Alucinógenos: un poco de historia

Dentro del campo de las drogas de abuso derivadas de sustancias psicoactivas, el grupo de los alucinógenos es quizá el que despierta una mayor curiosidad, por las especiales características de estas sustancias; así como cierta “fama” por unas supuestas propiedades de llegar a otorgar al ser humano acceso a otras realidades o planos de consciencia, incluso con la falsa creencia de ser sustancias poco tóxicas.

A lo largo del tiempo el hombre ha experimentado con sustancias curativas y/o alimenticias vegetales y animales, descubrió que algunas de ellas alteraban la forma en que sus sentidos habitualmente percibían el entorno.

Esta alteración de la percepción fue dotada de una aureola de magia y poder; así como de conocimiento oculto en muchas cultural. Sin embargo, en el mundo occidental moderno, el empleo de sustancias que alteran la percepción ha perdido su significado más religioso o mágico, convirtiéndose simplemente en un medio de evasión, muy peligroso en muchos casos.

Además de este uso recreativo, han aparecido una serie de corrientes, lideradas por “pseudocientíficos”, que intentan convencer del empleo de muchas de estas drogas de origen vegetal y algunas de síntesis (que ellos mismos proporcionan) como puerta de entrada de otras realidades, a la propia consciencia interior o incluso a nuestra propia divinidad, por lo que crean una serie de palabras como entactógenos, enteógenos, etc., como queriendo desligarse supuestamente del verdadero uso en occidente de estas drogas: un complemento/alternativa recreativa de las drogas estimulantes.

Todavía hoy en día, en muchas culturas y pueblos indígenas del mundo, el método más habitual de diagnóstico de enfermedades se basa en el consumo de drogas que alteran la consciencia del médico o brujo y que le permite “contactar” con las otras realidades que le ayudan a conocer las causas de la dolencia (bien las causas físicas o espirituales); incluso puede así obtener una idea sobre el tratamiento.

La potencia de estas sustancias y la complejidad en su preparación hizo que el conocimiento estuviera limitado a unos pocos, que debían pasar un periodo de iniciación y práctica, hasta ser considerados aptos para su manejo (tras pasar numerosas y difíciles pruebas), lo que garantizaba que la toxicidad de los alucinógenos estuvieran bajo un estricto control y limitado su empleo.

Incluso ya en nuestros ancestros culturales de la península ibérica, los druidas (sacerdotes galocélticos) sólo podían llegar a este alto cargo de sacerdote/sanador/guía espiritual y poeta tras más de diez años de duras pruebas y enseñanzas.

Es un error muy común creer que el uso de alucinógenos se limitaba o limita a sociedades indígenas de las selvas iberoamericanas, los mayas, aztecas e incas de norte, centro y Suramérica o civilizaciones indoasiáticas.

Lo cierto es que han utilizado y utilizan estas drogas desde los habitantes de las frías estepas siberianas (con un marcado culto a la Amanita muscaria, vista en la foto), pasando por Europa (utilizando plantas solanáceas como mandrágora, beleño, belladona, estramonio, etc., en los conocidos “ungüentos de brujas”, que no eran más que preparaciones alucinógenas),

indígenas de Norteamérica (cactus peyote como se puede ver en la foto o San Pedro de los kiowas, huicholes, cora, tarahumaras o de los apaches mescaleros) y llegando a África (por ejemplo, el uso del “kwashi”- Pancratium trianthum- en Botswana; o de la iboga-Tabernanthe iboga- en el Gabón y el Congo).

El descubrimiento del LCD en 1943 por el químico suizo Albert Hofmann, en los laboratorios Sandoz, disparó el auge de la era psicodélica; pero transcurrió una década antes de que fuera realmente percibido su alcance. El LCD fue una sustancia muy empleada en los años sesenta-setenta del pasado siglo entre el movimiento hippie, y aunque en la actualidad su consumo no es muy elevado, está resurgiendo asociado a las drogas de síntesis.

Hoy en día tenemos dos aproximaciones al consumo de drogas alucinógenas: la religioso-mística de supuesto autoconocimiento y la recreativa-mafiosa.

La primera abarca desde ciertos cultos religiosos (incluso sectarios) basados en el empleo de alucinógenos: sectas enteogénicas o religiones psicodélicas como “la iglesia del camino del peyote”, “la iglesia de la ayahuasca” (con gran implante en Brasil), “la iglesia paleo-americana”, “la iglesia primigenea kleptoniana” (que publica una revista llamada El divino sudor del sapo), “la hermandad de la paz y psicodelia”, etc.

Luego están los grupos de supuestos intelectuales que propugnan el empleo de este tipo de drogas para alterar la consciencia y entrar en contacto con planos más profundos de nuestra realidad personal y psicológica (y ésta es la excusa que se emplea en muchas ocasiones para justificar su consumo ilícito o la búsqueda de nuevos derivados).

La segunda aproximación es obvia: el control por las mafias de la droga, de la producción y distribución de sustancias alucinógenas de todo tipo, para su introducción en las rutas de consumo recreativo. Y ofertar más alternativas al consumidor para servir de vía de “enganche” y poder dirigirlos al objetivo final: convertirlos en toxicómanos de drogas de alta capacidad adictiva. Por eso se crea y alienta la falsa creencia en que los alucinógenos no son peligrosos, no crean adicción y no son puerta a otras drogas. Cuando en realidad lo que se busca es captas nuevos adictos y así hacerles llegar al consumo de hachís, cocaína y heroína, que es el que de verdad interesa a las mafias.