El optimismo nos alarga la vida
Existe una estrecha vinculación entre la mente y el cuerpo. La conexión es continua y se realiza a través de los sistemas nervioso y endocrino. El cerebro recibe miles de estímulos provenientes de los órganos de nuestro cuerpo que pueden afectar al equilibrio de las sustancias neurotransmisoras. Estas sustancias sirven de mensajeras entre las neuronas encargadas de modular nuestro estado emocional y muchas funciones vitales del organismo.
Ciertos trastornos físicos solo se pueden explicar desde el marco psicológico. Los síntomas de estas dolencias llamadas psicosomáticas incluyen, por ejemplo, dolores generalizados, alteraciones gastrointestinales y problemas del sistema reproductivo. La gran mayoría de las situaciones estresantes cotidianas solo nos afecta temporalmente. Pero ciertos sucesos, como la muerte de un ser querido o la ruptura de una relación importante, nos hacen vulnerables a las infecciones, a los trastornos digestivos y a las enfermedades del corazón.
Está demostrado que entre los factores psicológicos que debilitan el sistema inmunológico y contribuyen a producir enfermedades cardiovasculares, se encuentran la hostilidad, la depresión, el miedo y el estrés persistente. La razón es porque estas emociones alteran el funcionamiento de los centros cerebrales que regulan el sistema hormonal y los órganos más importantes del cuerpo.
Por el contrario, numerosas investigaciones muestran que situaciones que fomentan la tranquilidad, como el desahogo emocional que produce hablar y compartir con otros, fortifican las defensas corporales. Por ejemplo, la participación semanal en grupos terapéuticos de apoyo psicológico está relacionada con una mayor esperanza y calidad de vida en pacientes que sufren enfermedades crónicas.
La actitud optimista o pesimista también es un factor importante a la hora de predecir la longevidad. El psicólogo experimental de la Universidad de Michigan, Christopher Peterson, uno de los investigadores, docentes y divulgadores más influyentes de la Psicología Positiva, estudió esta relación en más de mil hombres y mujeres durante un periodo de casi cincuenta años. Los resultados, revelaron que los pesimistas morían prematuramente con más frecuencia que los optimistas, incluyendo casos de accidentes y de muertes violentas. La explicación más aceptada de estos resultados es que las personas derrotistas son, en general, más imprudentes que las optimistas. Se agarran al derecho de escoger sus propios venenos y mueren prematuramente de dolencias evitables, como enfermedades cardiovasculares, cirrosis, enfisema, cáncer pulmonar o sida. Fatalistas, tienden a creer que su salud o esperanza de vida está totalmente fuera de su control, y si enferman no cumplen con el tratamiento médico.
Cada día se confirman con más solidez los beneficios directos e indirectos de las emociones positivas sobre la salud. Una actitud esperanzada estimula los dispositivos curativos naturales del cuerpo y anima a la persona a adoptar hábitos de vida saludable. En general, las personas optimistas experimentan menos angustia que las pesimistas ante los percances en la salud. La razón es porque piensan que su problema será temporal, y además ponen más esfuerzo para superarlo.
La esperanza juega un papel fundamental en la curación. El efecto placebo es el mejor ejemplo de la capacidad de los seres humanos para activar sus defensas naturales curativas. Este efecto se produce cuando un enfermo mejora, o incluso se cura, después de ingerir una sustancia inocua o de ser sometido a una intervención sin ningún valor terapéutico. Hoy está sobradamente demostrado que entre el 25 y el 50% de los enfermos más comunes mejoran o se recuperan sin tratamiento. Esta es la razón por la que un nuevo medicamento podrá salir al mercado si se demuestra que sus beneficios curativos son estadísticamente superiores a los de una sustancia placebo.
El denominador común de los enfermos que sanan por sí mismos es porque tienen un alto nivel de esperanza de cura.
“El optimismo es la fe que conduce al logro; nada puede realizarse sin esperanza” Esta cita de Helen Keller apela al optimismo como fuerza que conduce a las metas.