Era un niño de Marchena

Eduardo Ternero - domingo, 25 de febrero de 2024

 Primo de Rivera

Estamos a inicios del XX, el Borbón, Alfonso XIII, ya es rey (desde 1902), hemos perdido todas las colonias (Cuba, Filipinas…); nuestra armada tras la guerra con Estados Unidos está destrozada. Los militares no confían en los políticos y ahora ansiamos parte de Marruecos, lo que nos llevará a la pérdida de miles de vidas, de jóvenes que morirían en las guerras del Rif. Hubo que soportar una crisis económica galopante, que indujo al levantamiento de Cataluña  contra del  gobierno y por ende una nueva crisis política. Se intentará solucionar con la dictadura de Primo de Rivera, que tendrá que lidiar con los recientemente creados partidos y sindicatos de izquierda y le obligarían a dimitir.

El pueblo sigue pasando hambre, enfermedades, calamidades. Ya hablamos del trabajo que realizaban niños y niñas exclusivamente para poder comer. Ese fue el caso de Rita Tejada Martín, nacida en 1878, una joven de Marchena, la menor de 6 hermanos (Encarnación, Antonio, José, Isabel y Manuel), la cual se encontraba en Sevilla, trabajando como sirvienta en la casa de un rico potentado  de Sevilla (algunos afirman que eran unos marqueses sevillanos), cuando quedó embarazada. Poco podemos decir en este hecho, sin llegar a elucubraciones. No nos parece razonable, que nadie se haya atrevido a decir que la pobre Rita, podría haber quedado en cinta en aquella casa, pues, estás niñas, permanecían todo el tiempo en las familias, cuidando niños, haciendo las labores… y que, debido al puritanismo reinante, a las leyes que por aquel entonces regían la vida de los pobres, no tuvo más remedio que volver al pueblo y continuar con su embarazo.

El 2 de noviembre de 1903, Rita rompe aguas y pariría un hijo varón, al cual se le bautizaría con el nombre de José, en la iglesia de San Miguel Arcángel, ya que Rita vivía en la calle Cochinos (hoy Jesús) en el número 16, perteneciente a dicha Parroquia. El niño sería bautizado por el presbítero Carlos Sanz Pevidal, ‘el cura Carlos’(que solía bautizar a los niños pobres de su época sin cobrarles nada a los padres, pero con la condición de que llevaran su nombre: Carlos). No fue este el caso, porque, como hemos dicho, Rita bautizó e inscribió a su primogénito con el nombre de José y sus mismos apellidos: Tejada Martín, para que fuese considerado como su hermano, y así poder ocultar el hecho. Aquello, quedaría siempre en el más absoluto oscurantismo y sería algo de lo que, Pepe, nunca habló.

Entendemos, por la partida de bautismo, que, Desamparados Martín Romero (1838), abuela materna del neófito, fue su única madrina y que estaría viuda, ya que, José Tejada Perea (1828), su abuelo materno, del que tomaría el nombre nuestro protagonista, no aparece como padrino. Si vemos, que aparecen dos testigos, uno de los cuales es Manuel Perea Rodríguez que posiblemente pudiera ser familiar de Juan Perea Ramírez (1854) que, al poco, se juntaría con Rita, a pesar de tener 24 años mayor que ella y de encontrarse separado de su mujer María Jesús López Gaitán.

Al principio, algunos comentaristas de radio o en escritos de prensa al referirse a Pepe Marchena, le nombraban, indistintamente, con los apellidos Tejada Martín y otros con Perea Tejada; sin embargo, no sabemos si, Pepe, haría algún comentario respecto a esa complejidad cuando los escuchara o se lo preguntaran. Sabemos que, en años sucesivos, la pareja formada por Juan y Rita, tuvieron otros cuatro hijos, Antonio (1906), Manuel (1915), Juan (1916) y Josefa (1918). Sea como fuere, tampoco era muy dado, Pepe, a hablar de su familia. Sí demostraría, en sus comentarios, el amor hacia su madre; pero, en pocas ocasiones, nombraba a sus hermanos.

  Padres del Niño de Marchena

El padre de Pepe, Juan Perea, era un hombre muy humilde, jornalero del campo, como la mayoría de la población, dedicada a las faenas agrícolas y, a veces, guarda del paseo del “Piojo” (hoy Plaza del Pololo) y la Fuente de las Cadenas. Contaba, en su madurez, Pepe Marchena, que las tarantas las había aprendido en su casa, de boca de su padre y algún tío o familiar, al que llamaban el “Cojo Morra”, que eran muy aficionados al flamenco. Creemos que Pepe, a lo largo de su vida, recibió tanta influencia, vivió en tantos lugares, aprendería sonidos y músicas tan diversas, que elucubrar el pozo donde bebería y el poso que iría formando en su cabeza es harto difícil.

