Vivimos una auténtica pandemia de información

La pandemia ha traido un cambio en la comunicación de la ciencia. En poco más de un mes conocemos más del SARS-CoV-2 y de la COVID-19 que de otras enfermedades en lustros. Este exceso de información científica, que ni siquiera la propia comunidad científica es capaz de asimilar, junto con la nueva realidad de un mundo hiperconectado a través de las redes sociales, ha generado una auténtica pandemia de información: una infodemia.La infodemia ha generado problemas de informaciones erróneas, bulos y malas interpretaciones.

La International Fact-Checking Network –una unidad del Instituto Poynter que reúne a periodistas que verifican hechos a nivel internacional y de la que forman parte más de 70 países– había verificado a mediados del pasado mes de junio más de 6.000 contenidos o historias falsas sobre coronavirus desde el inicio de la crisis.

El 2 de abril de 2020, 21 organizaciones de fact-checking de 14 países lanzaron LatamChequea-Coronavirus para trabajar juntas en la verificación de contenidos sospechosos en torno a la pandemia; con fecha 15 de abril de 2020 eran 27 las organizaciones implicadas.

Sobre la distribución de los bulos verificados durante el periodo de investigación, se identificó un aumento significativo de la desinformación a medida que la pandemia se iba desarrollando. Los bulos se duplicaron en España un mes después del estado de alarma y WhatsApp es uno de los grandes responsables.

Los canales de información más relevantes para propagar bulos fueron las redes sociales y las aplicaciones de mensajería instantánea. En el caso de las redes, destacan Facebook y Twitter, y en menor medida Youtube e Instagram. Sobre las aplicaciones de mensajería, WhatsApp aparece como hegemónica.

Los bulos “explicadores” encontraron en la pandemia un terreno fértil para difundir desinformaciones sobre contagios y sobre cómo prevenirlos. Los promotores tienen la capacidad de readaptar cualquier tipo de información a un contexto local.

La rápida difusión y las posibilidades de reenvío y publicación en plataformas de mensajería y redes sociales contribuyen a que la autoría de los bulos quede difuminada.

La comunicación en tiempos de crisis debe basarse en la confianza, transparencia, claridad, sencillez y rigor. Ahí es donde el papel de la comunicación y la divulgación de la ciencia tienen un papel esencial.

No cabe duda de que la ciencia sigue avanzando contra la pandemia. Pero ¿qué puede ocurrir en el futuro? Los brotes demuestran que no hemos vencido al virus, que sigue ahí fuera, que no se ha debilitado. Es probable que algún brote se pueda descontrolar y causar una diseminación mucho mayor, y por eso es muy importante su vigilancia.

Quizás (es más una esperanza que una certeza) en un año y medio o dos años se consiga cierta inmunidad de grupo que, junto con alguna vacuna, haga que la COVID-19 acabe siendo un virus respiratorio más de la lista de virus que nos visitan todos los años, con una cuota de mortalidad “aceptable” socialmente, no como ahora.

¿Qué hacer mientras tanto para gestionar este proceso? La ciudadanía debe intentar evitar el contagio, las autoridades sanitarias tomar la delantera al virus: rastreo, cuarentenas y aislamiento.

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