Rafael Flores Nieto, “El Piyayo”
Eduardo Ternero - 28 de noviembre de 2020
No hemos podido averiguar de dónde le viene el apodo de El “Piyayo” a Rafael Flores Nieto, un cantaor gitano y guitarrista, que nació en el barrio del Perchel de Málaga, en el año 1855. No se sabe nada de su infancia, ni su primera juventud. Tampoco se sabe con certeza si realizó el servicio militar en Cuba, donde sería destinado durante los últimos años de la década de los 70. En esa fecha España estaba sosteniendo los primeros estertores de la guerra que mantuvo en la isla caribeña, apoyada por los EE.UU. A juzgar por las letras de algunos cantes suyos sufriría prisión durante cierto tiempo, hasta que, fue puesto en libertad y volvió a la Península. No creemos que fuese al final de la contienda puesto que la independencia cubana fue en 1899 y no es posible que volviese a Málaga con 44 años. También, seria factible – como dicen algunos –, que naciese ante, en 1864.
El “Piyayo”
Los cronistas escribieron que alternó su dedicación al flamenco con la venta ambulante de diversas mercancías, sobre todo vendiendo peines que guardaba en sus bolsillos, algo que desmienten otros porque se dedicó a ello solo al final de sus días, tras salir de la cárcel de Málaga. Tampoco sabemos cuál fue el motivo de su estancia tras las rejas. Se casó con una gitana que vendía encajes, La “Chunga”; pero el matrimonio duró un par de semanas, pues la forma de vida o de ser del “Piyayo” hizo que la familia se la llevasen a Estepona y luego a la Línea de la Concepción. Después se uniría sentimentalmente a La “Hampona”, otra gitana malagueña del Rincón de la Victoria.
El “Piyayo” deambulaba por la ciudad malacitana, con una vieja guitarra que aún se conserva en el museo “Juan Breva” de la capital de la costa del Sol. Rafael siempre aparece con su guitarrón en la mano, cantando por los bares, para todos los que se dignaban a escucharle. También le llamaban para reuniones o eventos en los que animaba la fiesta por unas monedas, era lo único que entraba en su casa.
Los tangos del “Piyayo” suenan a carceleras y guajiras, y a veces los vemos romanceados…, tienen aires caribeños asentados sobre la musicalidad y el ritmo de los tangos flamencos, cuyas letras él mismo hacía. Suelen estar llenas de irregularidad y su medida era de versos entre ocho y diez silabas, es decir una estrofa parecida a la décima o espinela, cosa muy rara en el flamenco.
En un bar de Málaga
Tuvo que pasar mucho tiempo para que los más puristas aceptaran, como un estilo propio y digno del flamenco, los tangos del “Piyayo”; aunque no debemos caer en el error de calificarlos como sinónimos de tangos de Málaga. En el “Piyayo” observamos mucha sensibilidad en sus letras, en las que refleja los acontecimientos de la época y, lo que si podemos ver, es un cante original y agradable al oído, que no deja indiferente a nadie. Por tanto, estén o no dentro de los cánones de lo puro, dejó muy buenos recuerdos de su cante entre los aficionados. Cualquier asiduo oyente de flamenco, sabe distinguirlos y ponerles nombre a los tangos que hizo Rafael por lo pegadizos que son. Sus letras se refieren al tiempo que estuvo en la cárcel cubana, a las penalidades que se sufrían en Málaga, a situaciones absurdas o ridículas…, ocurrencias suyas. En definitiva, el “Piyayo” fue un pintoresco gitano malagueño, que se ganaba la vida cantando por los bares. Pero también fue un buen cantaor de soleares y seguiriyas, aunque sus tangos son los que le han hecho famoso y los continuarían cantando otros artistas que le escucharon como Ángel de Álora, Manolillo el “Herraó”, el “Chirle”, el “Trinitario”… Rafael el “Piyayo”, era un ser extraño, un hombre al que conocía toda Málaga, porque pululaba por la calles a diario, porque era un paria que se ganaba la vida con su cante y sus poesías, y que cantaba en los bares por una monedas.
Prospecto de la película
Pero lo que realmente le hizo célebre fue la publicación de un poema que escribió José Carlos de Luna (1890-1965), un escritor malagueño, conocido por dos libros muy interesantes sobre temas que le preocupaban de su tierra: “Gitanos de la Bética” y “De cante chico y cante grande”. Pero, muchas afirmaciones de aquellos versos no sentaron muy bien a Rafael, pues ni él era de baja estatura, ni cuidaba un nietecillo, como decía el poema. Pero, sobre todo, le fastidió aquella falsa imagen de borrachín con la que lo retrataba. Él creía que no era tomado tan a chufla por la gente, ni su arte era tan extraño, ni pedía limosna por cantar unos tangos; él siempre decía que se ganaba la vida cantando por las calles.
El poema al “Piyayo” se publicaría y sería recitado en multitud de ocasiones por los poetas de la época y apareció grabado en un disco de Juanito Valderrama que llevaba por título el “Aristócrata del Cante”.
Tal vez, por la fama que cogió y la leyenda que forjó – por su forma de vivir –, se llevó su vida a la pantalla, en una película de 1956, dirigida por Luis Lucia y que se tituló “El Piyayo”.
Rafael, murió en Málaga en 1940, solo, en la chabola de madera donde vivía, como consecuencia de una grave arteriosclerosis; contaba 85 años de edad. Sus restos fueron enterrados en el cementerio de San Rafael de la capital malacitana. En el parte de defunción solo ponía que era soltero y de profesión jornalero.