Pepito, durante la primera decena del XX, como casi todos los niños de su edad – porque, además, era el mayor de la casa y por la necesidad que había –, en cuanto pudo,  guardaría animales (burros, cochinos, pavos…) con algunos ‘señoritos’ del pueblo: Juan Vigueras y en la Huerta Bohórquez. Con 8 o 9 años, lo colocaron para alimentar la fragua con carbón y dándole al fuelle en la herrería de Falcón (esta, se encontraba instalada entre las casas que se derribaron pegadas a la muralla marchenera, entre el Arco de la Rosa y el bar “La Cueva”). Pepe, además,  sobre todo por las noches, ayudaba a un primo de su padre que regentaba  la taberna de “Perea”, ubicada en el lugar donde hoy se encuentra “Casa Cañete” (lavar el menaje, barrer, limpiar…, eran su cometido). Por desgracia, no tuvo ocasión de asistir al colegio, por lo que toda su vida sería un analfabeto (por lo general llevaba un secretario o amigo que le leía las letras de sus cantes, las noticias, los contratos…, otras veces solía argumentar que había olvidado las gafas…), aunque, como veremos más adelante se las apañaría muy bien; pues, tenía una memoria privilegiada y, con respecto a su agilidad mental, baste decir que debió ser un lince, cuando desde pequeño ya le apodaban con el mote de “La vieja”.

El Niño de Marchena

Estamos en 1910-1912, Pepito, se bandea entre los 7 y 9  años, escucha el cante de los trabajadores de la herrería, en la taberna de Perea, y  como los bares no cerraban durante las madrugadas, él aprovechaba para ir aprendiendo, visitando todos los tugurios nocturnos (en aquellas fechas, había varios bares en el Centro, además del Casino). Él aprendía y a la par continuaba cantando, pues, ya demostraba una calidad sonora impresionante y una musicalidad en su garganta que era la admiración de los clientes del bar y de los compañeros de trabajo; con ello, conseguía ganar más dinero que trabajando en la herrería, que era solo de un real.

El “Niño” siguió asimilando cantes, memorizando letras flamencas y entregando el dinero del cante en casa, para que le dejaran seguir su carrera. Sin embargo, su padre se negaba a que se dedicara a cantar  por baretos y tabernuchos. Entonces, dedicarse a la farándula, se estimaba como vida de maleantes y malandrines. Debía dedicarse a trabajos serios, como el de herrero, carpintero… Pero, lo que no sabían en casa es que tenían un niño prodigio, un superdotado, un genio que sin esfuerzo aprendía y que tenía unas facultades tan extraordinarias para el cante. Era un portento que sobresalía por su inteligencia musical y lo mejor es que quería ser cantaor, le gustaba, le ilusionaba. Él se sentía artista…, tenía el gusanillo del arte en los huesos y a pesar de las continuas riñas y, seguramente, algunos azotes del padre, seguiría el camino del arte musical.

Pepe el de la Flamenca

Aquel niño, Pepillo, tiene ya 10 años y algunos aficionados como su amigo, un cantaor de medio pelo, Luis el Temerario, lo admira y lo busca para que lo acompañe a Fuentes de Andalucía, a Écija, a Puebla de Cazalla, a Morón… Quiere que los pueblos vecinos conozcan y escuchen a aquel niño que canta como un ruiseñor, que es de Marchena y que todo el que lo escuchaba quedaba maravillado con la voz y la solvencia en los cantes de Chacón, Torre, los Pena…, que aquel infante tenía.

Todo esto le valdría para ir cogiendo fama, a la par que iba ganando más dinero que el que podían ofrecerle en la herrería o ayudando en el bar. Pepito ya tenía hasta guitarrista, se llamaba José Cortés el “Niño de la Flamenca”, que tiene 24 años, había nacido en Córdoba, aunque otros dicen que en Carcabuey o tal vez en Granada, en 1889. “El de la Flamenca”, se asentó en Marchena. Dicen que, seguramente, regentaba una barbería en la entrada de calle Carrera y aprendería el toque gitano del Lico, en la Plaza Arriba. El Lico, padre de Melchor Jiménez “Melchor de Marchena”, es el primero que conocemos tocaba la bajañí y será el maestro de la saga de los Melchores. Precisamente, “Pepe el de la Flamenca”, uno de sus discípulos,  ganaría un tercer premio de guitarra dotado con 250 pesetas en el I Concurso de Cante Jondo de Granada en 1922.