El "Niño de Marchena" no innova, crea

Eduardo Ternero - domingo, 23 de junio de 2024

A inicios de los años 30 el panorama nacional era deplorable; las continuas lluvias pudrieron el cereal y por ende destruyó la mayoría de los empleos del mundo agrícola, con la consecuente llegada de una etapa llena de penalidades para la mayoría de los campesinos y sus familias. Las comunicaciones se encontraban en una situación lamentable, la hambruna y las enfermedades azotaban a la población; gobernadores, alcaldes e instituciones no encontraban solución a tantas calamidades. En Marchena, carreteras como la de Paradas, Osuna o La Lantejuela estaban impracticables, los caminos vecinales, con las incesantes lluvias, estaban embarrados sin que se pudiese acceder con los carros a la recogida de la aceituna. Por tanto, finales de 1930, sería nefasto para muchos obreros, campesinos, gente pobre que tuvieron que recurrir a la caridad o la migración para poder subsistir.

               Pepe, a finales de los años 20

Al “Niño de Marchena” lo habíamos dejado actuando en la feria de su pueblo, cantando con dos de sus amigos y compañeros, marcheneros también, Pepe Palanca y Manuel Carrillo. Había sido su año de mayor descanso y se dedicó a ver actuaciones de sus compañeros, ver espectáculos de aquel incipiente cine que tanto le gustaba, asistir a teatros… Diversión y aprendizaje, sin dejar de compartir muchas veladas con amigos, gastarse un capital en juegos de casinos, tiros de pichón, alternar con lo más granado de la sociedad de entonces, como toreros, políticos, comediantes, artistas… Fue un año en el que Pepe se sintió distinto, ansiaba cambiar definitivamente aquel flamenco, para él, obsoleto, que en aquellos momentos no llegaba al público y sobre todo ansiaba renovar, innovar… Buscaba resortes para el cambio; incluso, según Juan Valderrama, asistía a espectáculos de varietés, de cantantes extranjeros, para escuchar nuevas músicas, para impregnarse con aquellas melodías y adaptarlas al flamenco.

No cabe duda de que, Marchena, fue un hombre muy inteligente, que tenía dotes para hablar y sabía lo que hablaba. Así, cuando, Juan Luis Manfredi, le entrevistó en el año 1972 y el periodista le quiso poner a Pepe en un brete, con la pregunta: “Don José, ¿Cante payo o cante gitano?” El marchenero, con la astucia que le caracterizaba, contestó: “Ni cante payo ni cante gitano, lo único que hay es cante andaluz, que lo da la tierra, no la raza”. Pepe fue contundente en su respuesta; pero, Marchena, sabía de dónde venía; sabía, conocía y se sentía heredero de todos los grandes del XIX. Pepe, por su experiencia y conocimiento, había mamado el flamenco del XIX y conocía la importancia atávica flamenca de los grandes. Conocía, porque lo había vivido en las tabernas de su tierra y en la Plaza Ducal de su pueblo, donde permanecía guardada y conservada la pureza ancestral del flamenco por el pueblo gitano (Gilica, Juanillero, Lico…). Pero, además, Pepe, fue adquiriendo conocimiento de los cantes del Planeta, la Andonda, Los Fillos, Frasco el Colorao, los Caganchos, los Pelaos, El Mellizo, Juan Breva, Tío José de Paula, Marrurro, Frijones, Loco Mateo, la Serneta… y toda la herencia dejada por Silverio, El Nitri, las sagas de Jerez… Todo eso lo aprendería en sus andanzas por Triana, la Alameda de Hércules, por tierras jerezanas… y que se consolidaría con las aportaciones y creaciones de Chacón, Pastora, Torre, Pena padre… a los que tanto admiraba.

El marchenero Pepe Palanca

Pero, él buscaba otra cosa, él quería hacer un cante bonito, un cante con floritura, amoldado a su garganta; era su fijación, algo que no aceptaban los flamencos más clásicos con su defensa del purismo y la ortodoxia, por ello no dudaban en desprestigiarlo y denigrarlo. Esa oposición seguiría décadas más tarde con la llegada del mairenismo. Ya lo hemos dicho en reiteradas ocasiones; entendemos que, tanto Silverio como Chacón, Torre, Pastora y muchos más, ya habían iniciado, en cierta forma, innovaciones en aquel flamenco arcaico; y, de una manera u otra, lo consiguieron. Ahora eran otros tiempos, ya estábamos en los años 30 y los medios de comunicación lograban llegar y llevar a las grandes masas de público lo que gestaban los grandes intérpretes del momento. En los años 30, eran muchos miles de oyentes los que podían escuchar la radio y eso fue lo que aprovechó el “Niño de Marchena”, algo que, antes, ni los más grandes, todos los que hemos mencionado, pudieron hacer.

