La alegría en el Cante: Cádiz

Eduardo Ternero - 16 de agosto de 2020

No se puede  hablar de flamenco sin nombrar a Cádiz. Desde la antigüedad, las “cánticas gaditaes” (folklor de Gades), marcaron su historia musical. Esta musicalidad hispano-árabe se extendió por la Edad Media y, con la llegada de los gitanos  (XV/XVI), ese folklor de la Baja Andalucía (Cádiz, Sevilla) se fue fusionando con sonidos de procedencia indú para formar aquel primitivo flamenco. También la afluencia de otras regiones, en busca de las riquezas  de  América, asentados en Cádiz y sus Puertos y el regreso de los navíos que traían ritmos afroamericanos, conformarían las raíces del flamenco. 

Pericón de Cádiz 

La tacita de Plata,  Jerez, los Puertos (Chiclana, Puerto Real, San Fernando, Sanlúcar de Barrameda, El Puerto de Santa María…), Paterna de la Rivera y un largo etcétera, todos rincones gaditanos, han sido origen y desarrollo de muchos de los cantes y palos que determinan el flamenco: cantiñas (alegrías, mirabrás, romeras, rosas, caracoles), tientos/tangos, tanguillos, bulerías, chuflas… además de diferenciados estilos de soleares y seguiriyas, cañas y polos, tonás y martinetes...

Cantes que nacieron al amparo de las olas  y  se fueron adentrando por los pagos de Lebrija, Jerez y Utrera…, o  a contracorriente, como esturiones del Guadalquivir,  para desovar en las orillas Triana y Sevilla. Dicen, que el ritmo y las letras de las alegrías tal vez sea una adaptación de la jota maña al estilo gaditano creado en plena guerra con el francés. Nosotros queremos creer que es un cante festero propio del aire de los juguetillos, cantiñas que surgieron para dar al cante un sentimiento más alegre que no fuese el fúnebre o funesto de los cantes como las seguiriyas o  las tonás; de tristeza y desamparo como el martinete o la carcelera o incomprensión y desamor como la soleá. Este tipo de cante, más bullicioso, más vivaracho, se fue adaptando para acompañar al baile, para que no todo fuesen penurias, hambre, miseria… Muchos de estos cantes, con el tiempo, se fueron distinguiendo, separando, adaptándose a determinadas zonas o intérpretes; se fueron pausando y adquirieron la calidad de cantes para escuchar, sin olvidar la característica primordial de los cantes gaditanos: el compás. 

Pansequito de Jerez 

Ni que decir tiene que, con el discurrir del tiempo, estos cantes se fueron difundiendo por toda la geografía andaluza y fuera de nuestras fronteras, acodándose a zonas como Sevilla, Córdoba, Málaga…y fueron sus grandes cantaores de finales del XVIII como El Planeta, Juanelo, Tío Rivas, El Muerto y más tarde Tío José El Granaíno, Macaca, Paco El Gandul, Romero El Tito, Fosforito, La Mejorana, El Mellizo, Torre, Chacón…,  fueron sus principales divulgadores durante el XIX. Otros muchos del XX: Pericón, Manolo Vargas, La Perla, El Beni, Juanito Villar, La Paquera, Chano Lobato, Camarón, El Torta, Terremoto… y contemporáneos que llevan a gala el cante propio de su tierra: Rancapinos, Pansequito, Mercé, Sordera, el Capullo, Aurora Vargas… 

Aunque deberíamos decir que durante el XIX y principios del XX estos palos eran menospreciados por los “puretas”, donde imperaban los cantes “grandes”, los cantes serios como la seguiriya, tonás, soleares y una extensa lista que conocemos. Sin embargo, los cantes de Cádiz, han sabido encontrar su sitio, se han aliado muchas de las veces con cantes de ida y vuelta y han dado al flamenco otro aire más festero y más dinámico sin alejarse de lo puro y lo clásico. 

Laura Vital de Sanlúcar 

En capítulos anteriores hemos hablado de algunos cantes que  han compartido muchas provincias andaluzas, otros como son las cantiñas, alegrías, bulerías, caracoles, chuflas, mirabrás, rosas, romeras, tangos, tanguillos, zapateados… son prácticamente nacidos al amparo de la costa gaditana. Otros como  arrieras,  nanas, carceleras o los cantes de trilla, surgieron en las campiñas andaluzas (Jerez, Córdoba y Sevilla), aunque,  como ya dijimos en capítulos anteriores, también Jaén aporta este tipo de cantes. La petenera nacida en Paterna de la Rivera, aunque ahí  sigue Paterna del Río (Almería), queriendo compartir la gloria de paternidad. Guajiras, milongas, rumbas, vidalitas, colombianas… llegaron a Cádiz y los Puertos en naves de retorno, con aires de ida y vuelta, con ritmos sudamericanos  en sus velas y se asentaron  en la Caleta, en Bajo de Guía, el los tabancos de Jerez…; de allí marcharon hacia Triana y se difundieron por todos los rincones, dando al flamenco un carácter aún más universal. Fue paralelo  a aquel gazpacho que  dejaron romanos y árabes con  el aceite de Jaén, el vinagre del Condado, la sal gaditana, el ajo cordobés, el  pan de Alcalá, pepino de Granada…, todo regado con las aguas del Guadalquivir, que se completaría con el tomate y con el pimiento que nos vino de América dándole colorido y alegría. 

Al flamenco le ocurrió igual, le hacían falta esos ingredientes alegres, festeros;  sonidos a los que Cádiz aportó viveza y ritmo, como últimamente lo ha hecho la caja o cajón peruano  que incorporó Paco de Lucía. El mismo que, con otro genio, Camarón, crearía la Canastera, un cante bailable con estructura de fandango. Queda decir que para escuchar buen cante hoy, como dice la canción hay que venir al sur, a ese sur andaluz (Jerez, Sanlúcar y los Puertos, Lebrija, Utrera…) un vivero de musicalidad y de intérpretes que darán continuidad a este mundo flamenco, con jóvenes como Rancapino Chico, David Palomar, Antonio Reyes, Laura Vital, María Mezcle ...