Expansión territorial

Introdución

A República foi establecida no ano 509 a. C. Neste período estableceríanse as súas institucións máis características: o senado, as diversas maxistraturas, e o exército. Unha nova Constitución estableceu un conxunto de institucións de control así como unha clara separación dos poderes. 

Os romanos someteron gradualmente aos ocupantes da península itálica. A última ameaza á hexemonía de Roma en Italia chegou cando Tarento, unha gran colonia grega, pediu axuda a Pirro de Epiro en 282 a. C.

Na última metade do século III a. C., Roma enfrontouse con Cartago nas dúas primeiras guerras púnicas, conquistando Sicilia e Iberia

Nesta época o nacente estado logra unha enorme expansión tanto política como económica, estendéndose por todo o Mediterráneo.

Victoria sobre os Latinos

Un dos primeiros enfrentamentos da nova República foi a batalla do Lago Regilo, que rematou coa victoria romana sobre a Liga Latina

Os latinos foron liderados por Lucius Tarquinius Superbus, séptimo e último rei de Roma, que fora expulsado no 509 a. C., e o seu xenro, Octavius Mamilius, dictador de Tusculum

A batalla marcou o último intento dos Tarquinios para reclamar o seu trono. Según a lenda, Cástor e Pólux (irmáns de Helena de Troia) loitaron no bando dos romanos, polo que o dictador romano Postumio ordeou construir un templo no seu honor no foro romano onde, segundo a tradición, abrevaran aos seus cabalos na fonte Iuturna.

Imaxe do Templo de Cástor e Pólux. Imaxe da Wikipedia.

A Conquista de Veies

En principio, a causa do enfrontamento cos etruscos foi o dominio das rutas comerciais, que tiñan como eixe o río Tíber, pero logo foise complicando con novos elementos, como a presión sabina sobre Roma, as necesidades de expansión desta cidade, ou as súas novas necesidades de abastecemento.

Os enfrentamentos entre ambas cidades prolongáronse durante máis de 300 anos.

A terceira guerra de Veies (406 a. C.-396 a. C.) iníciase co asedio romano de Veies, que se prolonga durante 10 anos. Finalmente, a cidade cae ante o dictador romano Marco Furio Camilo, e pasa a formar parte da República de Roma.

O momento é importante para ambas cidades, pois marca o principio da decadencia final de Etruria, ameazada polo norte polos celtas, e ao sur por Roma, e o inicio da expansión romana, que a levará á conquista de toda Italia.

Imaxe da localización de Veies. Imaxe da wikipedia

Os galos saquean Roma

Os galos invadiron a cidade saqueándoa e incendiándoa pero detiviéronse ante a figura dos senadores. Un galo, máis atrevido que o resto, achegouse a un deles para comprobar se era un home ou unha estatua. De súpeto, o senador golpeouno co seu bastón. O galo matou ao senador romano desencadeando unha terrible matanza. 

Os galos sitiaron o Monte Capitolino e trataron de trepar á cima en numerosas ocasións; unha noite conseguiron chegar ata a parte máis alta do monte pero foron delatados polos graznidos dos gansos que estaban no templo, destinado para os ritos relixiosos. O primeiro dos romanos que se lanzou contra os galos foi Marco Manlio, quen, acompañado por outros soldados, conseguiu rexeitar o ataque nocturno e salvar a Roma.

Tras este enfrontamento, os galos solicitaron a paz ofrecendo abandonar o sitio se recibían a cambio mil libras de ouro. Os romanos aceptaron o pago solicitado polos galos, pero descubriron o engano urdido por estes que consistía no uso de pesos falsos. Ante a protesta dos romanos, Breno, furioso, respondeu: “Vae victis!” (Ai dos vencidos!), e arroxou a súa espada sobre a balanza para dar a entender que os romanos deberían pagar o peso da súa espada en ouro.

Illustration of Brennus and Camillus, during the siege of Rome, from "Histoire de France en cent tableaux" by Paul Lehugeur, Paris, 1886. Imaxe | Wikipedia

Os romanos tomaron de novo as armas e loitaron ata que os galos foron expulsados completamente do territorio do Lacio, encabezados por Camilo, a quen se lle atribúe a frase: “Non aurum sed ferrum liberanda patria est” (Non é con ouro, senón con ferro co que a patria é liberada). Así, Camilo, foi recibido na cidade de Roma con todos os honores e aclamado como segundo fundador da cidade.

Lectura ¡Ay de los vencidos!

UNA DE ROMANOS: UN PASEO POR LA HISTORIA DE ROMA (EN PAPEL)CARLOS GOÑI , ARIEL, 2007ISBN 9788434453289

La guerra es la guerra. A pesar de todos los tratados que a lo largo de la historia han pretendido establecer una ética para tiempos bélicos, el caso es que los abusos han estado a la orden del día. Se han firmado muchos convenios que velan por el cumplimiento de treguas y capitulaciones, por la salvaguarda de los bienes culturales, por el trato humanitario del personal civil y sanitario, de los heridos, enfermos, prisioneros..., sin embargo, parece que esas normas no se leen del mismo modo desde el bando de los vencedores que del de los vencidos. La presunta honestidad del guerrero se pierde muchas veces cuando se gana la guerra. ¡Cuántos ejércitos derrotados habrán tenido que pasar por las horcas caudinas (furculae caudinae), como el ejército romano cuando fue derrotado por los samnitas (321 a.C.) y, desarmado, fue obligado a pasar vergonzosamente hombre a hombre bajo las lanzas del enemigo!

