Nuestra supervivencia depende del oxígeno presente en el aire que respiramos. El sistema respiratorio nos permite aspirar el oxígeno que necesitamos y expulsar el dióxido de carbono (producto de desecho de la respiración celular) que se ha producido en nuestro cuerpo, y que resulta venenoso para las células. Una persona adulta normal aspira unos 10 litros de aire por minuto si estás quieto, y la cantidad puede llegar hasta los 50 litros al correr.
El sistema respiratorio está formado por la nariz y la cavidad nasal, la faringe (situada detrás de la garganta), la laringe (que es el órgano de la voz), la tráquea y los pulmones. Dentro de los pulmones hay toda una red de pequeños tubos ramificados que comienzan con los bronquios de mayor diámetro, se dividen formando los bronquiolos, cuyo diámetro es mucho menor, y terminan en los alvéolos pulmonares, organizados en racimos.
Si se corta por la mitad un pulmón, su interior tiene el aspecto de una esponja de color rosa. La superficie interna del pulmón esponjoso de un adulto es casi tan amplia como una cancha de tenis.
En las zonas más profundas del pulmón, en los alvéolos pulmonares, el oxígeno pasa de los pulmones a la sangre, mientras que el dióxido de carbono pasa de la sangre a los pulmones. Al espirar, el dióxido de carbono sale del pulmón y se expulsa al exterior.
Dentro de la sangre, son los glóbulos rojos de la sangre los que realizan el transporte tanto de oxígeno como de dióxido de carbono. Estas células aportan el oxígeno necesario y retiran el dióxido de carbono, que resulta tóxico a concentraciones altas.
Nuestro sistema respiratorio se protege, la mucosidad y los pelos que recubren las paredes de las fosas nasales contribuyen a retener tanto partículas de polvo y otras que flotan en el aire como algunos microorganismos. La mucosidad se mueve hacia la garganta, y de forma inconsciente se traga y se digiere en el estómago.
El organismo tiene otro sistema de defensa para impedir el paso de aire que contenga partículas inadecuadas. La superficie interna de la nariz tiene muchas terminaciones nerviosas que son sensibles a dichas partículas irritantes (polvo, polen y otros alergenos), de forma que se desata el reflejo del estornudo. Gracia a él, se produce una corriente de aire lo bastante potente como para expulsar cualquier partícula que haya quedado pegada a la superficie interna de la nariz.
El sistema de detección de partículas irritantes o restos de comida en la garganta, la tráquea y los pulmones es muy semejante al del estornudo, en este caso se desata el reflejo de la tos que tiene la misma función que el estornudo.
La ventilación pulmonar se controla inicialmente por medio del sistema nervioso autónomo, concretamente desde la médula oblonga y el puente de Varolio, localizado en el encéfalo. Hay neuronas que conectan las zonas media y baja del bulbo raquídeo y coordinan los movimientos respiratorios.
Existen factores que influyen en el ritmo respiratorio, un incremento de los niveles de dióxido de carbono en sangre produce una acidosis respiratoria (descenso del pH sanguíneo) que estimula e incrementa el ritmo respiratorio. De esta manera, pronto se restablecen los valores normales de pH.
Si los niveles de dióxido de carbono son menores de lo normal, el resultado es el contrario, es decir, disminuye el ritmo respiratorio.
El ejercicio aumenta los niveles de dióxido de carbono en sangre, y también aumenta la demanda de oxígeno de las células para crear energía. Eso explica en parte el porqué del incremento del ritmo respiratorio cuando se hace ejercicio.