El óxido nitroso fue sintetizado por primera vez en 1772, y se utilizaba para producir hilaridad en ciertos espectáculos. Desde mediados del siglo XVIII los dentistas empezaron a utilizarlo para paliar el dolor. Pronto fue sustituido por el éter, sobre todo para conseguir la anestesia general. La adición de oxígeno al oxido nitroso aumentaba el tiempo de duración de la anestesia, lo que trajo consigo un incremento del uso de este gas como anestésico. Hoy en día sigue siendo bastante común el uso de óxido nitroso en la anestesia general. El óxido nitroso produce desinhibición, lo que puede hacer que el paciente no controle sus comentarios.
En 1846, en EE.UU el dentista WTG. Morton administró éter a un paciente para facilitar al cirujano John Warren la extracción de un bulto cercano a la mandíbula. Fue la primera vez que se utilizó la anestesia.
Su uso cruzó el Atlántico, y en 1853 John Snow administró cloroformo a la Reina Victoria durante el parto de su octavo hijo, el príncipe Leopoldo. El cloroformo pronto fue aceptado por todo el mundo.
El curare también se utilizó durante la Guerra de Secesión americana para conseguir la relajación de los músculos en los soldados afectados de tétanos, aunque sólo en la década de 1940 empezó a utilizarse en cirugía para relajar los músculos abdominales. Así nació lo que hoy se conoce como la tríada de la anestesia: amnesia, analgesia y relajación muscular.
Pronto empezaron a ser habituales las unidades de cuidados intensivos, los centros de tratamiento integral del dolor y los de cuidados paliativos.
Está claro que la anestesia altera el flujo de sodio en las células nerviosas, y cuando se detiene el flujo de iones dejan de generarse impulsos nerviosos, y el paciente pierde la consciencia. El cerebro no almacena ningún tipo de recuerdo (amnesia) y tampoco registra las sensaciones de dolor.