Rincón Flamenco - "Reflexiones sobre el flamenco" por Eduardo Ternero Rodríguez
Eduardo Ternero - domingo, 28 de Julio de 2024
El panorama que presentaban los pueblos andaluces a inicio de los años 30 era desolador, si ya dijimos que las carreteras y los caminos estaban impracticables, el paro obrero era la mayor lacra social. Marchena, no se libraba de ser un pueblo necesitado de enormes mejoras, las carreteras que partían hacia Osuna, Écija, Carmona…, requerían un arreglo inmediato, los obreros deambulaban desesperados ante la falta de trabajo y los furtivos habían acabado con casi todo. Cuando los agricultores no estaban afectados por la sequía, eran las intensas lluvias las que hacía imposible transitar por caminos. Con la llegada de la II República, la corporación municipal entrante se encontró con una cantidad de problemas añadidos a los ya existentes: el temporal, las infraestructuras, el paro… Los funcionarios del Ayuntamiento se quejaban de no haber cobrado las últimas nóminas y además, exigían subidas de sueldo. Muchos industriales y vecinos se negaban a pagar los impuestos correspondientes, a la par que protestaban por la falta de agua corriente, la mala pavimentación de las calles que, con las lluvias, se convertían en un lodazal.
Pepe, a inicio de los años 30
El alcalde y los ediles republicanos, recientemente nombrados, se vieron abocados a hacer continuas peticiones de ayudas al Instituto de Previsión, al Gobernador de turno, a los ministerios de Gobernación y Economía, a Diputación… Al Ministerio de Hacienda se le rogó una reducción de impuestos, sin éxito alguno, e incluso les fueron denegados los préstamos solicitados a la Caja de Seguros Sociales y de Ahorros a los agricultores. La Beneficencia no tenía recursos suficientes para atender a tantos pobres de necesidad y a los abusos y negocios que otros hacían con los productos básicos como la leche. Tanta fue la necesidad que el nuevo alcalde convocaría, a campesinos y obreros en paro, a una huelga, pues la falta de pan y alimentos básicos era apremiante. Tras la huelga se intentaría una reunión entre los estamentos implicados, pero los patronos no asistieron. En definitiva, la situación económica del Ayuntamiento era lamentable; el desempleo, el hambre, el déficit sanitario, la falta de higiene y de servicios era insostenible, así como la falta de pago a muchos de los funcionarios como los servicios del Matadero, Plaza de Abastos, fielatos, guardas…
Respecto al flamenco, en principio, la República, daría mucho de sí; sobre todo porque coincidió con la intencionalidad del cambio de libertades y la dignificación del trabajo que realizaban los artistas. Los astros se alinearon para que la “Ópera Flamenca” se afianzara y muchos intérpretes reafirmaran su adhesión a ella. Parecía que todos iban en la misma línea; sin embargo, los cantes heredados del XIX – que tanto se había luchado por recuperar y mantener –: soleá, martinetes, seguiriyas, tonás, tientos, cañas, polos…, ya no iban en el repertorio de los cantaores, parecían no concordar con los nuevos tiempos, salvo que, algún intérprete, tras el hartazgo de fandangos, rumbas, colombianas, vidalitas, milongas, guajiras, malagueñas, granaínas, cartageneras, tarantas …, se atreviese y adentrase con algún palo pseudo prohibido. En aquel agujero pretérito, en el que había caído lo jondo –, aquello por lo que Falla, Lorca, Zuloaga, Segovia, Turina…, tanto lucharon por preservar en el Concurso de 1922 y que no consiguieran alcanzar –, quedaría semi encerrado durante décadas.
Juanito Mojama
Ciertamente, tenemos que decir que muchos de los estilos de aquellos palos que recrearan Silverio, Nitri, Frijones, Loco Mateo, Manuel Molina, Marrurro, Tío José de Paula, Gilica, los Paula de Alcalá, Frasco el Colorao, los Pelao, los Cagancho…, pasando por Torre o Chacón, incluso muchos de la Niña de los Peines, quedaron atrapados en el tiempo, como criogenizados. Podríamos salvar aquí a algunos intérpretes; fueron aquellos que se mantuvieron un poco al margen, que se resistieron a las nuevas tendencias, tal vez veleidosas, que inflamaba aquel flamenco frívolo y coplero: Tomás Pavón, Aurelio Sellés, Juanito Mojama, Pepe el de la Matrona…, incluso Vallejo, aguantaría algo más, pero, a partir de los años 30, cambiaría de parecer. Entendamos que los artistas también comen y el pan lo encontraban en el escenario.
