La depresión: enfermedad que se puede superar

TEMA: Enfermedades

La depresión es una enfermedad que forma parte de un grupo de alteraciones denominadas genéricamente trastorno afectivo o del humor. Los trastornos depresivos afectan entre un 2 y 3% de la población, lo que supone que existen en el mundo entre 150 y 250 millones de enfermos deprimidos.

El pico de edad de mayor frecuencia de la depresión es en torno de los 40 años, tal vez por considerarse socialmente esta edad como la del inicio del declive, tanto físico como personal. Tal situación puede motivar a una frustración si no se han logrado los objetivos que se tienen establecidos en la vida. Los solteros/as tienen mayor incidencia. No hay una clara relación con la situación socioeconómica. Otra época crítica es el momento del abandono del hogar por los hijos al independizarse, es el llamado “síndrome del nido vacío”.

No todas las depresiones son iguales, se distinguen dos grandes tipos:

    • Depresión reactiva o exógena o menor: aparece por una situación social o personal desfavorable (un infortunio, una adversidad o una desgracia), se puede llegar a un estado depresivo en situaciones tales como dificultades económicas, situación de paro, soledad, problemas familiares o de trabajo, pérdida de un ser querido, enfermedad grave, dolor crónico o enfermos terminales.

    • Depresión primaria o endógena o mayor: aparece sin una causa externa que justifique la tristeza inmotivada y vital.

Hay personas que manifiestan su depresión, pero hay otras que por el contrario, la ocultan. Debemos sospechar que algún familiar o amigo sufre un estado depresivo por ciertos gestos y comportamientos característicos. Una persona deprimida se vuelve menos comunicativa, fácilmente irritable, deja de hacer actividades habituales, llora ante cualquier insinuación o descuida su aspecto físico.

Hay distintos grados de sintomatología, y no todo episodio de tristeza debe considerarse una depresión. De forma general, se considera este diagnóstico cuando la persona presenta tristeza o pérdida de ilusión por las cosas (deja de hacer actividades habituales o las hace con gran esfuerzo) y esta situación se prolongue durante, al menos, dos semanas.

Es característico que el paciente deprimido relate una intensa apatía, abulia y desinterés por las actividades cotidianas. Así, actos como pasear, comprar o realizar tareas domésticas cotidianas se convierten en situaciones displacenteras y problemáticas.

El ritmo del sueño se altera por un insomnio de despertar, de forma que el paciente despierta de madrugada y le es imposible conciliar de nuevo el sueño. Aparecen quejas por la dificultad para concentrarse y recordar las cosas, de forma que seguir una conversación, ver la televisión o leer un texto exige grandes esfuerzos.

Otros síntomas, como el llanto fácil, la apetencia por el aislamiento social, la desesperanza, el pesimismo, la preocupación continua, las ideas de culpa, así como una larga lista de molestias físicas (cansancio, fatigabilidad, dolores, molestias digestivas, etc.), completan el peculiar calvario de estos pacientes. A todo ello se une la incomprensión, cuando no la crítica de familiares y amigos, para configurar una experiencia de sufrimiento inigualable.

En una persona que previamente no ha tenido problemas de depresión y aparece en un momento en que no parece haber problemas externos, hay que buscar causas orgánicas (enfermedades físicas) que puedan motivar estos síntomas. Enfermedades que pueden producir síntomas depresivos son el hipotiroidismo (producción disminuida de hormonas tiroideas), el alcoholismo, el consumo de algunos fármacos (como algunos medicamentos para la hipertensión arterial), el inicio de la enfermedad de Parkinson o de una demencia. Pero estas situaciones son poco comunes. En la mayoría de las depresiones primarias la enfermedad se debe simplemente a un trastorno bioquímico y metabólico cerebral motivado por el descenso en el cerebro de una serie de sustancias llamadas neurotransmisores. Los neurotransmisores son biomoléculas que transmiten información de una neurona a otra consecutiva, unidas mediante una sinapsis , se incluyen en este grupo la serotonina, la adrenalina, la noradrenalina y la dopamina las cuales causan cambios fisiológicos en el organismo.

Desgraciadamente no es todo tan sencillo ya que existen también factores genéticos que pueden predisponer al trastorno. Igualmente, cierto tipo de personalidad (los individuos ordenados, hiperresponsables, escrupulosos, autoexigentes, muy trabajadores y dependientes de los demás) resultan más vulnerables. Sobre estas bases, los problemas psicológicos y sociales (como el agotamiento, la frustración crónica, el estrés, la marginación, la pérdida de valores, el fracaso laboral, etc), pueden comportarse como desencadenantes o precipitantes de la depresión.