A finales del siglo v a.C., el comandante de las tropas romanas, Marco Furio Camilo, se decidió a sitiar Veyes. Todos los intentos anteriores para tomar la ciudad habían fracasado, así que decidió cercarla hasta la rendición. Pero para ello tuvo que introducir una reforma muy importante en el ejército. Hasta ahora los soldados se ponían a las órdenes de sus superiores al inicio de la primavera, en marzo, el mes dedicado al dios de la guerra, y se volvían a sus casas, unas veces con el botín bajo el brazo Y otras sin nada, en otoño. Es decir, la guerra se hacía con el buen tiempo. Cuando traían algún botín (ropas, joyas, utensilios, vasijas, armas...), los soldados clavaban la lanza (hasta) y lo colocaban todo en el suelo, bajo la lanza (sub hasta), la gente se acercaba y pujaba por lo que le interesaba. Es así como se inventaron las subastas.

Camilo tuvo que cambiar las cosas, necesitaba a sus soldados en invierno y en verano a los pies de Veyes, así que creó la soldada, la paga militar (¡Ahora se cobraba por hacer la guerra!), y los campamentos de invierno (castra hiberna) donde permanecía el ejército siempre dispuesto a entrar en combate. Estas reformas fueron providenciales ya que el asedio de Veyes duró como el de Troya: diez largos años. Pasado ese tiempo, en 396 a.C., Camilo tomó Veyes  y repartió entre sus soldados un gran botín.

Camilo creía que el triunfo sobre Veyes se debía a la ayuda especialísima de la diosa Iuno Regina, protectora de la ciudad etrusca, a la que había prometido un suntuoso templo a cambio de la victoria. Por esta razón, la entrada triunfal en Roma fue presidida por la escultura de la diosa a la que esperaba el santuario que había mandado construir el senado en el Capitolio. Junto al templo había un pequeño estanque que se repobló con las ocas consagradas a Juno.

Como la fama engendra envidias, pronto se acusó a Camilo de haberse quedado para sí una gran parte del botín de Veyes, que debía de ser espléndido. Quizá las acusaciones no fueran falsas, el caso es que el héroe fue desterrado.

Por aquella época comenzaban a producirse las primeras incursiones de hordas galas en la península Itálica. Los galos habían roto la frontera natural que representan los Alpes y comenzaban a hostigar a los poblados del norte. Poco a poco fueron creciendo en número y en impetuosidad, arrasando campos y ciudades. El solo hecho de nombrar la palabra “galo“ producía escalofríos: eran bárbaros que lo destruían todo a su paso. Las noticias no podían ser más preocupantes: los galos se acercaban a Roma. Ante la proximidad del enemigo, el senado decidió mandar a todos los soldados disponibles a su encuentro con objeto de salvaguardar la ciudad. Pero aquel ejército nunca entró en liza con los galos, ya que en cuanto los infantes romanos oyeron sus gritos de guerra y vieron su aspecto salvaje, huyeron despavoridos y se dispersaron.

Roma recibió con resignación la noticia y se dispuso a defenderse con uñas y dientes. La población se refugió en la ciudadela del Capitolio. Cuando llegaron los galos saquearon la ciudad y se extrañaron de que no hubiera sino algunos ancianos que los esperaban a la entrada de sus casas dispuestos a morir. Los demás estaban a buen recaudo tras las murallas en la escarpada colina. Los invasores no atacaron la ciudadela inmediatamente sino que la sitiaron y esperaron a asaltarla por sorpresa. Eso ocurrió una noche cerrada. Cuando todos dormían, cientos de galos se arrastraron sigilosamente por la ladera sin ser oídos ni siquiera por los perros guardianes. Menos mal que la diosa Juno echó una mano y sus ocas sagradas comenzaron a revolotear y a graznar, cosa que alertó a los guardias y, guiados por Manlio, llamado Capitolino, pudieron repeler el ataque a tiempo.

Pero los galos no desistieron y decidieron quedarse hasta que los romanos se rindieran. Así ocurrió siete meses después. El tribuno Sulpicio tuvo que aceptar las condiciones de paz que impuso Breno, el jefe galo, entre ellas la entrega de mil libras de oro. Cuando se pusieron las pesas sobre la balanza, los romanos se quejaron de que había más del peso convenido, entonces Breno colocó su espada sobre el platillo mientras pronunciaba con altivez estas palabras: “Vae victis!”, “iAy de los vencidos!”.

Tras la retirada de los galos, fue perdonado Camilo y nombrado dictador. Anuló el tratado: “Non auro, sed ferro, recuperanda est patria” (“La patria no se restaura con oro, sino con hierro”), dijo. Reunió al ejército disperso y cargó contra los galos que se retiraban hacia el norte. Aunque no acabó con todos y algunos grupos siguieron haciendo algunas escaramuzas de vez en cuando, los galos no volvieron a acercarse a Roma. De todas formas, el miedo a ese pueblo transalpino no se desvaneció hasta que Julio César conquistara la Galia dos siglos y medio después.