“Pinini”, forjador de cantiñas
Eduardo Ternero - 12 de diciembre de 2020
Muchas casas flamencas, de los barrios de Santiago o San Miguel en Jerez, del barrio sevillano de Triana; del Perchel malagueño, el Sacromonte o Albaicín granadinos; o los vecinos del barrio Santa María de Cádiz tuvieron un distintivo propio en sus formas de expresar los cantes, desde los más remotos tiempos. Fueron estilos, maneras de alcanzar lo ‘jondo’ que luego sus hijos y nietos, todas las generaciones venideras han llevado a gala y han seguido cantando, extendiendo su forma e impregnando a otros cantaores. Ese es el caso de la saga de los “Pinini”, apodo del primer miembro de esa gran estirpe cantaora. “Pinini”, Fernando Peña Soto (dos apellidos que ilustran generaciones), nacido en Lebrija en 1863 y precursor, que sepamos, de una de las familias flamencas más grandes e importantes de los últimos doscientos años.
Fernando Peña Soto “Pinini”
“Pinini” fue un personaje casi mítico, del que tenemos muchas lagunas de su vida. Apenas cumplidos los 8 años la familia se trasladó a Utrera porque su padre era carnicero. Con esos rancios apellidos gitanos, seguramente, muchos de sus antepasados tuvieron que lidiar no solo en las tareas más difíciles de la vida sino que también debieron echar mano de los cantes. Ofició de matarife por los mataderos de Cádiz, donde seguramente tuvo contacto con los cantes de Enrique el Mellizo y Curro Durse, ambos también dedicados al oficio de la matanza y, allí, con toda seguridad, se impregnó de los cantes de la tacita de plata para después hacer sus versiones y desparramarlas por los caminos de Lebrija y Utrera. Entre tratos, matanzas y su afición al vino (los matarifes, de aquellos difíciles años, entraban al tajo a las 3 de la mañana y a las 10 ya se habían tomado un litro de vino para poder soportar aquel trabajo), le llevaban a continuas ‘juergas’ (como testimoniara su hija Fernanda Peña). Sin embargo, fue un gran cantaor, un enorme artista – no profesional –, que creo unos estilos muy personales de hacer las alegrías y cantiñas; cantes tan singulares que fueron confinados y, mucho más tarde, exteriorizados y grabados por otros miembros de este gran clan gitano.
Fernando Peña Soto “Popá Pinini” como le conocía la comarca triangular de Sevilla-Utrera-Cádiz, se casó con Josefa Vargas Torres – prima de Antonia la “Gamba”, (mujer de Manuel Torre) – con la que tuvo nueve hijos; la mayoría de ellos grandes conocedores e intérpretes de flamenco, tanto en el cante, el baile o la guitarra, aunque ninguno lo fue profesionalmente. Sin embargo, muchos de ellos, engendraron a la tercera generación, la cuarta… y las que vendrían a continuación…, que han dado lugar a una de las sagas de artistas más prestigiosas y prolíficas en la historia de este singular arte. Estamos hablando de Fernanda y Bernarda de Utrera, de Bastián Bacán, Inés Bacán, Tío Benito, Pepa de Utrera..., tantos “Peñas” y “Sotos”.
Inés Bacán
Como hemos comentando, “Pinini trabajó y vivió por Cádiz, y más tarde entre Lebrija y Utrera, dos pueblos de una solera cantaora enorme y en los cuales ha dejado repartida una gran herencia familiar. También conocemos las incursiones que hacía – seguramente contratado por algún ‘señorito’ de la época – a Sevilla, para cantar saetas en la Semana Santa de la ciudad hispalense, pues “Popá Pinini” fue también un gran cantaor por soleá, bulerías y saetas, aunque lo que conozcamos más y donde fue más creativo es en su faceta de ‘cantiñero’. Seguramente también dominaría otros cantes de Cádiz que, por desgracia, no nos han llegado hasta hoy, para disfrutarlo.
En Utrera y Lebrija, centros fundacionales del flamenco gitano, la leyenda de “Pinini”, sigue viva en el corazón de la población flamenca. Para quienes le escucharon cantar, incluidos el Mellizo y otros artistas de su época, Fernando, fue un cantaor que asombraba a todos por su talento y su voz, por su manera de ser tan risueña y por su manera de ver la vida. Un patriarca gitano que fundó una dinastía de artistas. Su hija Fernanda Peña, la “Vieja”, comentaba “…mi casa, cuando yo era una niña, siempre estaba llena de gente. Mi padre llegaba borracho y con ganas de montar una fiesta, allí se reunían muchos gitanos de Lebrija, cantando y bailando…, había poca comida pero siempre hubo mucha felicidad”
Miguel El Funi
Por desgracia no conocemos el eco de voz, ni la forma de cantar del “Pinini”, pero nos quedó su carisma, su impronta y una forma de cantar que fraguó, en la familia y por ende en el mundo flamenco, una especie de leyenda y creó un mito en el mundo de las cantiñas. Entendemos que los frutos que ha dejado, que los cantes que han hecho y hacen sus descendientes como Bernarda, Fernanda, Inés Bacán, Miguel El Funi…, toda la familia de los Peñas, tendrá mucho que ver con aquellos primigenios cantes que desarrolló Fernando Peña “Pinini” y por tanto está más que justificado su valor dentro del flamenco. Al menos creemos que ese halo espiritual, ese saber antiguo que se mantenía enclaustrado en las familias, se fue transmitiendo de generación en generación.
Fernando dejó rescoldo suficiente para avivar la llama de grandes artistas que le siguieron y pudieron extrapolarlos para conocimiento y regocijo del mundo. “Pinini”, que murió en Utrera alrededor de 1930, sigue vivo en la garganta de cualquier cantaor que se precie de conocer las variantes de cantiñas, su sello es inconfundible.