¿Se cura la depresión?

El problema del tratamiento de la depresión es que la persona que la sufre no ve salidas, ni tiene esperanzas en la solución de su problema; ante un sufrimiento tan intenso desearía soluciones rápidas que se le antojan imposibles. Frente a ello, lo primero que conviene aclarar es que la depresión es una enfermedad como otra cualquiera y que además se puede curar.

Actualmente existen múltiples tratamientos eficaces para esta enfermedad, hay dos grandes tipos:

    • Los tratamientos psicofármacos (medicamentos antidepresivos).

    • Los tratamientos de psicoterapia (ayuda psicológica).

De una forma simplista se puede decir que las depresiones exógenas se pueden resolver con psicoterapia y que las depresiones endógenas se curan con fármacos.

La mayoría de las depresiones responden a los fármacos antidepresivos. Existen varias familias de antidepresivos, con distintos mecanismos de acción, según las características clínicas del paciente, se encogerán unos u otros fármacos. Cuando se consigue una respuesta eficaz, se puede esperar la total recuperación de la persona, quien podrá hacer una vida nuevamente normal. La paciencia con estos fármacos resulta fundamental, ya que si bien la medicación es efectiva, es lenta de actuación y la mayoría de las veces hay que esperar entre 15 y 45 días para notar la mejoría, durante esas semanas de aparente ineficacia el paciente puede notar efectos secundarios de la medicación (sequedad de la boca, visión borrosa, estreñimiento, etc). No debe desanimarse y cometer el error de abandonar el tratamiento. Este período de “carga” de la medicación es imprescindible para conseguir la mejoría del ánimo. Estos tratamientos no crean dependencia y se retirarán con el tiempo. Ello no quita que, en general, la medicación se deba seguir tomando meses después de haber notado la mejoría para evitar nuevas recaídas. La mayor parte de los psiquiatras aconsejan tomar los antidepresivos no menos de un año y, a veces, incluso durante largos períodos de tiempo en la vida del paciente. El motivo fundamental de no curarse la depresión es el abandono de la medicación cuando, tras 3 ó 4 meses de tratamiento y de sentirse bien, se abandona éste.

Existen dos grandes familias de antidepresivos. Todos ellos son fármacos seguros y eficaces, aunque tienen distintas característica.

La ventaja fundamental de los antidepresivos clásicos (descubiertos en la década de los cincuenta y conocidos por los profesionales como tricíclicos) y sus derivados es su potencia antidepresiva y la gran experiencia con su uso. Han aparecido nuevos fármacos antidepresivos, que resultan eficaces, con ellos se ha conseguido reducir notablemente sus efectos secundarios en los pacientes (son los llamados inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina, como la fluoxetina, la paroxetina, la fluvoxamina, la sertralina y el citalopram). En pacientes que deben tomar los antidepresivos durante largos períodos de tiempo han supuesto un avance también respecto a la calidad de vida.

Los fármacos antidepresivos no son las únicas armas para combatir las depresiones. El apoyo psicológico resulta fundamental.

Normalmente los familiares y amigos que rodean al deprimido también sufren y se desesperan por un comportamiento “tan irracional” del paciente. Y lo que es peor, “culpabilizan” al enfermo de no poner de su parte todo lo posible para mejorar. Estos sentimientos son absurdos. ¿Podría incriminarse a un hipertenso que no tiene voluntad para bajar su tensión arterial? Pues cuando se pide al deprimido que haga un esfuerzo para animarse, resulta igual de inútil. Y lo que es peor, la insistencia a que “se anime”, a que salga a pasear o que se relacione con gente, lejos de mejorar puede empeorar la situación. Todos esos esfuerzo obligan al paciente a “disimular” su malestar, lo que provoca una tensión sobreañadida y un retroceso en la curación.

No se debe “forzar” la diversión en un paciente deprimido. La mejor psicoterapia que se puede hacer es entender la impotencia del enfermo ante su depresión, asumir que se trata de una enfermedad sin más y confiar en los médicos y en los medicamentos prescritos. En definitiva debemos ponernos en lugar del que sufre y, con grandes dosis de paciencia y cariño, ayudarle a afrontar su drama personal. Se deben valorar y celebrar junto al deprimido las pequeñas mejorías que se vayan sucediendo en la evolución.

Los fármacos antidepresivos sólo mejoran el estado anímico en el caso de que exista una depresión. “No son drogas de la felicidad”, de modo que si lo toma una persona sana, no producirá ningún efecto beneficioso pero sí se expondrá a posible efecto tóxico por uso irracional del medicamento.