Melchor de Marchena (I)

Eduardo Ternero - domingo,  24 de abril de 2022

Trasladémonos a la Marchena de inicios del  XX, allí, en el barrio de San Juan, en la antigua Plaza  Arriba o  Plaza Ducal, un gitano, sentado sobre una piedra que sirve de bolardo en la entrada de calle Carreras está blandiendo la bajañí. Con solo tres cuerdas y sobre un pobre armazón  mueve hábilmente sus manos a través del mástil, aleteando sus dedos como un colibrí sobre los trastes. 

Los sonidos que salen de aquel milagroso instrumento hacen que el mundo se pare, que un halo musical recorra el aire. El rasgueo de una soleá inunda la Plaza y muchos de los niños que juegan quedan absortos al oír aquel arrullo de dioses. Muchos de ellos sueñan con dominar la guitarra, con subir a un escenario, acompañar a un Manuel Torre, a Chacón, a Pastora o a Tomás… muchos de esos niños aspiran salir de aquella pobreza que les tiene medio en cueros, famélicos…, sin rumbo.

Marchena a inicios del XX 

Ese gitano, acuciado por los años, de piel tostada y de rasgos severos es el Lico (Melchor Jiménez Vargas) un prestigioso de la sonanta en el incipiente mundo del flamenco. Está casado con Josefina (Josefa Torres Jiménez), excelente cantaora no profesional. Juan Jiménez Vargas, tío de Melchor, se casaría con una gitana que canta e inventa en su mente y en su garganta milagros del flamenco. Esa gitana es María del Carmen de los Reyes Torres, la “Gilica”,  que  dice los cantes como nadie y que dejará su impronta en la soleá de los tiempos.  Seguro que el Lico acompañó a su cuñada en más de una candelá, en muchos  potajes de berza, cardos y tagarninas, tan faltos de carne pero con mucho flamenco y compás  que la gitanería de Marchena compartiría en la Plaza de Arriba durante aquellos años de miseria y hambre.  

Aquellos niños, hijos, allegados y conocidos del Lico se fueron prendando del sonido de la guitarra, les irradió la sangre y a muchos de ellos les marcó sus vidas. Sus hijos Miguel el Bizco, el Chico Melchor, sus sobrinos como el Titi y muchos otros sintieron y  aprendieron  el embrujo de la sonanta a través del Lico, pero sin duda, el más notable, el más artista, quien supo estar por encima de todos fue su hijo Melchor.

Allí, en aquella entonces derruida Plaza  Arriba de Marchena, nacería Melchor Jiménez Torres, el 17 de Julio de 1907. Su nombre artístico sería “Melchor de Marchena, él siempre llevaría el remoquete de su pueblo por todos los rincones del mundo. Melchor, supo pronto que quedándose en la Plaza de Arriba,  tan solo con las enseñanzas de su padre y el ambiente de pobreza y olvido que reinaba en la gitanería en general y de Marchena en particular, no le iban a llevar a la fama, aun siendo un fenomenal guitarrista autodidacta. Por ello, buscó su lugar,  cogió sus bártulos y marchó al ambiente sevillano de la Alameda de Hércules. 

Alameda de Hércules años 20 

Quería aprender otras formas,  otros estilos…, y Melchor se instaló en aquel edén de sonidos que la ciudad hispalense le ofrecía y donde se cocía el mejor flamenco del mundo en los años 20 y 30 del siglo XX. En aquel ambiente de la Alameda se empapó del genio de los Pavones, de la sapiencia de Chacón, del embrujo de Manuel Torre – que portaba los soníos negros de sus antepasados – y con los ecos de guitarristas de la talla de Javier Molina y Manolo de Huelva, se hizo maestro de la guitarra.  Allí, con más pena que gloria, se fue impregnando de saber aquel joven marchenero que,  además de su afán de superación, sus genes y su arte innato,  se fue haciendo un lugar en ese mundo tan dispar y singular que era y es  el flamenco. 