Los públicos también cambiaron, la gran masa que antes no había tenido acceso al flamenco, se arremolinaba para sacar entradas y ocupar butacas. Los gustos no solo cambiaron, sino que se adaptaron. No queremos decir que aquellos cuartos de cabales, el reservado, aquel flamenco de miseria y sumisión que vivieran los Paula, Tío Borrico de Jerez, Tía Anica la Piriñaca y tantísimos y buenos intérpretes del flamenco, se acabara definitivamente; pero, si quedaron un poco apartados o relegados. Pues, como el dinero lo puede todo, muchos potentados, seguirían comprando la indigencia flamenca con cuatro monedas y derroche de alcohol. En eso, nuestro protagonista, Pepe Marchena, tuvo mucho que decir. Él, como la mayoría, que vivió aquel flamenco anterior a la Ópera Flamenca, había sufrido la humillación y el desamparo en su primera juventud; pero, como dijera Vivien Leigh en “Lo que el viento se llevó” “Jamás volveré a pasar hambre…” Pepe lo tuvo muy claro. Aquel niño de Marchena, que tanto había padecido desde su nacimiento, consiguió con su garganta y su inteligencia alcanzar la gloria y, durante más de 50 años, sería en rey de la Ópera Flamenca, sería el mejor pagado de cuantos artistas se movían en España.
Manolo el "Malagueño"
En estos años, muchos no le auguraban el éxito, muchos esperaban su caída, todos pensaban que aquello duraría varias temporadas; está claro que se equivocaron. Quienes pensaban en su derrota, en el olvido del público, en la vuelta al clasicismo y el derrumbe del Niño de Marchena, estaban muy lejos de la realidad. Fueron algunos de sus mismos compañeros quienes quisieron luchar contra aquel marchenismo que imperaba en España. Vallejo, Cepero y algunos más lucharían contra corriente para acabar con aquella oleada vanguardista que lideraba el “Niño de Marchena”. El resultado, a la larga, fue una lucha inútil; Pepe pudo con todos ellos, incluso los contrataría en su Compañía. En cambio, serían muchos los que se apuntarían a su ejemplo, los que seguirían sus éxitos y creyéndose valedores se apuntaban al carro de aquel nuevo flamenco innovador; pero, fueron un mal calco de Pepe, algunos tuvieron momentos de gloria y otros llegaron al ridículo más grotesco. Podemos citar tres de cómo ejemplos de los conceptos anteriores como Angelillo, Antonio Molina o Manolo el Malagueño por no nombrar a cientos que salieron en todos los pueblos de nuestra tierra. Hasta hoy día tenemos imitadores fieles: al recordado Pepe Guillena, José Guzmán, Juan de Juanes…
Pero, como en todo, ¿quién puede hacer mejor el cante que quién lo creo? Sin desprestigiar a nadie y como mero ejemplo podemos declamar que, Angelillo, fue claro seguidor de la corriente marchenista; sin embargo, a pesar de sus melismas, florituras o falsetes…, jamás pudo hacerle sombra. Pepe era el artífice, era el creador…, pero, dejándonos de palabrería, solo hace falta escuchar al marchenero, por un lado y por otro a sus imitadores y saldremos de dudas. Puestas así las cosas, no nos atreveríamos a decir siquiera si alguno de ellos pudiera llegar a ser su heredero, puesto que desde el momento en que se erigen como imitadores de un genio, desvirtúan sus acciones. Porque, en Pepe, todo era natural, él hacía lo que le salía de dentro, jugaba con su garganta a placer, modificaba los cantes a su manera, siempre con un gusto exquisito, conociendo los intríngulis de lo más jondo, sin falacias, por derecho. Su gracia innata le venía de su cabeza y disponía de las mejores armas que se pueden tener para ser un genio del cante: una garganta y un oído fuera de lo normal, un carisma acaparador y una inteligencia arrolladora.
Pepe Guzmán
Empero, aún puede caber más, porque el de Marchena jamás sería flor de una sola primavera. Pepe se renovaba a diario, siempre estaba en vanguardia; no fue ni siquiera continuador de su propio marchenismo y cuando sus más fieles seguidores e imitadores lograban alcanzar la cumbre que él había puesto como meta, cuando los más ortodoxos se empezaban a relamer, pensando en la vuelta a sus “orígenes”, Marchena ya estaba en otras latitudes; Pepe, por su naturaleza plural, ya estaba inmerso en otros proyectos y, sus nuevas tesis y propuestas, siempre sorprendía a propios y a incrédulos. Su espíritu innovador, creador, era inagotable y como Midas, aquel histórico rey de Frigia, cada cosa que tocaba se convertía en un nuevo éxito. Cada cante que hacía lo elevaba, sin restarle fuerza ni valor, pero, además con un añadido, que gustaba a esa gran mayoría que jamás había sentido el flamenco.
Para culmen de su valor, era tan fuerte su carácter mediático y su capacidad de salir en los diarios; tenía tal poder de atracción que, de manera continuada, aparecía en revistas tanto de color rosa, de modas, taurinas…, algo que solía ocurrir a toreros, comediantes, actores..., sin embargo, durante aquellos años, ver a un flamenco dentro del mundo de las revistas de vanguardia era impensable. A modo de ejemplo, el periódico taurino “El Clarín”, le nombra, entre sus líneas diciendo, que para darle buena suerte al crítico Maximiliano Clavo, el cual no había estado acertado en sus últimas crónicas, hacía falta que le enviasen una foto del Niño de Marchena (como si fuese una estampa religiosa).