La Marchena de inicios del XX

Eduardo Ternero - domingo, 18 de febrero de 2024

Arco de la Rosa, inicios del XX

Aclaremos algunas cuestiones, antes de iniciar la vida del que llegaría a ser durante 50 años el cantaor más famoso del mundo del flamenco. No lo decimos nosotros que, casi de forma natural, por razones obvias, defendemos a nuestros paisanos, los encumbramos… A Pepe Marchena, lo han reconocido, admirado e incluso idolatrado, desde sus más fieles seguidores, aficionados y fans de todos los confines, hasta los más estudiosos, críticos y gerifaltes del mundo del flamenco. Incluso artistas de otras materias, ajenos a este arte tan nuestro, tan singular, se vanagloriaban de compartir cartel, de entablar amistad con él, pues su estela impregnaba y arrastraba a todo el que se le arrimaba.

Han sido tantos los que elogiaron su arte, su carisma, sus excentricidades, su magisterio… que solo con esas loas habría para hacer un libro entero. A Pepe, se le podrá criticar su pedantería, su facilidad para empoderarse ante el público, de aprovechar las circunstancias sociales que le rodearon, algo que, dado su viveza, su forma de entender el mundo, le dio resultado y se hizo con el fervor de los aficionados y de los que no lo eran. Pero, no se le puede negar su valor como creador y artista.

En  ocasiones, nos encontramos a críticos y profesionales del mundo del flamenco que  defienden la pureza, la ortodoxia, la rigidez, lo ancestral del flamenco, poniendo unos palos o estilos por encima de otros. ¿Cuántas veces habremos oído decir que el cante por soleá, por seguiriyas, una toná, un martinete, es un cante más puro que un fandango, una guajira, o una granaina? Nosotros creemos que el flamenco es todo uno, un gran río con muchos afluentes que lo engrosan y todos son importantes. El análisis habría que hacerlo con los intérpretes. Hay cantaores a los que – por su voz, por sus apetencias, por su forma de cantar, por sus raíces… –, se encuentran más a gusto y se les da mejor los cantes más clásicos (llamaremos clásicos a serranas, soleá, seguiriyas, martinetes, tonás, caña, romances…, como a Juan Talega, Negro del Puerto, Antonio Mairena, Paquera de Jerez …). En cambio, a otros, por los mismos motivos se les da mejor cantar por fandangos, alegrías, bulerías, cantes de ida y vuelta, malagueñas…, como a Chano Lobato, Palanca, Lebrijano, Pansequito… ¿Es comparable la voz y la forma de cantar de Pepe Marchena con la de Antonio Mairena, a Juan Talega con Juan Valderrama, a Morente con Borrico de Jerez o Agujeta con Miguel Poveda? ¿Quién es el osado que se atreve a decir que un cantaor es mejor o peor que otro sin que alguien le replique u opine lo contrario? En el flamenco como en casi todos los aspectos de nuestra vida es cuestión de gustos y hay tantos como aficionados.

Plaza del Ayuntamiento

En el arte, como en tantas cosas, hay epígonos (los que siguen la corriente de otros), como los imitadores marchenistas: Pepe Aznalcollar, Juan de Juanes, Pepe Guzmán… Luego están los maestros (los grandes intérpretes, los que se adaptan a cada etapa, lo que le suele ocurrir y les ocurrió a los grandes intérpretes flamencos como, Vallejo, Terremoto, Sordera, Agujeta, Lebrijano, Chocolate, Carmen Linares…). Maestros, que fueron capaces de fortalecerse y adecuarse a cualquier momento, acoplando su forma de actuar a los tiempos que corrían, sin dejar de estar en lo más alto del escalafón. Empero,  genios,   aquellos que crean, que tienen ideas que nadie haya tenido, hay pocos. Los genios del flamenco imponen su ley, su forma de cantar es distinta y su carisma desborda al resto. Los genios tienen infinidad de seguidores, discípulos que anhelan hacer lo que él hace. De esos, se puede contar – en la historia del flamenco que conocemos –, con los dedos de una mano: Silverio, Chacón, Torre, Pastora, Marchena… Bueno, metamos la otra mano: Mairena, Caracol, Morente, Fosforito, Camarón… por sus trayectorias profesionales, sus improntas y sus carismas. Y me pregunto ¿Dónde metemos a Frijones, Curro Dulce, al Nitri, a Mercé La Serneta, a Enrique el Mellizo…? En precursores ¿De dónde partía su forma de cantar?

