Silverio Franconetti: 

Un maestro

Eduardo Ternero - 5 de septiembre de 2020

Nicola Franconetti, un italiano de Roma, jefe de la Guardia Walona y que perteneció más tarde  al Cuerpo de Inválidos de Sevilla, dejó las armas, montó una sastrería y se casó con  Concha Aguilar, de Alcalá de Guadaira. A uno de  sus 9 hijos le pondría el nombre de Silverio, que llegaría a ser el más grande de los  cantaores y  transformadores del Flamenco.  Silverio nació en el barrio de la Alfalfa en Sevilla, (en 1830 o 31). Con diez años se trasladó la familia a Morón donde su hermano mayor  dispuso  la sastrería. Silverio no gustaba de costura ni de  escuela y se escapaba  para irse a merodear por las fraguas gitanas a escuchar y aprender  los cantes de los gitanos viejos de Morón. 

Allí, uno de  los cantaores habituales era el “Fillo” que,  al ver el interés de aquel niño y sus facultades, no dudo en enseñarles los más puros cantes gitanos de la época, animándole para que siguiera  hasta convertirse en un gran cantaor. Desde entonces para el pueblo gitano Silverio tuvo un  encanto especial, tanto,   que le acogió y le admiró.

Siendo aún muy joven se dedicó al cante de forma profesional y para ello se trasladó a Sevilla y Madrid, donde tendría mucho éxito. Con 25 años viajó por Sudamérica. Unos dicen que invitado como artista, otros detrás de unas faldas, otros que sus padres lo quisieron apartar del cante... ¿quién sabe? Allí, con el tiempo,  se enroló  como picador de toros y  se alistó en el ejército uruguayo, llegando a ser oficial.

Tras ocho años de ausencia, volvió a España, como un indiano rico, con espesa barba y con más peso de la cuenta. Una vez aquí, cuenta Demófilo, que cantaría en una venta de Jerez, acompañado por el maestro Patiño, una seguiriya gitana y los asistentes quedaron tan sorprendidos por aquel torrente de voz y aquella manera de cantar…, como cantaría que,   muchos, sin reconocerle, intuyeron  que era aquel cantaor payo que se fue a las Américas y que tan bien hacía los cantes. Todos reconocieron que era una seguiriya del famoso Silverio, heredada sin duda de los grandes como “El Fillo”, “Los Pelaos”, “Los Caganchos”… 

Desde que regresó de América   se dedicó  a levantar Cafés cantantes con más pena que gloria, pues a pesar de ser un buen emprendedor no llevaba bien los negocios. En sus locales  como “El Recreo”, “El Burrero” (después llamado de “Silverio”), “La Escalerilla”… pasarían cantaores como  Chacón, La Serneta, Fosforito el Viejo, La Parrala y todo el elenco del momento. Pero los negocios no le fueron bien y tuvo que cerrar el último salón sevillano. Luego marchó a Córdoba donde siguió cantando y acondicionó un local para espectáculos flamencos. Por último abrió otro en Extremadura. Sería  otro fracaso y ese mismo año (1889) se produciría  su muerte.

Silverio no fue precursor en sacar el cante de los más bajos estratos sociales – de las cuevas y las tabernas – y subirlos al tablao, ya lo hicieron “El Planeta”, “El Fillo”...pero si sería el  cantaor y empresario que más luchó por dignificar el flamenco. Dominaba todos los palos, vivía por y  para el flamenco. Su conocimiento de los ritmos y el compás le han hecho compararle con los mejores músicos. Pero además, por su visión cosmopolita, fue capaz de augurar el futuro del flamenco; intuía que la puesta en los escenarios, la solidez en sus intérpretes, el enciclopedismo podía hacer llegar  nuestro arte a otros sectores de la población, que en aquellos momentos del XIX estaba relegado a unos pocos. Por ello colaboraría con Demófilo en su gran obra. 

Otros apuntan que fue Silverio el que hizo pasar el flamenco de la oscuridad al escenario. En realidad él fue el que dio significado a los cafés cantantes, el que valoró a los artistas y les dio un sueldo digno. Sobre todo a los artistas gitanos,  que eran la mayoría y que vieron en él una especie de mesías payo, que no solamente cantaba bien sino que les hacía llevar unos jurdós para sus casas. Todo eso hizo que el mundo del flamenco le considerara “El Rey de los cantaores”. 

Ya comentamos alguna vez que Silverio tuvo sus más y sus menos con el Nitri, porque chocaron dos locomotoras, una eléctrica, que veía venir el futuro y otra de carbón que pensaba que no había que abrir el cofre y conservarlo en sus orígenes. 

Silverio siempre quiso conocer los cantes más atávicos, el origen de palos como la seguiriya, tonás, martinetes…quiso y aprendió los cantes del “Fillo” y los amoldó a su manera, con nuevos melismas y con su voz prodigiosa. Pocos cantaores, de la generación que le siguió, fueron capaces de aglutinar tanto conocimiento de los palos; sobre todo de los cantes que por entonces se hacían. Pocos fueron los que siguieron su estela por su difícil interpretación y, muchos de sus estilos, se perdieron en el tiempo. Solo el “Tenazas de Morón”, que convivió con él,  pudo dejar algunas ráfagas de su arte. Pero,  no cabe la menor duda que, Silverio, dejaría una enorme  herencia musical para el resto de las generaciones posteriores. 

Fernando el de Triana, que le escuchó cantar en muchas ocasiones, recoge en su libro: “…fue el único cantaor que lo cantó todo extraordinariamente bien”. Es cierto que dominó casi todos los palos con maestría, pero además diría: “…los cantes salían de su garganta impregnados en miel, dotados de una gallardía faraónica  que no había quien los escuchara sin estremecerse y a todos los presentes les asomaban las lágrimas en los ojos; así era Silverio, una voz afillá, ronca pero de un dulzor…” 

Imágenes: (Silverio, dos fotografías y el antiguo café cantante “El Burrero”).