Uno de los mayores avances alcanzados por la humanidad ha sido el empleo de los medicamentos para prevenir, tratar o aliviar las enfermedades. Los medicamentos han contribuido a aumentar la esperanza de vida, así como su calidad.Aunque los medicamentos se utilicen de forma racional (cuando el paciente realmente lo necesite, con la dosis correcta durante el tiempo preciso y de la forma adecuada), no están exentos de ocasionar efectos secundarios, de distintas naturalezas. Entre estos efectos adversos preocupa, en gran medida, la capacidad que tienen algunos fármacos de ocasionar dependencia a su uso.
Durante las Guerras de Secesión americana y la Franco-prusiana los soldados desarrollaron dependencia tras la utilización de morfina para eliminar el dolor, quien la usaba entraba en un estado de sueño eufórico completamente entumecido, éste es uno de los ejemplos más conocidos del fenómeno de dependencia inducido por la utilización terapéutica de un medicamento.
Son bastante conocidas por la población las dependencias a drogas de abuso por las consecuencias devastadoras que éstas tienen para el individuo a nivel personal, social y sanitario. Pero existen otras mucho menos conocidas, de una gran importancia, que se deben dar a conocer y así evitar caer en ellas. Son las dependencias que pueden generarse a medicamentos que el paciente recibe para el tratamiento de distintas patologías.
Entre los medicamentos que más frecuentemente ocasionan dependencias en los pacientes que los reciben, destacan las benzodiazepinas y los barbitúricos. Estos medicamentos se incluyen en el grupo de fármacos conocidos como hipnóticos-sedantes. Por regla general, a bajas dosis son capaces de tranquilizar al paciente sin que aparezca sueño (efecto sedante), mientras que a dosis superiores dan lugar a la aparición de sueño (efecto hipnótico).
Este tipo de medicamentos no solo se utilizan para el tratamiento de la ansiedad y el insomnio sino también como relajantes musculares en caso de contracturas musculares y como antiepilépticos.
De este grupo de fármacos, los más empleados al día de hoy son las benzodiazepinas, entre las que podemos destacar, por su amplia utilización, el alprazolam (Trankimazin®), el bromazepam (Lexatin®, Lexotanil®), el clorazepato (Tranxilium®), el diazepam (Valium®), el flunitrazepam (Rohypnol®), el lorazepam (Orfidal®, Ativan®) y el lormetazepam (Loramet®).
Los barbitúricos han sido desplazados por las benzodiazepinas en la terapéutica, y ya apenas se utilizan, salvo en determinados casos de epilepsias graves resistentes a otros tratamientos porque son muy tóxicos, interaccionan con otros medicamentos, dan lugar a una fuerte dependencia y ocasionan rápida tolerancia.
Dependencia a benzodiazepinas y barbitúricos
El abuso de estos medicamentos no suele producirse con fines recreativos, como ocurre con otras drogas, como el alcohol, la cocaína o la heroína, sino que suele aparecer tras la utilización con prescripción médica durante un período de tiempo determinado. Existen una serie de factores que incrementan el riesgo de que la persona desarrolle una dependencia a estos medicamentos. Entre ellos destacan:
Factores dependientes del propio medicamento. Cuanto más potente sea el fármaco y menos duradero sea su efecto, más dependencia suele producir.
Factores dependientes de la forma de administración. Dosis elevadas durante períodos prolongados de tiempo da lugar a una mayor dependencia.
Factores dependientes de la persona que recibe el fármaco. Personas consumidoras de otras drogas, así como aquéllas con trastornos de personalidad, son más proclives a desarrollar dependencia. También se ha observado que es más normal que se produzca entre mujeres y personas de edad avanzada.
Además de estas personas en las que la utilización de estos fármacos con fines médicos puede ocasionar dependencia, las benzodiazepinas y los barbitúricos suelen emplearse también con fines recreativos por algunos pacientes, especialmente politoxicómanos. Los fines con los que estas personas emplean estos fármacos son los siguientes:
Aumentar los efectos de otras drogas depresoras, como la heroína o el alcohol.
Reducir el nerviosismo que aparece cuando el paciente presenta un síndrome de abstinencia a una droga depresora.
Reducir los efectos secundarios (normalmente nerviosismo, ansiedad o insomnio) asociados a la sobredosis por sustancias estimulantes, como la cocaína o las anfetaminas.
Normalmente estos pacientes utilizan el fármaco a dosis muy superiores a las terapéuticas, con el consiguiente riesgo de sobredosis. Además de la vía de administración oral, que predomina en los pacientes dependientes tras prescripción médica, estas personas suelen hacer uso de estos medicamentos por vía intravenosa.
Prevención de la dependencia a estas sustancias
La aparición de casos de dependencia a estos medicamentos ha hecho que la población sienta un intenso miedo al utilizarlos, y en muchos casos los pacientes se resisten a tomarlos tras una prescripción médica. No obstante, un uso racional de los mismos, empleados exclusivamente en las situaciones para las que están indicados, así como a la dosis y durante los periodos de administración recomendados, limita en gran medida el riesgo de producir dependencia.
Ante el riesgo de estas sustancias, en los años noventa se establecieron una serie de recomendaciones sobre el uso correcto de estos fármacos. Entre estas medidas, las más importantes fueron:
Estos medicamentos deben ser utilizados sólo para el tratamiento de aquellas patologías para las que están indicados. Por ejemplo, no están indicados para la depresión, pues además de no ser efectivos pueden agravarla.
Sólo deben emplearse bajo prescripción médica. El médico debe evaluar la relación beneficio-riesgo, así como la dosis y el período de utilización.
Estos medicamentos sólo podrán obtenerse en la oficina de farmacia con receta médica. El farmacéutico velará, junto con el médico, para asegurar el uso racional de estos medicamentos, en las condiciones de eficacia y seguridad óptimas.
La dosis a administrar deberá ser la más baja posible y nunca deberá aumentarse sin que lo recomiende el médico.
La duración del tratamiento será lo más corta posible. De forma general, se recomienda que el tratamiento de la ansiedad con estos medicamentos no supere el periodo de tres meses, mientras que el del insomnio no debe superar el mes de tratamiento.
La suspensión del tratamiento deberá ser gradual, en un periodo de más de dos semanas, y siempre bajo criterio médico. El paciente nunca debe suspender el tratamiento por sí mismo, y nunca deberá hacerlo de forma brusca, ya que puede aparecer síndrome de abstinencia.
Tomando en cuenta estas medidas se puede reducir el riesgo de estos medicamentos, de manera que un número mayor de personas pueda verse beneficiado por sus efectos.