La Ópera Flamenca I

Eduardo Ternero - domingo, 6 de febrero de 2022

Vamos a tratar de aclarar lo que supuso en su momento para el flamenco la llamada Opera Flamenca, un movimiento para el mundo de este, nuestro arte,  que muchos han denigrado, otros han encumbrado y muchos pensamos que fue una etapa más dentro del mundo flamenco como ahora lo está haciendo el flamenquito, lo hizo la etapa de Camarón y lo harán otros movimientos de  generaciones posteriores. Claro que, llegados a este primer punto, habrá disquisiciones y opiniones de todos los gustos. 

Entendemos que cada persona defenderá una postura respecto a lo que desea encontrar en el mundo flamenco, pero en todas las generaciones ha habido movimientos vanguardistas, generalmente atendiendo a los gustos de los públicos y  que nos han traído hasta donde estamos.

Cartel de la época 

Así, ¿Quién puede discutir que Tío Luis el de la Juliana no fue un rompedor que innovó la forma de cantar que se arrastraba por el siglo XVIII y por eso tuvo éxito y convenció y gustó allá por donde iba?¿No es cierto que  Fillo, Nitri,  Silverio, Torre y tantos otros y otras pusieron bases e innovaron al crear palos nuevos, desechando, modificando o aflamencando  antiguas tonadas, romances, zorongos, jarchas… para imponer los cantes por seguiriya, soleá, la bulería, campanilleros, saetas…?¿Quién de nosotros puede recriminar a los Medina su innovación en la petenera a Lobitos los cantes por Marianas, al Mochuelo sus grabaciones, a Pastora sus bamberas…? Pues igual pasó con la llamada etapa de la Ópera Flamenca. A inicios del XX los cafés cantantes,  como tal, habían agotado su existencia. Algunos tugurios eran insuficientes para el personal, pagaban muchos impuestos y el flamenco se debatía entre lo lúgubre y lo indeseable  por mor del alcohol que era la vida de aquellos antros, lo que conllevaba a altercados, a desmadres... A todo ello se sumó el desprestigio y el desdén de los anti flamencos, aquellos escritores, estudiosos, intelectuales… de la Generación del 98 que tanto daño intentaron hacer al flamenco y que por suerte no consiguieron. Sería a partir de los años 20, cuando cambió a una nueva etapa el mundo del flamenco. 

Por entonces, cualquier espectáculo tributaba con un 10%, el flamenco también;  salvo los espectáculos operísticos cuya cotización en el impuesto era del 3%.   Un empresario avispado, Vedrines, decidió bautizar sus espectáculos como Ópera Flamenca. Aunque Vedrines, siguiendo su estrategia y no queriendo asentir que todo era en pos de pagar menos impuestos adujo en un entrevista que el nombre no se le puede atribuir a él sino a la madre de la Niña de los Peines quien,  en un ensayo  de su hija cuando cantaba por seguiriyas, se le ocurrió decir ¡Viva la Ópera Flamenca!  y desde entonces ese nombre se viene arrastrando hasta nuestros días. 

Pero, ¿Cuándo empezó la Ópera Flamenca? Muchos flamencólogos afirman que fue desde la jugada de Vedrines, otros que desde el famoso Concurso de Cante Jondo celebrado en Granada allá por el año 1922 y cuyos promotores fueron Falla, Lorca, Zuloaga y unos pocos intelectuales más que creyeron en la pureza del Flamenco, en la reivindicación de lo jondo, en velar por lo ancestral del XIX y etapas anteriores…, pero  a la vista de los resultados no tuvo ningún efecto. 

Críticas a la Ópera Flamenca 

Sería este otro movimiento vanguardista, el de la Ópera Flamenca (el nombre importa menos), el de los fandangueros, el de aquellos artistas que aún siendo y viniendo de los cantes primigenios, de los cantes jondos, de haber mamado en las ubres del cante  de sus antepasados como el Fillo, el Nitri, el Planeta, Silverio, los Cagancho, Loco Mateo, los Pelaos, Frasco el Colorao, Frijones, Marruro, la Serneta, Sr Molina, el Manijero y multitud de cantaores que impregnaron el desarrollo del flamenco durante el XIX, incluso los más grandes y más jóvenes como Manuel Torre, Chacón, los Pavones, Vallejo, Los Medina…, viniendo de donde venían, tuvieron que subirse al carro de la Ópera Flamenca. 

Había que comer y el público tenía unas exigencias, unos gustos, unas preferencias y como era quien pagaba no hubo más remedio que entrar por aro. Desde luego el principal “causante” de aquel movimiento revolucionario fue  Pepe Marchena quien,  por su forma de ver el mundo, por sus aires de conquistar la órbita flamenca, por no ser mediocre y sucumbir ante la ignominia de los tugurios, el descrédito de los malos cafés, a la espera de unas monedas por unos cantes en un cochambroso apartado regado con humos y vinos,  aspiró a subir a los grandes escenarios, a llenar plazas de toros, teatros, cines… y consiguió llevar a las masas hasta el mundo del flamenco, o ¿tal vez llevó el flamenco a las masas? 

El Niño de la Huerta 

El aún niño de Marchena se distinguió, sin estudios, por su conocimiento de la sociología y la psicología del mundo, entendió por donde iban los gustos del público y ofreció lo que quería la gente. A su carro se subieron la mayoría: Angelillo, Vallejo, Palanca, El Carbonerillo, Pepe Pinto, Niño de Fregenal, Porrinas de Badajoz, el Niño de la Huerta, Canalejas de Puerto Real, Valderrama… tantísimos cantaores flamencos que,  dominando  casi todos los cantes, se apuntaron al fandangueo, a los cantes de ida y vuelta (la milonga, la rumba, la vidalita, la guajira y la colombiana), a cantes más livianos e incluso a cantar coplas para satisfacer a las grandes masas de público que llenaban los locales destinados a otras artes como Cines, Teatros, Plazas de Toros, Circos…también hay que reconocer que eso supuso la entrada masiva de la mujer en dichos espectáculos que en las etapas anteriores (la oculta, la de la cueva y los garitos,  la de los cafés cantantes, la etapa de Oro…) prácticamente no habían asistido ni habían sido protagonistas, salvo aquellas que entraban en el paquete de la sala reservada y que pagaban los “señoritos” de la época:  cantaor, guitarrista, vino,  cante y… “niñas” hasta altas horas de la madrugada por unas monedas.

Otros grandes artistas que venían de ser los grandes del flamenco del XIX no tuvieron más remedio que seguir la estela de Marchena, muy a su pesar pero que entendieron que habría que sobrevivir antes que sucumbir. Así Manuel Torre, Chacón, Tomás y Pastora Pavón,  Caracol, el propio Antonio Mairena y un largo etcétera, todos consagrados defensores de la herencia de los cantes más puros, de los sones más jondos (léase tonás, martinetes, seguiriyas, serranas, cañas, livianas… y otros cantes que se fueron perdiendo) tuvieron que adaptarse a las nuevas modas. Algunos como el Mochuelo, el Chaqueta, Manolito el de María,  Juan Talega, Joaquín el de la Paula, Agujeta padre, el Tenazas de Morón… y tantos otros, a los que la Ópera Flamenca o bien no les gustó o les pillo avanzados en edad, siguieron en su convicción y en la defensa del flamenco puro, de lo jondo, siendo relegados  durante décadas  o desapareciendo por el olvido del público.

Fandangos del Niño de Marchena: Por Qué Te Llaman Dolores

Pepe Marchena -  Malagueña del Mellizo