La voz “afillá”: La Seguiriya

Eduardo Ternero - 11 de enero de 2020

 Escuchar un cante por seguiriyas nos conduce a pensar en un lamento, en  el dolor o desgarro del alma…Pero, ¿Cuál es su origen? Su nombre, parece ser, proviene de la seguidilla,  nombre de canciones castellanas que a Andalucía llegaron con la reconquista. Su forma de expresión, el origen de este palo del flamenco, según todos los estudios, derivaría de las primitivas tonás, y su estructura poética, su modelo silábico, se asemeja a las antiguas jarchas que cantaran los mozárabes. Su lugar de nacimiento estaría localizado en el triángulo inequívoco que forman, en Andalucía la Baja, Triana-Jerez-Los Puertos, por donde transitaron   arrieros,  tratantes y nómadas de los caminos.

Manuel Cagancho

El cante por seguiriyas  nos envuelve en lo trágico, en  lo sombrío, en lo amargo de la vida: la muerte, la enfermedad, el dolor producido por el desconsuelo ante la pérdida de un familiar cercano; aunque la persecución,  la tragedia ante la cárcel, ante el castigo inapropiado e injusto suele, también,  ser parte de su temática. Su musicalidad  impregna  melismas de la voz junto al desgarro de ese grito doloroso que el cantaor emite, ese lamento que emana   sufrimiento  y  rabia.

Livianas y Serranas, son dos variantes de la seguiriya,  junto a las Cabales que se cantan en tono mayor. Debemos decir que la Seguiriya junto a la Soleá conforman la base donde se sostiene el flamenco, de donde han partido y donde han bebido numerosos estilos y palos. Como sabemos, el grupo de las tonás y los martinetes fueron parte del origen  y por tanto las seguiriyas nacieron a su sombra, y lo hicieron a “palo seco” con la diferencia que,   la incorporación de la guitarra,  la enalteció;  aunque sabemos que ha sido y  sigue siendo, por sus cambios de tono y matizaciones, generalmente, por donde se suelen medir los cantaores.

Muchos flamencólogos opinan que  este cante puede venir de las playeras; Pepe el de la Matrona, sin duda “el cantaor  eslabón de la ciencia flamenca” entre el XIX y el XX,  nos relata que cuando él empezaba a cantar la gente le decía “échate una playera”. Otros estudiosos,  apuntan que proviene de la antiguas “plañideras”: grupos de mujeres (contratadas) que en los óbitos solían llorar al yacente y que generalmente solían ser gitanas,  que  impregnarían a sus llantos ese carácter  trágico y  “soníos” negros.

Tía Anica “La Piriñaca”

Nos inclinamos más por el grito solitario, ese que surgió en el rincón de la cueva y del alma, que nace de la impotencia y del dolor ante la injusticia por la pérdida  o la muerte de un ser querido. Falla dice que a él, su musicalidad, le trae recuerdos melódicos del cante litúrgico bizantino. Hay quien verifica que en 1862, el barón francés Davillier,  un escritor francés enamorado de España, que se estableció en Sevilla,  escuchó y describió las primeras tonás; afirmaría que, cuando  se les puso el acompañamiento de guitarra,  pudo  ser el nacimiento de la seguiriya.

Sea como fuere, hay hechos históricos y contrastados claros: como  que Frasco el Colorao, presumiblemente marchenero,  fuese uno de los pioneros de este estilo. Sabemos que Frasco fue maestro del Fillo, de los Caganchos, de Paco la Luz o de Curro Durse de los que bebió Silverio Franconetti (que imprimiría mayor riqueza melódica). Sin duda alguna, vinieron después Manuel Molina, el Viejo de la Isla, Chacón, Manuel Torre, “Los Pavones”, “Chocolate”, “La Piriñaca”… que impregnarían otras variantes y que  añadirían estilos mixtos como la saeta, carceleras por  seguiriyas, etc.

 Cuando la guitarra  inicia la seguiriya (cadencia andaluza, modal) en posición  de  LA mayor,  lo que se llama  “tocando por medio”, con rasgueos largos, está anunciando el dramatismo del cante. El propio gesto del cantaor, su rictus lo transmite e impregna a quien lo escucha, se ve envuelto en él. Los propios “ayes” del comienzo nos involucran y,  ese temple, largo y cadencioso,  nos irá introduciendo en una letra fácil pero plena de pesar y melancolía. 

Antonio Núñez “Chocolate”

Ni que decir tiene que surte mucho más efecto, en el cante por seguiriyas,  el sonido grave de una voz “afilla” (por el Fillo), una voz ronca, desgarrada, asemejada al quebranto producido por un dolor y un llanto agónico. La entrada de la guitarra suele ser larga, y el cantaor hace una llamada de inicio al público con sus “ayes”, después la sonanta va dando aires al cantaor en cada estrofa, pues su realización se hace difícil por la falta de respiración. Le sigue un cante corto, una estrofa  sin alardes melódicos (cuatro versos) pero si muy intensos que nos conduce al mensaje que se quiere dar y lo adornará el intérprete con alguna variante de  melismas al son de la guitarra. Hoy además se remata, tras un pequeño paréntesis para tomar aire,  con una cabal o macho, que anuncia el final.

El baile en la seguiriya se  incorporaría por primera vez en 1940 y sería Vicente Escudero su intérprete. Después Pilar López la acompañó de palillos. Hoy  hay artistas que vuelven al clasicismo de este formidable palo como Manuela Carrasco, María del Mar Moreno;  aunque los hay que, aprovechando su estructura, innovan con gran efectividad y le dan al compás de la seguiriya un vigor y un efecto nuevo como es Antonio Canales. A lo largo de la historia, ha habido  grandes seguiriyeros, además de los nombrados podríamos citar a “Los Agujetas”, “Los Mairenas” “Los Terremotos”…