En una ocasión, estando en el escenario, alguien del público le grito a  Pepe Marchena: “¡Pepe, siempre empiezas por malagueña, por soleá o por cualquier otro cante y nunca lo terminas, solo los Cuatro muleros, Romance a Córdoba, la Rosa…!” Y, Pepe, sin cortarse, le respondió: “Perdone, pero, la gente no viene a escuchar cante flamenco, sino a escuchar a Pepe Marchena”

Nos situamos en la Marchena de finales del XIX inicio del XX que, al igual que prácticamente toda Andalucía es una región eminentemente agrícola y ganadera, una sociedad poco instruida, con grandes tasas de analfabetismo (80 % de las mujeres y el 76 % de los hombres). En Marchena impera un régimen caciquil y una pobreza extrema, donde es imposible subsistir, pues, el hambre y la miseria corroen a la mayoría de la población. Ante ese latifundismo dominante, a pesar de poseer un “mayeterio” en ciernes, la gente es paupérrima. El cultivo del cereal, el olivo y algo de vid en la zona de las Arenas; amen de algunas zonas de leguminosas, son los cultivos mediterráneos que predominan; la ganadería es mular, aznar y caballar,  predomina el ganado de cerda, algún ganado vacuno y algo caprino; pero, estos recursos son insuficientes para alimentar a la población que sostiene; aún más, existen muchas tierras de monte bajo, baldíos o mal cultivadas y abandonadas…

Torre de Santa María

En la Marchena de 1900 viven 11.400 personas, una gran parte de ella diseminadas por los campos, habitando chozos o en gañanías de haciendas y cortijadas. La población es eminentemente joven, un 40 % tiene menos de 30 años, y la banda más numerosa está entre los 30 y los 60 años, que supone un 50 %; pocos; solo un 8 %, supera los 60 años. Con respecto a la vivienda, el 90 % de la población comparte casas de vecinos, que por lo general se encuentran en los arrabales o en grandes caserones y viejos conventos, así como en hospitales abandonados y ruinosos, en antiguos edificios municipales (San Jerónimo, Plaza de Arriba…).

En aquellas fechas, siendo alcalde Ricardo Calderón Gutiérrez, ya cruzaba la vía férrea nuestro pueblo, había central eléctrica y administración de Correos y telégrafos. Había fábricas de gaseosas, de aguardientes, de jabón… y herrerías, carpinterías, cantarerías, sastres, sombrereros… todos con poco personal. La escasa cultura la ofrecía el teatro Campoamor y una plaza de toros; pero, una ausencia total de escuelas y medicina.


Toros en Plaza Ducal

Las fiestas: una triste Semana Santa, la Velá en junio y la Feria de septiembre que tenían su recinto en lo que hoy son los Jardines de la Avenida, antiguamente “el baño de los caballos”.  Esa zona, durante todo el invierno, estaba inundada por las aguas del pueblo y el arroyo que cruza toda Marchena desde el Camino Hondo hasta que se le llama Galapagar en los terrenos donde se ubica la estación de tren. También, se instalaban apriscos, recintos con los animales en la ladera de lo que conforma hoy el Colegio Padre Marchena y todo ese entorno hacia la carretera de circunvalación. Eran, por entonces, dos encuentros eminentemente agrícola-ganaderos, donde se procuraban vender (en la Velá), los productos de la cosecha recogida en mayo (de ahí mayetes) y las leguminosas y animales criados durante el verano (Feria de septiembre), así como intercambios, semillas, aperos…, para  la siguiente temporada.


Por supuesto que esas fechas eran propicias para diversión y por ello se hacían juegos, espectáculos; se montaban una especie de chozos donde se vendía aguardiente, buñuelos…, Precisamente en la feria de  Marchena de 1911, según contaba el periódico “La Mañana”, “… en el pueblo de Marchena se vería una exposición del vuelo de un aeroplano, que atrajo al municipio más de 30.000 personas de otros lugares. El piloto francés, Servies, contratado por el Ayuntamiento, haría, durante 20 minutos, una exhibición de acrobacias y vuelos rasantes para deleite del público” (1). 

El panorama de los niños, el futuro de la juventud, durante aquellos años, estaba condenado a continuar en la pobreza, a trabajar los campos, a guardar el ganado (cuando los dueños disponían) y con mucha suerte poder aprender algún oficio de herrero, carpintero, jabonero, cantarero y poco más.  La mayoría de esos niños (a partir de los 6/7 años), cuidaban cerdos, pavos, burros… por una escasa comida que se les daba. La mayoría de las niñas, desde edades muy tempranas, servían en las casas de los ricos y hacendados, de ‘mayetes’ potentados, cuidando a los infantes de la familia, limpiando, encalando, lavando… igualmente para llevarse algo a la boca. Incluso algunas de estas niñas solían desplazarlas a la capital sevillana para servir de niñeras, fregonas, cocineras… de algún “señorito” que, teniendo las tierras en los pueblos, como Marchena, vivía en Sevilla.

(1)Fuente: Marchena Secreta.