Los insecticidas

Los dos grupos más importantes de compuestos insecticidas para la protección de las plantas y para la lucha general contra los parásitos son compuestos químicos de estructura complicada. Se trata en primer lugar de compuestos de cloro, como por ejemplo DDT, aldrina, dieldrina y otros, que reciben también el nombre de hidrocarburos clorurados. Y en segundo lugar, están los compuestos del fósforo, por ejemplo el E 605 o Paration y otros, que pertenecen a los ésteres del ácido fosfórico.

En los Estados Unidos se ofrecen más de 60.000 insecticidas con más de 600 sustancias activas químicamente diferentes. Entre las sustancias más peligrosas se cuentan los hidrocarburos clorurados, siendo el más conocido el DDT.

Efectos sobre el equilibrio ecológico

Desde que se inició la aplicación del DDT, que fue obtenido por síntesis en 1874, más de cien clases de insectos se han vuelto resistentes, o sea, insensibles frente al DDT y otros hidrocarburos clorurados. Además, los enemigos naturales de los parásitos han sido destruidos, con lo cual la lucha biológica contra los mismos resulta imposible, y así se ha llegado a un círculo vicioso.

Un ejemplo puede ser la lucha con dieldrina contra la mosca de la zanahoria. La mosca desarrolló mutantes resistentes, pero sus enemigos naturales no lograron hacerlo. Estos últimos desaparecieron, mientras que la mosca sobrevivió. Finalmente, la mosca volvió a destruir el 75% de la cosecha de zanahorias. Por otra parte, las toxinas aldrina y dieldrina se introdujeron en las zanahorias. Un mínimo contenido de estas toxinas supone un riesgo para la salud del hombre, especialmente para la salud de los lactantes y niños pequeños.

A esto hay que añadir que los insecticidas persisten frecuentemente utilizados, como el DDT, la dieldrina, la eldrina, el heptacloro y el clordano, permanecen en el suelo durante largo tiempo, siendo absorbidos por las plantas y almacenados en ellas de forma directa o en forma de un producto transformado más tóxico todavía.

Efectos sobre el organismo

El hombre y los animales ingieren los residuos de los insecticidas tóxicos con la alimentación vegetal, acumulándolos en los depósitos de grasa directamente o en forma de productos transformados.

Los alimentos de procedencia animal, como la leche, la mantequilla, el queso, los huevos, la carne y las aves, ya cargados de sustancias activas tóxicas a causa de los piensos, provocan una mayor acumulación de dichas sustancias en los tejidos adiposos y en algunos órganos de quienes consumen alimentos de origen animal.

Tampoco podemos exceptuar a los peces, el DDT arrastrado desde hace años a los ríos y conducido posteriormente al mar, ha aumentado diez millones de veces a través de la cadena biológica: lodo del río, plancton, pequeños crustáceos -> peces de río y de mar -> las aves que se alimentan de peces. Nosotros comemos estos peces y nuestros animales comen los productos de las harinas de pescado.

Los biocidas tóxicos, que se almacenan en el organismo, son transmitidos por las hembras, a través de la leche a sus crías, y de la circulación sanguínea a los fetos. El tejido adiposo de los recién nacidos ya contiene las neurotoxinas DDT y dieldrina.

Estas situaciones alarmantes no se dan únicamente en los países occidentales altamente industrializados. También los monos babuinos de la jungla africana y los pingüinos de la Antártida acumulan DDT en sus cuerpos.