Grandes avances en la investigación del dolor

Un Mundo Limpio

El estudio de la biología del dolor y la búsqueda de modos más eficaces para tratar el dolor crónico revisten más urgencia que nunca. Los investigadores avanzan a pasos agigantados en la comprensión de cómo se transmiten las señales dolorosas sensitivas desde los nervios hasta el cerebro y cómo este percibe la sensación de dolor. Los científicos también están revelando el papel que desempeñan genes concretos en la regulación del dolor, lo que a su vez ayuda a explicar por qué existe una variación tan amplia en su percepción y tolerancia.Estos avances están modificando radicalmente el enfoque clínico y científico del dolor, singularmente del crónico, que se define como aquel que se prolonga más allá de tres meses. La medicina solía entender el dolor como la consecuencia de un traumatismo o de una enfermedad, secundario a la causa de origen. Lo que ocurre es que, en muchos pacientes, el dolor provocado por una lesión o por una dolencia se prolonga mucho más allá de haberse resuelto la causa subyacente. En estos casos, el dolor se convierte en la enfermedad.

La esperanza es que este enfoque, sumado a la compresión constantemente mejorada del dolor, culmine en el desarrollo de nuevas terapias para el dolor crónico, entre ellas alternativas no adictivas a los opioides. Los investigadores, entre tanto, se afanan en ensayar estrategias prometedoras, como la estimulación cerebral con pequeños choques eléctricos que alteren su percepción del dolor o el aprovechamiento de la capacidad intrínseca que tiene nuestro organismo de aliviar su propio padecimiento.

La capacidad de sentir dolor es uno de los regalos que la naturaleza ha dado a la humanidad y al resto del reino animal. Sin ella, no retiraríamos la mano instintivamente al tocar un hornillo caliente, ni nos cuidaríamos de caminar descalzos sobre vidrios rotos. Estas acciones, motivadas por la experiencia inmediata o recordada del dolor, nos ayudan a disminuir el riesgo de lesionarnos. El dolor constituye un sistema de alarma clave para la autopreservación.

Los centinelas de este sistema son una clase especial de neuronas sensitivas llamadas nociceptores que están situados cerca de la médula espinal, cuyas fibras se extienden hasta la piel, los pulmones, los intestinos y otras partes del cuerpo. Los nociceptores están equipados para percibir distintos tipos de estímulos nocivos: el corte de un cuchillo, el calor de la cera derretida, la quemadura del ácido. Cuando detectan cualquiera de estas amenazas, envían señales eléctricas a la médula espinal, que a su vez las transmite al cerebro por medio de otras neuronas. Unas neuronas de orden superior situadas en la corteza cerebral (último destino de la vía ascendente del dolor) transforman esta información en la percepción del dolor.

Al registrar el dolor, el cerebro intenta contrarrestarlo. Las redes neuronales del cerebro envían señales eléctricas a través de la médula espinal a lo largo de la denominada vía descendente del dolor, desencadenando la segregación de endorfinas y otros opioides naturales. Estas sustancias bioquímicas inhiben las señales ascendentes de dolor, con lo cual reducen eficazmente el grado de dolor percibido.

Los científicos ya habían desentrañado este esquema básico de vías ascendentes y descendentes cuando Clifford Woolf empezó a estudiar el dolor en la década de 1980. La sorprendente conclusión de los trabajos de Woolf y posteriores investigadores en la misma linea fue que podía existir dolor incluso en ausencia de una lesión desencadenante. El sistema de transmisión del dolor puede hipersensibilizarse a raíz de una lesión, pero también puede descontrolarse sin razón o quedarse atrapado en un estado hipersensible mucho después de la curación de la lesión original. Es lo que ocurre en el dolor neuropático, la fibromialgia, el síndrome de colon irritable y otras enfermedades. Para estos pacientes el dolor no es un síntoma, sino una enfermedad en sí misma causada por el mal funcionamiento del sistema nervioso.

Gracias a los avances en el cultivo de células madre humanas en el laboratorio, Woolf y sus colegas están creando distintos tipos de neuronas, incluidas las nociceptivas. Este logro les permite estudiar las neuronas con un grado de detalle sin precedentes para determinar en qué circunstancias caen en una excitabilidad patológica y se activan espontáneamente.

