Aires de Levante: Rojo el “Alpargatero”

Eduardo Ternero - 8  de noviembre de 2020

Se llamaba Antonio Grau Mora, pero todos lo conocían por “Rojo el Alpargatero”, rojo por el color de su pelo y alpargatero por el negocio familiar (hacer alpargatas), Antonio nació en Callosa de Segura (Alicante) en 1847 y,  a pesar de no ser andaluz, se le ha considerado como uno de los mejores cantaores de la historia del flamenco, sobre todo de los cantes de la minas, aunque también fue un gran maestro en otros cantes.

“Rojo El Alpargatero” 

 El “Alpargatero” trabajó con su padre, fabricando alpargatas, hasta que tuvo que incorporarse el servicio militar. Eso le cambiaría la vida. Su destino en Málaga le puso en contacto con  cantaores  de  la  época, con los cafés cantantes, con lo mejor del flamenco de aquellos momentos.

Dotado de una gran voz, y dominando  ya algunos cantes  tendría  una de sus primeras actuaciones en Almería (1873) en el Casino de la capital del levante andaluz. Por entonces los elogios de la prensa se  hacen eco de los requiebros y florituras de su garganta.  Allí, en Almería, conocerá a la que sería su mujer,  María del Mar Dauset, hermana de la popular artista, la grandiosa “Carmencita”.

Siete años más tarde (1880), abandona el negocio de las alpargatas y se instala definitivamente  en Málaga con su compañera. Su afán es convertirse en artista profesional del flamenco porque es allí – dada la cantidad de cafés cantantes que había –  donde proliferan los grandes cantaores del momento,  con los que compartirá y alternará no solo en las tertulias sino en los escenarios. El “Rojo” aprovecharía  para ir dando a conocer a sus coetáneos, tanto a  compañeros de escenario como al público en general,  los cantes que él había ido aprendiendo por la Unión, Almería o Cartagena, es decir se empeñó en impregnar al flamenco con  los cantes de Levante. 

Dos años más tarde se instaló en la Unión; allí regentó una posada y se daría a conocer como cantaor, adquiriendo gran prestigio por su forma de decir el cante. El negocio hotelero fue en aumento y sus conocimientos de los cantes de Levante también. Abriría un café cantante y una sala de juegos. Amplió su posada y continuó cantando para un público que se acercaba a escucharle de todos los lugares de la región.

Carmen Dauset “Carmencita” 

Con el tiempo,  abriría otra posada en  Cartagena, siendo conocido por todo el mundo del flamenco de la época. Es simpática la anécdota cantaora, grabada, que se estableció entre Escacena y él.  Escacena cantó una cartagenera en la que dice “…que en Cartagena  se le perdió el sombrero  y ¿quien vino a encontrarlo?  Rojo El “Alpargatero”. Al oírlo, este,  le contestaría con otra cartagenera diciendo: “…que Escacena nunca estuvo en Cartagena”. El Rojo continuó configurando los cantes de la Unión y Cartagena; elevó los sones  de Levante junto a dos de sus grandes amigos: D. Antonio Chacón y  Fernando el de Triana, un trío que  daría  la forma definitiva a esos palos, tal y como los conocemos hoy. 

Podemos decir pues que, “Rojo el Alpargatero” fue uno de los grandes intérpretes y creador de los Cantes de las Minas;  sobre todo en la configuración de la taranta y la cartagenera y otros cantes de levante. Después serían la Peñaranda, Chilares. Enrique el de los Vidales quienes los expandieran. Cuentan que el “Alpargatero” tenía la costumbre de ponerse en su ventana cada mañana a escuchar los cantes de los mineros que iban a trabajar a las minas de la Unión. De ellos recogía su  musicalidad, sus letras…  y fue allí donde empezó a darles forma, a acomodar sus letras como la taranta, la cartagenera, la minera…, eso sí, siempre imprimiéndoles un sello propio.  

Pero “Rojo El Alpargatero” no solo cantaría por los cafés cantantes de su tierra natal, sino que lo haría  por los Cafés Cantantes de Málaga, Almería, Madrid, Sevilla, Cartagena y La Unión. También fue uno de los primeros artistas en cruzar el Atlántico. Lo hizo en 1892  para la celebración del 4º Centenario del Descubrimiento de América. Allí actuó junto a su cuñada Carmen Dauset “Carmencita” en el Chickering Hall de  Nueva York que, por entonces,  era la bailarina más aplaudida  del público americano.

Antonio Piñana 

El “Alpargatero” haría otra gira con su cuñada por los teatros de París, sobre todo en el Nuevo Circo de la capital francesa, donde  cantaba para acompañar el baile de aquella artista española que había protagonizado la primera película de Thomas Alva Édison (el documental más antiguo sobre el arte andaluz), hablamos de 1894. Por entonces la cuñada del “Alpargatero”  era considerada la reina de Broadway, en la populosa ciudad de Nueva York, de finales del XIX.

De vuelta a España hicieron una gira llena de éxitos por todo el país, hasta que “Rojo el Alpargatero” se instala para siempre en la Unión. Allí siguió regentando sus negocios y al poco los dejó en manos de sus hijos. Los hijos del “Alpargatero”  estuvieron vinculados al mundo del flamenco, sobre todo Antonio, que  heredó su arte y lo transmitió a los grandes cantaores que continuaron conservando los aires de levantes. Uno de ellos,   Antonio Piñana, fue primer ganador de la Lámpara Minera en el Festival de Cante de las Minas que se celebra cada año en la Unión, un concurso que  se realiza desde 1961. 

Antonio Grau Mora  “Rojo el Alpargatero” moriría en la Unión (Murcia), en 1907, a la edad de 60 años. El Festival  de la Minas tiene a bien conceder a entidades, peñas o a la mejor labor realizada en favor del flamenco, uno de los premios más queridos, el Premio “ROJO EL ALPARGATERO”.