El genio de la soleá de Alcalá

Eduardo Ternero - 20 de diciembre de 2020

Hablamos ahora de un artista ilustre, un hombre que seguramente era cuasi analfabeto pero que fue capaz de hacer las mejores músicas y las mejores letras de finales del XIX, sobre todo para engrandecer el cante por soleá. Se llamaba Joaquín Fernández Franco, era hijo de José Fernández Torres (El Gordo) y de Paula Franco, de ahí a como le conocemos como “El de la Paula”. Nació en Alcalá de Guadaira en 1875, en medio de una saga de artistas y dejaría una estela de ellos. Desde pequeño tendrá contacto con el flamenco, como en todos los hogares gitanos. En su casa pernoctarían muchos artistas que arribaban de Cádiz, Jerez…, como Tomás el Nitri, que viviría con ellos. 

Joaquín el de la Paula 

El joven Joaquín se dedica a esquilar los burros de las panaderías y cantaba por las ventas de los alrededores de Alcalá  (Platilla y Casa Cachito) donde también cantaran Manuel Torre, Vallejo, El Carbonerillo, Juan Talega...  Era un lugar asiduo de toreros como Belmonte, Puya… Más tarde, Joaquín,  sería cabo de cocina en la Guerra de Cuba, de donde volverá  enfermo (fiebre amarilla), que se le complicaría con tuberculosis y la enfermedad de  Addison,  que le afectaría a los riñones.

Tras regresar de América se casó con Caridad Vargas “La Cholona” que moriría pronto y le dejó con dos niños,  Enrique e Hiniesta, con los que se va vivir a una cueva de Alcalá, que le cedió el Ayuntamiento,  al pie del Castillo. Allí vivirá con una prima de Antonio Mairena y los hijos  de ambos.

Joaquín, junto a su hermano Agustín – padre de Juan Talega – fueron creadores de unos cantes por soleá con más enjundia, más puros y de mayor ‘jondura’ del flamenco. Aunque se conoce que cantaba muy bien por tonás, seguiriyas, saetas y bulerías.  Joaquín fue muy solicitado por todos los grandes aficionados de la época,  pero no debutó ante el público  – en un tablao – hasta 1927, en el café Nevería, acompañado por el guitarrista  Fernando Rincón, algo a lo que no estaba acostumbrado, y perdía el compás. 

Como hemos dicho, Joaquín no solo fue un gran cantaor sino que el componía las letras;  unas letras llenas de hondo sentimiento, del sufrimiento que surge del holocausto sufrido por su raza, de persecuciones y pogromos... Aún así,  fueron muchos los artistas que se acercaron a coger sus poesías para interpretarlas: los Pavones, Torre, Vallejo… Dicen que le encantaba conocer la Historia Sagrada. A principios del XX montó durante varios años una caseta de feria en Mairena del Alcor junto a su hijo, su sobrino Manolito el de María y  El Sevillano.

Cuevas y Castillo de Alcalá 

Joaquín fue un hombre inteligente, con una gracia arrolladora y muy equilibrado emocionalmente. Cuentan, los que le conocieron, que era muy friolero hasta el punto de encerrarse o no asistir,  ante el frío, cuando era requerido. Antonio Mairena decía: “Cuando cantaba Joaquín por soleá en una fiesta, que no cantará más nadie”.  Han sido muchos los que han imitado a Joaquín en sus estilos de soleá, sobresaliendo sus sobrinos Juan Talega y Manolito el de María, pero el que mejor ha cantado su soleá de Alcalá, según el propio Joaquín, sería un gitano de Marchena llamado el “Chindo”; “El de la Paula” rompía a llorar  cada vez que el “Chindo” cantaba. 

Joaquín se mostró siempre como un tipo raro, como otros tantos artistas que hemos visto a lo largo de la historia. Se negaba a grabar en aquellos cilindros de cera y mucho menos en los de pizarra, aducía que ya no lo buscarían para cantar en persona. Sus hijos consiguieron convencerle para que fuera a Barcelona a grabar pero, cuando llegaron los billetes del tren que le llevaría a la ciudad Condal, falleció  a consecuencia de la enfermedad que arrastraba (tuberculosis pulmonar fibrosa), contaba solo 58 años. Su sobrino, Juan Talega, estuvo con él un día antes, cantando en una de las tabernas alcalareñas. El genio de la soleá de Alcalá, murió en la más miserable de las  pobrezas, tanto que el entierro lo tuvo que pagar un empresario de Alcalá donde trabajaba su hija.

Libro de Eugenio Noel 

Como no dejó nada grabado, conocemos su forma de cantar por el legado que  dejó en sus sobrinos, Manolito el de María y Juan Talega, al igual que en una pléyade de aficionados y artistas como Manuel Torre,  los Pavones, Vallejo,  Marchena, Mairena… y otros muchos que se desplazaban hasta su cueva para oírle cantar.  Entendemos que, por muy fieles que quieran ser en sus interpretaciones por soleá, la  impronta, la disposición y tesitura vocal de Joaquín no podremos apreciarla nunca.

Joaquín conformó una soleá grande para iniciar, de cuatro versos y ocho tercios, otra corta de tres versos y cinco tercios, que tal vez fuese bailable en origen y muy parecida a otra que interpretaba la Serneta. También hizo una soleá de cierre de tres versos y seis tercios, con mucho más ritmo que las anteriores y muy parecida a la que hacía la Gilica. Además crearía otra corta de tres versos  y seis tercios, que recuperaría Mairena y que se basaba en un estilo que también es parecido a otro de la Serneta. Pepe Marchena sería el primero en grabar todos sus estilos a finales de los años veinte del siglo pasado. 

Contaban,  los que le conocieron,  que la soleá  de Joaquín era un canto racial, una oración recitada, que expresa una queja lastimera, llena de amargura y de pasión, que se infiltraba en la piel de aquellos que se acercaban a escucharle. 

 Joaquín el ilustre cantaor de Alcalá,  sería el personaje principal  de la novela “Martín el de la Paula”,  de Eugenio Noel, publicada en 1926.