Mientras científicos como Woolf avanzan en la compresión de la transmisión del dolor, otros han descubierto que estas señales son solo uno de los varios factores que participan en la percepción cerebral del dolor. El dolor, apunta la investigación, es un fenómeno tan complejo como subjetivo modulado por el cerebro concreto que lo experimenta en un momento dado. La traducción de las señales de dolor en sensaciones dolorosas puede verse influida por el estado emocional de la persona. El contexto en el que se percibe el dolor también puede alterar la experiencia del mismo, como evidencia el hecho de que las molestias posteriores a una sesión de ejercicio intenso nos resulta placenteras o que nos sirvamos una segunda ración aun sabiendo que la receta picante nos castigará de nuevo la lengua.

En sus experimentos Irene Tracey, neurocientífica de la Universidad de Oxford y sus colegas han obtenido resultados que han permitido al equipo descubrir un panorama de la percepción del dolor mucho más complejo de lo que se creía. En el cerebro no existe un centro del dolor como tal; como reacción a los estímulos dolorosos se activan múltiples regiones, incluidas redes que también participan en la emoción, la cognición, la memoria y la toma de decisiones. Tracey y su equipo han demostrado que el miedo, la preocupación y la tristeza pueden empeorar la experiencia dolorosa.

James Cox, genetista del University College de Londres y sus colegas estudiaron el ADN de seis niños paquistaníes del mismo grupo familiar que presentaban una insensibilidad parecida al dolor. Todos ellos tenían una mutación en el gen SCN9A, implicado en la señalización del dolor.

Este gen fabrica una proteína clave para la transmisión de las señales de dolor desde las neuronas nociceptivas hasta la médula espinal. La proteína bautizada como Nav1.7, se posa sobre la superficie de la neurona y hace las veces de canal para que los iones de sodio accedan al interior de la célula, posibilitando así que los impulsos eléctricos que constituyen la señal de dolor se propaguen a lo largo del axón que, como si de un hilo se tratase, conecta con otra neurona de la médula espinal.

Las mutaciones descubiertas en el gen SCN9A generan versiones deformes de la proteína Nav1.7 que no permiten el paso de los iones de sodio al interior de las neuronas nociceptivas. Con unos nociceptores incapaces de conducir las señales de dolor, los niños no se percataban de que se habían mordido la lengua o escaldado la piel.

Las mutaciones del gen SCN9A también se asocian con una enfermedad rara llamada eritromelalgia heredada, o síndrome del hombre en llamas. Los pacientes sufren el caso contrario más extremo de la insensibilidad al dolor: una sensación de quemazón en manos, pies y cara. En un entorno cálido o con un mínimo esfuerzo, la sensación se intensifica hasta lo insoportable, como si mantuviésemos el dedo sobre la llama de una vela. Estas mutaciones tienen el efecto contrario al que presentaban los niños paquistaníes inmunes al dolor: crean canales Nav1.7 que se abren con demasiada facilidad, con lo cual los iones de sodio entran en tromba cuando no deberían. En los pacientes con este síndrome, este defecto provoca que los nociceptores bombardeen sin descanso al cerebro con mensajes dolorosos.

El descubrimiento de que la proteína Nav1.7 puede abrir o cerrar las compuertas a las señales nociceptivas ha convertido a los canales en una atractiva diana para los investigadores que desean desarrollar nuevos fármacos analgésicos que no entrañan el riesgo de adicción inherente a los opioides. Como la Nav1.7 solo está presente en las neuronas sensibles al dolor, la sustancia que logre cerrar selectivamente el canal podría convertirse en un analgésico eficaz.

Stephen Waxman, neurólogo de la Facultad de Medicina de la Universidad Yale en New Haven, Connecticut está convencido de que tarde o temprano la investigación dará con fármacos mejores. <<Tengo la seguridad de que se descubrirá un tipo de fármacos nuevos y más eficaces para tratar el dolor sin peligro de adicción – segura con entusiasmo -. Pero no me atrevo a dar fechas>>.

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