“El Mochuelo” un cantaor de altos vuelos.

Eduardo Ternero - 20 de septiembre de 2020

Antonio Pozo Millán o Rodríguez (no hay acuerdo), Nació en Sevilla en 1871, hijo de un barbero de Osuna, Francisco Pozo, y de la sevillana Rita Rodríguez. Estando aprendiendo el oficio de cuchillero, le oyeron cantar y  con 7 años ya cantaba en público en el café San Agustín acompañando a la bailaora “La Macaca”.  Con 9 grabó, en láminas de estaño, por primera vez una petenera, subido en la maquina grabadora en el Teatro Liceo de Murcia. Estuvo en el café del Burrero, de la Marina, Barquillo de Sevilla, después durante mucho tiempo estuvo en el Café Madrid de Oviedo lo que le dio oportunidad de aprender cantes del norte. 

Antonio Pozo Rodríguez, El Mochuelo 

El apodo “El Mochuelo” vino de un aficionado al que preguntaron quien estaba cantando, y  al ver que había entonces tantos  cantaores con el apodo con el nombre de pájaros, soltó que aquel  era el Mochuelo. Fue uno de los cantaores que se inició en las impresiones de pizarra, llegando a hacer 30.000 grabaciones de todos los cantes, ya que por su gran voz podía grabar en varios discos a la vez. 

Con 14 años conoció a Silverio Franconetti, adquiriendo mucha fama en la Compañía de este,  por la forma de decir el cante. Estamos hablando, pues, de un verdadero artista del cante. Al principio del siglo XIX era ya el cantaor con mayor producción discográfica. Después de pasar por varios cafés cantantes, paso por el café Imperial y por el Circo Hipódromo. Después se iría a París para grabar en el Pathé Freres. También, cosa inédita en aquellas fechas, actuaría en varios países americanos teniendo muchísimo éxito. Al Mochuelo,  la prensa de 1928, lo consideraba como uno de los cantaores con mayor popularidad, con más registros sonoros.

Poco antes de que se iniciara la Guerra Civil Española (Abril del 1936), cantaba, limosneando por las calles de Madrid. Reconocido por algún transeúnte aficionado, fue entrevistado para el periódico “Ahora”, al ver la decadencia de un cantaor que había estado en todas las radios de España, durante tantos años,  ahora se veía como indigente. El Mochuelo contó que con doce años ya había ganado cuarenta mil duros de la época, pero lo había dilapidado todo. Que después de cantar por medio mundo, de ser el cantaor que más había grabado de todos, de ser el más conocido de los cantaores,  hasta el momento, se encontraba  pidiendo limosna. 

Dominó todos los palos, y sobre todo se especializó en los cantes aflamencados de otras regiones: asturianas,  pravianas  y  farrucas de las que se  dice fue creador;  no en vano le llamaron “El Rey de la Farruca”. Fue un gran intérprete de la guajira, un cante que se pondría  de moda al término de la Guerra de Cuba. Pero lo que  Antonio cantaba con mucho mimo era la malagueña; su recorrido por este cante nos acerca más a los estilos de la Trini y el Canario, a pesar de acordarse en grabaciones  de Fosforito “El Viejo” y la Peñaranda. Gracias a tantas grabaciones, las generaciones posteriores han podido estudiar los cambios y la evolución  que se ha ido produciendo en el flamenco a través de los tiempos, no solo en el cante sino también en la guitarra. Por ejemplo hemos podido conocer la evolución entre el Mellizo y Chacón, ya que el Mochuelo recogió cosas del Mellizo, que no grabó y que grabara Chacón. Los estudiosos del flamenco consideran que el flamenco del Mochuelo no era un flamenco de jondura,  reconociendo que pilló la Ópera Flamenca en plena ebullición y que él se vería inmerso en ella por su perfil de cante melismático y ajilguerado. Lo que no cabe duda es que ha sido un cantaor prolífico, de gran valor en la transmisión de cantes para la posteridad. Sin duda alguna fue un contraste con la época anterior en la que primaba la voz rota y  afilla. Sabemos que su compás era escaso pero tuvo la valentía de grabar los primeros polos, tientos, javeras, serranas, livianas o rondeñas y una enorme cantidad de fandangos, llegando a grabar casi 270 cantes, un hito para la fecha (inicios del XX). 

Analizados hoy esos cantes, eruditos del flamenco, coinciden en decir que muchos de los que grabó  el Mochuelo no coinciden   con los cánones de los palos que conocemos. Grabó estilos recogidos del Marrurro, de El Loco Mateo, El Viejo de la Isla, de la Andonda, Cagancho, El Mellizo, Ribalta, la Serneta. Es digno de nombrar que durante la primera parte del XX tuvo tanto éxito que sería el primer cantaor en ser filmado  y poderse ver en  proyecciones de cine, donde se le veía cantándole al baile de  la “Macarrona”,  acompañado a la guitarra por Adela Cubas. 

Su voz y por ende su fama,  empezó a fallar y a inicios de los años 30. Como no lo llamaba nadie,  se dedicó a vender lotería por Madrid,   más tarde estuvo de encargado  en un bar, del que le echaron por la edad y la decadencia que arrastraba. Durante los últimos años de su vida, como un indigente, se dedicó a cantar por la calles de un Madrid, en el que sonaban  los tambores del caos,  previos a  la guerra que se avecinaba.  Acabó sus días como guarda en una finca rural de San Rafael (Segovia), donde seguramente moriría  en 1937, en plena Guerra Civil y como muchos de los grandes artistas,  dentro de  las más  crueles de las pobrezas.