Pero, aquello, fue para el común de los artistas, flamencos y no flamencos; la radio supuso el encumbramiento de la música y tras Marchena, vendrían Caracol, Valderrama, Pinto y una estela larguísima, todos se fueron promocionando, se fueron dando a conocer a través de las ondas radiofónicas; quizás, el mejor medio de comunicación hasta día de hoy. Empero, Pepe, tenía carisma, liderazgo… sus palabras eran tablas de la ley para los aficionados, que le seguían, que le querían. Sus canciones flamencas, sus fandangos…, estaban en todas las emisoras y eso no era casualidad, era porque gustaba.

  Juan Luis Manfredi

Así pues, el “Niño de Marchena”, se convirtió en un ídolo de masas en aquellos momentos, y sus cantes, sus palabras, sus actuaciones eran refrendadas por un público que le seguía, que le idolatraba y admitía todos los cambios, las fusiones o las innovaciones que el marchenero hiciera. Así, cuando Manfredi le pregunta acerca del gusto de los aficionados de aquellos años, Pepe, le respondería de forma contundente: “Se cantaba de todo, pero, lo que le gustaba a la gente, como siempre ha pasado, eran los fandangos”. Y efectivamente, en muchos de los festivales, desde todas las épocas que hemos vivido y estudiado, tras las actuaciones de los distintos cantaores, ya fueran mairenista, caracoleros, camaroneros o marchenistas…, todos le rinden, al final, pleitesía al fandango y suelen ser los cantes más ovacionados por la mayoría de los asistentes a tertulias, festivales o recitales flamencos; incluso, a partir de los 80, se impuso de moda en muchos cantaores, levantarse de la silla, rematar con fandangos (desechando el micrófono), como demostración de sus facultades y un mayor acercamiento al público.

Además, Pepe, a lo largo de su extensa carrera, conseguiría su propósito, la evidencia de aquella realidad la tenía en el seguimiento de las masas para llenar los recintos. Mientras se mantuvo activo, mientras su cuerpo y su mente aguantaron, ninguna otra corriente flamenca fue capaz de suplantarle. Él supo, en todas las etapas de su vida, darle a los públicos, a los aficionados lo que querían. Pero, ¿fue él quien se adaptó a las corrientes, a los cambios que iban surgiendo? O ¿Fue él, de alguna manera, quién cambió el gusto de la gente? En muchas de las charlas y entrevistas que Pepe diera a la prensa, siempre alude a que él siempre tuvo el empeño de adaptar los cantes americanos, esos que ahora llamamos de ida y vuelta, al flamenco. Y en cierta manera, el marchenero fue el cantaor más prolífico en hacerlo. Ya sabemos que vidalitas, guajiras, milongas son cantes que por su forma de cantar y a su garganta, les venían perfectamente.

Rodolfo Gaona

En la misma entrevista que le hacía Juan Luis Manfredi para ABC, acerca de los cantes americanos, a sabiendas de que, el “Niño de Marchena”, era defensor de la fusión del flamenco, Pepe, le contestaría: “Esos cantes me los inventé yo en 1927”. Pero, además, Pepe, los documenta y argumenta diciendo: “Yo me basé en unas canciones mejicanas que me enseñó Juan Bringas, un amigo del matador de toros Rodolfo Gaona y que yo metí por aires flamencos, para que le gustara a los públicos” Como vemos, Pepe, seguía jugando con sus declaraciones en los medios de comunicación. El marchenero dejaba caer en los periódicos y revistas de la época una serie de afirmaciones (verdades a medias o mentiras piadosas), que los aficionados se cuestionaban. Aunque, en muchas llevaba razón y otras eran inventadas, a nadie dejaba indiferente y eso hacía que hubiese discusiones entre sus partidarios y los que no lo eran. El de Marchena, en cambio, disfrutaba con aquello, sabía que el morbo gustaba a los públicos y él les daba motivos con los que entretenerse. La prensa, encantada, seguía llenando páginas, vendiendo… y los puristas recurrían a las réplicas, se enfadaban, lo criticaban…, mientras legiones de acérrimos seguidores y admiradores enloquecían con el ingenio del “Niño de Marchena”.

En definitiva, se trataba de una retroalimentación Prensa-Marchena, Marchena-Prensa. Pero, con respecto a la paternidad de los cantes de ida y vuelta, habría mucho que decir.  Desde luego, no nos parece justo que en el Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, en sus XIII edición (1992) se creara el Premio Pepa de Oro para guajiras, punto cubano, colombianas en primer lugar y el segundo lugar para milongas, en lugar de denominarles “Premios Pepe Marchena”. Entendemos que Pepa de Oro, trajo aires de milongas de Argentina, pero, para el mundo del flamenco, quien era merecedor de llevar ese título, quién tenía todas las papeletas para que su nombre se enmarcara con letras de oro era Pepe; por todo lo que había hecho por los cantes americanos, por Córdoba y por el flamenco en general. Pero, entre el alcalde de la ciudad de los califas, Pepe el de la Matrona, Juan Talega y otros, decidieron que la titular fuese Pepa de Oro… ¡Se notó en demasía que no eran de la línea marchenista!