Los alimentos son la única fuente de energía para los seres humanos. El tipo de nutrientes que consumimos y el acoplamiento de la nutrición a los ritmos hormonales determina que convirtamos los alimentos en energía, en fuerza muscular y en el incremento de la capacidad de concentración, o si más bien los utilizamos para engordar y para aumentar los depósitos de grasa en las arterias.El organismo consume energía en forma continua día y noche, sin embargo la ingesta de los alimentos se realiza en forma intermitente; por esta razón existen sistemas energéticos que se encargan de almacenar combustible cuando nos alimentamos para luego degradarlos y obtener energía, entre una comida y otra, y durante el ayuno nocturno.
Nuestro combustible de primer orden es el azúcar o glucosa, que viaja en la sangre hacia todos los tejidos, donde las células en presencia de la insulina toman la glucosa de la sangre para convertirla en energía.
Como el cerebro, a diferencia de otros tejidos, solamente puede utilizar la glucosa sanguínea como combustible, entonces una pequeña disminución de la concentración de glucosa en la sangre produce una situación de alarma en el cerebro que desencadena toda una serie de reacciones destinadas a reponer los niveles de azúcar.
Básicamente, la reposición de glucosa se obtiene de la degradación de la grasa de reserva durante la noche y de las proteínas musculares cuando la glucosa baja en las horas matutinas.
La grasa de reserva se utiliza de noche
Durante la noche, cuando la glucosa proveniente de lo que comimos en la cena, se agota, el organismo repone sus niveles de glucosa a expensas de la grasa de reserva. Esta se degrada durante el sueño nocturno en virtud de que la hormona denominada HGH, que promueve la degradación de la grasa de reserva, se eleva durante la noche.
La hormona HGH es por esto también la responsable del descenso de peso que ocurre mientras dormimos y de que las personas adelgacen solamente durante el sueño nocturno.
También por esta razón se entiende que si la cena es muy abundante en harinas, panes y azúcares, entonces los niveles de azúcar nocturno se mantienen altos por muchas horas y esa noche se libera poca grasa de reserva, lo cual facilita el aumento de peso.
Durante el día
Al despertarnos en la mañana, ya la hormona HGH que degrada la grasa ha descendido y en cambio se encuentra elevada una hormona denominada cortisol que degrada las proteínas musculares.
De esto deriva que si la persona desayuna proteínas como queso, leche, pavo, obtendrá glucosa y energía de estos alimentos. Pero si en cambio continúa el ayuno nocturno y va a trabajar o a estudiar sin haber desayunado previamente, entonces el mantenimiento de los niveles de glucosa durante la mañana se hará a expensas de la destrucción de sus propias proteínas musculares.
Por supuesto que si esta costumbre de omitir el desayuno se prolonga por mucho tiempo, la pérdida de la masa muscular será importante, produciéndose pérdida de fuerza muscular, de tono muscular y dolores.
La falta del desayuno, por otra parte desencadena toda una serie de mecanismos de adaptación al ayuno: en primer lugar baja el metabolismo o gasto calórico del cuerpo y las células de grasa incrementan una enzima que las hace muy ávidas para capturar y convertir en grasa hasta lo más mínimo que la persona coma, el resto del día.
En estas condiciones, quien omite el desayuno acumula gran cantidad de grasa a la vez que utiliza sus propios músculos como combustible para sobrevivir al ayuno matutino. Finalmente se hace cada vez más gorda y más débil.