Con el tiempo y la experiencia, con su talento y su afición encontraría su hueco e iría acompañando a cantaores que sabían apreciar aquella forma tan distinta y tan gitana de blandir la guitarra. Aquel toque heredado de la Plaza Arriba y los sonios que había incorporado en su aprendizaje se fueron dando a conocer y a gustar por todos los garitos y cafés cantantes de la ciudad y por ende en todos los eventos flamencos.  

El toque que imprimió  a su  carrera, Melchor de Marchena, fue único. Sabía dar a cada cantaor la exactitud particular, adecuándose a su forma de cantar, para que se sintiera a gusto; su acompañamiento era singular, lo adaptaba para que el cantaor destacara con personalidad propia, dando en cada momento la nota justa, ocupando  los silencios para que el cantaor se aliviara y tapando  los tiempos de agobio; pero jamás erigiéndose en protagonista. Por ello, todo artista, todo cantaor  que contara alguna vez  con su acompañamiento, le requería y le buscaba para futuras actuaciones y grabaciones.

Melchor de Marchena

Por la Alameda y por los pequeños tablaos de Sevilla se fue haciendo un nombre. Ya,  en esos años de inicios de los 30, aquel joven llamado Melchor Jiménez, “Melchor de Marchena” dominaba  todos los palos y su aprendizaje al lado de Manolo de Huelva (a quien consideraba el mejor tocaor que había conocido) ya había concluido e incluso había  superado al maestro. Ni que decir tiene que, gracias a su prestigioso toque y  a  su personalidad como guitarrista,  “Melchor de Marchena”, era conocido en todos los ambientes flamencos que por entonces encumbraban las noches de fiestas y las juergas de la capital sevillana,  que eran muchas.  Por aquellos lares se movería durante un tiempo, hasta la llegada de la Guerra Civil.

 Melchor se casaría poco antes de la Guerra Civil en Marchena con Antonia Ramírez Ríos, una marchenera paya,  con la que tuvo 6 hijos en este orden (Manuel, Antonio, Melchor, Consuelo, Pilar y el menor, Enrique). La familia Jiménez Ramírez pondría su domicilio en la calle Espíritu Santo número 27 de la localidad marchenera. Al regreso de sus giras y actuaciones, no era raro ver a Melchor por Marchena, acompañado de sus amigos de la infancia  y de muchos aficionados como Manolo Cobano un gran guitarrista que regentaba el bar “Cobano”,  con Emilio del “Aguardiente”, tomando una copa en  el bar “Pelao” o en  el antiguo  bar “Carrillo” y  con su familia visitando a los parientes de la Plaza de Arriba. 

Después de la contienda española, Melchor, estuvo varios años de gira con la Compañía de Concha Piquer. Poco después, tras el éxito cosechado, entraría a formar parte de la Compañía de Manolo Caracol, con quien estaría actuando por toda España y por América latina.  Todo esto le valdría a  Melchor para que el mundo entero le conociera,   que su fama se extendiese y el sonido de su guitarra se revalorizara. A partir de aquí,  serían muchos los que buscaron la experiencia y el bien hacer de su toque; muchos   como Juan Valderrama, Tomás Pavón, el Perro de Paterna, Juan de la Loma, la Niña de los Peines… Artistas que no solo le llamaron para sus actuaciones en festivales, en teatros, en giras…, sino que quisieron que su guitarra les acompañase en sus grabaciones.

 Como hemos dicho, Melchor,  continuaría trabajando en la capital de España sobre todo con Caracol y Mairena a la par que hacía muchísimas actuaciones por toda la geografía española, grababa discos…, pasaba unos días en Marchena y partía hacía continuas giras, hasta que por fin decidiera trasladarse con su familia, salvo su hijo Melchor,  a Madrid a inicios de la década de los 60. Allí, su hijo menor, Enrique, que había nacido en Marchena en 1950, debutaría con tan solo 13 0 14 años en la sala los Canasteros propiedad de Manolo Caracol. Enrique, al igual que sus otros hijos había mamado el flamenco en Marchena y acariciarían la guitarra antes que aprendiesen a andar. Enrique, además de seguir los pasos de su padre,  a la postre sería uno de los mejores guitarristas del flamenco actual y uno de los  pilares de la guitarra flamenca de todos los tiempos. CONTINUARÁ.