso. En el frente, se había dispuesto un carro bien cubierto, lleno de almohadas, telas finas y otros enseres similares, donde viajaba la inconsciente Elena Teia. También, sin que nadie lo supiera, el Pequeño Esqueleto estaba escondido entre las pertenencias.

- ¡Volvemos a Valderán! - Ordenó Bryan mientras rechazaba con un gesto el caballo que sus lictores le ofrecieron, dando a entender que caminaría junto a sus hombres. Luego, añadió con una sonrisa intrépida que encendió el espíritu de todos: - ¡Paso de vencedores! -

Sus hombres soltaron un grito de guerra y comenzaron a marchar. Parado en medio de las dos columnas que avanzaban marcialmente, Bryan no pudo evitar sonreír. La forma en que se movían, el espíritu en su interior, había vuelto a ser el de los legionarios del Imperio Itálico, una de las fuerzas militares más grandes de aquel continente.

Sin embargo, este era solo el primer paso. Muy pronto iniciaría un plan para convertir a estos hombres, en quienes nadie tenía fe, en auténticas máquinas de matar que no temerían enfrentar a nada ni a nadie. Y lo más importante era que estos nuevos legionarios no serían parte del poder del Emperador, del Manto Oscuro, de Itálica, ni siquiera de su amigo Lawrence. En su lugar serían la base de su propio poder: las Legiones Malditas de Bryan el Necromante. Sus hombres.

Las Legiones de Bryan

Nota del Traductor

Hola amigos, soy Acabcor de Perú y hoy es miércoles 17 de julio del 2024.

Finalmente, me estoy recuperando, y eso me ha permitido escribir bastante, aunque no tanto como me hubiese gustado. Aun así, estoy emocionado de presentarles el nuevo capítulo. Espero que lo disfruten tanto como yo disfruté escribiéndolo.

Como sé que están ansiosos por leer, seré breve con esta nota del traductor y pasaré directamente al tema importante: su apoyo.

Julio y agosto son meses particularmente desafiantes para mí. Los cumpleaños de mi familia se acumulan, lo que significa muchos regalos y una billetera vacía. Además, mi salud todavía no está al 100%, lo que añade un poco más de dificultad a la situación. Sin embargo, tengo la esperanza de que, con la ayuda de mis queridos patrocinadores, podré superar esta tormenta.

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¡Nos vemos en el siguiente capítulo!